EL ESCRITOR ERRANTE

Mercedes Halfon releva los 24 años del polaco Witold Gombrowicz en la Argentina

 

“Una noche, volviendo a pie de Caballito, empecé a divertirme ordenando en mi memoria, al estilo del Grand Guignol, los recuerdos de los primeros días en Buenos Aires y al mismo tiempo, por la fuerza del mismo pasado, me sentí anacrónico, revestido de un estilo antiguo, atrapado en una especie de esclerosis casi prehistórica, todo lo cual me regocijó tanto que enseguida me puse a escribir algo que iba a constituir unas memorias de aquel tiempo”.

Fueron necesarias unas sesenta cuadras a pie para que Witold Gombrowicz (Maloszyce, Polonia, 1904 - Vence, Francia, 1969) sintetizara en uno de los párrafos más transparentes de su literatura el comienzo de los veinticuatro años de estadía en la Argentina, donde escribió la mayor parte de su obra. Iconoclasta de todo canon, dandy, conde apócrifo, impredecible, seductor, porta el curioso estandarte de figurar en las librerías junto a los escritores argentinos –como Guillermo Enrique Hudson— y —a la inversa— como Copi o Bianciotti. Adscripción que no le quita un átimo de su polinitud, pues “no es la lengua de la escritura lo que decide su pertenencia a un canon o una tradición nacional, sino un modo de lectura”. Quien esto último afirma es Ricardo Piglia (Adrogué, 1941 - Buenos Aires, 2017), referencia fundamental adoptada por Mercedes Halfon (Buenos Aires, 1980) en Extranjero en todas partes, la pormenorizada investigación sobre el casi cuarto de siglo vivido por el polaco en estas pampas, publicada en forma simultánea por la Universidad Diego Portales de Chile, en Santiago y Buenos Aires.

 

La autora, Mercedes Halfon.

 

Condescendiente consigo mismo, con semblante impertérrito frente a la adversidad no menos que ante la tragedia, Gombrowicz se había definido así: “No idolatraba la poesía, no era demasiado progresista ni moderno, no era un intelectual típico, ni nacionalista, ni católico, ni comunista, ni de derechas, no adoraba la ciencia, ni el arte, ni a Marx. ¿Quién era entonces? Era con frecuencia, la negación de mi aterrorizado interlocutor”. Provocador en toda la línea, tiempo y lugar, la óptima, si no la única vía de acceso directo al personaje, son sus textos. Ninguno en particular, por más que el Diario argentino (1968), Recuerdos de juventud (1933) y Trans-Atlántico (1953) constituyan las vías más aproximadas.

Todo comienza en el invierno de 1939 cuando el lujoso crucero polaco Chrobry recala en Buenos Aires en viaje inaugural de promoción con diplomáticos, empresarios y artistas de esa nacionalidad, entre ellos ese “joven escritor de vanguardia, ojos punzantes, boca despreciativa”. La escala resultó breve: estaba por estallar la Segunda Guerra Mundial y el gobierno de Varsovia ordenó el pronto regreso. “Yo lo miraba todo como por un Telescopio, viéndolo todo tan Ajeno. Nuevo y Enigmático”; tanto que, a último momento, tomó sus petates y se quedó. Desconocido por estas playas, Gombrowicz había acariciado una pequeña fama europea, “publicado cuentos, teatro, pero fundamentalmente Ferdydurke (1937), el libro con el que pateó las puertas del mundo, por así decir, donde mostró sus obsesiones, sus presupuestos filosóficos y dejó claro qué batallas pensaba dar a lo largo de su vida. El rechazo a la madurez, a la forma y la búsqueda de lo imperfecto, lo inmaduro, la juventud”, remarca Halfon.

Dotada de una potente fuente documental que comprende fragmentos mismos de textos del polaco, entrevistas, referencias bibliográficas, notas periodísticas locales y extranjeras, la investigación de Halfon en momento alguno se sume en la quietud anecdótica, a la que tampoco subestima. Obtiene marcos contextuales históricos y articulaciones literarias aún de personalidades que no alcanzaron a conocerlo pero ahondaron con profundidad y respeto en su obra. Son detalles que pasan a adquirir ribetes significativos y ritmos propios, sin desmedro de la agilidad en la escritura de la autora, cada tanto sagaz y felizmente contagiada de los rasgos de estilo de su héroe. Tratándose de la contagiosa prosa de Gombrowicz, no podía ser de otra manera.

