EL GATO CON BOTAS EN EL REINO DEL REVÉS

Noticias y reflexiones acerca de los pícaros y la transparencia

Este artículo fue publicado por su autor en 2016. La referencia al reino del revés aludía a los engañosos 
rankings de Transparencia. Las aventuras del Gato con Botas, narradas por Perrault, le devuelven inquietante 
actualidad: una serie de engaños en propio beneficio.

 

La ONG Transparency International (TI) difunde todos los años un ranking que aspira a medir la corrupción en cada país. Este ranking, de gran impacto mediático, se elabora sobre la base de encuestas a ejecutivos de multinacionales que miden las trabas que encuentran sus empresas en términos de corrupción político-estatal en los países en los que operan. El interés principal de las multinacionales que sostienen esta iniciativa es reducir los costos de sus operaciones globales.

El foco está puesto entonces en la corrupción estatal y no en la de las empresas, ignorando que –como en el tango– la corrupción se baila de a dos. TI fue creada en 1993 por Peter Eigen, un alemán que hasta ese momento trabajaba como director del Banco Mundial y dejó su cargo para fundar la ONG con el apoyo de grandes empresas multinacionales y fondos de Estados Unidos e Inglaterra, principalmente. TI ha multiplicado desde entonces sus “Capítulos Nacionales”, nombre que da a las organizaciones locales que la representan en cada país.

Resulta interesante destacar algunos hechos recientes en los que están involucrados representantes de las principales oficinas del Cono Sur. El presidente de Chile Transparency, Gonzalo Delaveau Sweet, se vio obligado a renunciar al revelar los Panamá Papers su vínculo con empresas offshore de Bahamas. Un representante de TI en Brasil, Fábio Osório Medina, fue designado Ministro a cargo de la Abogacía General del Estado (equivalente a la Procuración General del Tesoro) en el gabinete de Michel Temer. Y una representante argentina, Laura Alonso, después de pasar hace pocos años desde la conducción de Poder Ciudadano (el capítulo local de TI) a una diputación nacional del PRO, ha sido nombrada titular de la Oficina Anticorrupción. Alonso ha mostrado más preocupación por preservar al Presidente de la Nación de los impactos de la divulgación de la existencia de empresas offshore propias y de su familia, que por iniciar con prontitud y rigor las serias investigaciones a las que está obligada por su cargo. En una reciente publicación, por último, el actual titular de Poder Ciudadano ha señalado que el cambio de gobierno argentino puede generar nuevas perspectivas debido a que el Presidente Macri dio señales de preocupación por la transparencia en su exitosa campaña electoral. A la vez, explicó que la mejora de Paraguay en esta misma cuestión podría deberse a que el Presidente Horacio Cartés es cercano a los empresarios; en rigor, se trata de un importante hombre de negocios de ese país.

En cuanto a la transparencia de la máxima autoridad política argentina, su familia, Ministros, altos funcionarios y amigos, puede decirse que el Presidente Macri ha abusado de este bello adjetivo sin aportar evidencia alguna, hasta el momento, que lo desincrimine en el caso de los Panamá Papers. Para peor, el actual gobierno impulsa un generoso blanqueo de capitales, una moratoria fiscal y reducciones y una posible eliminación del impuesto a los bienes personales que no sólo terminarían premiando a sectores del poder económico que se han puesto fuera de la ley, mofándose de los cumplidores, sino que podrían transformar al propio país en una guarida fiscal (tax haven).

 

Nadie baila con los pies

Otro ranking internacional de gran interés desde la perspectiva de la transparencia global, con mucho menor apoyo mediático que el de TI, es el Indice de Secreto Financiero (ISF, Financial Secrecy Index) elaborado por la ONG Tax Justice Network  (TJN). TJN es una red internacional independiente lanzada en 2003 para incidir en un amplio abanico de cuestiones vinculadas con los impuestos, las guaridas fiscales y la globalización financiera. Se trata de un think tank que reúne a expertos sin alineación político-partidaria, ligados a redes nacionales y regionales de activistas que actúan en esos campos. El ISF ordena a los países de acuerdo con la opacidad (“secretismo”) que cada uno de ellos ofrece y la escala de las actividades financieras offshore que logran atraer. El Índice está concebido para ayudar a entender el grado de secretismo de las guaridas fiscales (mal llamadas “paraísos fiscales”) y los flujos financieros ilícitos (la denominada “fuga de capitales”).

