No cabe duda de que Javier Milei es un gran generador de noticias, de pasiones, de títulos periodísticos y de conversaciones cotidianas.
Sus ataques recientes al periodismo, o las aberraciones ideológicas que lanza en forma continua en discursos y redes, mantienen a la opinión pública enfocada en sus dichos y en los múltiples estertores que producen en parte de quienes aún se conciben ciudadanos.
Pero lo cierto es que lo que realmente avanza no es “la libertad”, entendida como una camino hacia la realización y la plenitud, sino un intento de transformación radical de la sociedad argentina, tanto en las estructuras económicas y sociales que organizan el país como en las costumbres, mentalidades e ideas imperantes.
2,8 es más que 1
El INDEC informó esta semana que el incremento de precios minoristas en abril fue del 2,8%. En alimentos, se registró una suba promedio del 2,9%. Siempre calculados con una metodología que es defectuosa y que el gobierno se niega a modificar.
Fue un buen dato si se lo compara con las expectativas que podía generar la devaluación ocurrida con el cambio de régimen cambiario, es decir, con un salto generalizado que podía acercarse al 8 ó 9%.
Sin embargo, es un muy mal dato si se considera que el gobierno ha decidido frenar todo aumento salarial mensual que supere el 1%. Si se ponen juntos una suba de precios del 2,8% y un aumento salarial del 1%, lo que surge es que el poder adquisitivo del salario, en un mes, cae 1,75%, lo que es muchísimo en términos anuales.
Como venimos señalando, que la “baja de la inflación” haya sido colocada como un argumento electoral central, y como seña de que la política económica es exitosa, es claramente un contrabando de las metas de la derecha económica, incrustado en el pensamiento de una gran cantidad de argentinos que parece muy confundida en relación a sus intereses personales.
Sería muy interesante que, entre tantas encuestas que se hacen, hubiera alguna hecha con rigurosidad con las siguientes preguntas:
- Si se congelaran totalmente tanto los precios (inflación 0) como tus ingresos, ¿vos estarías conforme?
- Vos qué preferís: A) Que baje la inflación, o B) Que bajen los precios.
- Vos qué preferís: A) Que baje la inflación, o B) Poder cubrir tus gastos sin problemas.
Es probable que tal encuesta revelara una gran confusión en el público, una gran mescolanza de conceptos. Y probablemente unos cuantos se quedarían pensando sobre qué deberían haber contestado.
Por empezar, la confusión madre de todas las confusiones: identificar inflación con precios. Es cierto que, frente a precios ya muy altos, la lógica preferencia es que no sigan subiendo. Pero evidenciaría un nivel de resignación personal muy grande aceptar que, a pesar de que la plata no alcance, uno se contentaría con que eso es mejor a que “no alcance todavía más”.
Lamentablemente pesa una herencia de mentalidad inflacionaria, que ponía todo el énfasis reivindicativo en el salario nominal, es decir en la cifra que se cobra cada mes, sin relacionarla con el costo de la canasta de consumo que se pretende cubrir.
El problema de lo nominal y lo real, de que no basta con que no crezcan los precios para estar bien, no parece tan difícil de entender. Sin embargo es una tarea educativa básica que no fue encarada por los espacios populares, dejando un flanco enorme para que la derecha medre de la confusión y pueda manipular la vara de las aspiraciones populares para colocarla, literalmente, por el piso.

¿A quién querés más, a Milei o a Magnetto?
La reciente compra por parte del Grupo Clarín de la empresa de telecomunicaciones Telecom constituye un caso interesante para la reflexión política.
De acuerdo a los estándares vigentes en los países capitalistas desarrollados, la concentración mediática tiene límites destinados a preservar un bien superior: la libertad de informarse y no ser privado de fuentes alternativas en las cuales encontrar diversas versiones de la realidad. Los límites a los monopolios comunicacionales apuntan a defender a la democracia, en un sentido profundo.
Desde antes del advenimiento de la democracia actual, comenzó un proceso de concentración mediática, donde se destacó especialmente el Grupo Clarín, que supo obtener de sucesivos gobiernos prebendas que acrecentaron tanto su poder económico como su capacidad para incidir en la opinión pública.
