El golpismo del New York Times

El diario liberal ha sido instrumental a todas las intervenciones de Estados Unidos en nuestra América

 

Días atrás, el New York Times continuó su larga y predecible tradición a apoyar golpes de Estado en América Latina, publicando una editorial que alababa el intento de Donald Trump de derrocar al Presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Este sería el décimo golpe de esa calaña que el diario ha apoyado desde la creación de la CIA hace 70 años.

Una revisión de los archivos del Times muestra que su comité editorial apoyó diez de los doce intentos de golpe en América Latina, con dos editoriales —aquellas referidas a la invasión de Grenada en 1983 y el golpe de Honduras en 2009— oscilando entre la ambigüedad y una oposición renuente.

 

La intervención clandestina de los Estados Unidos, a través de la CIA o de otros servicios de inteligencia, no se menciona en ninguna de las editoriales del Times sobre ninguno de los golpes. En ausencia de una abierta, innegable invasión militar (como ocurrió en Dominicana, Panamá y Grenada), las cosas parecen ocurrir por sí solas en los países latinoamericanos, con fuerzas exteriores siendo raramente, en el mejor de los casos, mencionadas por el diario. Obviamente, hay límites respecto de lo que se puede comprobar fácticamente una vez comprobados esos eventos (la intervención clandestina es, por definición, clandestina), pero la idea de que los Estados Unidos u otros actores imperiales pueden haber revuelto el guiso, financiado a una junta o suministrado armas bajo la mesa a alguno de los conflictos nunca es considerada.

Lo que suele quedarnos de esas editoriales son más bien clichés racistas, paternalistas en torno a presuntos "ciclos de violencia". Suspiro, así son las cosas Allá Abajo. Durante su lectura de las siguientes citas, no olvides que la CIA financió y dotó de suministros a grupos que terminaron asesinando a estos líderes:

  • Brasil 1964: “Ellos han padecido, a lo largo de su historia, de una carencia de líderes de primera clase”.
  • Chile 1973: “Ningún partido o facción de Chile puede escapar a la responsabilidad en el desastre, y una parte sustancial debe serle asignada al mismo, desafortunado doctor Allende”.
  • Argentina 1976: “Resultó típico del cinismo con que muchos argentinos consideran la política de su país que durante el martes por la noche la mayoría de la gente de Buenos Aires pareciera más interesada en una transmisión futbolística que en la expulsión de la Presidenta Isabel Martínez de Perón por las Fuerzas Armadas. El guión de este golpe largamente anticipado fue familiar”.

¿Ven que no resultaba importante? Vale considerar que la junta militar puesta en el poder por el golpe concebido por la CIA mató entre 10.000 y 30.000 argentinos entre 1976 y 1983.

Ese es el guión familiar: la CIA y sus socios corporativos de los Estados Unidos intervienen, libran una guerra económica, financian y arman a la oposición y luego se culpa al blanco de la operación. Esto, por supuesto, no supone que algunas de las objeciones del Times carezcan de mérito — ya sea en Chile en 1973 o en Venezuela en 2019. Pero ese no es el punto. La razón por la cual la CIA y el ejército de Estados Unidos y sus partisanos corporativos consideran que los gobiernos de Latinoamérica son problemáticos es su hostilidad al capital norteamericano y los intereses estratégicos concurrentes, y no el hecho de que realmente puedan ser antidemocráticos. Así que mientras las alegaciones de oposición al liberalismo en las que incurre el Times pueden a veces ser ciertas, no son coherentes con la lógica de la realidad que está teniendo lugar.

¿Es justo decir que Allende, como el Times sostuvo en 1973 al aplaudir su derrocamiento violento, “persistía a la hora de empujar un programa de un socialismo insidioso” sin el apoyo de “un mandato popular”? ¿Responde a la verdad decir, como lo hizo el Times, que Allende “perseguía su objetivo a través de medios dudosos, incluyendo intentos de pasar por encima del Congreso y de las Cortes”? Posiblemente. Pero el pretendido autoritarismo de Allende no es la razón por la cual la CIA articuló su derrocamiento. No fue la forma en que persiguió políticas redistributivas lo que ofendió a la CIA y a los socios corporativos de los Estados Unidos: fueron las políticas redistributivas en sí mismas.

