El hombre báscula

La agenda de la unidad y la normalidad para enmendar la aberración trumpiana

 

En la rueda de prensa ofrecida por Joe Biden en Wilmington, Delaware, una semana antes del asalto al Capitolio, un periodista le preguntó cómo encararía las tareas de “unir” y “sanar” a las que se había referido en la campaña. El núcleo duro de su respuesta fue: “Mi objetivo principal es unificar el país… Ya no se trata de republicanos o demócratas”. Y agregó: “Necesitamos un Partido Republicano; necesitamos una oposición fuerte basada en principios”. También se refirió en esa instancia a la búsqueda de normalidad, que está basada tanto al plano local como a un reposicionamiento en el campo de las relaciones internacionales, fuertemente alterado por la gestión de Donald Trump.

Como es sabido, Biden retomó estos temas de la unidad y la normalidad en su discurso inaugural. Ambas cuestiones parecen centrales, al menos en esta primera etapa de su gestión presidencial.

 

 

Unidad

Esta cuestión remite a varios ítems, entre otros:

a) La restauración de las reglas del juego republicano y de un consenso básico de respeto a la democracia, que recupere un régimen de convivencia sana entre el oficialismo y la oposición, extraviado como consecuencia de los abusos, de los manejos discrecionales y de la brutal embestida final de Donald Trump.

b) La reparación del sistema político bipartidista regido por una alternancia gubernativa de los partidos regida por el voto, en el cual cada uno debe jugar adecuadamente su correspondiente papel. Se trata de la búsqueda de una unidad general en el marco de una diversidad que es sustancial a un orden democrático. Vale apuntar, sin embargo, que la posibilidad de que Trump mantenga su influencia sobre una porción del Partido Republicano es tanto factible. Lo cual puede generar discordias e intolerancias que serían muy poco convenientes para la búsqueda de la unidad. Como se sabe, está pendiente el impeachment de Trump que seguramente dará indicios de lo por venir.

c) La formulación de un plan de gobierno consistente y viable, capaz al mismo tiempo de no colocar en la vereda de enfrente a los republicanos y de abrir camino a algunas políticas sociales indispensables. En este plano Biden arrancó bien. Anunció dos decisiones significativas: la reincorporación norteamericana a la Organización Mundial de la Salud –para enmendar la aberración trumpiana de retirarse— y el regreso al Acuerdo de París orientado a combatir el cambio climático y sus secuelas, también ordenado por Trump. Los republicanos sensatos no deberían presentar trabas mayores ante estas razonables iniciativas.

Asimismo, instaló una política de tratamiento responsable de la pandemia y de cuidados activos sobre la población en general: el uso del barbijo y el distanciamiento, entre otros comportamientos, que habían sido desconsiderados por su antecesor. Anunció su intención de establecer una nueva reforma migratoria más benevolente que la actual y una política más flexible respecto del otorgamiento de la ciudadanía norteamericana. A lo que ha sumado sendas moratorias sobre los desalojos, sobre las ejecuciones hipotecarias y sobre el pago de los créditos concedidos a los estudiantes para el financiamiento de su formación laboral y/o profesional.

Es decir, un paquete de medidas mucho más consideras que las enarboladas por Trump respecto de sectores sociales que se han visto en dificultades.

d) Menos auspiciosas son las designaciones de Brian Deese, Wally Adeyemo y Mike Pyle en los cargos de Director del Consejo Económico Nacional, Subsecretario del Tesoro y Economista Jefe del equipo de la Vicepresidenta Kamala Harris, respectivamente. Deese y Pyle dejaron importantísimos cargos en BlackRock, la empresa de gestión de inversiones más grande del mundo para sumarse al equipo de gobierno. Adeyemo trabajó en ella y llegó a ser jefe de gabinete de su fundador, Larry Fink. Los tres están moldeados por el modelo de globalización preexistente al estropicio trumpeano. ¿Serán funcionales para la búsqueda de la unidad que pretende Biden?

 

 

Normalidad

Los estragos, desatinos e incompetencias de Trump, que abultaron su fracasada pretensión de “hacer grande a Estados Unidos otra vez”, fueron múltiples. Entre otros: sus descontrolados embistes contra la matriz económica neoliberal y contra el multilateralismo, sus desavenencias con la Unión Europea, su disputa ya multinivel con China (Mar de la China del Sur y guerra comercial, entre las más destacadas), su incapacidad para lidiar con las “guerras interminables” de Medio Oriente y alrededores, su desdén por el convenio con Irán y su bochornoso destrato de Nuestra América, a la que ubicó casi sin tapujos en el consabido “patio trasero”. Es enorme el escenario que demanda normalización, tanto que probablemente excederá este período presidencial de Biden.

