EL LIDERAZGO DEL MUNDO

Estados Unidos tiene el poder pero carece de consenso

 

Bien se sabe ya que Estados Unidos ha perdido la condición de superpotencia solitaria que alcanzara después de la disolución de la Unión Soviética. Esta circunstancia dio lugar a una transición en el escenario mundial, que terminó plasmando una doble polaridad. Una establecida en el plano militar entre la gran potencia del norte y Rusia que, recuperada de sus tribulaciones, mantuvo —y mantiene— un enorme arsenal nuclear y una amplia capacidad de proyección de fuerzas. Y otra en el plano económico, que enfrenta de nuevo a Estados Unidos pero en este caso con China.  Esta última configuración comienza a presentar hoy nuevas formas de antagonismo, que conviene examinar.

 

 

Estados Unidos

Estados Unidos viene trazando una trayectoria declinante en el plano económico, en tanto que China ha mantenido un continuo desarrollo. En los 20 años que van desde 2000 a 2019, el crecimiento porcentual promedio anual del PBI, a precios constantes de ambos países, arroja estos resultados: 9,010% para China y 2,053% para Estados Unidos. El desenvolvimiento chino es más de 4,4 veces mayor que el norteamericano. Y en lo que respecta al crecimiento porcentual promedio del PBI per cápita a precios constantes, medido en base a la paridad de poder adquisitivo, los guarismos son estos: 8,427% para China y 1,275% para Estados Unidos. En este renglón, el crecimiento chino es 6,6 veces mayor que el estadounidense. (Los datos son del World Economic Outlook Database, abril 2020, del FMI.)

Estos números están bastante más allá de lo coyuntural; señalan unas dinámicas de desarrollo económico y de mejoras en el nivel de vida de sus respectivas sociedades, claramente diferentes entre uno y otro país. Es justamente este rush el que ha puesto a antagonizar a China con Estados Unidos. La ya consolidada potencia de Oriente, para más datos, supera a la del norte desde 2014 en lo que respecta al PBI a precios corrientes, medido a paridad de poder adquisitivo, según la misma fuente citada arriba. Los Estados Unidos parecen congelados mientras la vieja China avanza a todo trapo, como si fuera nueva.

Donald Trump ha tratado de ponerle límites a este andar chino. Ha entorpecido el desarrollo de la interdependencia económica y comercial que era prototípica de la globalización. Clausuró, entre otras decisiones, la Asociación Transpacífica que aparecía como un estandarte de aquella interdependencia. Junto a esto embistió y embiste contra empresas chinas como Huawei y, más recientemente, Tik Tok. Y hasta desató una guerra comercial con Beijing. Obstaculizó, asimismo, la multilateralidad institucional que se derivaba de aquel fundacional interrelacionamiento mundial. En síntesis: da toda la impresión de que ha tratado de quitarle el agua al pez para que dejara de nadar y, eventualmente, asfixiarlo. Cosa que no ha ocurrido aún ni parece que vaya a suceder.

Pero más allá de la coyuntura Trump, operan también otros factores de más lejano arraigo.

En las relaciones exteriores norteamericanas, la utilización del poder (“la probabilidad de imponer la propia voluntad contra toda resistencia”, según Max Weber) parece ser más frecuente que el uso de la dominación (“la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato de determinado tipo”, idem.). Hubo y hay en las conducciones políticas norteamericanas una tendencia a imponer decisiones y a obligar sumisiones. A trabajar sobre la base de la supremacía antes que sobre la de la hegemonía. Muy lejos está de su “madre patria” que, con muchos menos recursos, mantuvo durante tres siglos un amplio imperio sobre la base de la articulación entre la coerción y el consenso. La historia de América Latina está lastrada por ese monofásico comportamiento estadounidense, desde la guerra de anexión de Texas hasta el solapado intervencionismo reciente en Brasil y Bolivia.

La manera norteamericana de utilizar su  instrumento militar  muestra con mucha frecuencia esta predilección por el poder (en el sentido weberiano). Las “guerras interminables” de Medio Oriente y vecindades son ejemplos palmarios. Han procurado imponer decisiones sobre la base de una superioridad de medios en principio incontestable. Y no han tenido éxito porque con eso sólo no alcanza. Falta la “continuidad de la política”, como hubiera dicho quizá Carl von Clausewitz  ante estos raros casos. O, lo que es más o menos lo mismo, la búsqueda consentida de obediencia junto al ejercicio de la coerción. Aún en los lugares donde ganaron la guerra, como en Libia, no consiguieron generar condiciones políticas favorables: este es el más redondo ejemplo de su ineptitud.