Rasgarse las vestiduras a partir de la naturaleza antidemocrática de la agenda de Allende sin subrayar que fue la agenda misma —y no el modo en que se la puso en práctica— lo que animó a sus oponentes es forzar una conversación en la que no se embarca nadie de los que tienen poder real. ¿Por qué será que el Times, históricamente, ha dado por sentados los pretextos liberales para la intervención de los Estados Unidos en vez de analizar si existían otras fuerzas, más cínicas, que también ejercían presión?

La respuesta es que esa ideología rancia forma parte de la premisa. La idea de que los Estados Unidos están siendo motivados por los derechos humanos y la democracia es parte de lo que el comité editorial de los Estados Unidos da por sentado y ha sido así desde su creación. Esto es lo que lleva adelante toda la tarea pesada, mientras consigue que la mayoría de la gente —incluyendo a los liberales vagamente escépticos respecto de los motivos que llevan a sus compatriotas a interesarse en Latinoamérica— no advierta que acaba de ser víctima de un truco de cartas. “En décadas recientes,” dijo un editorial de 2017 en el cual el Times criticaba a Rusia, “los Presidentes americanos que se embarcaron en acciones militares lo han hecho motivados por el deseo de promover la libertad y la democracia, a veces con resultados extraordinarios”. Ah, ok, si es así está bien...

Lo que debería haber sido una conversación sobre los militares de Estados Unidos y su aparato secreto metiéndose en otros países sin ser llamado deviene, rápidamente, en un referéndum sobre las cualidades morales de esos países. En teoría sería una buena conversación que desarrollar, en términos éticos (una que por cierto ya existe entre la gente y las instituciones de esos países), pero en la ausencia de una discusión sobre los méritos del axioma original —que los poderosos de Estados Unidos y la maquinaria de seguridad nacional de Washington tienen derecho a determinar qué regímenes son buenos y malos—, la discusión no sirve en la práctica más que para sostener una pretensión, una postura que no se corresponde con la realidad. Y a menudo, en la práctica, trabaja para cimentar el relato y justifica la intervención.

¿Tienen los Estados Unidos y sus aliados un derecho moral o ético de determinar el futuro político de Venezuela? A ese punto se lo sobrevuela llamativamente para pasar a otros temas, y así nos trasladamos a la cuestión de cuál sería la mejor manera de poner en práctica esta autoridad que se pretende evidente. Este es el marco del debate en el New York Times — y en virtualmente todos los medios de Estados Unidos. Para elevar la apuesta en el juego de poker de la Gente Seria Que Discute De Política Exterior Pero Seriamente, a uno se lo fuerza a anotarse an el rubro de la Condena Oficial del Régimen Dañino Oficial. Esto es para que todos sepan que uno acepta la premisa esencial de los Estados Unidos en materia de cambio de regímenes, por más que se oponga en términos legalistas o pragmáticos. Es un ejercicio tedioso y extorsivo, diseñado para virar la conversación lejos de la historia de Estados Unidos en material de derrocamientos arbitrarios y violentos hacia el intercambio sobre cuál sería la mejor manera de oponerse al Régimen Dañino en cuestión. Los liberales de los Estados Unidos deben mantener al día un informe en tiempo real sobre estos Regímenes Dañinos Oficiales, y si estos gobiernos —debido a una muy mal definida vara respecto de qué es antidemocrático y lesivo de los derechos humanos— caen por debajo de una calificación de, digamos, “60”, se convierten en ilegítimos e indignos de defensa.

