EL KORAZÓN DE JULIO MAIER

Un intercambio epistolar del gran jurista con el director de El Cohete a la Luna

 

Lo recuerdo en este momento cuando, ya grande y jubilado, descubrió la política y se convirtió en un militante que iba a los actos y movilizaciones con su bastón y con un entusiasmo propio de un adolescente, descreyendo del Derecho al que había dedicado toda su vida académica, al punto de escribir una nota en la que se preguntaba si valía la pena su propia vida, dedicada en un gran porcentaje a los saberes y a la práctica del derecho y, con ello, si debíamos insistir en aquello que fuera nuestro oficio durante muchos años y todavía más: si no debíamos arrepentirnos, a la vejez viruela, de haber dejado alguna descendencia que hoy, como nosotros antaño, pretende racionalizar la comprensión y el uso del Derecho y que observaba el frente de la Facultad de Derecho de la UBA en la que “enseñó” medio siglo y no sabía si reír o llorar.

Y en ese recuerdo se me apareció un diálogo que en septiembre de 2016 había mantenido con Horacio Verbitsky, quien —en una suerte de espejo— argumentaba lo que el movimiento popular podía obtener a través del derecho.

Maier le escribe a Horacio felicitándolo por un artículo que había aparecido ese domingo, pero confesando que en verdad le escribía sólo para dialogar con él con cierta apreciación de la realidad y ciertas preguntas que podía no responder nunca, ni mucho menos responder pronto, sino, eventualmente, cuando estuviera al pedo y no supiera qué hacer, si es que ese tiempo existía en su vida. Le decía que leyendo lo escrito ese domingo se planteaba, por enésima vez, el problema del peronismo y cómo salir de este estado de cosas que lo había tornado de pesimista teórico en deprimido práctico y hasta tenía vergüenza de la vida sin problemas personales que le había deparado el destino, gracias, precisamente, a las inequidades de nuestra América.

Le decía que nunca había sido peronista debido a que, según su opinión, el peronismo era tan extenso ideológicamente que albergaba en su seno todas las posibilidades políticas, desde la derecha extrema hasta la izquierda violenta, pero que el llamado "kirchnerismo" había logrado reivindicar en su afecto personal al peronismo, incluso logrando que comprendiera algunos comportamientos del General y de su movimiento y presidencias originales y, según su opinión personal, ninguno de los males que le imputaba al peronismo fueron repetidos por el kirchnerismo; muy por lo contrario, hizo prácticas las mejores dotes y enseñanzas del movimiento popular peronista; más aún, desarrolló muchos de sus ideales juveniles.

Que ello le había hecho pensar, desde hacía algún tiempo en este infierno diario, empecinado en detraer todo lo logrado por el "kirchnerismo" en más de una década y en fundar un Estado al estilo de los comienzos del siglo XIX, si la salida estaba en un movimiento que incluyera a parte de ese peronismo, con otras fuerzas políticas o movimientos menores, como, por ejemplo, Nuevo Encuentro o el radicalismo irigoyenista o forjiano, liberado de aquella otra parte que ya no conforma un partido nacional. Le asaltaba la duda acerca de si eso alcanzaría para regresar y ampliar un país más igualitario, más justo, más soberano. Por último, le agradecía que leyera lo que le había escrito sin ninguna obligación de contestar, ni de hacerlo en un tiempo dado; “si puedes bien y si no puedes también”, finalizaba.

Pero Horacio le contestó al otro día, diciéndole que le parecía admirable que a los setenta y pico conservara la curiosidad y la rebeldía de la adolescencia; que no tenía la respuesta a su pregunta, pero que le parecía extraordinario que se la formulara y que lo hiciera a partir de lo que viviera en la última década. Por si le servía de algo, le contaba que él había dejado de ser peronista hacía 43 años, el 20 de junio de 1973. No obstante lo cual nunca había perdido de vista que no hay proyecto transformador posible sin el peronismo, contradicción ésta que sólo pudo resolver a partir de 2003, cuando apoyó las políticas de Kirchner, quien a su vez se apoyó en lo que los organismos de derechos humanos habían construido antes de que él llegara al gobierno.

