La palabra “personaje” tiene dos acepciones según el Diccionario de la Real Academia Española. Puede hacer referencia a cada uno de los seres reales o imaginarios que figuran en una obra literaria, teatral o cinematográfica, o también a una persona que se ha destacado por la calidad o representación que ha alcanzado en la vida pública. Los personajes históricos, como el de José “Pepe” Mujica, se acomodan a ambas definiciones porque luego de una vida que parece obra de una ficción literaria, ha conseguido incorporarse a la vida pública como una figura ejemplar, de referencia para la izquierda latinoamericana. Sin duda que los rasgos de su personalidad, entre los que destacaba su carácter bonachón (lo que no le privaba de hacer uso de comentarios mordaces); su humildad intelectual, exenta de toda arrogancia; la coherencia entre las ideas que defendía y el estilo de vida que llevaba; el uso inteligente del humor y la magnanimidad ante quienes habían destrozado su vida física; son muestras de un carácter excepcional. Pero es en el campo de las ideas donde su legado es más valioso. No tanto porque haya dejado una importante obra doctrinal, sino porque sus aportes puntuales fueron dirigidos justamente a lo contrario, es decir a socavar las viejas doctrinas consolidadas. Si por pragmatismo entendemos la corriente filosófica que rechaza la existencia de verdades absolutas, “Pepe” Mujica fue un pragmático singular que alentó una revisión de muchos de los mitos fundacionales de la izquierda latinoamericana.
Reforma o revolución
El pragmatismo en política consiste básicamente en una actitud de prudencia intelectual que considera que todas las ideas son provisionales y deben ser sometidas a los cambios que se estimen pertinentes según el resultado que arrojan tras su aplicación práctica. Frente a una cultura muy asentada en nuestras sociedades latinoamericanas, en las que sobrevive la fe en las soluciones mágicas, el culto a viejos mitos decimonónicos y la idolatría a los líderes redentores, Mujica representó una mirada fresca, prudente, renovadora, muy apegada a la realidad. El pragmatismo es enemigo de las verdades reveladas, y por tanto desconfía de los mitos fundacionales y de los cambios revolucionarios que anuncian la redención de la humanidad. Las experiencias de las revoluciones del siglo XX que provocaron enorme sufrimiento social y terminaron en el punto de partida son pruebas ineludibles que obligan a aceptar que un camino de reformas, basadas en el método de prueba y error, resulta más esperanzador y ofrece indudables ventajas. Mujica reconocía que continuaba teniendo una visión socialista porque “el hombre es un animal socialista” pero admitía que “cuando se intentó implantar un estado socialista el resultado fue un desastre”. Sostenía que “el tener una causa es gastar un poco de tiempo en la lucha por la solidaridad con los otros, es gastar tiempo de nuestra vida en un esfuerzo que no tiene compensación material pero que es, en definitiva, para tratar de ayudar a otros. Eso es la revolución, no debe ser la revolución, pero no hay revolución sin esto...” El ejemplo actual de China, y su decidido paso hacia un pragmatismo transformador que opera sobre resultados, ha saldado la vieja disputa de la izquierda entre reformistas y revolucionarios, demostrando que la única revolución posible es la que se consigue acumulando reformas inteligentes que se van ajustando según los resultados.
