El factor religioso

La situación latinoamericana como búsqueda de un nuevo horizonte

 

A partir de reconocer la gravedad de la situación que atraviesa nuestra América, insisto en intentar ver detrás de esa gravedad, un horizonte.

El capital financiero globalizado cuenta con dos recursos que por momentos lo ponen en ventaja respecto de nuestras fuerzas políticas y sociales nacionales, populares y progresistas, por estar siempre abocadas a atender las situaciones de urgencia que sufren nuestras postergadas mayorías, sean estas originarias, campesinas o trabajadoras. Esos dos recursos con que cuenta el poder real son la capacidad de planificar sus estrategias a mediano y largo plazo y el dinero para financiar ese despliegue estratégico.

Así, ante la dificultad para oponerse a los logros económicos y sociales de los gobiernos populares, se han dedicado a detectar cuáles fueron nuestros flancos débiles, nuestro déficit en la concientización política respecto de las conquistas obtenidas. Y es en ese plano de nuestras asignaturas pendientes, en esos flancos débiles detectados por el imperio, donde las fuerzas populares debemos encontrar el costado esclarecedor de las presentes experiencias y construir el modo de afrontarlos.

¿Cuáles serían algunas de esas asignaturas pendientes?

a) la ausencia o déficit de un servicio de información eficiente, anticipado y comprometido con los intereses de las mayorías;

b) un uso eficaz, creativo y extendido de las redes sociales, según el segmento etario y social a la que llega predominantemente cada una de ellas;

c) una organización territorial capaz de neutralizar la presencia localizada de las fuerzas del odio, la penetración capilar de ONGs financiadas desde el exterior y su prédica depredadora respecto de las fuerzas progresistas y de la gestión del Estado;

d) una agenda de la post-inclusión para las nuevas capas medias;

e) la democratización de la comunicación de masas;

f) la re-educación democrática de nuestras fuerzas armadas y de seguridad;

g) el factor religioso.

Respecto del penúltimo ítem, han tenido la perseverancia de adoctrinar a los altos mandos de nuestras FFAA y de seguridad en sus laboratorios de pensamiento. Sabiendo que están compelidas a equiparse de armas, supeditan ese equipamiento a la formación ideológica de sus cuadros. Y así, nuestras FFAA y de seguridad, surgidas de las entrañas del pueblo, financiadas por él y jerarquizadas hasta el punto de portar armas para protegernos, salvo honrosas excepciones terminan por defender los intereses de los sectores dominantes y no del pueblo que las sostiene. Debido a nuestra extendida colonización cultural, creen estar llamadas a preservar un orden que no es el del pueblo, sino el del poder. En la re-educación democrática de nuestras FFAA y de seguridad encontramos una de las asignaturas pendientes de las fuerzas populares.

 

 

El conservadurismo cristiano

Por su parte, el factor religioso, en tanto hecho social, siempre ha tenido conexión con la política. Por eso, sin ninguna pretensión académica y mucho menos teológica quisiera hacer una primera consideración política sobre el tema. Me baso para ello en lo expresado por Enrique Dussel acerca del golpe en Bolivia. Dussel afirma que la presencia de determinadas congregaciones evangélicas en el golpe conforman una nueva categoría de análisis, extensible a toda la región.

Ya no se trata de las posiciones más conservadoras de la cúpula de la iglesia católica, que incidían en la política para administrar el Estado en nombre de esas ideas y de las élites que las profesaban. Tienen de común con el conservadurismo cristiano de la inquisición, eurocéntrico, hegeliano, la discriminación, ya sea del irlandés, del africano o del originario de América, que aún hoy son considerados como seres inferiores. Pero estas nuevas tendencias ya no consideran al Estado como el principal administrador de los bienes universales, y como tal el organizador de la sociedad, como sí lo consideraba la autoridad del conquistador que empuñaba la cruz y la espada. En todo caso, la presencia del Estado sólo sirve para identificar a través de un uniforme a las FFAA encargadas de una represión brutal, una nueva inquisición.