Respecto de su confianza en el derecho le relata una experiencia personal y un episodio en el que no intervino pero que lo motivó con mucha fuerza. Al asumir la presidencia del CELS al comenzar el siglo, entendió que estaban dadas las condiciones jurídicas pero también políticas para conseguir la nulidad de las leyes de punto final y de obediencia debida, lo que pidió a mediados del año 2000, calculando que la movilización en marzo de 2001 por el aniversario 25 del golpe iba a contrapesar las presiones tradicionales y en general secretas de los poderes fácticos y liberar al juez para fallar "de acuerdo a Derecho", según la frase hecha que adoptara para simplificar. Así fue, tres semanas antes del aniversario, un juez que nunca se había destacado por su adhesión a causas populares, declaró la nulidad y reabrió una causa cerrada en 1987.

No hacía mucho que, al mismo tiempo que en Brasil destituían a Dilma, en Esquel la abogada de Milagro Sala conseguía con un alegato extraordinario que un juez federal de Esquel declarara nulo el proceso de extradición a Chile de un dirigente mapuche acusado de tomar y quemar un fundo. Ella pudo probar que la policía y la AFI realizaron tareas ilegales de inteligencia para localizarlo y acusarlo, que los fiscales avalaron esos procedimientos y que un detenido fue forzado con torturas a denunciarlo.

Lo que intentaba decirle es que el Derecho puede servir a las buenas causas, si estas se organizan bien y si las respalda la movilización de la sociedad, o de una porción significativa de esta, que no todos los abogados son iguales y que el juez tuvo una actitud digna. Lo instaba a no bajar los brazos,“los tuyos son poderosos”, le decía.

Por último, Julio le respondió que su contestación le había hecho mucho bien aunque lo reafirmara en la idea de que el Derecho, en definitiva, depende de quién lo aplica. Su intérprete hace con él lo que desea por interés o por ideología y las palabras del Derecho —también sus teorías— tienen poco peso. Por supuesto que un buen abogado puede lograr que un juez, por mediocre que él sea, opere correctamente, sobre todo si se trata —el juez— de una buena persona en el fondo, dispuesta a dejarse convencer con argumentos.

Pero el hecho de que buenos abogados logran buenos resultados si no se dedican al lobby jurídico y de que existan buenas personas y hasta buenos jueces (círculos de tiza de Bertolt Brecht) no quitaba un ápice a su desgraciada conclusión de que el Derecho nada dice, sólo se trata de poder de dominación y la llamada "justicia" del ejercicio práctico de ese poder.

Le decía, además, que a ambos les había pasado algo parecido, pues a partir de 2003 y hasta hace poco, cada vez con mayor fuerza, los gobiernos argentinos tornaron realidad varios de sus ideales juveniles y lo hicieron sin sacrificar la libertad, ni los derechos de nadie. El problema reside en que lo dejaron frente a la "restauración de épocas pasadas", cuando ya tenía una edad en la que no podía esperar demasiado para volver a los días felices, con críticas, pero con alegría. “Es por lo que te he contado en el párrafo anterior por lo que mi korazoncito, maltrecho el pobre, se escribe con K”. Finalizaba agradeciéndole su mensaje, “que guardaré para leer cada vez que me llegue el ataque depre”.

Quiero recrear tal diálogo, porque muestra a un Julio que quizás pocos conozcan, alejado del conocido brillante procesalista que honró a la Facultad formando muchos años a los futuros abogados, muchos de los cuales son hoy a su vez Profesores que continúan las enseñanzas de Julio y enseñan el derecho dentro del marco de la defensa de los derechos humanos y son los que defienden su vigencia.

Y si observamos el frente de la facultad veremos que alguna de sus columnas le pertenecen.

 

 

 

* Profesora Consulta Facultad de Derecho UBA

 

 

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