Trump es lo que toca hoy; pero en el plano que se está examinando no es más que una  cuenta –tal vez un poco más rudimentaria— del mismo collar. Hay ciertamente matices entre demócratas y republicanos. Pero el vector de comportamiento aludido termina siendo predominante.

 

 

China

China se ha abierto camino en la arena económica, mercantil y financiera internacional  sobre la base de una inteligente y a veces sutil utilización de sus crecientes capacidades y posibilidades. Es un gran productor, es un gran vendedor y es también un gran consumidor. Es, en consecuencia, un actor internacional singularísimo.

Hasta hace no mucho tiempo no trascendía más allá del ámbito económico, en el que mostraba  su constante y alto desarrollo. Sorprendía, también, con sus pujantes urbes como Shanghai o Beijing, así como con su iniciativa económico-financiera y geopolítica del “Belt and Road”  y su potente Banco Asiático de Inversión en Infraestructura. Más opaco pero no menos persistente fue el desenvolvimiento de sus capacidades militares. Su industria bélica creció considerablemente hasta alcanzar tecnologías competitivas con las de Rusia y Estados Unidos. Posee además la fuerza terrestre más numerosa del planeta, que encuadra a más de 1.200.000 efectivos. Y desde hace poco más de un lustro ha comenzado un despliegue de fuerzas en el Mar de la China del Sur, que se ha convertido en algo más que un dolor de cabeza para Estados Unidos.

 

 

El Mar de la China del Sur

Este mar es hoy la región más peligrosa del mundo exceptuando aquellas en las que hay guerras en curso. Presenta la riesgosa posibilidad de que se desarrollen enfrentamientos bélicos entre Washington y Beijing. Es la porción oceánica comprendida entre Singapur, el estrecho de Taiwán, las islas de Borneo, y Filipinas. Baña el borde sur del territorio chino, en el que se encuentran Shanghai y Hong Kong y otras importantes ciudades costeras e interiores. Forma, además, parte del camino de entrada a los pequeños y sucesivos mares Amarillo y Bohai; Beijing se encuentra tan sólo a 313 kilómetros de este último.

Toda esa superficie marítima es de una mayúscula importancia geopolítica para China. Desde hace algún tiempo ha avanzado en la fortificación de islas e islotes –incluso ha construido artificialmente algunos de ellos— en el Mar de la China del Sur y desplegado unidades navales y aéreas para su vigilancia y control, lo que ha motivado la crítica y el reclamo de Filipinas, Borneo y Vietnam, entre otros países del vecindario que reclaman como propios esos lares. Estados Unidos anunció que va a defender a sus socios y amigos y ha hecho un amplio despliegue de fuerza militar en la zona, en la que se destacan dos poderosos portaaviones. Y mantiene como retaguardia de apoyo una muy bien guarnecida base en la isla de Guam. Los recelos, roces e intimidaciones entre ambas partes se han incrementado peligrosamente en los últimos tiempos.

 

 

Final

En primer lugar debe destacarse que China ha comenzado a confrontar con Estados Unidos en el plano geopolítico y militar; ya no se limita sólo a la competencia económica. Es decir, ha dado un significativo paso hacia adelante.

En segundo lugar, Estados Unidos replica su comportamiento de proyectar fuerzas militares de envergadura, sin que esto le reporte resultados positivos. Una vez más se percibe la insuficiencia de lo que más arriba se ha denominado su accionar monofásico: mucha fuerza y muy poca política. Hasta el momento lo que se observa es que China expande su presencia en el antedicho mar y que su antagonista enarbola poder pero no es capaz de avanzar.

Hay un liderazgo en disputa a escala planetaria, hoy, entre ambos países. Puede decirse que Estados Unidos mantiene aún alguna supremacía, pero también que la va perdiendo progresivamente.

Quizá en las elecciones de próximo 3 de noviembre resulte derrotado Trump y tal vez se abra una nueva posibilidad para Washington. Pero atención: nada parece indicar que bajo las condiciones que dejará el Covid-19 el funcionamiento de la economía norteamericana pueda acortar ventajas respecto de la china. Asimismo, no es perceptible  que su ejercicio de la superioridad de fuerzas vacío de correlato consensual esté cerca de ser cambiado.

En fin, el tiempo tanto como la fortuna y la virtud señaladas por Maquiavelo, dirán.

 

 

 

 

 

 

 

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