El psicoanalista Fernando Ulloa [1], uno de los fundadores de la carrera de Psicología de la UBA, colega de Enrique Pichon-Rivière —con quien abordó la vinculación entre psicoanálisis y política— y amigo de Mimí Langer —una de las pioneras del psicoanálisis en la Argentina—, estudió con detenimiento cómo una infancia compleja puede llegar a transformar a un niño violentado en un adulto cruel.
Al afirmar que “la crueldad es el fracaso de la ternura”, Ulloa refería a que los comportamientos crueles pueden surgir como resultado de la incapacidad para cultivar la ternura en las relaciones humanas. Para este experto, la ternura no es simplemente un sentimiento suave, sino un impulso ético que se construye a través de la sociabilidad y que protege a los individuos de la crueldad. Esta última, como contrapartida, adquiere forma cuando falla el “dispositivo” de ternura y se pierde la capacidad de empatía hacia los demás.
En una entrevista en 1999 en La Nación, Ulloa señalaba: “La ternura es lo antitético de la crueldad. La ternura significa brevemente tres cosas: el abrigo frente a los rigores de la intemperie, el alimento frente a los rigores del hambre y el trato justo. No necesariamente un sujeto sin ternura está condenado a ser cruel. Dependerá del contexto social y los dispositivos socioculturales en que se incluya. Esos dispositivos serán la familia, la escuela, el matrimonio, la fábrica, la universidad”.
Juan González, el periodista que mejor investigó la vida de Javier Milei y que produjo —apoyado en entrevistas y encuentros off the record— una biografía de lectura indispensable sobre el primer mandatario, nos concede algunas pistas acerca de cómo aquellos dispositivos socioculturales fallaron en el caso de Milei y de cómo la crueldad se ha convertido en la esencia de su gobierno. Tras señalar que Milei sufrió en su niñez y en su adolescencia palizas imborrables en su hogar filial, González concluye —respaldándose en opiniones expertas de psicoanalistas— que personas con esa trayectoria “no necesariamente recurren a impartir a otros la violencia física recibida, pero sí a ejercer violencia verbal, gestual y psicológica, a veces bajo la justificación de que sólo están diciendo la verdad”.
En palabras de González: “Esa misma persona, que cuando podía zafar de las palizas en el hogar se tenía que enfrentar al bullying en el colegio, que luego le costó tanto sociabilizar que consiguió su primer amigo recién a los 35 años y su primera pareja a los 47, que pasó una decena de navidades y años nuevos encerrado solo con su perro en su departamento, que cuando ese animal murió empezó a hablar con él desde el más allá vía su hermana médium, es quien hoy maneja los destinos del país”.
La crueldad, con origen en la niñez y en la falla de los dispositivos socioculturales que la podrían haber morigerado, aparece de modo nítido en el discurso de Milei. La frase “no odiamos lo suficiente a…”, que cambia de objeto referente con el dinamismo propio de la agenda pública, se ha transformado —como sostienen Tokatlian y Malacalza en un ensayo reciente— en una consigna clave del lenguaje deshumanizante del primer mandatario. En esa retórica, el adversario es transfigurado en “rata”, “mandril”, “parásito” o “zurdo empobrecedor”.
Ahora bien, el discurso cruel ha penetrado el terreno concreto de las políticas públicas. Entre cientos de ejemplos, algunos paradigmáticos son la desarticulación de la Agencia Nacional de Discapacidad como organismo autónomo, el desmantelamiento del programa de cuidados paliativos del Instituto Nacional del Cáncer y la despiada campaña contra los trabajadores del Hospital Garrahan, modelo de hospital público pediátrico de alta complejidad en América Latina.
Por otra parte, la crueldad entendida como “fracaso de la ternura” penetra aceleradamente las decisiones del gobierno en las materias que solemos abordar en este espacio: seguridad, política exterior y defensa. A continuación, se presentan tres ejemplos que reflejan las consecuencias de esta mirada deshumanizante, incluidos los efectos que podrían tener lugar en relación con la nueva fase de la guerra en Medio Oriente.
Armas para todos

A pesar de que la referencia “para todos” viene siendo estigmatizada desde hace tiempo por su vínculo con la ampliación de derechos de los gobiernos peronistas, la administración Milei ha descubierto recientemente la importancia de “ampliar derechos” (en este caso, el derecho a portar armas de calibre superior). Por supuesto, a contramano de toda evidencia empírica, la “occidentalización dogmática” que orienta al Presidente y a su ministra Patricia Bullrich no les permite otra cosa más que poner la mirada en la sociedad estadounidense y replicar acríticamente todo lo que de allí se desprende.