Los resultados de la comparación de los índices de TI y TJN son llamativos: los países más transparentes para TI son los más opacos para TJN. En el ranking de Transparency International, dejando a un lado a los países nórdicos, entre los más transparentes se puede encontrar a las guaridas fiscales más importantes del mundo: Holanda (5º), Suiza (7º), Singapur (8º), Luxemburgo (10º), Gran Bretaña (11º), Estados Unidos (16º) y Hong Kong (18º).

Vale decir, estos mismos países son los más opacos según el índice de TJN. Si uno considera el conglomerado de guaridas que giran en torno a Londres –los protectorados de la Corona Británica tales como Caymán, Virgin Islands  y Jersey, entre otros— Gran Bretaña se ubica primera en términos de secreto financiero, seguida por Suiza (2ª), Hong Kong (3ª), Estados Unidos (4ª), Singapur (5ª) y Luxemburgo (6ª).

El ranking de TJN pone en evidencia que dos de las principales potencias del globo, Estados Unidos y Gran Bretaña, son los principales beneficiados por el sistema de opacidad que brindan las guaridas fiscales.

Importa aquí hacer un poco de historia: cuando Gran Bretaña pierde su imperio colonial, después de la Segunda Guerra Mundial, construyó un sistema global de protección fiscal de evasores y elusores de impuestos, de anonimato completo de los propietarios de activos (reales y financieros), y de ausencia total de transparencia para la información de todo tipo de personas y empresas, que le permitió absorber enormes sumas de capital del resto del mundo a poco costo. En otras palabras, reemplazaron renta colonial por renta financiera.

Estados Unidos está haciendo lo mismo, con la diferencia de que nunca tuvo un imperio colonial que perder, pero sí sufre un deterioro de su competitividad respecto a países emergentes como China. Por la vía financiera, Estados Unidos compensa la pérdida que sufre por la vía productiva. Varios de sus Estados Delaware, Nevada, Alaska y otros– funcionan como guaridas fiscales de creciente importancia, ubicando en pocos años a la federación del Norte de nuestro continente en los primeros puestos del ranking de TJN.

 

Dos y dos son tres

De este modo, los dos centros financieros hegemónicos del mundo, Nueva York y la City de Londres, con las constelaciones de guaridas que giran en torno a ellos, succionan capital de los países del ‘Sur’ –y también del resto del Norte– limitando su ritmo de crecimiento, restando recursos del giro local de los negocios, afectando severamente la creación de empleos, empujándolos al endeudamiento externo y exponiéndolos, por fin, a las graves crisis fiscales y externas que resultan de la deuda. En momentos de crisis los fondos de los ricos de los países en desarrollo vuelan “hacia la calidad” de la hermandad anglosajona vía las guaridas fiscales que ella controla. Por las precedentes razones, en los esfuerzos de acumulación de los países del `Sur´ dos y dos son tres, como dice el verso de María Elena: una parte muy importante del excedente desaparece, fuga al exterior.

 

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La hermandad anglosajona prohijó, en forma paralela a la creación de su red de “paraísos” —esta denominación sí vale desde su perspectiva— el desarrollo de un sistema financiero global sustancialmente desregulado. Este ha resultado desde los años '70 un actor central cada vez más dominante que, como Frankenstein, amenaza con escaparse de sus manos, si ya no lo hizo. (Para una excelente descripción de este proceso ver el libro Las Islas del Tesoro, de Nicholas Shaxson, FCE.)

