El gato rosado

Los días y las noches del gato de Doña Mecha

 

No trata un pensamiento político. Trata un fugaz descanso de lo político. A su favor, tiene que el hecho es real.

Es un gato rosado. No es grande ni chico, es mediano. Es de mi vecina, doña Mecha. En el día acompaña como un perrito a su dueña a hacer las compras. Camina manso, como adormilado al costado de su dueña. Yo nunca vi un gato acompañar a su dueña a hacer las compras. El gato rosado lo hace naturalmente. Si en estas salidas algún perro quiere atacarlo, se detiene, lo mira con desdén, y sigue. Si un par de perros, sean del tamaño que sean, se ofuscan y a toda costa quieren morderlo, le da dos recios zarpazos y los perros huyen con el hocico sangrando; después alcanza a doña Mecha que se ha adelantado unos pasos, y sigue a su lado. Al llegar a la casa entra con ella, pero a poco sale y se lo ve durmiendo distendido sobre una medianera, o en medio de la vereda en que la gente tiene que hacerse a un lado para no pisarlo, o sobre el techo de un chevrolet destartalado que dejo en la calle porque no tengo dónde meterlo. Hasta aquí los sucesos narrados son diurnos, y diría pasivos. Con las primeras sombras de la noche, su potestad se transforma. Y así, aunque la noche esté pasiva y aquietada como remanso, repentinamente sobreviene la hecatombe. El gato rosado invade el oscuro país de las sombras de los techos del caserío; abre el portal de los descalabros y todo se vuelve alaridos, correteos de amor en que cimbran ruidosos los techos de chapas. Entonces el vendaval de ladridos de perros enfurecidos corren y saltan en las sombras tras los maullidos del gato rosado que sin detenerse, como remolino de sinfonía erótica, azota chapas, sábanas tendidas y va cubriendo gatas alzadas con tan bellos arqueos, que más pareciera que ondula sobre matas de pasto. Se oyen gritos y lloriqueos de mujeres que en enaguas y a escobazos quieren espantar el espanto de ver sus gatas copuladas. A mí me da la sensación de que a los techos del caserío se hubieran subido diecisiete guasos chilenos en pedo, y a espuelazos y carcajadas zapatearan una cueca a pandereta y guitarrón homenajeando al gato copulador… Dentro de poco va a amanecer. Con una mano bajo la nuca miro por la ventana y pensando en el gato rosado de doña Mecha, recuerdo dos frases de un poema de Borges que dice: “Nadie habrá habido como él para el amor y la guerra…” Pienso que Borges se las hubiera dedicado, y pienso además que me parece mucho más bella la armonía estética del gato rosado copulando en las sombras sobre los techos, que los gritos, y ladridos de allá abajo…

 

 

 

 

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