Evidentemente los resultados electorales del 7 de septiembre en la provincia de Buenos Aires llevaron a lecturas demasiado lineales sobre las tendencias del voto a nivel nacional. Lecturas que eran compartidas por gran cantidad de sectores que visualizaban la posibilidad de un derrumbe político del gobierno. A lo que le seguiría una hecatombe en los mercados y la posterior erosión de la popularidad de Milei a partir de la evaporación de las ilusiones de sus adeptos.
La reacción posterior de los mercados a las elecciones nacionales legislativas reflejó una euforia digna del descubrimiento de “tierras raras” en toda la cordillera de los Andes. Las acciones argentinas que cotizan en el exterior (ADR) subieron hasta un 80% durante la semana que pasó. El Merval se recuperó fuertemente y el indicador de riesgo país (que refleja la percepción de los prestamistas internacionales sobre la capacidad de pagar la deuda externa de la Argentina) bajó un 40%. Pero el dólar oficial no se derrumbó hacia el “piso” de la banda, sino que más prudentemente quebró su persistente tendencia alcista preelectoral y bajó acotadamente durante la semana. Las tasas de interés, si bien entraron en un terreno descendente, aún son altísimas y reflejan cierta precaución de las autoridades monetarias sobre el posible destino alternativo de esos fondos en los bancos.
Los resultados en materia de desgaste político e institucional mileísta no se dieron.
Lo que significa que cuestiones urgentísimas, como la emergencia pediátrica o la emergencia en discapacidad —crisis provocadas por fanatismo ideológico del actual gobierno—, van a encontrar nuevas dificultades para su rápida resolución en los próximos tiempos. Por supuesto, no son sólo esos los graves problemas a resolver lo más rápido posible. Toda la demolición de la Argentina del progreso social que ha puesto en marcha La Libertad Avanza junto con el PRO continuará avanzando y haciendo daño en los próximos tiempos.
Pero también es necesario poner las cosas en su justo término: el derrumbe se produjo básicamente en las colectoras “sensatas” del proyecto neoliberal en marcha, tanto en Santa Fe como en Córdoba. Esas proxis “federalistas” del mileísmo, que acompañaron y votaron todos los proyectos importantes de Milei, recibieron un importante castigo electoral. Parte de sus votantes decidieron mudarse hacia el neoliberalismo crudo de La Libertad Avanza.
Los votos que sacaron las diversas vertientes peronistas en todo el país ayudan a pensar, contar y distinguir entre las diversas fracciones de este extenso y diverso conglomerado político, que no fue capaz de mostrar un perfil opositor sólido y consistente. “Poner un freno” a un experimento tan salvaje como el actual, que en realidad debería ser dejado de lado y reemplazado cuanto antes, no parece ser lo más convocante para el público que se siente fuertemente agraviado por lo que se hace desde el gobierno nacional.
Para otro tipo de público más ingenuo, que no comparte una crítica radical al modelo libertario, “poner un freno” al gobierno sonó a poner “palos en la rueda”, un clásico del pensamiento despolitizado que no termina de entender que existen intereses contrapuestos en la sociedad y que los que están perdiendo son ellos.
El FIT tuvo un papel decoroso. Dentro del discreto espacio político que ocupan, y junto con otros espacios de izquierda, pueden estar llamados a tener un mayor protagonismo político si los proyectos mileístas de concentración de la riqueza en poquísimas manos se siguen concretando. La presencia pública de diversas formas de izquierda se hace relevante en un sistema político fuertemente escorado hacia la derecha que empieza a considerar “natural” la desigualdad social extrema, la corrupción judicial, la falta de derechos democráticos y el sometimiento voluntario a poderes externos.
El 34% de los ciudadanos aptos para votar que no se hicieron presentes en las urnas habla también de un significativo porcentaje de rechazo o indiferencia que vuelve a poner sobre la mesa la discusión sobre la crisis de representación. Milei no los convoca, los “moderados” no los convocan y el kirchnerismo y la izquierda tampoco.
La principal repercusión institucional es que el mileísmo amplía considerablemente su peso parlamentario, el kirchnerismo retiene una fuerte presencia, sobre todo en diputados, y se achica el espacio de los partidos intermedios, muchos de los cuales no encontrarán demasiada dificultad en votar junto a los libertarianos si la limosna es lo suficientemente grande.
