EL ¿EQUIVOCADO? CAMINO DE BRASIL

Bolsonaro intenta sumarse a la globalización cuando el neoliberalismo está en terapia intensiva

 

Los impulsores del derrocamiento de Dilma Rousseff, entre ellos los militares, buscaron un realineamiento en materia de política internacional, una readecuación del sistema político brasileño y una redefinición en lo concerniente al desarrollo económico. Veamos qué pasó en cada uno de estos rubros.

 

 

 

Realineamiento internacional

El realineamiento internacional se expresó, sotto voce, en el multifacético apoyo brindado por Estados Unidos a aquella compleja operación de lawfare, que fue sostenida desde los Departamentos de Estado y de Justicia, entre otras agencias norteamericanas. Y que hoy se manifiesta en la buena onda que pegan Bolsonaro y Donald Trump, tanto como en la gestión del canciller Ernesto Araújo.

 

 

 

 

Tuvo repercusiones, también, en el plano militar, en el que se registra –entre otras decisiones— la cesión de la base aeroespacial de Alcántara, la apertura de la Amazonia a operaciones combinadas con tropas estadounidenses y la designación de un general brasileño en el staff del Comando Sur, entre otros hechos. Todo esto, claro está, con la anuencia de los generales.

 

 

 

Readecuación del sistema político

El Ejército brasileño jugó un papel crucial en la amplia maniobra que implicó, además del derrocamiento de Rousseff, la detención de Lula da Silva, la instalación de Michel Temer como Presidente y la generación de condiciones favorables para el triunfo de Jair Bolsonaro en elecciones amañadas. Es decir, en la readecuación –espuria— del sistema político. No actuó solo. Pero es ya más que claro que los militares fueron partícipes activos de aquellas operaciones básicamente políticas.

Es sorprendente la cantidad de militares que ocupan cargos en el equipo presidencial como ministros, secretarios o afines (Jefe de Gabinete de Seguridad y Portavoz de la Presidencia, por ejemplo). Hay 6 generales; 2 almirantes; 1 teniente coronel y un capitán; todos ellos ya en condición de retirados, algunos recientes y otros de vieja data. Debe consignarse, también, al Vicepresidente Hamilton Mourâo, lo que eleva a 7 la cantidad de generales. Y también hay que aclarar que el grado de almirante equivale al de general. De manera que hay 9 oficiales del más alto rango en el antedicho equipo presidencial.

Hay también un número difícil de precisar, pero que probablemente supera a los 40, de oficiales de rango menor que ocupan cargos de posición intermedia. Por ejemplo, en el Ministerio de Salud cuya conducción fue renovada recientemente, se designó al general Eduardo Pezuella como viceministro y se incorporó a otros cinco uniformados de menor graduación, entre ellos un coronel que fungirá como secretario adjunto de aquél, según informa la Folha de Sao Paulo del 6 de mayo pasado. Excluyendo los gobiernos dictatoriales, el de Bolsonaro es muy probablemente el gabinete que más cantidad de uniformados contiene desde la instalación de la República en 1889. Esto habilita a considerar que se acerca mucho a ser un gobierno de los militares.

 

 

 

Redefinición del desarrollo económico

Bajo la mirada tutelar de los uniformados, con Temer ya en la presidencia –y en el marco del acercamiento a los Estados Unidos— se produjo un viraje de 180° con respecto al rumbo del desenvolvimiento económico de Brasil. La vieja y buena pretensión de alcanzar un desarrollo industrial de envergadura fue dejada de lado por el flamante Presidente. Los afanes globalistas del nuevo gobierno se inclinaron a frenar un impulso que venía desde comienzos los años 30 del siglo pasado.

En aquel entonces, Getulio Vargas, ante la grave crisis económica de 1930 y el quiebre de la dominación oligárquica agroexpotadora, decidió promover la sustitución de importaciones. Más tarde procuró que escalara hacia niveles más importantes con la construcción, en 1943, de la planta siderúrgica de Volta Redonda. Este esfuerzo fue compartido y consentido por un amplio sector de los militares.

Bastante tiempo después, el desarrollo industrial fue también impulsado por los gobiernos dictatoriales. Formó parte del llamado “milagro brasileño” durante el gobierno del general Emilio Garrastazú  Médici (1969-1974). También le prestó atención el general Ernesto Geisel (Presidente entre 1974-1979) quien, bajo condiciones menos favorables que su antecesor, procuró mantener el componente industrial en el interior de un desarrollo autocentrado en el marco de una “autonomía estratégica no confrontativa” y un “pragmatismo responsable”.

