El laberinto de la violencia

Desandar el camino a través de casos y causas

"Laberinto", Leonora Carrington, 1991.

 

La violencia no da tregua.  El 1 de noviembre otro pibe murió en San Martín en un hecho violento. Hay algo muy espectacular con estos crímenes. Es un espectáculo macabro y ostentoso; termina con tu vida, pero a la vez te saca del olvido. Les otorga una existencia tan heroica como fugaz a los protagonistas. La mayoría de los vecinos de nuestros barrios nunca ven sus historias en la tele.

Esta vez aparecemos en Crónica TV. Circulan los videos por WhatsApp. “Brutal persecución y robo”, dice la miniatura. “Policía abatió a un delincuente”, se afirma. “El efectivo salvó a una pareja”, en legítima defensa, deduce. 

 

 

Los familiares y vecinos suben a Joel Navarro al patrullero para que lo lleven al hospital. En la escena se mezcla un pedido de ayuda desesperado con la bronca contenida. Suben al chico herido al patrullero, armado y herido, y a la vez le tiran piedras a la Policía. Se desconoce el nombre de la víctima, y el personal policial lo traslada al hospital Bocalandro.

El joven trasladado fallece en el hospital y es reconocido como Joel Navarro, vecino del barrio 18, ubicado en ruta 8 y Eva Perón, San Martín. 

La UFI 6 califica al hecho como homicidio agravado por el uso de arma de fuego.    

Mataron a otro pibe.

 

 

Nuestra punta del ovillo

El día del velorio de Sebastián Carrillo, asesinado en el barrio Independencia el 14 de octubre de este año, nos encontramos con una persona amiga de la familia, que conocemos hace muchos años, y le preguntamos de forma casi rutinaria: 

—¿Cómo estás? 

Responde:

—Vivo de milagro. 

Me muestra su auto con un balazo en la parte trasera, fotos de las casas de sus vecinos con disparos en ventanas, paredes y puertas, y me cuenta que los tiroteos son algo cotidiano en su barrio porque “hay mucho transa”. Me sorprendo, pero lo dejo pasar. Hay una idea que subyace de negar la muerte, de negar algo que pasa, y que parece que es algo a lo que tenemos que acostumbrarnos.

La semana pasada hablamos sobre las muertes en el barrio Independencia, y esta vamos a conocer otro barrio, más cerca del centro de San Martín. La Catanga, una villita de una manzana en una zona residencial, como se puede apreciar en la vista satelital

 

 

Laberinto

El lunes 2 de noviembre, un mes y medio después de aquel encuentro, llegan mensajes porque al hermano de un compañero le pegaron dos tiros en la panza: él es E., es un poco más grande que nosotros, tiene 47 años. Lo conocemos todos; la conmoción nos vuelve a inundar. Está internado en el Hospital Eva Perón, el ex Castex. El homicidio no consumado no deja de ser un homicidio.

Su historia se parece a la de muchos que fuimos adolescentes en los años ‘90, con familias atravesando aquella crisis. Militó con la municipalidad, con el presidente del concejo deliberante y con nosotros un tiempo en 2023. 

E. tiene problemas de consumo, problemas que lo llevaron muchas veces a estar muy vinculado al mundo transa. No se sabe en detalle, pero un mes antes le habían pegado un tiro en una pierna, y ahora dos tiros en la panza. Vivía en ese barrio donde lo encontraron estas balas, aunque no se crió ahí. Se hizo amigos, pasó mucho tiempo en esos pasillos y se fue quedando. Proviene de una familia integrada, con todas las dificultades de vivir y crecer en el conurbano de los ‘90. A la pizza, birra y faso de los 2000 se le fueron agregando algunos condimentos más peligrosos, y muchas más balas.