¿Qué votaron los que los votaron?
Una respuesta seria sobre esta pregunta fundamental, por supuesto, se irá conociendo a medida que se investigue con profundidad el pensamiento de los votantes.
Debemos decir que algunas buenas encuestadoras habían advertido, en las semanas previas a los comicios, sobre la recuperación que se estaba notando en el voto libertario en todo el país, diferenciándose de las preferencias provinciales en muchos casos. También se podían escuchar testimonios personales de damnificados por el mileísmo que proclamaban, contra viento y marea, su fidelidad al voto por La Libertad Avanza.
Gente que no se había sentido convocada en las elecciones de septiembre en la provincia de Buenos Aires sintió que debía hacerse presente con un voto a favor de la continuidad de la experiencia mileísta.
Es probable que parte del público —tampoco nosotros— se sintiera infeliz con la perspectiva de una catástrofe económica el lunes, que evocaba fantasmas de situaciones traumáticas pasadas.
Paradójicamente, quienes señalábamos las inconsistencias y peligros de la política económica oficial, pudimos haber contribuido a que la gente común percibiera el riesgo de un desmadre político-económico inminente. Millones de argentinos están endeudados y con graves problemas económicos, como para que encima se derrumbe todo el tinglado sobre sus cabezas. La advertencia de Trump de que si no ganaba Milei, Estados Unidos cesaba su “apoyo” a la Argentina puede haber operado también como otro elemento en un imaginario colectivo donde crecía el temor a un empeoramiento abrupto.
Con mucha justicia, gente del campo nacional y popular realizaba en los días posteriores a las elecciones una enumeración, casi interminable, de crímenes, horrores y barbaridades perpetradas por el actual gobierno contra la población, la economía, la soberanía, las instituciones y la democracia, y se quejaba amargamente por la indolencia de ese 40% (del 66% que votó) con relación a todos esos importantes temas públicos.
Es cierto, pero valen dos observaciones: ya vivimos, en la infame década menemista, el famoso “voto cuota”, respuesta individualista y defensiva dada por nuestros compatriotas a una larguísima lista de tropelías similares realizadas por el gobierno del PJ en ese momento. Los ciudadanos reeligieron en 1995 a quien no sólo había estafado a su electorado, sino que además contradecía todos los días en su acción de gobierno el significado histórico de la palabra peronismo.
Además, el progresivo desmembramiento de las redes de solidaridad social, la desprotección real de los trabajadores y otros desamparados de la última década refuerzan las tendencias a la autodefensa individual, a salvarse como se pueda. La precarización cultural y la despolitización general —de la cual la derecha es la principal beneficiaria— favorecen la elección de opciones partidistas que estéticamente, de manera intuitiva, generan un remedo de rebeldía o de ruptura con lo instituido.
Es importante considerar estos elementos, dado que una explicación-consuelo, muy escuchada también, es que es puro voto antiperonista, y que ese voto es irreductible y eterno, y que no hay nada que hacer. Es cierto que el antiperonismo y el antikirchnerismo revisten, en muchos casos, ribetes patológicos, en el sentido de que los capturados por esa pasión negativa no aciertan a explicar racionalmente el origen de su furia o repiten consignas implantadas masivamente por los medios.
Pero no debe hacerse un fetiche del 40% de voto, que además sería inmutable. El voto mileísta original no es reductible a una mera pasión antiperonista, ya que tiene un alto componente juvenil, para el cual parte de las polémicas históricas no tienen ningún sentido. Hay algo novedoso —lo que no quiere decir positivo— en el voto mileísta. Pasa el tiempo. Hay nuevas generaciones, nuevas vivencias, nuevos climas culturales, nuevas realidades socioeconómicas.
Algunas indagaciones sociológicas sobre otro tipo de preferencias distintas de las electorales muestran la presencia en diversos estamentos de la sociedad de una diversidad de visiones y sensibilidades muy interesantes, que eventualmente podrían ser convocadas por otras propuestas políticas mucho más democráticas y luminosas que el discurso turbio y retrógrado del libertarianismo.