Incluso ese modus operandi continuó bajo el primer gobierno de Néstor Kirchner, pero el grupo decidió romper con el gobierno de Cristina Kirchner y pasarse con todo su poderío a una oposición militante y furiosa a ese proyecto político popular. Clarín fue parte destacada en el bloque de poder que se opuso al kirchnerismo y que lo sometió a un fuerte desgaste político y comunicacional. Junto con el resto de la prensa de la derecha, contribuyó a la llegada de Mauricio Macri al poder.
Parte del peronismo y de los partidos de centro optaron por ser fieles seguidores de las demandas de Magnetto, mientras el grupo corporativo declaraba su guerra política, su “periodismo de guerra” contra el kirchnerismo y todo lo que se le acercara. Para una política tradicional basada cada vez más en la aparición en los medios antes que en la militancia cara a cara con la gente, sufrir el boicot del grupo Clarín parecía un desafío irresoluble. El grupo Clarín se convirtió en un fuerte actor político, económico y comunicacional, cada vez más funcional a la implantación del neoliberalismo en forma estable en la Argentina.
El gobierno de Milei se caracteriza por un ataque frontal a todos los aspectos de la vida nacional, incluidas las empresas de propiedad local, y también encara una tarea de demolición de un Estado que debería ser capaz de defender la producción nacional y promover a los más productivos, sosteniendo un mercado interno en el que puedan sobrevivir y expandirse.
Milei es un representante de intereses extranjeros en la Argentina, a los cuales quiere acoplarse una parte selecta del empresariado local, y por lo tanto es capaz de defender corporaciones globales contra actores locales sin ningún problema. De allí deviene su confrontación con el grupo Clarín por la compra o no de Telecom, ya que doctrinariamente Milei sostiene, como su maestro Rothbard, que los monopolios están bien, favorecen el progreso y son positivos para la sociedad.
Se produce así el choque entre dos actores políticos muy pesados y determinados a lograr sus metas. Ninguno de ellos es real portador de progreso para la sociedad, ya que ambos están a favor de la concentración económica, y por lo tanto dañan el pluralismo y la posibilidad de contar con una sociedad democrática.
Si Clarín puede argüir a su favor que es necesario defender a un grupo económico “nacional” enfrentado a intereses extranjeros, desde la vereda de enfrente se puede sostener el valor de la competencia y la pluralidad frente a la concentración mediática (que ya es enorme).
Para la inmensa mayoría del país, que no participa de los negocios de los monopolios locales o internacionales sino que básicamente es rehén económico y comunicacional de los mismos, tomar partido a favor de alguno de los dos grupos en pugna no parece ser la salida adecuada.
Nuevamente nos encontramos en el tipo de conflictos como los que atravesamos en el menemismo, entre un capital local irresponsable y saqueador de su propia población, a la que considera una mera base de explotación, y los intereses globales que vienen a incorporar una nueva fuente de renta a su armado internacional de negocios.
Se diría que el país está necesitando otra cosa.

Un empresariado que serrucha su rama
Continúan las cesaciones de pago de empresas cada vez más grandes. La última, Celulosa Argentina, que no pudo hacer frente a un vencimiento de las obligaciones negociables que había emitido oportunamente. Esto se produce luego de que otras empresas, como Red Surcos, Los Grobo, Agrofina, Grupo Albanesi, no pudieran cubrir vencimientos de deuda.
Estas cesaciones de pagos, que son sólo la punta del iceberg de otros cientos de situaciones similares, no hacen sino reflejar las dificultades financieras, los aumentos de costos de insumos indexados caprichosamente al dólar, y la creciente presión importadora de bienes que los sustituirán. Mientras este cuadro se está agudizando, el gobierno profundiza su política pro importadora. Y sube la tasa de interés para promover el carry trade.
Las peras que están llegando de China lograron conmover a Miguel Ángel Pichetto, quien lamentó el daño que esa importación provocará en el Alto Valle de Río Negro, a pesar de haber dotado al actual gobierno de los instrumentos necesarios para hacer precisamente lo que está haciendo.
