Hacer una película y sobrevivir

Un film sobresaliente de la época dorada del cine en yiddish, basado en una leyenda folklórica judía

 

En 1983 Woody Allen estrenó Zelig, una de sus películas más singulares que con su formato de falso documental contaba la historia de un personaje que tenía la facultad de cambiar de aspecto según su entorno, un caso de humanismo camaleónico enclavado en las primeras décadas del siglo XX estadounidense. Una vez un gran amigo me hizo una observación, para mí las más certera de las que escuché hasta ahora sobre esta película. Decía que el personaje de Zelig es una desesperada representación de aquel judío que ha debido escapar de un lado a otro y que para ser aceptado debió extremar su ingenio para agradar, para mimetizarse y así poder sobrevivir en un nuevo lugar.

Michal Waszynski bien podría haber sido uno de esos tantos Zelig. Hablo de un hijo de humildes judíos ucranianos que de repente se convertirá en un prolífico director de cine polaco y más tarde en un refinado hombre de sociedad. Un hombre que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial por partida doble. Primero zafó del Holocausto pero no del mazazo soviético y fue a parar a un campo de Siberia. Luego, cuando Stalin necesitó de la carne de cañón polaca, Waszynski se sumó al célebre batallón Anders que peleó contra las fuerzas del eje transitando por Oriente Medio, Italia y el Norte de África, y se las arregló para reengancharse en el asunto del cine realizando algunos documentales y crónicas de guerra. El final de la guerra lo encontró en Roma y continuó haciendo cine, llegó a dirigir a Anna Magnani y a Vittorio De Sica en un discreto film llamado Lo sconosciuto a San Marino y de a poco fue mutando el rol de director por el de productor, es decir en donde se reparte el bacalao. Porque Michal Waszynski no era un gran director de cine, lo suyo era sobrevivir y adaptarse… y vivir lo mejor posible. Colaboró con Orson Welles en la película Othello, se afirma que fue él quien descubrió y promovió a las jovencitas Sofía Loren y Audrey Hepburn, que participó en la producción de prestigiosos films como La condesa descalza de Joseph Mankiewicz y que estando en España trabajó en la mastodóntica La caída del Imperio Romano, que fue a su vez la caída de los mesiánicos proyectos del productor Samuel Bronston. Murió poco después en Madrid por una insuficiencia cardíaca agravada por la diabetes y sus restos yacen en un cementerio romano.

 

James Mason y Sophia Loren toman un cafecito con el bon vivant Waszynski, aristócrata italiano y director de una joya del cine yiddish.

 

Pero no los busquen entre las tumbas polacas sino entre la nobleza romana, porque además de todo lo que les conté, este muchacho nacido en humilde hogar ucraniano terminó sus días como miembro de la aristocracia. El asunto es que apenas instalado en Italia se había puesto bajo la protección de una condesa viuda bastante mayor que él, con quien se casó heredando al poco tiempo fortuna, propiedades, prestigio y, como todos sabemos, el tema del título nobiliario es una cuestión de diplomacia, plata y buenos modales.

Les aseguro que hay mucho, pero muchísimo más para contar sobre Michal Waszynski. Por ejemplo que en ningún momento ocultaba su homosexualidad y es más: en los sofisticados y aristocráticos circuitos de en los que se desenvolvía solía mostrase orgulloso al lado de sus parejas. Esto queda bien expuesto en el estupendo documental Ksiaze i Dibuk (2017) de los polacos Elwira Niewera y Piotr Rosolowski. La traducción casi literal de este título sería El príncipe y el Dybbuk, y como lo del príncipe ya se los conté queda explicar lo que sigue, lo más importante, el Dybbuk.

 

Retrato de Michal Waszynski.