Pragmatismo u oportunismo
Aquí conviene detenerse un momento. El pragmatismo no debe ser confundido con el oportunismo, que es la renuncia a los objetivos últimos para conseguir éxitos momentáneos. Mujica nunca abandonó su desconfianza en el capitalismo y marcó su distancia con la idolatría del mercado. De modo que su reformismo apuntaba a embridar el capitalismo y reducir las desigualdades que son la consecuencia inevitable de un capitalismo desregulado. El rol que se asigna al Estado sigue marcando la diferencia fundamental entre la izquierda y la derecha. La izquierda es partidaria de un Estado del bienestar que ofrezca el acceso universal a bienes públicos como la educación y la salud, para lo que hace falta recaudar impuestos de forma eficiente y equitativa. Mujica señala en las Conversaciones con Nicolás Trotta (Ariel) que “estamos intentando mitigar la desgracia del capitalismo. Pero en su dibujo esencial no lo superamos. ¿Qué nos planteábamos? Un poco más de equidad social, repartir un poco más de justicia económica. Pero estamos jugando con los mismos valores. Eso es para tenerlo presente. Y es el desafío que tiene la izquierda del futuro. El homo œconomicus. Porque en realidad en lugar de construir ciudadanos estamos construyendo consumidores. Que no necesariamente equivale a producir ciudadanos”. Consideraba que la alternativa no consistía en la sustitución plena del capitalismo “sino un fomento de la autogestión, de la autogestión colectiva”. Añadía que no era partidario de un Estado que centralizara todo “porque eso termina en burocracia”.
Rol del Estado
Convengamos que, para que cumpla acabadamente con un rol protagónico, el Estado debe ser eficiente, lo que solo se consigue cuando el ingreso a la función pública se hace mediante pruebas que garantizan la capacidad y solvencia profesional de los designados. Por consiguiente, el mayor enemigo de un Estado que haya ganado prestigio ante los ciudadanos es el clientelismo político y la corrupción, es decir el uso de las “cajas” del Estado con fines políticos, como actualmente hace el gobierno de Javier Milei con el PAMI repitiendo comportamientos indeseables en los que incurrieron todos los partidos políticos en la Argentina cuando fueron gobierno. De allí que en las Conversaciones Mujica afirmara que “la corrupción es un subproducto de la cultura capitalista en la cual estamos inmersos, sometidos y hackeados. Caemos en la corrupción por apetencia económica. Nos tienden a corromper porque aceptamos y aceptamos porque queremos plata”.
Su apuesta clara era por respetar las reglas de la macroeconomía ya que los gobiernos deben tener “políticas estables, previsibles y cuidadosas, con reglas claras y definidas”. Era partidario del “equilibrio fiscal, mantener una economía austera y no jugar con la inflación”, que según dijo a la revista brasileña Veja “son factores que ya no pueden estar en discusión ni por la izquierda ni por la derecha o el centro”. De hecho, uno de los proyectos estrella de su gobierno fue el de la reforma del Estado para que la Administración Pública ganara en eficiencia. Esta posición lo llevó al enfrentamiento con ciertos sectores gremiales que “son partidarios de la ley del mínimo esfuerzo, si me pagan 10 para qué voy a hacer 20… los vicios que tienen los funcionarios y que se critican no son ni más ni menos que los vicios que tiene la idiosincrasia uruguaya”. Defendía que los concursos públicos debían ser transparentes para evitar que “nos vendan gato por libre”. En relación con la reforma del Estado señalaba que “vamos a intentar hacer lo que los ingleses hicieron en 1854. Estamos un poco atrasados, pero lo vamos a intentar”.
Liberalismo político
Mujica reconocía que con el transcurso del tiempo había ido valorando algunas notas del mensaje liberal que antes despreciaba. En su época juvenil había considerado que “el mensaje liberal no era más que un taparrabo de la explotación capitalista”. Después, con el tiempo, había tomado consciencia de que si bien podía ser usado como un taparrabo, no solo estaba instalado en las relaciones económicas de la sociedad sino en el conjunto de relaciones de sociedad. “El concepto auténticamente liberal de respeto y tolerancia, es decir, pensar en los demás, es un valor de la humanidad que hay que defenderlo a ultranza de las cosas que vinieron y de las que no deberían irse jamás”.