Tremendo: Argentina abrió las importaciones de peras chinas. Una lesión enorme para el Alto Valle de Río Negro, sus productores y empresas. https://t.co/ubVrqbYVml
— Miguel Ángel Pichetto (@MiguelPichetto) May 9, 2025
Una cosa es tener dificultades competitivas con la potentísima industria china, otra es estar perdiendo en actividades para las cuales el país está más que dotado. Hay algo que anda muy mal en la economía real, pero las cámaras empresarias sectoriales prefieren callar.
Seguramente no encuentran ninguna relación entre sus penurias y que el gobierno haya fijado el salario mínimo en 1.541 pesos la hora para el mes de mayo. En su mundo ideologizado, suponen que esa miseria les otorgará una “ventaja competitiva”, que desde el siglo XX se sabe que se obtiene no con negreo sino con bienes de capital más modernos, empresas mejor organizadas y trabajadores más calificados.
Evidentemente hay una clase de empresarios que encuentran sus momentos de máxima motivación en la lucha contra los derechos de los trabajadores y cuando se debilitan las instituciones estatales y la capacidad pública de regular la economía con un sentido social. Pareciera que esos mismos entusiastas del ajuste y la austeridad de los otros, caen en el desconcierto y el silencio si sus propios intereses son torpedeados por el mileísmo.
Existe un temor reverencial a una autoridad que evidentemente no es Milei, sino un poder de clase mayor, al cual se encuentran subordinados ideológica y culturalmente.

Modelos de subdesarrollo
Vivimos en una época especialmente compleja para vaticinar el futuro. Un día Trump pone aranceles inconcebiblemente altos a la República Popular China, y otro día los quita, cantando victoria.
Otro día la India y Pakistán se envían aviones, misiles y drones explosivos, y al día siguiente anuncian un cese del fuego.
Un día las bolsas están eufóricas porque “parece” que volvió la cordura comercial al mundo, y al otro día la calificadora de riesgo Moody's le baja la calificación crediticia a Estados Unidos, preocupada por el aumento meteórico de la deuda externa norteamericana.
A pesar de que ese, y no otro, es el escenario global, se discute cómo seguirá la evolución económica del país. Dado que muchos economistas ya olvidaron –o quizás nunca estudiaron– de qué se trata el desarrollo, lo único que les preocupa es “la macro”.
Con “la macro” aluden a una serie de equilibrios entre grandes agregados económicos (fiscales, productivos, externos) que pueden darse en cualquier contexto social, productivo o comercial. Esos equilibrios pueden lograrse olvidándose incluso de para qué sirve la economía.
Eso hace posible que se haya empezado a hablar del “modelo peruano” como una gran cosa, porque cumple con los requisitos macro de estabilidad sin sobresaltos, y el Banco Central de Perú tiene muchas reservas, aunque la población viva mayoritariamente en condiciones inaceptables para una sociedad desarrollada, porque no le llega casi nada de los pingües negocios de la mega minería transnacionalizada de exportación.
Como la meta del desarrollo económico y social fue erradicada del capitalismo periférico latinoamericano en las últimas décadas, los economistas se las rebuscan profesionalmente dedicándose a predicar la búsqueda a toda costa de los “equilibrios macroeconómicos”, y a enseñar a sus compatriotas que si se logran tales equilibrios habrá felicidad para todos.
Algunos piensan que el gobierno puede lograr la modesta meta de llegar con una inflación del 1% a octubre y que esa sería una carta política de primer orden para un buen resultado electoral. Si se suma a ese argumento la venta de dólares sin restricciones a las personas humanas, mejor todavía. Y si astutamente se anuncia que los I-Phones van a tener una reducción arancelaria del 8%, la alegría del votante libertario puede llegar al desborde.
Si al gobierno le va electoralmente bien en octubre, se supone que se consolida políticamente (si no es presa del maleficio que atravesó el patriarca Macri luego de su propio triunfo de medio término). Si el gobierno se consolida transitoriamente, y lanza las reformas pedidas por el FMI, gozará de propaganda internacional favorable en todos los corrillos de la derecha financiera internacional, que bendecirá el experimento, aunque el gobierno tenga que tocar nuevamente el tipo de cambio luego de las elecciones. Ya a alguien se le echará la culpa.
Si en ese contexto de euforia internacional por el experimento argentino de “salvajismo social sin costo para los perpetradores” entraran las inversiones que habilita el Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI), ingresarían muchos dólares –que hipotéticamente servirían para reemplazar a los que se estarían yendo por el déficit comercial y financiero–.
