El infierno tan merecido

El gobierno apunta a culpabilizar a la población por los golpes que le inflige

 

La expiación es la eliminación de la culpa o pecado a través de un tercero. El sujeto culpable queda absuelto de cualquier pena por medio de un objeto, animal u otra persona: '"Cristo" en el caso del cristianismo; algunos cultos antiguos practicaban el sacrificio animal.

En la Argentina de Macri, son los grandes perdedores del modelo económico quienes ponen su cuerpo al servicio de una inmolación de Cambiemos en el poder. ¿Abnegación? Pareciera que no: sencillamente no existe, al menos hasta ahora, otra salida para aquellos que son los destinatarios de las decisiones del gobierno. La promesa de “profundización” del modelo, que el Presidente anunció en su última reunión de gabinete ampliado, sólo augura más sacrificios involuntarios.

El industrial, el pyme, el monotributista, el empleado en relación de dependencia, y aquel que habita la economía negra —ahora en la penumbra—, un jubilado, comerciante, un docente, todos, cualquiera de ellos, son los inmolados. Para eso el gobierno necesita no sólo un “chivo” que expíe, sino también una idea que le haga de soporte y que libere de culpas a aquellos prestos a señalar con el dedo. El industrial sufre porque es “poco competitivo” o supuestamente “vivió protegido” por las medidas de protección del Estado. El pyme se vio “beneficiado” por el modelo económico que cebaba al consumo del mercado doméstico, fabricando bienes y generando servicios que en una economía “abierta” serían muy difíciles de colocar en otros mercados. Los jubilados son culpables de la política de jubilación del gobierno kirchnerista y de la nacionalización de las AFJP implementada por el gobierno anterior. Y los docentes... Se ha dicho que la educación es mala, que trabajan poco, que tienen muchas vacaciones, que ganan bien porque pueden trabajar doble turno, etc. Ergo, se los mantiene sin cerrar su paritaria porque eso genera reacciones y medidas de fuerza que caen mal en la sociedad (a nadie le gusta un paro docente porque los chicos no pueden ir a clases), lo que refuerza el contenido acusatorio que baja desde el poder.

No es casualidad entonces que los mayores perjudicados de este modelo económico parezcan ser, además, “culpables” en los registros que inyectan la bajada ideológica del gobierno, una operación retórica que suele permear grandes capas de la sociedad, cuyos miembros repiten en sus círculos, tratándose en muchos casos de sectores que han votado a Cambiemos y ahora precisan de argumentos para solventar el enigma que nace de la evidencia de la extendida desigualdad y pobreza que acampa en el país.

Pero este planteo aciago tiene, además, una pata elocuente. La deuda, más allá de su matemático signo económico, sostiene no sólo una relación con la moral y la subjetividad, sino también con los métodos del poder y del control social.

El auge de la valorización financiera que actúa decomisando el excedente social acumulado impulsa el endeudamiento creciente de los Estados e implica un amplio costo social. La figura del “endeudado” cumple el rol de “culpable” de una parte de la sociedad que se supone que “vivió la fiesta” de los últimos años del mandato kirchnerista con tarifas de servicios públicos subsidiadas y un tipo de cambio “atrasado”.

En este esquema, la “culpa” de estar endeudado transforma a buena parte de la sociedad en el cuerpo expiatorio de un gobierno que no sólo ha puesto en marcha un plan económico funesto, sino que en rigor ha encontrado en el endeudamiento con los mercados y el FMI el único salvoconducto para que la economía no quiebre del todo. Para Walter Benjamin, el neoliberalismo es un sistema religioso cuyo culto es culpabilizador, antes que expiatorio; en este caso se trata de un “culto que no expía la culpa, sino que la engendra”. Resumiendo, estamos ante un culto que no tiende hacia la expiación de la culpa sino a su engendramiento exponencial, en el sentido de que la culpa no deja de aumentar.