¿Se puede volver en el plano económico al inmediato pasado pre-trumpiano?

El desenvolvimiento de la matriz neoliberal comenzó bien pero terminó mal. Escribe Joseph Stiglitz en un artículo reciente publicado en Project Syndicate, titulado Hacia dónde va Estados Unidos, que las políticas neoliberales produjeron un enorme aumento de ingresos y riqueza para la cima de la pirámide poblacional y estancamiento casi total para el resto. Y añade: “La promesa neoliberal de que el incremento de ingresos y riqueza se derramaría hasta la base de la pirámide era básicamente falsa. Mientras cambios estructurales a gran escala desindustrializaban grandes partes del país, a los rezagados se los dejó en la práctica librados a su propia suerte”. Casi podría decirse que indica que la libertad de mercado se ha comido a la igualdad social.

Cabe recordar, por otra parte, que Estados Unidos y la Unión Europea sufrieron sendas crisis económico-financieras en 2008 y 2011 respectivamente. Ambas anticiparon el ocaso de la primera fase de la globalización. Así las cosas, es poco probable que en este plano pueda regresar al pasado previo a Trump. Habrá probablemente quienes quieran intentarlo: esos que Stiglitz ubica en la cima de la pirámide, que tienen influencias sobre los Partidos Demócrata y Republicano. Más arriba se ha visto, por ejemplo, que hay ex altísimos directivos de BlackRock incorporados a los gabinetes de Biden y Harris, que bregaran probablemente por la “vieja” normalidad. Parece, sin embargo, que es más probable que el nuevo Presidente busque alguna otra alternativa para construir una “nueva” normalidad, tanto en el plano nacional como en el internacional.

Por otra parte, Biden deberá trabajar para rehacer su alianza con la Unión Europea y enmendar la mala relación con la OTAN dejada por Trump. Y tendrá también que lidiar con la cada vez más potente China, que ha aprovechado el terreno dejado por aquél en el ámbito multilateral, como lo demuestra la reciente firma de dos importantes convenios. Uno es la Asociación Económica Integral, calificado como el acuerdo de libre comercio más importante del mundo. Incluye a China, Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelandia, Birmania, Brunei, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Singapur, Tailandia y Vietnam. Concentra un tercio de la economía global y un mercado de alrededor de 2.300 millones de personas. El otro es el denominado Acuerdo Integral de Inversiones firmado por China y la Unión Europea, también de importancia singular.

 

 

Final

La autorregulación de la globalización basada en la libertad de mercado no funcionó adecuadamente en Estados Unidos. La crisis económico-financiera de 2008 lo demostró claramente. Por añadidura el oficio de bombero desempeñado por el Estado fue indispensable para superarla. Sí, del vilipendiado Estado. Aquel que había que mantener alejado de la presunta autonomía creadora del mercado. Una de las cuestiones que deberá encarar Biden será la de redefinir las relaciones entre ambas entidades: Estado y mercado, en procura de conseguir estabilidad económica y unidad política.

Por otra parte, la síntesis propuesta por Stiglitz –registrada precedentemente— es prácticamente inapelable: no hubo derrame ni de ingresos ni de riquezas más allá de los estratos sociales superiores. Es obvio que deberá trabajarse, en aras de la unidad, en ampliar la oferta de trabajo y mejorar las remuneraciones y los ingresos de los estratos sociales no superiores. Lo cual probablemente generará tensiones.

El trumpismo como fenómeno político no puede ser interpretado si no se toma en consideración el contexto económico-social precedente pintado aquí a grandes trazos. En la coyuntura, habrá que ver cómo evolucionan y actúan el ex Presidente y sus seguidores pues son el ingrediente político fundamental de la falta de unidad política.

En lo que respecta a la normalización en el campo de las relaciones internacionales el panorama es denso pues contiene situaciones muy delicadas y actores muy significativos. Biden, que no es precisamente un progresista, probablemente basculará entre la normalidad “vieja” y la construcción de una “nueva”.

En fin, veremos. Esto recién empieza.

 

 

 

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