Milei ya había afirmado en la campaña presidencial de 2023, sin ningún rigor científico, que “aquellos Estados que tienen libre portación de armas tienen muchos menos delitos”. Ahora, junto a su ministra de Seguridad Nacional, ha suscripto el DNU 397/2025, que establece un cambio significativo en el control de armas semiautomáticas, tendiendo a un régimen más flexible en su adquisición y tenencia [2]. La medida, severamente criticada por organizaciones como la Red Argentina para el Desarme, incrementará la proliferación de armas semiautomáticas, facilitará desvíos al tráfico ilegal y favorecerá a organizaciones delictivas, en un contexto de fuerte aumento de la violencia en los delitos.
Los datos de la sociedad norteamericana en la que el gobierno de Milei busca espejarse nos eximen de cualquier interpretación adicional. Estados Unidos es uno de los países con menores limitaciones para adquirir armamento. Se producen anualmente 14 millones de armas de fuego (contra los 3 millones que se manufacturaban en 2001, lo que exhibe el impacto que ha tenido la relajación normativa del periodo 2004-2005). Para tomar una dimensión de estas cifras, en 2024 circulaban 380 millones de armas de fuego (alrededor de 120 armas cada 100 habitantes, proporción similar a la de teléfonos celulares). O expresado con otro dato impactante: mientras en los últimos 20 años la población creció un 18%, el número de armas producidas se disparó un 400%. En términos comparados, la situación en los Estados Unidos está fuera de toda proporción: más que duplica al país que le sigue con mayor índice de posesión de armas (Yemen, con 53 armas cada 100 habitantes, se encuentra en guerra civil desde 2014).
Dado que ser cruel se ha puesto de moda —esta es la fórmula académica del crítico literario Martín Kohan para decir lo que Lali Espósito tradujo al lenguaje de la calle—, tener armas semiautomáticas pareciera ser un requisito del hedonismo en boga de las Fuerzas del Cielo. Sin embargo, conviene tener presentes las conclusiones a las que arribaron investigadores del Boston Children’s Hospital y la Universidad de Harvard respecto de que los asaltos con armas de fuego eran casi siete veces más comunes en los estados norteamericanos con niveles más altos de posesión de armas.
Respecto de la Argentina, Tobías Schleider señala que “el argumento de que las armas sirven como instrumento de defensa es falaz (…) la existencia de armas en el hogar aumenta en más de 12 veces la probabilidad de que uno de sus habitantes resulte herido”. Según el mismo investigador, en los países “en donde hay controles de armas estrictos, la violencia disminuye. Japón, Corea del Sur y Canadá, por ejemplo, tienen tasas de delitos violentos bajísimas”.
Nada de hospitalidad universal
El Presidente que se jacta de ser el campeón mundial de las ideas de la libertad, y que sin haber leído seriamente a Juan Bautista Alberdi lo cita cada vez que puede, pierde de vista algunas ideas fundamentales del liberalismo. Según recuerda Esteban Ierardo, fue en el discurso inaugural del Salón Literario pronunciado justamente por Alberdi en 1837 cuando se mencionó por primera vez en la Argentina a Immanuel Kant, cuyo pensamiento inspiraría posteriormente la Sociedad Kantiana de Buenos Aires, fundada en 1930.
En su opúsculo Hacia la paz perpetua (1795), Kant desarrolla un conjunto de premisas —a las que denomina artículos preliminares y definitivos— para alcanzar la paz duradera entre los Estados. Entre ellas, refiere a la “hospitalidad universal” entendida como el derecho cosmopolita que tienen todos los individuos a no ser tratados con hostilidad por el mero hecho de llegar a un territorio extranjero. Esta idea central de Kant pareciera echar raíces en la más famosa obra de Alberdi —Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina—, en donde el librepensador tucumano refleja su convicción de que la inmigración resulta fundamental para el progreso y la prosperidad.