 

Gombrowicz con la barra de Tandil: Dipi Di Paola, Mariano Betelú, Juan Carlos Ferreyra, Jorge Vilela, etc.

 

Ídolo de las damas de alcurnia para quienes deparaba irónicas clases de filosofía (o de lo que fuese) por un módico emolumento, el polaco se la rebuscaba porteñamente para sobrevivir, merced a su aristocrático don de gentes y florido despliegue de bagaje cultural. Estratagemas de seducción que alcanzaban sórdidos territorios, andurriales, las teteras de la estación Retiro, los jovencitos morochos y no tanto. Polemista pertinaz, esquivó en forma concienzuda el star system literario vernáculo, en recíproco ninguneo. Fue en las confiterías del centro porteño donde Gombrowicz buscó y encontró interlocuciones afines, algunas de las cuales devinieron en intensas amistades, extendidas a lo epistolar aún después de su partida. Vínculos pormenorizados por Halfon a lo largo de Extranjero en todas partes, releva un racimo de jóvenes personajes, algunos de los cuales con posterioridad se destacaron en las artes, nunca sin desconocer aquella marca.

Resulta singular al respecto sus andanzas por la ciudad bonaerense de Tandil, donde se topó con un grupo de intelectuales de dieciséis años que, para su asombro, habían leído Ferdydurke y con quienes mantuvo un tan intensa como extensa relación. Asimismo, el curioso encuentro en Santiago del Estero con la familia Santucho, a la sazón a cargo de una librería frecuentada por poetas, escritores y pintores de izquierda “de corte indigenista” por sobre “la imposición política y cultural de Buenos Aires y del imperialismo extranjero. Llama (Gombrowicz) a esas encendidas discusiones ‘la Argentina parlanchina’. Si bien Santiago del Estero lo seduce, su rechazo a cualquier esencialismo, su profundo individualismo y su fondo aristocratizante le impiden empatizar con estos discursos”. Entre “cuerpos que lo atraen y los discursos que lo repelen”, el escritor pasa cuatro meses en la provincia norteña, donde traba amistad con el estudiante de veintidós años Mario Roberto Santucho, Roby, “pura potencia, todo futuro”, quien en 1960 viaja a Buenos Aires, donde se encuentran. El polaco le otorga a Roby un espacio significativo en su Diario, donde incluye parte del epistolario intercambiado. Allí el joven le confiesa que no terminó de leer El casamiento, “lo acusa de chauvinista europeo aunque pide que le envíe Ferdydurke, ya que sus ideas sobre la inmadurez y la forma le interesan. Gombrowicz reproduce su respuesta, donde dice: ‘No lo puedo enviar, prohibición de Washington lo veda a tribus de nativos para evitar imposibilitar su desarrollo condenados a perpetua inferioridad”.

Intercambios plagados de “chicanas, curiosidad y desconfianza mutua” se alternan con vínculos calmos, aún tiernos, siempre intensos. Gombrowicz admiraba la inteligencia el despliegue en el lenguaje y la amplitud en la diversidad, por encima de las frivolidades culturales tan en boga. Sin reconocer sus artimañas retóricas, logró brindarlas para ser aprovechadas por quienes supieron desarticularlas en tanto filtro, puerta trampa, clave de acceso, como sea, para arribar de tal modo a un universo provocador, subversivo, no obstante de una riqueza inabarcable. Mercedes Halfon expone en forma sutil y no por ello menos rigurosa esas múltiples facetas de la galaxia gombrowicziana, cuyo principal cimiento es por supuesto la obra literaria. Los avatares de casi un cuarto de siglo de experiencia argentina aportan matices necesarios a fin de situar coordenadas indispensables al navegar dentro de tamaños paralajes. Witold Gombrowicz es al mismo tiempo un misterio a cielo abierto, un jeroglífico traducido en si mismo, un secreto a voces y Extranjero en todas partes un acceso óptimo para conocerlo y seguir develándolo.

 

 

FICHA TÉCNICA

Extranjero en todas partes, los días argentinos de Witold Gombrowicz

Mercedes Halfon

 

 

 

Buenos Aires 2023

164 páginas

 

 

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