Durante el período democrático, con sus más y sus menos, se mantuvo este rumbo que fue escalando hacia lo que llegó a denominarse “Brasil potencia”, que alcanzó su pico mayor de reconocimiento con su incorporación a los BRICS. Aunque sobre esto último no puede darse por sentado un acompañamiento militar mayoritario.

Esta enumeración, no obstante su discontinuidad,muestra que de los años '30 en adelante la preocupación por el desarrollo industrial se mantuvo presente entre los uniformados.

 

 

 

El giro globalizador

El giro pro-globalización iniciado por Temer y continuado por Bolsonaro con amplio apoyo militar rompió con la continuidad industrialista castrense y vino a terminar con una histórica y persistente matriz de desenvolvimiento económico, que le otorgaba a la actividad industrial un importante papel.  En su lugar se impuso  la decisión de incorporar a Brasil a la globalización sobre la base del fundamentalismo de mercado. Hacia esa meta van iniciativas como el Plan de Desestatización iniciado por Temer y mantenido por Bolsonaro, que implica la privatización de empresas tales como Embraer, Electrobras, Telebras, diversas líneas ferroviarias y el correo, entre otras. También la licitación de áreas para la explotación privada de petróleo offshore y la apertura de la Amazonía que además de la actividad agropecuaria es rica en minerales (bauxita, oro, hierro, cobre, niobio, etc.) y maderas. Desde luego, se apunta también a una apertura comercial y a la firma de acuerdos de libre comercio; esto es lo que están promoviendo en estos días, sin ir más lejos, desde Mercosur que se fundó exactamente para lo contrario.

 

 

Dos singularidades

Así las cosas, puede decirse, por un lado, que los militares brasileños tienen hoy una sorprendentemente amplia y activa participación gubernamental, inédita en tiempos de democracia. Algo que merece calificarse de irregular y que no se registra que hubiera ocurrido con anterioridad. Por otra parte, han propiciado por segunda vez un cambio de la matriz de desenvolvimiento económico. En el primer caso, como se ha visto, con un protagonismo militar menor, fue para apoyar la sustitución de importaciones con un sesgo diríase que progresista, conforme a las condiciones imperantes y las posibilidades existentes en los inicios de los años '30. En el segundo, con mucha más presencia y desde posiciones reaccionarias.

 

 

Final

El proceso en curso hoy en Brasil parece, en alguna medida, anacrónico. Su intención de globalizarse choca contra una crisis de la globalización que no pocos economistas han venido señalando desde hace ya algún tiempo. Expongo las opiniones de dos de ellos.

Joseph Stiglitz, premio Nobel en 2001, en una entrevista concedida en agosto de 2016 al portal británico Business Insider, afirmó que el neoliberalismo global se encontraba en su fase terminal. Y en una nota publicada en Social Europe, el 20 de noviembre de 2019, cuyo significativo título es “El fin del neoliberalismo y el renacimiento de la historia”, sostuvo que la “credibilidad de la globalización se encuentra en terapia intensiva”.

Por su parte, Nouriel Roubini, que fue el único que anticipó la crisis de 2007/2009, en una nota recientemente publicada en Project Syndicate titulada “La próxima gran depresión de la década de 2020”, augura que se incrementará el conflicto entre Estados Unidos y China. Ambos países –anota Roubini— “se desacoplarán más rápido, y la mayoría de los países responderá adoptando políticas aún más proteccionistas para proteger a las empresas y trabajadores nacionales de las perturbaciones globales. El mundo posterior a la pandemia estará marcado por restricciones más estrictas sobre el movimiento de bienes, servicios, capital, trabajo, tecnología, datos e información”. Advierte que puede llegar a establecerse una nueva guerra fría entre la gran potencia del norte y China que podría incluir a Rusia, Irán y Corea del Norte. Y presume que las elecciones presidenciales de los Estados Unidos podrían desencadenar una guerra cibernética clandestina, capaz de conducir incluso a enfrentamientos militares convencionales. Concluye afirmando que la desglobalización  avanzará y que “la pandemia la está acelerando”.

Es claro que bajo estas condiciones el ingreso de Brasil a la globalización dependerá mucho más de la salud de esta que de la voluntad de aquel. Da toda la impresión de que nuestro vecino enfiló hacia un lugar equivocado. Si ese fuera el caso podría acarrearle un costo económico y social interno considerable.

 

 

 

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