A contramano de estos supuestos, y siguiendo la retórica de las políticas antiinmigración que viene implementando Donald Trump, Milei ha emitido el DNU 366/2025, un cambio normativo que procura convertirse en una avanzada sobre múltiples dimensiones de la vida migrante: el ingreso fronterizo, la reunificación familiar, los derechos de niños, niñas y adolescentes y los procesos de regularización. Sin embargo, tras la demagogia discursiva —“la Argentina no será tierra fértil para la llegada de los delincuentes”, afirmó el portavoz Manuel Adorni—, se conjugan propuestas que requieren aprobación del Congreso; y cuestiones que se presentan como novedades pero que ya se encuentran contempladas en la legislación vigente [3].
La historia argentina está muy vinculada a la inmigración y el país ha mantenido durante décadas —con ocasionales retrocesos como los de la última dictadura cívico-militar (1976-1983) o los de principios de la década de 1990— una política de brazos abiertos hacia los extranjeros. Desde la recuperación democrática en 1983, han sido mojones de este sendero la amnistía general de 1984 de Raúl Alfonsín (que implicó un proceso masivo de documentación de inmigrantes); y la sanción en 2003 de la nueva Ley de Migraciones (ley 25.871) durante el inicio del gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007), que fue la primera en el mundo en incorporar en su articulado los principales contenidos de la Convención Internacional sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y sus familiares.
Según se aprecia, la mirada deshumanizada de Milei se proyecta hacia un terreno —el migratorio— que recoge la mejor tradición reformista de la Argentina. Como señaló José Natanson: “Basada en la idea del migrante como sujeto de derechos, se trata de una norma [la Ley de Migraciones] inclusiva que recoge las ideas más modernas de ‘ciudadanía comunitaria’ y ‘pluralismo cultural’ y que sintoniza con otros cambios de avanzada, como la Ley de Matrimonio Igualitario”.
Milei y la guerra en Medio Oriente
Juan González relata esta situación de 1982: “Un niño de 11 años mira una noticia en la televisión de su casa. Aunque todavía está lejos de tener algo parecido a una opinión formada, sospecha que no es bueno lo que cuenta el aparato. Y comete un pecado imperdonable, uno que lo marcará para toda su vida: dice en voz alta lo que piensa. Su padre, en cambio, cree exactamente lo contrario. Y contesta los dichos de su hijo de la única manera que sabe. La golpiza que le da, una de tantas, es brutal. Tan bestial es que su otra hija, dos años menor, se desmaya sólo de presenciar la escena (…) Aunque esta historia podría ser parte de una película oscura, no es para nada una ficción. Sucedió el 2 de abril de 1982, cuando un entonces infante Javier Milei se enteró de la Guerra de Malvinas y opinó que ‘iba a terminar mal’”.
Poco más de 43 años después, relanzada la guerra entre Israel e Irán —tras el ataque masivo israelí sobre objetivos nucleares iraníes y el asesinato en una noche de una docena y media de altos jefes militares y científicos persas—, el Presidente Donald Trump anunció el sábado 21 de junio que Estados Unidos había bombardeado con éxito las instalaciones nucleares de Irán en Fordo, Natanz e Isfahan. Así, el magnate norteamericano decidió involucrar nuevamente a su país en una guerra preventiva con reminiscencias de la emprendida contra Irak en 2003.
Lejos de aquel “termina mal” de 1982 que antecedió a una de las recurrentes golpizas de Norberto Milei, el otrora niño violentado —hoy Presidente cruel— reacciona frente a la guerra en Medio Oriente redoblando el discurso beligerante. De este modo, el gobierno toma distancia de la larguísima trayectoria de aportes de la Argentina a la paz mundial y del principio de neutralidad que orientó nuestra política exterior desde fines del siglo XIX; y se inmiscuye —por ahora sólo discursivamente— en un conflicto que nada tiene que ver con las prioridades geoestratégicas de nuestro país.
Apenas conocido el involucramiento estadounidense en el conflicto irano-israelí, Milei reposteó un mensaje del empresario Marcos Galperín que sostenía: “Hoy es un gran día para la civilización occidental”. Elevando hasta niveles desconocidos la vulnerabilidad estratégica de nuestro país, el Presidente libertario mantiene incólume su política de “occidentalización dogmática”, estructurada en torno a una alianza inquebrantable con la extrema derecha estadounidense de Trump e israelí de Netanyahu [4]. A tal punto llega este alineamiento, que luego de que el ministerio de Defensa israelí comunicara el golpe asestado a la prisión de Evin en Teherán, el canciller de Israel, Gideon Saar, expresó en un posteo “Viva la libertad carajo”; y etiquetó al Presidente Milei para celebrar el ataque [5].