Como no es expiable la culpa, el culto capitalista no es algo de lo que se pueda renegar así sin más. Sin embargo el gobierno ha asociado esta práctica al déficit heredado (déficit ampliado, ahora) y además le ha impuesto una dinámica opuesta: la dolarización de los contratos de servicios públicos, el combustible, los peajes implican costos permanentes, culpas que deben expiarse y que se activan cada vez que el Gobierno decide devaluar la moneda para licuar las presiones que impone la cuenta corriente del balance de pagos. Así, la deuda termina siendo una política del sacrificio cuya expiación se cumple cuando la clase media y popular paga tarifas de servicios públicos dolarizadas.

Incluso esta semana, la estrepitosa y preocupante suba del riesgo país inquietó a propios y extraños. El mainstream de opinólogos sostiene que todo se debe a las “dudas” por la incertidumbre electoral del año próximo, como si un escenario aún lejano e improbable de una victoria opositora pudiese suplantar, aquí y ahora, a la incertidumbre reinante atada a la economía local.

Técnicamente, la suba del riesgo país implica un retroceso en el precio de los bonos soberanos argentinos producto de una venta por parte de los inversores. Como la renta de los títulos es “fija”, si el precio disminuye la tasa que paga aumenta en términos relativos, por lo que la medición del EMBI que denominamos “riesgo país” aumenta. Esto es así porque lo que mide el EMBI es la tasa que paga (y deberá pagar) un bono de la Argentina por encima de la tasa del bono del Tesoro de los Estados Unidos, considerado por el mercado financiero internacional como “libre de riesgo”.

Es decir que en lugar de comprar bonos argentinos los inversores los están vendiendo. La caída en el precio es la que activa la suba de la tasa interna de retorno del bono. ¿Por qué vendería un inversor un bono de la Argentina que paga una tasa del 10% anual en dólares o más? ¿Acaso no le convendría seguir sosteniendo esa inversión dado que el riesgo de impago del bono está descartado por el dinero que prestó el FMI?

Los inversores venden sus títulos porque consideran que el riesgo está instalado en la Argentina. En rigor, el plan económico y financiero parecen haber dado a luz a un complejo entramado de sistemas de reproducción de las condiciones que generan incertidumbre. No ponderan lo que puede pasar dentro de casi un año porque lo urgente se encuentra por encima de lo importante. Los inversores venden porque ven que el plan del gobierno en materia financiera y económica no está funcionando. La economía sigue profundizando su recesión. Hay mayor pobreza (33,6% según datos conocidos en las últimas horas) y una inflación con un piso para los próximos 12 meses en un 30%. La tasa de interés en niveles del 60% anual garantiza mayor desempleo para los próximos meses. La cotización del dólar trepa nuevamente en la zona de los $ 40 mientras la fuga de capitales promedia los u$s 180 millones por día.

Con este panorama, está claro que las chances de la oposición de hacerse con una victoria electoral aumentan en forma directamente proporcional al deterioro de la economía. Es decir que la raíz de la suba del riesgo país no tiene su origen en una eventual candidatura opositora, sino la dramática situación socioeconómica y la falta de reacción de quienes tienen la sumatoria del poder político para tomar decisiones, verdadera génesis de la destrucción de puestos de trabajo y actividad que está teniendo lugar en este preciso momento.

Con todo, lo más preocupante incluso no son estos datos sino el rumbo que parece tomar el gobierno. Esto es, la idea de que la única posibilidad de “normalización” de la economía debería venir por la oportunidad de volver a tomar deuda de los mercados financieros internacionales. Nuevamente hace su aparición este esquema: la única forma de expiar las devaluaciones, tasas exorbitantes y presiones inflacionarias que ostenta la economía a raíz de las decisiones de gobierno es, atención, más deuda, que habrá que pagar con un mayor costo social.

Si el sacrificio introduce la expiación, la vida endeudada plantea un íntimo vínculo entre vida y sacrificio, en el sentido de que la vida endeudada deriva en una vida “culpable” que está condenada. Como decía Borges, que el cielo exista aunque nuestro lugar, parece, sea el infierno.

 

 

 

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