El respeto y la tolerancia en la consideración de las diferencias políticas permitieron que el Frente Amplio pudiera sostenerse en el tiempo, convertido en una expresión política que gobernó quince años y donde convivieron sectores de la socialdemocracia de Danilo Astori, los partidos comunista y socialista y el Movimiento de Participación Popular de ex Tupamaros, entre otras fuerzas. En relación con esta experiencia, Mujica afirmó: “Nosotros discutimos un programa posible para una etapa y tratamos de ponernos de acuerdo para ese programa. No queremos ponernos de acuerdo hasta el juicio final porque eso es imposible. Entonces, y según ha pasado el tiempo, hemos tenido éxito y empezamos a ser una fuerza tradicional. Ahora nos empieza a cementar la historia y el que se va, pierde. Hemos logrado construir un capital subjetivo que se llama Frente Amplio. Y aunque tenemos identidades distintas, sabemos perfectamente que el que se dispara de ese corral, queda afuera”.

La batalla cultural
En Conversaciones sostenía que al caminar junto a la gente se aprendía una lección: “Con la gente no se hace lo que uno quiere. A la gente hay que tratar de ayudarla y, hasta donde se pueda, conducir los fenómenos que ayudan hacia el porvenir. Pero nunca hay que creer que vamos a construir a la gente como se nos antoja a nosotros”. Consideraba que “hoy en ese espacio de izquierda se perfila una batalla cultural. Mi generación, todavía muy embebida en la ideología, desde Robespierre para acá, pensábamos que cambiando las relaciones de producción podíamos construir el hombre nuevo. Pero el hombre no solo está condicionado por una relación económica y otras cosas. El hombre es una criatura terriblemente emocional, subjetiva y que tiene una parte racional. Yo creo que estamos en el medio de una batalla cultural que va a ser muy larga. O cambia la mentalidad del sapiens y el sapiens logra dominarse, o vamos a hacer pelota la vida en la tierra porque el mercado es ciego”. En relación con las críticas que recibía por ser demasiado moderado, como Lula, respondía: “Sí, eso va a estar ahí, inevitablemente. Lo que sucede es que nosotros queremos repartir mucho, por eso vamos despacio. A nosotros, filosóficamente, no nos gusta el capitalismo, ni por asomo. Desde ese punto de vista, tenemos una concepción socialista del hombre. Pero pienso que no es posible construir el socialismo con sociedades de semi-analfabetos. El capitalismo tiene que cumplir un ciclo importante, multiplicar los medios, multiplicar el conocimiento y la cultura, y va a terminar siendo sepulturero de sí mismo, porque también nos va a hartar con sus despropósitos y con la cantidad de injusticias que comete. Por eso aconseja ir despacio. El hombre tiene una cara conservadora y tiene una de cambio; es parte de la condición humana. El hombre va a vivir con esa contradicción. La cara conservadora, que tiene sus razones muy serias, porque no se puede vivir cambiando todos los días, cuando se hace crónica y cerrilmente cerrada, deja de ser conservadora y se hace reaccionaria. La cara de izquierda, cuando es tremendamente radical, se hace infantil. El partido lo resuelven quienes están en el centro, que son la mayoría”.
Sus reflexiones sobre la naturaleza humana lo acercan al personaje del Viejo Vizcacha del Martín Fierro y merecen ser leídas en su integridad: “No hay buenos si no hay malos. Lo que pasa es que lo bueno es aquello que favorece y va a favor de la vida, y lo malo es lo que entorpece, dificulta o termina agrediendo a la vida. En torno a lo que es bueno y lo que es malo: hay momentos de encrucijada, porque la vida es muy general, y ahí entra lo que es justo y lo que no es justo, lo que es conveniente y lo que no es conveniente, lo real y lo posible. Lo valioso y lo efímero. En la lucha humana hay muchas cosas efímeras porque necesitamos nuestra afirmación, autoafirmarnos, autoproclamarnos y, probablemente, esas cosas nos hacen trampa a nosotros mismos. No sé si los malos tienen algo de bueno, lo que tengo claro es que los buenos tienen algo de malo”.
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