Siguiendo ese relato triunfal, empezaría a crecer la exportación de gas y petróleo, y también la de la nueva minería, que se sumarían a la tradicional agroexportación. Son todos sectores que generan muy poco empleo, y que por el diseño de las condiciones de entrada establecidas por este gobierno, no van a estar conectados con el tejido productivo del país.
Milei ha dicho recientemente que él propone que la Argentina sea un país “de servicios”.
El sector Servicios, en teoría económica, es una bolsa que abarca todo tipo de actividades, desde sectores altamente avanzados tecnológicamente hasta las tareas más primitivas y de bajísima productividad.
Surge inevitable el recuerdo del súper ministro de la última dictadura cívico-militar, José Alfredo Martínez de Hoz. Durante ese gobierno, se crearon condiciones macroeconómicas pésimas para la actividad manufacturera, que derivaron en la destrucción de empresas industriales de todo tamaño, provocando incluso la salida de importantes multinacionales del país.
Cuando se le comentó al ministro de Economía que la industria estaba perdiendo peso en el espectro productivo del país, respondió con aires de superado que la industria estaba perdiendo peso en todo el mundo, que era una tendencia universal, y que en todos lados estaban creciendo los servicios. Se deducía de sus palabras que la Argentina estaba viviendo los mismos procesos estructurales que se estaban observando en Estados Unidos.
Esa falacia podía ser dicha precisamente por la vastedad ambigua del concepto de “servicios”.
Mientras Estados Unidos estaba haciendo una reconversión productiva impresionante (financiada en buena medida por el presupuesto federal), que incluía el desarrollo de la informática y las telecomunicaciones, en la Argentina se estaba destrozando la industria, y expulsando trabajadores hacia las changas y la precariedad laboral. Para Martínez de Hoz era lo mismo un trabajador en el Silicon Valley desarrollando la informática que uno que vendía cubanitos rellenos con dulce de leche en alguna esquina del arrasado Conurbano.
Milei vuelve a hablar de ser un país de “servicios”, habla de que la Argentina será un “hub” internacional, mientras destruye a las universidades y al aparato científico y tecnológico nacional. No tiene la menor idea sobre qué va a hacer con 47 millones de personas, pero tiene claro que debe destruir los logros productivos y tecnológicos de generaciones de argentinos.
Es importante entender esto, porque si se cumplieran los mejores vaticinios de los economistas a los que sólo les preocupa “la macro”, el país que se configuraría sería un lamentable mar de precariedad, desempleo y salarios bajos, que rodearía a algunas islas de generación y envío de riquezas al exterior.
En Ghana, país de África donde se aplica el extractivismo de minerales que le gusta a Milei y a la dirigencia oficialista argentina, el 98,3% de la explotación del oro –la mayor riqueza exportable del país– está en manos de un puñado de empresas, especialmente de Estados Unidos y Canadá. A pesar de ser el mayor exportador de oro del mundo, con envíos al exterior por 9.500 millones de dólares al año, al país sólo le queda el 1,7% de la riqueza extraída en su suelo, por sus trabajadores.
¿Perú? ¿Ghana? ¿Ese es el horizonte que se le está ofreciendo a la sociedad argentina?
Ese es el horizonte de mediano plazo que nos espera detrás de la cortina de humo que difunde cotidianamente Milei y su aparato comunicacional, en tanto vocero de intereses globales y sus aliados locales en nuestro país.

Partidos y política
No cabe duda de que el país está sumergido en una licuadora política.
Ninguna formación tiene ganado un lugar permanente en la escena política, porque la sociedad está profundamente desorientada, y la oposición real al gobierno no logra formular una propuesta atrayente, comprensible y movilizadora.
Pero el PRO está en plena disgregación, la UCR es un fantasma y LLA aguantará mientras pueda sostener las fantasías –infundadas– que difunde sistemáticamente entre una masa que quiere creer, como en Malvinas, que “vamos ganando”.
Ni Perú ni Ghana son un futuro que la mayoría de la gente votaría, si supiera de qué se está hablando.
El problema es que no lo sabe, y que los que tienen la función histórica de advertirles y explicarles no logran tener la efectividad política y comunicacional para hacerlo.
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