“Nunca digas que esta senda es la final”, dice el himno acuñado en el gueto de Varsovia. Y agrega: “Henos aquí con el dolor de esta canción / y en el lugar donde salpicó nuestro sangrar / nuestra fe y nuestro valor han de brotar”.
No se conoce todavía himno de los gazatíes, ni mucho de las condiciones en que van siendo arrinconados, desplazados, muertos de varias maneras y resistiendo la expulsión de su territorio. Los 220 periodistas muertos en los ya más de 600 días de ataque israelí se llevaron consigo ese testimonio. Pero nadie dice creer que esta senda que hoy recorren los gazatíes, tan similar a aquella de Varsovia, es la final. Es obvio su dolor, es obvio que buscará expresarse también en canciones, arte y leyenda porque es también imborrable, que la salpicadura de su sangre definirá como sagrada su mancha y que es solo cuestión de tiempo que brote también en el arte su fe y valor, porque nada alcanzará a expresar tanto dolor. Resistiendo la expulsión de sus 365 kilómetros cuadrados de tierra, esos dos millones de gazatíes no son menos que los 400.000 judíos en las iniciales 340 hectáreas del gueto de Varsovia, luego achicadas hasta la promiscuidad. Aunque los niños y mujeres muertos de Varsovia no están discriminados, eran familias con abuelos, embarazadas, padres y más.
Ya en 1942, unos 312.000 judíos del gueto de Varsovia fueron enviados a las cámaras de gas. Del resto, sólo el azar salvó a alguno. Tras las cuatro semanas de rebelión de los 55.000 restantes que empezó el 19 de abril de 1943, en el último y heroico acto de resistencia, los que quedaron con vida fueron enviados centralmente al campo de concentración de Treblinka para ser gaseados.
Los gazatíes hicieron una primera intifada entre 1987 y 1993 caracterizada por protestas, huelgas y enfrentamientos con el ejército israelí. Hicieron una segunda, entre 2000 y 2005, más violenta que la primera, con atentados suicidas, ataques armados y una fuerte respuesta militar de Israel. Esto además de numerosos enfrentamientos, protestas y conflictos armados entre grupos palestinos e Israel a lo largo de las décadas. Murieron entre 700 y 1000 soldados israelíes, dice su gobierno.
Si se quiso la muerte de todos los judíos de Varsovia, en Gaza y al 21 de mayo, los israelíes causaron la muerte en Gaza a 54.677 palestinos, 32 por cada uno de los 1.706 soldados israelíes caídos. Entre los muertos, 500 trabajadores sanitarios; 310 de la UNRWA, el Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (el mayor número de la historia de su historia); 120 académicos; 220 periodistas. ONU cree que hay miles de cadáveres más bajo los escombros de los edificios destruidos. Estudios académicos estimaron que el 80% de los palestinos muertos son civiles. La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos confirmó con tres distintas fuentes que el 70% de los palestinos muertos en viviendas eran mujeres y niños.
Los bombardeos en Gaza, que destruyeron o dañaron el 70% de las viviendas, dieron muerte a al menos 17.400 niños (más de uno cada tres adultos) y más de 10.000 mujeres (en torno al 72%), a los que se suman al menos 125.530 heridos (incluidos 8.663 niños y 19.000 mujeres) y más de 14.400 desaparecidos, lo que elevaría aún más la cifra de fallecidos, y entre ellos 4.400 mujeres y niños. Se trata de la mayor pérdida de vidas humanas desde que se tiene registro de conflictos entre Gaza e Israel, y las mujeres y los niños son las principales víctimas de los ataques israelíes. Save the Children calculaba a mediados de abril que 26.000 niños gazatíes habían muerto o resultado heridos por los ataques israelíes. Con más de mil casos, este conflicto ha causado el mayor número de amputaciones pediátricas de la historia. Y en Cisjordania, donde no opera Hamás, los ataques del Ejército israelí y la violencia de los colonos israelíes han provocado la muerte de al menos 905 personas (incluidos 181 niños) y heridas a otras 7.370 personas.
A esto se agregan los efectos de la falta de tratamiento médico, con una estimación definida como conservadora de trabajadores sanitarios de Estados Unidos en una carta a su gobierno de la muerte de 5.000 niños por falta de tratamiento de enfermedades crónicas.
En ambos casos, en Varsovia y Gaza, las medidas iniciales de separación de la población fueron similares. La definición de judío se ajustó a las leyes de Nüremberg de 1939, se impuso el brazalete blanco con la estrella de David en azul y se empezaron a aplicar una serie de medidas discriminatorias: prohibición del uso de transporte público, prohibición de la asistencia a parques y restaurantes y exclusión de determinadas profesiones, entre otras. También se prohibió el cambio de residencia.
