El hermano del partisano y la hija del cnl

Un documental sobre la búsqueda de un desaparecido y las acciones guerrilleras previas al Golpe

 

Acaba de ser estrenada la película El hermano de Miguel (Mariano Minestrelli, 2017) que resume la búsqueda en pos de saber que pasó con Sergio Gustavo Dicovsky, llevado con vida luego de ser detenido junto al cuerpo recién baleado del coronel Jorge Ibarzábal.

El aporte de este material es doble: por un lado, el hallazgo de testigos; por otro, un encuentro entre familiares de quienes pusieron el cuerpo en la lucha setentista por la distribución de la riqueza y el ordenamiento que se da un país.

En ese encuentro está el pasaje más intenso de los 72 minutos del film que ya tuvo su primera semana en el cine Gaumont.

Aunque no son tales hallazgos lo único sino lo mejor de este documental que fuera proyectado en las jornadas del festival BAFICI de 2018, en Recoleta y Caballito, además de participar en festivales internacional como el Central-Doc, de México, o en el de Cine y Derechos Humanos en Madrid.

Suman a la estética dada por el joven director, una correcta reconstrucción de época con vehículos Chevy, Falcon y Rastrojero, del que Miguel Dicovsky dirá: “Tenemos más datos de la camioneta que de mi hermano”.

 

 

La historia

Sergio Dicovsky fue el primer desaparecido de Quilmes y uno de los primeros de la penúltima democracia. El 19 de noviembre de 1974, en la Rastrojero de Ceferino Fernández, llevaban al teniente coronel Jorge Ibarzábal, tomado como rehén durante la toma del cuartel de Azul –diez meses antes– que le costara la Gobernación a Oscar Bidegain.

En una pinza policial en las avenidas Donato Alvarez y San Martín, de San Francisco Solano, los tripulantes de la caravana guerrillera se trabaron en un tiroteo del que casi todos pudieron escapar salvo el herido Dicovsky, quien subió a la caja de la camioneta y disparó tres veces sobre el armario donde llevaban al militar.

Fue llevado por la Policía Bonaerense antes de que la zona se llenara de militares; por lo que no se sabe quién desapareció al “detenido con vida”, según testigos y diarios de la época.

 

La pesquisa

Con el cambio de siglo, cuando me propuse saber cómo se había llegado al Golpe de Estado, en una extensa investigación acerca del periodo 1968-1976 hallé este episodio y me pregunté qué habría pasado con Dicovsky. Pregunté por él en internet hasta que recibí un correo de Miguel que me pedía más detalles sobre un texto mío subido a la red.

Le corregí los datos que tenía de los diarios, lo llevé al lugar de los hechos, lo puse a hablar con un testigo directo y –ya de regreso– le hice disminuir la marcha del vehículo cuando se pasó dos semáforos rojos en la principal avenida, abstraído por lo que acaba de escuchar de boca de quien vio a su hermano vivo por última vez. Era el primer dato concreto que obtenía luego de treinta años.

Así empezó este documental, en el que dan extenso testimonio Julio Mogordoy y Dalmiro Suárez (ERP); el abogado Pablo Llonto; algunas personas cercanas que prefirieron no mostrar el rostro y, desde Europa, la última pareja de Sergio.

Llonto le sugirió a Miguel que le preguntara a la hija de Ibarzábal si sabía algo más. Yo recordé la respuesta de Verbitsky a Cecilia Pando de Mercado respecto de la necesidad de debatir.

Respeto su militancia en defensa de lo que cree justo, por más que sus argumentos no se ajusten a la verdad, y celebro su recurso a la discusión racional como una implícita autocrítica de los métodos brutales que aplicaron desde el poder las personas por las que ahora aboga, y como un homenaje a los métodos de lucha desarrollados en los peores años por los organismos defensores de los derechos humanos. Por eso le contesto, en detalle y con la mayor seriedad. Bienvenido sea el debate. (http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/subnotas/271403-72471-2015-04-26.html)

Le dije a Minestrelli que no lo dudara. Y el director afrontó el desafío parado en un lugar de distancia física y simbólica que realza el trabajo.