E. ingresó por sus propios medios al Hospital Eva Perón, con una herida de arma de fuego, con orificio de entrada a la altura de las costillas. Según consta en el parte policial, el médico que lo atendió dijo que, si bien se encontraba bajo los efectos de estupefacientes, llegó a manifestar que el hecho sucedió en Libertad y Suipacha, en La Catanga. No se sabe más porque lo ingresaron al quirófano y luego quedó sedado. No se encontraron imágenes de video, y la investigación continúa bajo la carátula de “averiguación de ilícito”.

E. es el emergente y La Catanga no tiene nada que envidiarle a Independencia, si bien no está en el famoso corredor José León Suarez-Hurlingham, donde el Buen Ayre es la ruta que organiza la venta de drogas.

Esta zona es conocida porque se vende por cada calle. El barrio consta de una sola manzana, una hectárea, y según el relevamiento de Barrios Populares (RENABAP) actualizado al 2023, habitan allí 198 familias, que aproximadamente suman unas 800 personas, lo que nos permite inferir que se conocen todos con todos. Pueblo chico…

Emplazado a 200 metros del cementerio municipal, se presume que las primeras familias se asentaron allí por los años ‘60. A pesar de ser un territorio muy pequeño en medio del ejido urbano, aún hoy las conexiones de agua, cloacas y luz son irregulares y deficitarias, y no hay gas de red.

Es un barrio con una historia poco conocida, poco relatada. Hay videos recientes, de viajeros que cuentan “berretines barriales”, con un tono espectacularizante, de bandidos y villanos rebeldes, románticos.  

 

 

 

Pueblos chicos, infiernos grandes

En la zona hay más barrios que tienen características similares: La Tranquila, La Perrera (Villa Palmera) y Tropezón. Describimos solo uno porque nos repetiríamos en detalles.

Unos meses antes, el domingo 14 de junio de este año, Ricardo Jesús Mansilla fue asesinado en el mismo barrio donde le dispararon a E. En el mismo cruce de las calles Libertad y Suipacha, en inmediaciones de la villa La Catanga. Se especula que el móvil no fue el robo. El caso está en plena investigación, y no hay detenidos. 

En su momento, había trascendido que una persona que respondía al nombre de “Luli” arribó al lugar, disparó a Mansilla en el estómago y se escondió en los pasillos del barrio. Mansilla fue trasladado de urgencia al Hospital Interzonal General de Agudos Eva Perón, donde perdió la vida.

Este año los vecinos de la zona contabilizan las muertes con sus métodos, y duplican a los cuatro homicidios que nos animamos a confirmar. 

Unos meses después, otros dos varones jóvenes fueron heridos en un mismo día en dos barrios distintos a diez cuadras de distancia. El 8 de octubre de 2025, Guillermo Gabriel Otazua (39), domiciliado en Tropezón, y MDM (23), con dirección en el barrio 9 de Julio de San Martín, recibieron impactos de bala. 

La cercanía de los vecinos y la estrechez del barrio hacen que las historias se multipliquen y amplifiquen. Pero también que se escondan, se callen.

El problema es que son todas víctimas que nadie quiere defender porque eran parte del circuito que tejen transas y consumidores devenidos en vendedores al menudeo, y fueron tragedias cuyas familias pudieron ver venir, sin lograr impedir el desenlace fatal. Las culpas y la vergüenza ocultan las historias particulares de estas víctimas y victimarios que nadie quiere nombrar, porque en su mayoría son parientes.

Como nos han enseñado los organismos de derechos humanos, y tal como lo aprendimos con las víctimas de la violencia institucional de nuestra joven democracia, en los litigios legales es fundamental la construcción del caso y darle visibilidad a través de las historias de las víctimas. ¿Hay poesía en las vidas rebeldes de los sucios, feos y malos? ¿Estamos dispuestos a dejarlas caer en el olvido? 

Según pudimos saber, después de mucho preguntar, a las dos de la tarde del 8 de octubre sucedió el primer hecho violento. En Güemes y Madero, yacía Guillermo Gabriel Otazúa con un balazo en la cabeza. Lo asistieron médicos del Centro de Atención Primaria de Salud N.º 21, ubicado en esa esquina. Estaba su pareja, una mujer de 26 años, que contó cómo se dieron los hechos, minutos antes. 