 

“El Dybbuk” es un personaje del folklore judío, un ser o una entidad por lo general proveniente del mundo de los muertos que tiene el poder de poseer a un ser vivo. La de la posesión es una temática constante en casi todas las culturas, y como toda leyenda o creación popular tiene múltiples variantes. La que más se ha popularizado proviene de la legendaria obra de teatro fechada en 1914 de Shloime Anski, el notable dramaturgo judío que investigó y divulgó la cultura judía europea oriental en su lengua, el yiddish. Esta obra, también conocida como Entre dos mundos, es una de las piezas centrales del teatro judío y es el fruto de una apasionada investigación que el autor realizó en las comunidades judías (es decir los “shtetl”) en Rusia y Ucrania, es decir en donde el futuro príncipe italiano Michal Waszyński había nacido y se había criado, aunque con el nombre de Moshe Waks.

 

Shloime Anski, escritor y difusor de la lengua y cultura yiddish. Autor de la obra teatral El Dybbuk, en la cual está basada la película de 1937.

 

 

Tiempo después tenemos a Michal Waszynski en Polonia y siendo uno de los directores más prolíficos de su país adoptivo. Las dos décadas de entre guerras fueron para Polonia, aquel país “enfermo de geografía” invadido y mutilado tantas veces por las potencias vecinas, el momento de erigir una sólida industria cinematográfica. Había estudios de filmación, estrellas de la pantalla y realizadores, y Waszynski hacía no menos de dos o tres películas al año.

Tales eran las posibilidades técnicas y artísticas de la industria polaca que allí terminó concentrándose la producción de cine en yiddish que se venía realizando hace tiempo principalmente en los Estados Unidos. Naturalmente, las películas en yiddish estaban destinadas a espectadores de todo el mundo, siempre y cuando hablaran esta lengua, y el hecho de que su epicentro productivo estuviera en Polonia también facilitaba su distribución por toda Europa. Fueron los muy breves años dorados del “cine yiddish”, coronados con tres films fundamentales: Tevie (o también Tevie el lechero) basada en El violinista en el tejado de Sholem Aleichem, el musical Yidl mitn fidl, o sea Yidl y su violín y, ahora sí, El Dybbuk de Michal Waszynski, para muchos la mejor de todas.

 

Afiche antiguo de El Dybbuk, presentado más como un film fantástico.

 

El Dybbuk fue realizada en 1937. Para ese entonces Michal Waszynski había dejado atrás su nombre judío y hasta se había convertido al catolicismo, pero evidentemente las costumbres que Shloime Anski había anotado durante sus visitas a las comunidades judías rusas y ucranianas aún permanecían en la memoria del director, y por eso esta película es la que más nos acerca a aquellos orígenes que él mismo debió o prefirió ocultar, como una especie de Zelig ucraniano.

La historia empieza con Nisn y Sender, dos jóvenes que comparten su aprendizaje en la “yeshivá” (o escuela talmúdica) y sellan su amistad comprometiéndose a casar entre sí a sus futuros hijos. Ambos amigos nunca volverán a verse las caras: Nisn muere justo al momento de nacer su primogénito varón y Sender enviuda justo al momento de nacer su hija, por lo cual aquella promesa ha quedado diluida entre en el tiempo y las desgracias. Años después, llega a casa de Sender un joven llamado Khannon que se enamora perdidamente de su hija Leah, sin tener idea de aquel compromiso que sus respectivos padres celebraron cuando ellos aún no habían nacido. Pero Sender, el padre de Leah, hace rato que ha caído en la avaricia y no tiene ningún interés en honrar aquella promesa y solo le importa que el casamiento de su hija sea con alguien de una familia rica. La tragedia se avecina: Leah ya no sabe cómo imponer su deseo mientras el desesperado Khannon se vuelve hacia el lado oscuro de la cábala y encuentra la muerte. Pero su espíritu no descansa y posee a su amada, es un Dybbuk, el hecho que deberá resuelto desde la más alta autoridad religiosa de la comunidad.