Hacia fines de 2008, durante los peores momentos de la última crisis financiera global, pareció que la situación podría cambiar. Sus duros efectos, las negras perspectivas que la crisis disparaba y, en particular, las urgencias fiscales de los países europeos –asfixiados por ella y por los salvatajes masivos e incondicionales a los grandes bancos— llevaron a Alemania, Francia, y al entonces titular del FMI, Strauss Kahn, a insinuar la necesidad de reformas audaces. Nicolás Sarkozy fue el que más lejos llegó, al menos en las palabras, al sugerir que “a las guaridas fiscales hay que volarlas con dinamita”. Estas declaraciones parecieron ser una preparación del terreno para sostener una pulseada mayor con Estados Unidos y Gran Bretaña durante los preparativos de la reunión del G20 de Londres del siguiente año. Nada de lo que se insinuó en ese momento sucedió, sin embargo. Puede presumirse que la hermandad anglosajona se negó simplemente a sentarse a una mesa para pulsear y consiguió barrer todo bajo la alfombra.

Ningún debate relevante, plan de futuros cambios, ni decisiones concretas han sido impulsados al nivel de los países centrales desde entonces, en más de ocho años, de cara a esta cuestión crucial. Las soluciones impulsadas por el G20  y la OCDE (“Proyecto BEPS”) para limitar la erosión tributaria de los fiscos nacionales aparecen como muy débiles y sesgadas frente a la magnitud del problema.

Las revelaciones de los Panamá Papers, que aportan una cantidad enorme de casos aunque no novedades conceptuales acerca del mundo offshore, y la Cumbre contra la Corrupción realizada en Londres bajo la conducción de un Primer Ministro incriminado en los Panamá Papers, han brindado señales adicionales de que nada va a cambiar en lo inmediato. Tanto los Estados Unidos como Gran Bretaña han confirmado su común estolidez. Y el resto del mundo, en particular el ‘Sur’, ha dado a su vez repetida muestra de su proverbial paciencia, “digna de mejor causa”. Su anomia parece desmentir el poema del entrañable escritor oriental Mario Benedetti, El Sur también existe.

Seguiremos viviendo entonces, al parecer, el avance de la financiarización del capitalismo; vale decir, la expansión ilimitada de la economía casino, cada vez más especulativa y destructora de empleos, multiplicando los fondos que se despegan de la economía real y dominada por miradas de cortísimo plazo. El sistema empuja a los CEOs a las ganancias rápidas, inmediatas. A la economía de hoy no le interesa la próxima generación, ni siquiera los próximos cuatro, ocho o diez años. Se desentiende de los problemas ambientales y la creciente desigualdad social. El mundo de la especulación financiera hace un uso cada vez mayor de los sistemas que reproducen y amplían la opacidad: las empresas offshore, las guaridas fiscales, los estudios de abogados como Mossack Fonseca que arman y venden las empresas-cáscara (shell firms), las cuatro grandes empresas internacionales de auditoria y contabilidad (las llaman Big Four), y los grandes bancos globales, cada vez más dominantes.

Los bancos que manipulan, en buena medida y a escala global, los precios más relevantes de la economía, las tasas de interés y los tipos de cambio, son sólo 28 y constituyen el corazón del manejo opaco del sistema financiero global (un oligopolio global muy bien analizado en el libro de Francois Morin, L´Hydre Mondiale. L´Oligopole Bancaire, LUX). En esa lista están presentes todas las instituciones de la “comunidad financiera” que colocan en los mercados nuestros “bonos soberanos”, manipulan sus tasas de interés (sosteniéndolas inexplicablemente altas) y, a la vez, canalizan ilícitamente y administran los fondos que, trampeando a los fiscos y la ciudadanía, fugan al exterior desde nuestros países. También aceitan la mayor parte de las operaciones relevantes de las corporaciones multinacionales no financieras, tanto las lícitas como las ilícitas. Y no eluden  hacer negocios con el delito “abierto” (tráfico de drogas, corrupción política y otras muchas de sus variantes), ofreciendo el blanqueo de sus activos y otros servicios financieros.