Los palestinos de Gaza debieron aceptar ser identificados, tuvieron inicialmente acotado el ingreso al mercado laboral de Israel, luego restricciones a la libertad de movimiento, a la salida de las fronteras israelíes. Con lo cual, la difusión en el mundo de la situación palestina tuvo serios obstáculos. Los alimentos empezaron a escasear, y surgió la consigna hoy tan difundida: “Comamos pasto, pero comamos todos”. La situación involucionó. En Varsovia, las enfermedades, el hambre y el hacinamiento causaron que miles de personas murieran antes de que comenzaran las deportaciones a los campos de exterminio nazis. En Gaza ocurría y ocurre lo equivalente, porque —es duro tener que señalarlo— seres humanos son todos.
En el gueto de Varsovia, la solidaridad y la cultura estuvieron presentes como parte de la resistencia, se sabe ahora. Para el funcionamiento y el orden del gueto, en unos casos, y el sostenimiento y la ayuda mutua de las personas que allí vivían, existieron organizaciones e instituciones. El Judenrat y movimientos juveniles, entre otros, intentaron paliar las inhumanas condiciones de vida. Organizaciones como el American Jewish Joint Distribution Committee organizaron cantinas donde se daban platos de sopa gratuitamente y otras soluciones para redistribución de los bienes y los alimentos disponibles para los desposeídos. Durante 1941, las cantinas de sopa llegaron a alimentar a dos tercios de la población del gueto. Los mayores problemas eran el sobrepoblamiento en los hogares, el hambre, la inactividad en unos y las malas condiciones de trabajo en otros. No se sabe del equivalente en Gaza, pero es seguro que existe y que trascenderá. Hay una historia que conduce a ello.

La Franja de Gaza ha sido objeto de conflictos geopolíticos durante décadas. Israel retiró sus asentamientos y fuerzas militares en 2005, pero mantiene un bloqueo sobre el territorio, lo que afecta el comercio, el acceso a bienes básicos y la movilidad de los ciudadanos. Desde entonces, la gobernanza de Gaza ha estado bajo la administración de Hamás, grupo islamista que ganó elecciones en 2006 y consolidó su control en 2007 tras enfrentamientos con la Autoridad Nacional Palestina. Pero la entrada y salida de Gaza estaba cada vez más controlada por los israelíes.
En Varsovia, pusieron primero alambres de púa, luego un muro de tres metros de alto y 18 kilómetros de extensión. Igual que viene sucediendo en Gaza, las enfermedades, el hambre y el hacinamiento causaron la muerte de miles de personas. La demolición de la Gran Sinagoga por parte de los nazis simbolizó el fin de seis siglos de la Varsovia judía. En Gaza, anunciando sucesivamente ataques al sur, al norte y al centro de la franja, los israelíes promovían la movilización y el desarraigo de la población. No hay ya Treblinka adonde mandarlos, y los gobiernos de Israel y Estados Unidos no logran un país que los acepte; de todas maneras, presionan a la población para que sea nómade, y como granos de arena vayan siendo dispersados por el viento de los acontecimientos y mueran algunos, ya sin tierra bajo sus pies; sin patria.
El lobby judío está haciendo más hoy por los espurios y viles intereses de Israel y su gobierno de lo que lograron los nazis en su momento. Es cierto, IBM inventó y le vendió a Alemania el sistema de clasificación de cinco números que les era tatuado a los judíos en los campos de concentración para llevar el debido registro; sólo Rusia se pronunció sobre la política que luego se llamaría holocausto. El Vaticano la ocultó.
Hoy, el lobby resiste a pie firme la verdad de que está desarrollando un genocidio en Gaza; Estados Unidos impide el pronunciamiento del Consejo de Seguridad sobre el genocidio en Gaza. En Uruguay, por ejemplo, una resolución del Secretariado Ejecutivo del Frente Amplio contra el “genocidio” de Israel en Gaza fue criticada por la oposición, la embajada israelí y la B'nai B'rith . Si la resolución salió adelante, fue claramente por presión de las bases del Frente Amplio. El Presidente Yamandú Orsi dijo al pasar que él no estaba de acuerdo con la resolución. Cuando era precandidato, Orsi fue invitado a Israel para conocer “el sistema de riego”.
El embajador Carlos Pita declaró que “los convenios internacionales que regulan la actividad diplomática prohíben a los jefes de misión inmiscuirse en asuntos internos del país en el que ejercen su función. No le está permitido manifestarse sobre posiciones políticas de partidos, grupos sociales, gremios o personas”. No se conocen señalamientos formales al respecto de la embajadora israelí.
Los sectores promotores de la declaración acordaron retirar del texto elevado por las bases un fragmento que volvía a pedir al gobierno que cancelara la oficina de innovación en Jerusalén, una medida decidida por el anterior gobierno de Lacalle Pou y que hace que esa sea la única oficina de innovación de Jerusalén. A comienzos de abril, el Frente ya había emitido una declaración en la que exhortaba a la Cancillería a “seguir evaluando la suspensión” de ese proyecto, algo a lo que tanto Yamandú Orsi como el canciller Mario Lubetkin se negaron.
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