Por su parte, haciendo de la imprudencia y la incontinencia verbal políticas de Estado, el ministro de Defensa, Luis Petri, luego de repostear el mensaje celebratorio de Trump por sus ataques contra las centrales nucleares iraníes, escribió en la red social X: “Garantizar la paz en el mundo es luchar, siempre y en todo lugar, contra el terrorismo y sus armas nucleares. Mañana el mundo despertará más libre y en paz! Fuimos víctimas del terror de Irán y lo pagamos con sangre de inocentes. Gracias Presidente @JMilei”.
Mientras estas desmesuras dominan las políticas exterior y de defensa argentinas, las crónicas al cierre de esta nota señalan que Trump pasó de no descartar un cambio de régimen en Irán a festejar y felicitar a todos (Israel, Irán y los propios Estados Unidos) por un histórico “alto al fuego” que pondría fin a lo que denominó la “Guerra de los 12 días”. Ese estado de euforia le duró las pocas horas que Israel e Irán tardaron en lanzar nuevos ataques, lo que llevó a un ahora desencajado Trump a afirmar que “tenemos dos países que han estado luchando tanto tiempo y con tanta intensidad que no saben qué carajo están haciendo”.
En síntesis, el gobierno libertario se ha colocado en la línea de fuego de lo que para algunos podría ser el inicio de una Tercera Guerra Mundial. Y como si esto fuera poco, se ha dedicado durante su año y medio de gestión a desprofesionalizar, degradar y policializar a sus Fuerzas Armadas, volcándolas a la lucha contra el narcomenudeo mientras el mundo en pleno se prepara para la guerra, quintaesencia de la profesión militar.
* Luciano Anzelini es doctor en Ciencias Sociales (UBA) y profesor de Relaciones Internacionales (UBA-UNSAM-UNQ-UTDT).
[1] Fallecido en 2008, Fernando Ulloa era hermano gemelo del capitán de navío (R) Roberto Ulloa, ex gobernador de facto (1977-83) y en democracia (1991-95) de Salta. Fernando, además de referente del psicoanálisis argentino, fue militante de derechos humanos, estuvo exiliado en Brasil y fue perito de parte de las Madres de Plaza de Mayo en las causas por robo de bebés durante la última dictadura (1976-1983).
[2] El artículo 1° fija un “régimen de autorización especial para los actos de adquisición y tenencia de armas semiautomáticas alimentadas con cargadores de quita y pon símil fusiles, carabinas o subametralladoras de asalto derivadas de armas de uso militar de calibre superior al .22 LR”.
[3] En su anuncio de la reforma migratoria, el gobierno ha planteado que: a) cualquier persona condenada que intente ingresar al país será rechazada; b) quienes sean encontrados en flagrancia por pasos no habilitados serán expulsados inmediatamente; y c) las personas que mientan en la información durante su ingreso serán expulsadas. Todas estas cuestiones se hallan contempladas en la ley vigente de Migraciones (arts. 29, inc. c; 35 y 29, inc. I; y 29, inc. a., respectivamente).
[4] Este alineamiento sin fisuras con Israel se revela en las siguientes posiciones del gobierno de Milei: 1) mientras otros líderes occidentales evitaron visitar Israel, Milei realizó dos viajes oficiales (en febrero y junio de 2025); 2) anunció el traslado de la embajada de Tel Aviv a Jerusalén en contradicción con resoluciones de la ONU (AG 181, CSNU 478); 3) se abstuvo en la ONU respecto del cese al fuego en Gaza; 4) votó en contra del reconocimiento del Estado de Palestina; 5) rechazó la resolución de apoyo a la UNRWA, el organismo de apoyo a los refugiados de Palestina; 6) guardó silencio ante los ataques perpetrados por Israel contra el contingente argentino de la misión de paz en el Líbano (UNIFIL); y 7) se alineó con Israel para oponerse a la creación de una zona libre de armas nucleares en Medio Oriente, en contradicción con el posicionamiento histórico de la Argentina en la materia.
[5] A la imprudencia mileísta hay que sumar un factor de riesgo adicional: la nacionalidad argentina del jefe de la AIEA, Rafael Grossi. Sobre el papel de este diplomático, se sugiere leer las notas de Diego Hurtado y Claudio Jacquelin.
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