Un ladrón es vigilante y otro es juez

La corrupción estuvo siempre presente en la sociedad humana. Los registros escritos se remontan varios miles de años atrás; el Código de Hammurabi (Babilonia), por ejemplo, data del año 1728 antes de Cristo. Este Código tiene inscripta en piedra, entre otros delitos duramente sancionados, a la corrupción de los jueces (sacerdotes) en sus sentencias contra inculpados: equivalía a “traición a la patria” y, por consiguiente, acarreaba la pena de muerte sin demora alguna. Mejorar al hombre y sus instituciones para minimizarla resultan muy antiguas prescripciones para acotar la corrupción, que no va a desaparecer mientras la humanidad sobreviva.

El curso global parece, por momentos, marchar hacia la desaparición de los Estados, cuyas acciones de contención y regulación resultan indispensables para “poner en caja” al capital desterritorializado (que nunca se limita ni autorregula). El avance de este último sobre los Estados-nación es cada vez más evidente. Por otra parte resulta claro que, en una visión estructural, es mucho mayor la importancia de la corrupción privada que la de la política (siendo que, como ya se señaló, esta última “se baila de a dos”).

Los medios masivos de comunicación y los centros académicos dominantes explican de un modo bien distinto a las clases medias las razones del deterioro de su nivel de vida y de la excesiva carga tributaria que soportan, para recibir servicios públicos y sociales cada vez peores. Estas “razones” apuntan a la corrupción de las clases políticas, sin distinción de partidos. En el caso de la divulgación de casos de los Panamá Papers los grandes bancos y las multinacionales están –en términos relativos— poco presentes y los políticos aparecen, por el contrario, sobre-representados en las primeras planas y los medios audiovisuales. Como afirmó el economista argentino Juan Valerdi en su reciente exposición en el Parlamento Europeo: “Este mensaje, difundido por los medios de comunicación multinacionales y los locales que dependen de la publicidad de las multinacionales, ha llevado a que las clases medias dejaran de creer no solo en las clases políticas de la mayor parte de los países democráticos del mundo sino incluso en la propia democracia”.

El único estudio serio hasta el momento disponible acerca de como se distribuyen —por tipo de actividad— los flujos globales que salen ilícitamente del territorio de los Estados-nación hacia el mundo offshore, ha estimado que la corrupción “política” representa nada más que el 5% del total, 30% se debe a los restantes delitos (tráfico de armas, drogas,  personas y otros), y un 65% a las  de actividades comerciales de las grandes empresas (con dominancia de las multinacionales) y las personas (en especial, los denominados “ricos globales”) (Raymond Baker, “Capitalism's Achilles Heel”, 2005).

No debe entenderse lo precedente, esto parece obvio, como una subestimación de los efectos perversos y el daño social que causa la corrupción política, especialmente en el caso de los gobiernos nacional-populistas o de izquierda, a los que ni sus electorados ni sus oposiciones conservadoras o de derecha suelen perdonar las prácticas corruptas, a diferencia de la mayor tolerancia respecto que suele beneficiar a los gobiernos afines al poder económico. De lo que se trata, entonces, es de poner la cuestión en su adecuado contexto y ocuparse centralmente de lo que tiene mayor importancia.

El desafío crucial para la humanidad  es no permitir el avance de la financiarización y la imposición del falso ideal neoliberal de un mundo sin Estados, sin regulaciones, sin democracias; en definitiva, sin leyes. Esta parece ser la principal tarea.

 

Jorge Gaggero. Economista especializado en finanzas y política tributaria. Entre 2004 y 2015 trabajó como 
investigador principál de Cefid-Ar. Se desempeñó también como profesor y asesor en diferentes ámbitos 
de gobierno. Fue integrante del Plan Fenix, es socio del Centro de Estudios Llegales y Sociales (CELS) 
y miembro fundador de la red de Justicia Fiscal de América Latina y el Caribe.

 

 

 

 

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