Mientras estaban en la canchita de fútbol con otro amigo al que llaman el "Nono", Guillermo en un momento se metió en un pasillo para ir al kiosco y se escucharon cuatro detonaciones. En ese instante, otro hombre, que empuñaba un arma de fuego, ingresó al mismo pasillo. Su pareja lo describió como “narigón”, alto, con una campera rompevientos negra. Gritó: “Lo maté, lo maté”. Ella intentó retenerlo, pero nadie la ayudó. “¿Qué hiciste?”, gritó alguien. Se perdió en un pasillo del que luego volvió a salir. 

La novia de Guillermo y junto a toda la gente lo asistieron y lo trasladaron dentro de una frazada hasta la salita.  

A los pocos minutos llegó una ambulancia y los llevó al Hospital Eva Perón.

A menos de un kilómetro, a las 14.30 horas, se encontró otro hombre tendido en estado crítico en el suelo, en la intersección de las calles Frondizi y Juan Domingo Perón, La Tranquila. Al aproximarse al asentamiento, por Frondizi, se podía ver a un hombre tendido en el suelo, sobre la calle de tierra, con su torso desnudo y una bermuda negra. A simple vista se percibían varias heridas de arma de fuego.  Un tumulto de personas, a pocos pasos de él, confesaron que lo sacaron “a rastras” del pasillo y lo dejaron abandonado ahí luego de dispararle en las piernas. Puede presumirse que lo habrían linchado: tiene quebrada una pantorrilla. Antes de desvanecerse, se lo llegó a identificar como MDM. Luego resultaría imputado por el homicidio de Guillermo Gabriel Otazúa. MDM fue trasladado con custodia policial al hospital Thompson y sobrevivió; tiene 23 años.

Dos días después, el 10 de octubre, falleció Otazúa, y la UFI 2 decidió imputar a MDM por homicidio con prisión preventiva. MDM no era del barrio, ni de La Tranquila, ni de La Catanga. Si bien vivía en la zona de José León Suárez, solía frecuentar estos pequeños barrios cercanos al cementerio de San Martín y lo conocían con un apodo que remite a un país latinoamericano. Hay otra causa en la que se lo considera víctima por las lesiones recibidas. 

 

Responsabilidad 

Cuando hablamos de un problema estructural, como las violencias que se despliegan en nuestros barrios, cuando narramos cómo va tomando forma un sistema de gobierno de nuestro territorio, a través del control y del temor, está claro que no estamos buscando a un culpable inmediato. Tampoco a un responsable político. Cuando creemos que hay uno, no dudamos en señalarlo. La intención de esta serie de notas es analizar una problemática social: desmenuzarla, cortarla en pedacitos, poner un caso al lado del otro y un barrio al lado del otro para reflexionar y construir una política de seguridad, de investigación criminal, acorde a la forma en que el narco se está insertando en nuestros barrios: entramado en los vínculos preexistentes. Son las mamás sostén de hogar, las tías, las doñas y los chicos, adolescentes, hijos, los chicos del comedor; es nuestra comunidad.

Una pregunta recurrente es: ¿Cómo podremos entender la racionalidad de este sistema si la justicia investiga hechos aislados, de forma autónoma? El fiscal general tiene las facultades para ordenar a sus fiscales que investiguen los vasos comunicantes entre hechos similares, en un lapso y con una metodología similar. Para nosotros esas facultades le dan una responsabilidad. Un enfoque sistémico puede ayudar a poner al Estado a la vanguardia y desentrañar el desarrollo de los negocios privados, ilegales y, para ser sinceros, todavía bastante marginales.