Finalmente el argumento economicista de “la caída de la inflación” parece ser dudoso como explicación del voto. La inflación mensual está en el 2%. No es ninguna hazaña económica en un contexto de deterioro salarial y del empleo. A pesar de la abrumadora campaña para erigir a la inflación en “el único problema que tiene la gente”, la mayoría percibe que tiene un conjunto de dificultades que no se limitan a la suba de precios. De hecho, la propaganda gubernamental puso muy poco énfasis en los logros reales y machacó más con el temor a “la vuelta del pasado”, otro hit de la propaganda de la derecha vernácula.
¿Qué cosas siguen igual?
Aunque el derrumbe económico no se produjo, el dólar no estalló y, por consiguiente, los mercados financieros festejaron con fuertes alzas, la situación de la economía real y la del sector externo continúa en muy malas condiciones.
Seguimos observando caída continua de la recaudación impositiva como reflejo de una economía en contracción.
No se acabó el “cepo”, ni se sabe cómo harán para cumplir la promesa de abrirlo para que las empresas puedan remitir masivamente sus ganancias al exterior.
No se juntan reservas en el Banco Central (dicen que empezarán en enero), en parte por la trampita que hicieron para conseguir dólares de las grandes cerealeras hace sólo unas semanas. Habrá que esperar al verano.
El próximo lunes vencen deudas por 850 millones de dólares con el FMI, que probablemente serán cancelados usando Derechos Especiales de Giro (DEG), una unidad de cuenta emitida por el propio FMI.
El swap norteamericano fungirá como garantía concreta para los pagos de deuda externa futuros y no podrá reemplazar al swap chino por ahora. Esa ingeniería financiera es muy importante porque tanto el gobierno como los estadounidenses esperan que la Argentina pueda bajar su nivel de riesgo país (la sobretasa que le cobran para prestarle) a niveles que le permitan tomar deuda fresca con la cual ir pagando los vencimientos de deuda vieja. Deuda, intereses, comisiones. El mundo de J.P. Morgan y sus amigos.
En el terremoto de la economía real, se anunció que las tarifas de gas y electricidad subirán en noviembre un 3,8%. Habían retrasado estos ajustes con fines electorales, y ahora se acelerará la reducción de subsidios a la población, también por razones fiscales. El endeudamiento de la gente con bancos y empresas prosigue, y no hay señales de que pueda revertirse, en la medida en que la perspectiva de los ingresos de la población muestra una tendencia declinante.
Los comerciantes, muchos de los cuales votaron a LLA —y en la capital a Patricia Bullrich—, se quejan de la caída en las ventas. Se ve que creen que es un problema de mala suerte personal.
Aquel empresario que describía cómo la macroeconomía mileísta estaba haciendo trizas a su empresa, pero que de todas formas pensaba votar a LLA, y aquella trabajadora que había sido despedida luego de 23 años de trabajo en una firma y no le alcanzaba para ayudar con los medicamentos a su madre —pero que de todas formas votaría a LLA— encontrarán que su voto fue un aval a la continuidad de las políticas que generan sus respectivos infortunios. Lo astuto de las promesas económicas mileístas es que son a diez, 20 o 30 años, lo que reduce su verificabilidad empírica y explota a fondo la pobre inocencia de la gente.
El puente hacia el porvenir
¿Cuál es ahora la perspectiva económica? Todos saben —los norteamericanos, el gobierno, los mercados— que no se puede seguir indefinidamente pidiendo prestado para sostener un esquema que no es capaz de producir las divisas que necesita el país para que el mercado interno funcione y le pueda pagar a sus acreedores.
Aparece, en un horizonte a tres o cuatro años, la perspectiva de exportaciones mucho más significativas de las tres o cuatro actividades “permitidas” a nuestro país por la división internacional del trabajo: combustibles, minerales, productos agrarios. De esos rubros deberán salir los dólares para que el país funcione, sin tener que estar sistemáticamente pidiendo rescates en Occidente.
Suponiendo que todo fuera bien, que las grandes inversiones llegaran, que los precios internacionales justificasen tales inversiones y que finalmente maduraran y empezaran a exportar al mundo (y suponiendo también que el mundo no tiene una crisis financiera de proporciones y que el cambio tecnológico no convierte en obsoleto algún producto hoy “estrella”), ¿de qué y cómo va a vivir la Argentina hasta ese momento en el cual empiezan a entrar dólares en mayor cantidad?