El encuentro entre los deudos se dio en el patio de un bar de San Telmo, ante cámaras con objetivos que permitían la charla sin incómodos cables en el suelo ni invasivos trípodes al lado.

“Me cuesta mucho trabajo hablar de tu hermano”, desliza Silvia.

“A mí no me pone contento filmar un documental”, aclara Miguel antes de señalar su único objetivo: “La verdad”.

Silvia responde palabras simples mientras se cubre la boca con la mano izquierda y desvía la vista hacia la derecha.

Miguel mirará al suelo por largos segundos hasta rematar casi en un suspiro: “Sí, es difícil”.

Y el director –a dos cámaras– los dejará en silencios tanto o más expresivos que antes.

No hay debate. No tiene porqué haberlo. Ni golpes bajos. Ya fue escrito que Silvia era una preadolescente que debió cuidar a su hermanito cuando la mamá alcoholizada quedaba deprimida en la cama todo el día. Ya es conocida la angustia de quienes no tienen una tumba adonde acudir y sólo les queda la búsqueda en una larga caminata que, como cada año, llega a las puertas del poder político nacional, cada vez más vallado y lejano.

Otros debatiremos porqué el Ejército no guarda expedientes –si es cierto– sobre la caída de uno de sus hombres; porqué no aceptaron el canje propuesto por la guerrilla –que sí fue aceptado en el caso del presidente de la Suprema Corte bonaerense, el padre de los hermanos Hugo, Jorge y Carlos Anzorregui–; por qué la cobertura a las familias se limitan a un acto y un ascenso post mortem –y ni eso, en algunos casos, como el del coronel del Estado Mayor Conjunto Martín Rico, muerto en 1975 cuando investigaba a la Triple A–.

Otros debatirán la lucha armada; la oportunidad de equipar estas muertes puntuales con las masacres colectivas de la represión; la simplificación discursiva entre “dos demonios”; el displicente “qué me importa” de la suerte del guerrillero que “se la buscó”.

Desde esta columna, el aporte posible es el de poner en contexto la decisión de Dicovsky tomada en pocos segundos: el ERP venía matando a oficiales del Ejército; uno de ellos fue el mayor Jaime Gimeno, en Banfield, el 7 de octubre, en un atentado en que murieron los combatientes Arístides Suárez, Jacinto Saborido y Eduardo Ernihold, detenido con vida hasta ser llevado a un puesto de la Policía Caminera en Quilmes Oeste.

¿Por qué mataban militares en las calles? Porque querían equiparar las bajas que el general Luciano Ménendez les produjo luego de la fallida toma de un cuartel de Catamarca, cuando los instó a rendirse a cambio de un juicio pero, una hora más tarde, fusiló a los 16.

Los reclamos del ERP no fueron atendidos ni por la prensa. Por eso decidieron abatir a 16 oficiales, objetivo que truncarán luego del infeliz tiroteo que alcanzará a las hijitas del capitán Viola el 1º de diciembre.

Ibarzábal no iba a integrar esa nómina (de haber querido, lo hubiesen fusilado sin necesidad de arriesgarse a trasladarlo con vida). Tampoco el mayor Argentino Larrabure la integraría, hasta que se suicidó en el lugar donde era retenido.

En esa retahíla, el hermano de Miguel, sorprendido, herido mientras cubría a sus compañeros, todos los cuales –de momento– pudieron huir, subió a la Rastrojero para disparar sobre el militar.

Así como Ernihold fuera desviado con vida al puesto de Camineros para terminar muerto, también Dicovsky fue tomado vivo muy cerca de esa dependencia policial donde revistaban efectivos con apodos como “Loco”, capaces de retener bebés que no le pertenecían y cuyos comercios en Berazategui no son molestados por oscuros recuerdos ni citaciones judiciales.

A 45 años de aquello, El hermano de Miguel podrá ser vista en los espacios del INCAA. Este lunes a las 18, en Quilmes. Y en el cine Gaumont, de Congreso, hasta el miércoles a las 13.30.

 

 

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