En La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Max Weber extrae sus conclusiones a partir de un hecho estadístico que no sólo se limita a sus observaciones de la Europa del siglo XIX, sino que se remonta al propio siglo XVI, y es que “los protestantes participan con el porcentaje más elevado con relación a la población total, en la posesión del capital, en la dirección, puestos de trabajo especializado y personal técnico y comercial mejor preparado de las empresas modernas”. Pese a la autonomía en cuanto a la interpretación de la Biblia respecto a la centralidad ejercida por el papado, y a su apertura conceptual respecto de las tradiciones católicas, el protestantismo significó una reglamentación mayor de la conducta personal de sus creyentes, en comparación con una autoridad papal “bastante relajada”. El sacerdote a su vez castiga pero absuelve, otorga la posibilidad del arrepentimiento, y, por lo tanto, de la repetición del pecado. Aquella combinación de laxitud normativa y hostilidad hacia la ganancia económica de la Iglesia Católica (“puesto que sus acciones se dirigen al mundo material mientras la Iglesia debe ocuparse del espíritu”), puso al protestantismo en una posición mucho más vigorosa frente al despliegue de la revolución industrial. Para el protestantismo, “querer ser pobre es como querer estar enfermo”. La fe religiosa no era en absoluto incompatible con la avidez de riquezas, aunque sí lo era con los extremos de la pereza y la codicia absolutas. No se predicaba la búsqueda amoral de ganancias, sino una disciplina de trabajo a la que asociaba con el deber y la virtud. El individuo cumple con Dios a través de su progreso económico, y a partir de ello se sitúa en posición de recibir la gracia divina. A través de la confianza en sí mismo y la realización de obras buenas, entrará en el universo de los elegidos por Dios.

Sin embargo, aquel ascetismo cristiano, moderado, predicado preferencialmente por el calvinismo, que logró ubicar a la sociedad británica como la de desarrollo económico, institucional y tecnológico más temprano, evolucionó de maneras diversas. De los protestantismos históricos devinieron tendencias evangelicales, pentecostales y neo-pentecostales más complejas, siendo estas últimas las que, desde los Estados Unidos hacia el sur, más se propagaron por América Latina, en sus barrios, en pequeñas iglesias, en sellos musicales, en edición de libros... Y luego en ONGs funcionales al neoliberalismo y financiadas por él.

A semejanza de los hechos del Pentecostés narrados en el Nuevo Testamento, sostienen la actualidad de los dones y acciones sanadoras y reparadoras del Espíritu Santo. Este factor, unido al empobrecimiento progresivo y las necesidades insatisfechas cada vez más extendidas en nuestra región, convirtió a estas creencias en unas de las más difundidas. A partir del principio de universalidad del sacerdocio, su apertura para descubrir y adiestrar líderes locales como nuevos pastores la ha llevado a conectarse con las situaciones más mundanas. A cambio del diezmo como signo de entrega a Dios, ofrecen la solución de esas angustias por medio de la gracia divina. No olvidemos que, en todas las épocas, el desconsuelo y la incertidumbre que generan las necesidades primarias contribuye a acercarse a la noción de milagro.

Estamos ante una de las instituciones que más se ha “democratizado”, si por ello entendiéramos su expansión capilar en vastos territorios. En el sentido del respeto por lo diverso, podríamos decir todo lo contrario. Así como el Espíritu Santo dejó de ser una metáfora, también dejó de serlo el demonio, la presencia del mal, al que hay que expulsar por vía de la “guerra espiritual”. Una guerra espiritual contra el mal, que en estos tiempos se expresa a través de la lucha contra los derechos de género y la diversidad, el patriarcado, el matrimonio igualitario, la interrupción legal del embarazo. Y también contra la política en general como sostenedora de estos debates, asociándola banal y ligeramente con la corrupción. Se trata de una batalla religiosa, pero a la vez política.