 

Los hermanos Miño

El miércoles 26 de febrero de 2020 asesinaron a Emiliano Gabriel Miño (22) en La Catanga. Estaba junto a su hermano Víctor Ariel, un año mayor. El sábado 7 de marzo se publicó el hecho en un medio local, cuando detuvieron a otro joven, identificado como “Chelo”, en San Miguel. La investigación estuvo a cargo de la fiscal Gabriela Disnan, de la UFI 5 de San Martín, y el móvil habría sido “antiguos conflictos barriales”.

En la investigación consta que Emiliano sufrió un disparo en el estómago que le causó la muerte a las pocas horas y su hermano recibió varios balazos en las piernas, pero quedó internado fuera de peligro. Sus atacantes huyeron, y ellos fueron trasladados al Hospital Municipal Diego Thompson.

 

Justicia por Víctor: acribillado cuando fue al almacén

A estos barrios los conocemos desde hace mucho porque tuvimos un comedor en La Catanga. También trabajamos en La Tranquila, igual de chico y un poco más poblado; según el censo RENABAP, en 2023 vivían allí unas 220 familias. Linda con el cementerio municipal. 

En el 2016 acompañamos a la familia de Víctor González, víctima de la Policía en una balacera, en medio de una persecución policial. Denunciamos a la Policía y exigimos justicia. Seguimos esperando. La causa se archivó.

Regulación 

En la Catanga ya no hay patrullero en la esquina, tampoco la Policía viene al barrio. Los vecinos sienten que llegan tarde: para “levantar cadáveres”. La leyenda dice que es una especie de castigo porque “los transas del barrio no arreglaron con la cana”. Los asedios a los tiros de otras bandas que intentan ganar esa zona son la maldición de los poderosos, que no cuidan ni ejercen su autoridad. Dejan hacer. La zona corresponde a la Comisaría 1a de San Martín, y a dos cuadras tiene una delegación la Fuerza Barrial de Aproximación (FBA), una unidad especial de la Policía de la Provincia de Buenos Aires diseñada para trabajar políticas de seguridad ciudadana con las comunidades en los barrios. Su objetivo es la prevención de delitos y violencias a través de la gestión de conflictos vecinales, familiares y de violencia de género, por ejemplo, y a través de la articulación con otras áreas del gobierno local y provincial, entendiendo que en la base de muchos conflictos hay problemas sociales estructurales. 

Un objetivo ambicioso y la gestión de lo posible. Dentro de las instituciones del Estado, las fuerzas sociales pugnan, pelean, día a día. 

 

 

Ver esta publicación en Instagram

 

Una publicación compartida por Javier Alonso (@ejavieralonso)

 

 

Cinismo legal

Hay infinidad de estudios sobre la regulación policial del delito complejo, sobre todo del narcotráfico. Muchos anticipan que esta es una manera menos costosa en términos humanos de mantener controlado el tema. Javier Auyero, junto a Katherine Sobering, concluyen que la compleja relación entre la policía y los traficantes en el Conurbano bonaerense se comprende mejor mediante el concepto de "Estado ambivalente". Argumentan que el Estado está lejos de estar ausente; por el contrario, está activamente presente en la regulación clandestina del mercado ilegal de drogas, actuando simultáneamente como represor y socio del crimen. 

Esta dualidad genera un profundo "cinismo legal" y desconfianza entre los residentes de barrios vulnerables, quienes perciben que la ley es selectiva y que las instituciones no actúan en su favor. En última instancia, este funcionamiento tiene un "impacto violento en la vida cotidiana" de las personas, manifestándose en un aumento de la inseguridad, la brutalidad policial y la desprotección generalizada de los ciudadanos frente a la violencia estatal y criminal.

 

 

Algunos avances, algunas lagunas, en la Mesa por la Paz en los Barrios 

La Mesa por la Paz en los Barrios ya tuvo tres reuniones, y los Ministerios bonaerenses de Justicia y Seguridad enviaron representantes para mapear las dimensiones del conflicto local. También el municipio se hizo presente desde el área de Seguridad, y a la vez propuso convocar a las áreas de Niñez y de Salud, por el abordaje de los consumos problemáticos y la articulación con el Fuero de Responsabilidad Penal Juvenil. El municipio es fundamental para articular la intervención de actores de todos los poderes y de todos los niveles: local, provincial, federal. 