Aunque no se trate ya de Latinoamérica, vale considerar que el Times también aplaudió el golpe de la CIA contra el Presidente de Irán, Mohammad Mossadegh, en 1953. Su editorial, escrita dos días después del derrocamiento, incurrió en su típica combinación: culpabilizar a la víctima y exhibir un menosprecio inocultable:

  • “El ahora depuesto Premier Mossadegh coqueteaba con Rusia. Había ganado este plebiscito amañado para disolver el Majlis, o la Cámara Baja del Parlamento, con la ayuda de los comunistas del Tudeh”.
  • “Mossadegh ha caído, un prisionero en espera de juicio. Habla bien del Shah, a quien le fue desleal, y del Premier Zahedi, que este nacionalista rabioso y egoísta haya sido protegido aun cuando su vida no debería haber valido ni siquiera la apuesta por una moneda”.
  • “El Shah … merece elogios en esta crisis. …Fue siempre fiel a las instituciones parlamentarias del país, y una influencia moderadora respecto del fanatismo exhibido por los nacionalistas bajo Mossadegh, y además fue socialmente progresivo”.

Nuevamente, no hay mención alguna de la intervención de la CIA (que la agencia ahora admite abiertamente), que es posible que el Times desconociese por entonces. (Esta es parte de la razón de ser de las operaciones secretas.) Mossadegh fue demonizado y pasaron décadas hasta que el público entendió cuál había sido la medida de la intervención de los Estados Unidos. El Times llegó al extremo de poner en práctica una descripción orientalista de los iraníes, explicando por qué un Shah fuerte era neceasario:

[El iraní promedio] no tiene nada que perder. Es un hombre de paciencia infinita, gran encanto y gentileza, pero también —como lo hemos estado viendo— una personalidad volátil, altamente emocional y violenta cuando se la pone a prueba.

 

Está claro que hay grandes diferencias entre estos casos: Mossadegh, Allende, Chavez y Maduro vivieron en tiempos radicalmente distintos y propiciaron políticas distintas, con grados variados de liberalismo y corrupción. Lo que tienen en común es que el gobierno de los Estados Unidos, y los serviles medios de los Estados Unidos, decidieron que "debían irse" e hicieron todo lo que había que hacer para obtener ese resultado. La arrogancia fundamental de esta asunción oblitera lo que debería ser discutido por los medios norteamericanos —tipificados aquí por el consejo editorial del Times—, pero una y otra vez se soslaya esta necesidad y todos procedemos a seguir hablando respecto de cómo y cuando podemos deponer al Régimen Dañino.

Para aquellos honestamente preocupados por los esfuerzos de Maduro por minar las instituciones democráticas de Venezuela (se lo acusó de encarcelar oponentes, manipular el Poder Judicial y organizar elecciones amañadas), cabe recordar que cuando la democracia venezolana funcionaba perfectamente en 2002 (internacionalmente sancionada y supervisada por el Carter Center durante años, sin que nadie considerase ilegítimo el gobierno de Chavez), aun así la CIA dio luz verde a un golpe en su contra y el Times elogió la iniciativa profusamente. Como escribió entonces:

Con la renuncia del Presidente Hugo Chávez, la democracia venezolana ha dejado de estar amenazada por un dictador en potencia. Chávez, un demagogo ruinoso, se apartó después de que los militares intervinieron y le entregó el poder a un respetado líder de negocios, Pedro Carmona.

 

Chávez retomó el poder enseguida, cuando millones salieron a la calle a protestar por su derrocamiento, pero la pregunta permanece: si el Times estaba dispuesto entonces a ignorar la voluntad indiscutible del pueblo venezolano en 2002, ¿qué nos haría pensar que le preocupa honestamente en 2019? Nuevamente, aquello que la Casa Blanca, el Departamento de Estado y su aparato imperial objetan son las políticas redistributivas y su oposición a la voluntad de los Estados Unidos, no la forma en que Maduro las practica. Quizás el Times y otros medios de los Estados Unidos —viviendo en el corazón de, y presuntamente teniendo influencia sobre este imperio— deberían hacer el esfuerzo de enfocarse en la realidad en vez de, por la millonésima vez, adjudicarse las propiedades morales de los países que sujetan a sus caprichos violentos e ilegítimos.

 

 

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