No estamos en presencia del modelo social occidental y cristiano versus el comunismo ateo y materialista, asumido por las dictaduras clásicas. Ya no se trata de una disputa por hegemonizar la política, sino de su lisa y llana erradicación a expensas de la gobernanza de los mercados. Y la plataforma de apoyo para tal fin la constituye una nueva subjetividad consumista neoliberal, de la cual estas tendencias evangélicas son fuertemente responsables o cuanto menos funcionales. Al llevar a su máxima expresión la mirada mística de los problemas a fin de obtener la salvación mesiánica, y predicar una salida absolutamente individual a partir de la cual sólo ponernos al servicio de Dios –y no bajo una organización estatal o como partes de una política pública—, nos hará acreedores de la gracia divina, nos devolverá a un estado de sociedad pre-civil, anterior a todo tipo de organización social. La sociedad se reduce así a una mera suma de emprendimientos individuales. Y todo aquel que no demuestre estar a la altura de las circunstancias quedará relegado y discriminado a un status infra-humano o infra-societario. La antigua “teología de la prosperidad”, llevada al paroxismo.

Y es aquí donde, según Dussel, se conecta con el neoliberalismo a ultranza, que a la vez expande transnacionalmente el capital pero lo concentra en poquísimas manos. Por el extremo individualismo consumista, funcional al autoritarismo del mercado y la discriminación. La Pachamama representa para él una suerte de nuevo paganismo para este nuevo fundamentalismo religioso. Un nuevo paganismo que hay que erradicar por considerárselo, una vez más en la historia, parte de una “raza inferior”. Para los originarios, la Whipala puede flamear junto a la histórica bandera tricolor de Bolivia; para los portadores de este nuevo evangelio en una mano y bandera tricolor de la Bolivia blanca en la otra, la Whipala debe ser quemada y las mujeres de pollera, ultrajadas. Para Lula, Bolsonaro no tiene que desaparecer; para Bolsonaro, Lula tiene que pudrirse en la cárcel. La democracia frente al totalitarismo; el respeto frente a la negación del otro; la integración y la articulación de intereses, la multipolaridad y la diversidad cultural frente al “choque de civilizaciones”.

La presencia de una vertiente dominadora y otra liberadora es una característica de las tres religiones monoteístas. En todas ellas existe un fundamentalismo que oprime, expulsa y extermina. Y es aquí donde adquiere valor político el conectar a todas las vertientes emancipadoras, profundamente ecuménicas, humanistas, democratizadoras del pensamiento, incluso –y primordialmente— del pensamiento religioso. Porque se trata de un fenómeno mundial que conecta el fundamentalismo religioso con la subjetividad neoliberal, en sus aspectos vinculados al racismo, la discriminación, el individualismo, la fragmentación, el odio. Al fundamentalismo de mercado, que legitima la concentración cada vez mayor del capital, y la desaparición del Estado y la política.

En el caso de América Latina, que es el que nos toca más de cerca, es fundamental reconocer este fenómeno, por cuanto es donde más se ha expandido. Y quienes más han caído presa de este novedoso paradigma de exclusión, suelen ser, paradójicamente, capas muy pobres de la sociedad, a quienes, por nuestra ideología, debemos representar. Cómo abordar el factor religioso se ha convertido en una cuestión eminentemente política.

Y debemos saber que, a esta altura, ya nos resultan insuficientes los mecanismos tradicionales de persuasión. Más aún cuando se trata del factor religioso, porque la realidad nos demuestra lo difícil que se nos hace penetrar en quienes no creen algo porque lo hayan analizado, sino que, a la inversa, buscan elementos de análisis que los reafirmen en lo que ya creían con anterioridad. Ortega y Gasset supo decir “las ideas las tenemos, pero en las creencias estamos”. Es decir, resulta mucho menos difícil cambiar una idea que salir de una creencia. De aquí que nuestros modos de acción y de relación política deban atender estas nuevas circunstancias.

Por eso concluyo respondiendo a la hipótesis inicial. Es cierto que la situación es grave, pero al mismo tiempo esclarecedora. Porque nos permite poner en el centro de la agenda pública temas que hasta ayer nomás parecían pasarnos desapercibidos, o en todo caso los teníamos relegados a un segundo plano.

 

 

 

 

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