Debe recordarse que hay fuertes vencimientos de deuda en los años venideros, que habrá grandes requerimientos de divisas y que la gente —también los libertarios— va a reclamar que finalmente algo mejore y que le aflojen con el ajuste. ¿Cómo llegará el país a una situación de equilibrio externo compatible con una situación socialmente tolerable internamente?
No hay ninguna novedad en ese sentido. Nada. Promesas, ilusiones, vaguedades.
No hay un plan estratégico nacional. Y cómo pedirlo a un gobierno ideologizado que cree en la espontaneidad de los mercados.
Mientras persista el mileísmo y sus apoyos sociales, no habrá alivio para el pueblo argentino, ya que los recursos que el país necesita para relanzar un proceso de acumulación de capital productivo se van a ir por la canaleta de los pagos de deuda externa, la fuga de capitales y las remesas de fondos de las grandes multinacionales que operarían en el suelo argentino.
Las reformas que piensa realizar el gobierno no tienen nada que ver con un despegue productivo real. Todo lo que se dice y circula en materia de reforma laboral es para volver más angustiante y precario el trabajo asalariado y darle más poder a las empresas. La reforma impositiva parece apuntar a reducir impuestos al capital, lo que, como ya se demostró desde la época de Ronald Reagan en Estados Unidos, no redunda en ninguna lluvia de inversiones, sino en más piletas de natación en countries de adentro y afuera del país. Y la reforma jubilatoria es para volver a darle al capital financiero local e internacional nuevas fuentes de ingresos a partir del aporte de los asalariados mejor remunerados.
Volvemos al punto: nada de esto promete progreso, mejora ni prosperidad para la inmensa mayoría de la población. Ni ahora ni en diez años.
Reconfiguraciones
Por si no quedó claro: si somos capaces de trascender las operaciones comunicacionales muy bien diseñadas y la acción psicológica permanente de la derecha gobernante, no hay nada sólido en el actual proyecto oficial. No tiene absolutamente nada, más que fantasías, para ofrecerle a la mayoría, y eso se irá viendo semana a semana, mes a mes.
También es evidente la falta de potencia política en el campo realmente opositor. En las semanas previas a la elección, en las que presenciamos atónitos una intervención norteamericana descarada en los asuntos internos de la Argentina, no hubo reacciones significativas de parte de los principales actores políticos.
Ahora viene una reforma laboral brutalmente antiobrera y antihumana.
CGT, ¿dónde estás? ¿Quién se ocupará de explicarle a los trabajadores, informarlos, mostrarles un rumbo de autodefensa frente a la ofensiva permanente del capital que encarna Javier Milei? ¿Tiene algo para decir el Partido Justicialista o es un tema que no le incumbe?
Las elecciones del otro día, como señaló con claridad Edgardo Mocca, no cerraron nada. Son un nuevo episodio que nos llama a estudiar y comprender este extraño y perverso experimento en el que estamos metidos.
Nada es sólido en el actual gobierno. Ni su armado político —jaqueado por causas judiciales locales e internacionales—, ni su esquema económico, hecho de puros emparches basados en el humo financiero. Ni tampoco es sólido su principal y único aliado externo, Donald Trump, que cayó a una popularidad del 39% en la opinión pública norteamericana —la más baja para este período de gobierno de todos los Presidentes norteamericanos a lo largo de la historia— y que está generando fuertes tempestades en la opinión pública de su propio país.
Se hace necesario construir una voluntad transformadora capaz de convocar y convencer a las mayorías. Es una invención que aún no vislumbramos.
Decía Raúl Alfonsín el 30 de octubre de 1983: “Este día debe ser reconocido como el día de todos. Hemos ganado, pero no hemos derrotado a nadie; todos hemos recuperado nuestros derechos. Levantamos banderas de unión nacional y de convivencia democrática".
Quizás en la frase “hemos ganado, pero no hemos derrotado a nadie” resida la clave secreta de las desventuras del pueblo argentino en democracia.
Para que haya democracia verdadera, hay que plantearse derrotar a la antidemocracia. No aceptar la convivencia resignada con el autoritarismo y la desposesión que emanan de los experimentos económicos sin horizonte del capital global y sus empleados locales.
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