Lo que resulta fascinante al día de hoy es que El Dybbuk cuenta esencialmente una historia de posesión demoníaca, lo cual no significa que sea una película de terror. Es una película que compagina géneros distantes que entran y salen de la trama con total naturalidad, amén de algunas torpezas narrativas muy propias de la época. Es también un film religioso con vacilaciones, pretende inculcar valores pero que a su vez advierte sobre la fragilidad de los mismos. Y sobresale además la bellísima idea de que un alma arrastra sus cuitas de amor más allá de la muerte, una poderosa expresión de romanticismo profano desafiando todo mandato religioso que va a alterar el mundo de los vivos.

En realidad la comunidad en donde transcurre la historia nos remite más a décadas anteriores a las que vivieron el escritor Shloime Anski y el director Michal Waszynski. Por eso es también una película riquísima en detalles históricos y etnográficos. Gran parte del metraje lo ocupan ceremonias y rituales que en algunos casos han caído en desuso, y que incluso ya no se realizaban en tiempos en que se hizo la película. Una de sus escenas, acaso la más impactante, es la que recrea la “danza de la muerte”, momento en el que la joven Leah está por ser desposada y se entrega con los gentiles del pueblo a una danza plena de erotismo, inequívocamente profana y certeramente ilustrativa de las relaciones de clase que había en aquellas comunidades. Esta “danza de la muerte”, muy habitual a fines de la Edad Media, fue también recreada en una memorable escena de la película Paracelsus de Wilhelm Pabst, que ya hemos citado en este mismo espacio y que fue realizada en pleno nazismo cuando ya el “cine yiddish” había sido destruido.

 

La novia baila La danza de la muerte junto a los gentiles del pueblo. Tradición de la Edad Media que establecía jerarquías sociales y relaciones con el más allá.

 

Uno de los pilares del teatro y del cine estadounidense es el musical. Si a alguien le quedan dudas de la enorme influencia que ha tenido la cultura judía europea en este género por favor vean al menos algunos pasajes de El Dybbuk. Allí encontrarán a los primos, tíos y abuelos lejanos de Irvin Berlin, George Gershwin o Benny Goodman. Y lo digo tanto por el lugar que se le reserva a la música en esta película como por el modo en el que irrumpe en la trama, y principalmente por la belleza de las canciones que interpretan sus personajes entregados al poder místico de la música tanto o más que a las oraciones religiosas.

No es necesario aclarar que cuando la invasión nazi se llevó puesto todo, el destino de productores, actores y directores de aquel dorado “cine yiddish” fue, en el mejor de los casos, quedar a salvo muy lejos de Polonia. Ya contamos sobre el increíble rumbo que tomó la vida de Michal Waszynski: a quien he comparado cariñosamente con un camaleón con la admiración hacia quien hizo del sobrevivir un arte, y que tal vez sin saberlo dejó para siempre una de las mejores películas filmadas en yiddish. No es poca cosa. Leon Leibgold y Lili Liliana, los dos actores que interpretan a los jóvenes enamorados en El Dybbuk, terminaron emigrando a los Estados Unidos. No hay demasiados registros de sus consecuentes carreras, apenas algunas referencias sobre trabajos en teatros y giras promoviendo obras en yiddish. Gratifica saber que no tuvieron que hacer la gran Zelig y cambiar de aspecto según la ocasión.

 

Lili Liliana interpreta a Leah, la joven poseída por el Dybbuk de su enamorado.

 

 

FICHA TÉCNICA

Título original: EL DYBBUK (Der dibuk) / Polonia / 1937 / Duración 122 minutos / Blanco y negro / Dirección: Michal Waszynski / Guión: Andrzej Marek, Anatol Stern, S.A.Kacyzna, basado en la obra teatral de Shloime Anski / Fotografía: Albert Wywerka / Música: Henoch Kon / Reparto: Lili Liliana, Leon Liegbold, Avron Morewski, Ajzyk Samberg, Mojzesz Lipman.

 

 

 

 

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