El Obispado, por su parte, relata los distintos momentos del conflicto, que lee de forma muy similar a las organizaciones sociales, del Reconquista y de San Martín, y en conjunto con sectores de la UNSAM, que estudian las violencias y los homicidios.

En las reuniones se tematiza sobre: 1) la porosidad en los barrios; 2) la forma de construir confianza, legitimidad, y 3) cómo consolidar en los barrios una autoridad que defienda el imperio de la ley. El debate es picante, es inevitable, hay dolor, hay trabajo invisible, hay un Estado que se defiende, y esto genera enojo en las organizaciones que señalan lo que falta, lo que no se puede evitar, las muertes, las balas. Un Estado que pide perdón, lamenta la incapacidad propia y se repliega en un debate (que reconoce) indispensable.

Se perfilan algunas iniciativas: articulación estatal y comunitaria para atajar a los pibes antes; recuperar las calles del barrio Independencia, en primer lugar, e ir avanzando sobre toda la zona. Circula un borrador de la Comisión Provincial por la Memoria con una propuesta de desarme y una actividad en la UNSAM para promover el debate sobre la restitución de bienes recuperados del crimen organizado, versionando el modelo que se usó para terminar con la mafia italiana, estudiando la experiencia de la Asociación Civil Libera.

En este sentido, todos apoyamos la iniciativa municipal de darle un uso social y comunitario al galpón de la famosa “Gorda” Laura.

Todos coincidimos en que falta involucrar más al Poder Judicial. Las conversaciones establecidas fueron fructíferas. En eso estamos.

 

 

Tico, la punta de otro ovillo

¿Cómo salir del laberinto de estas violencias? Ariadna entró con un hilo, para Teseo, cuenta la mitología griega. ¿O era para liberar al Minotauro?, tal como propone Julio Cortázar en su versión.

Una tía se comunica con nosotros. Tiene otro hilo. Federico Ávalos era un pibe de 32 años, cartonero. “Andaba con el carrito y tenía problemas de consumo”, dijo su tía. Vivía un poco en la casa familiar y un poco en la calle. Muchas veces usaba de dormitorio un descampado que hay en Villa Hidalgo donde la municipalidad promueve un futuro parque industrial. Lo llamaban Tico.

El 13 de noviembre a las tres de la madrugada, un llamado al 911 alertó sobre un masculino con quemaduras en el cuerpo. Dos oficiales de la UTOI se acercaron al lugar y encontraron a Tico en muy malas condiciones. Ante la presencia de numerosos vecinos y familiares, decidieron trasladarlo en el auto de su hermano, diez años menor que él, al hospital de Boulogne, donde finalmente, un día después, murió por quemaduras en el 90% de su cuerpo.

El parte policial habla de un incendio accidental, mientras los familiares denuncian que alguien lo roció con nafta y lo prendió fuego.

“La zona viene picada”, decimos, repetimos, nosotros. El predio donde fue prendido fuego Tico es un descampado que limita con las vías del tren Mitre. Hay un túnel que pasa por debajo del Camino del Buen Ayre y las vías salen al otro lado. En ese túnel se juntan muchos pibes y pibas a consumir. Muchos. Se empezaron a armar ranchadas. Los vecinos que son de la comunidad paraguaya se enojaron. Se hicieron reuniones porque la relación entre los pibes y los vecinos es hostil. Los pibes son de Villa Hidalgo, y los echaron de sus casas por consumir. Enfrente, un comedor del Movimiento Evita les reparte comida tres veces por semana. El cura aparece con la virgencita de Luján a las tres de la madrugada; rezan un Padre Nuestro. Comparten el pan. Misionan. La otra punta del ovillo nos lleva hacia adelante. El Minotauro sigue allí, donde lo mataron.

 

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 8.000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 10.000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 15.000/mes al Cohete hace click aquí