El macrismo se retira del CONICET

Este CONICET actual, con aires de fábrica recuperada, trabaja para corregir el desmanejo del cual fue víctima

 

En la edición de Científicos Industria Argentina emitida por la TV pública el 20 de mayo de 2016, Adrián Paenza entrevistó al por entonces flamante presidente de CONICET, Alejandro Ceccatto. Paenza lo presentó como “una de las personas más importantes de la Argentina”, entendiendo, como muchos lo hacemos, que quien ocupa la conducción del CONICET no sólo debe imbuirse de la responsabilidad institucional que el organismo requiere, sino también coordinar la gestión de una entidad que debe ser punto y palanca de las transformaciones sociales, económicas y productivas que la nación afronta para mejorar la calidad de vida de su población. Como muchos colegas han explicado con profundidad, no hay manera de desarrollarse humana y económicamente si no es a través de la incorporación de conocimiento soberano a los circuitos de la vida productiva y a los debates sociales que nuestra comunidad atraviesa. De ahí la importancia que Paenza le brindó a la presentación del entrevistado.

En los primeros minutos de la entrevista, Ceccatto menciona que “si hablamos de una política de Estado, esto es lo más parecido que yo conozco: la continuidad de un ministro, la continuidad de personas de su equipo en puestos de importancia”. Muchos creemos que las políticas de Estado, si son genuinas y aceptadas por amplias franjas de la sociedad, no pueden estar asociadas a personas físicas. En todo caso, se requiere de funcionarios y funcionarias capacitados técnica e ideológicamente para llevarlas adelante. Pero asumamos por un momento que es así como decía Ceccatto en 2016: Barañao y su equipo eran algo así como una garantía de continuidad de políticas públicas implementadas por Néstor y Cristina, de buena factura, y reconocidas aún por los opositores más duros.

Casi cuatro años después, sabemos que “pasaron cosas”, y que la actualidad del complejo científico-tecnológico ofrece una pintura de debacle que pasó por arriba del enunciado “garantista”, de manera muy elocuente.

En efecto, no sólo el equipo Barañao-Ceccatto no resultó ser un hilo conductor de las políticas de Estado en ciencia y técnica que el mismo Macri en campaña reconocía como algo positivo a preservar, sino que tampoco fueron un dique de contención ante el embate ideológico y presupuestario que la administración cambiemita implementó apenas comenzó su mandato. Peor aún: los funcionarios ministeriales se sumaron al mainstream de la pos-verdad que las derechas que avanzaron a escala global —desde Trump a Macri, pasando por Bolsonaro— implementaron para deslegitimar la producción de conocimientos científicos como una plusvalía de cualquier modelo de desarrollo inclusivo. Hay, entonces, un hilo conductor entre el negacionismo de Trump en torno al cambio climático, el auge del terraplanismo, los movimientos antivacunas, la bestialidad bolsonarista en torno a los derechos de mujeres y disidencias sexuales y la catástrofe del Amazonas, Macri afirmando que “en Sudamérica todos somos descendientes de europeos”  y Barañao y Ceccatto desconociendo la caída presupuestaria e institucional del CONICET.

La médula discursiva es la misma: la negación de la evidencia empírica, degradada a un campo donde la opinión personal y subjetiva tiene el mismo valor que el análisis basado en datos. Ese axioma vale para todos los casos anteriores: el terraplanismo y muchos enunciados de las autoridades científicas de la administración macrista, como aquella de que el “CONICET es inviable”. Como dije antes, es un fenómeno social que, si bien no es nuevo, se exacerba en la era digital donde cada quien y cada cual puede viralizar opiniones que, a fuerza de likes y mediatización, se entreveran en la opinión pública con ideas de más calado, basadas en evidencia dura, en un recorrido dialéctico e histórico. Es una pandemia universal, pero cuando la pandemia llega a estratos como el Ministerio de Ciencia o el CONICET —que deberían ser el refugio de los análisis genuinos y objetivos—, el quiebre es total.

En la parábola discursiva de Barañao y Ceccatto se contempla cómo se mantuvieron en el mainstream negacionista durante los primeros tres años y poco de gestión. En otra palabras, en lugar de ponerse al frente del CONICET y velar por su consolidación y desarrollo, el tándem eligió instrumentar un discurso de justificación del ajuste, que los eyectó fuera de una comunidad que valora, por sobre todas las cosas, la objetividad a la hora de interpretar los datos crudos. Memorable en esta fase negacionista fue el debate acerca de los dichos de Barañao en Diputados en el año 2016, donde manifestó que existía un “rebalse” de científicos en el país y que hay un “problema” porque “no se van”. La tergiversación fue grosera, pues nadie en el ambiente científico niega el beneficio que implica que los científicos visitemos otros institutos del exterior. La chapuza es pensar que dejando científicos en la calle se logra un mayor roce internacional que beneficie a la ciencia nacional. Es fuga de cerebros, pura y dura.

Luego de la fase negacionista, a comienzos de este año pasaron gradualmente a un ominoso silencio radial, combinado con un reconocimiento de la debacle a puertas cerradas y off the record.

La parábola concluye con un reconocimiento explícito del retroceso del sector en estas semanas post-PASO, donde ya no quedan botes en el Titanic.

Esta escena final es, tal vez, la acuarela que mejor retrata lo que el macrismo siempre pensó acerca de la ciencia y la tecnología. Y es el dato que quiero traer a colación para cerrar esta columna: el 12 de junio comenzaron a actuar como nuevos miembros del Directorio los doctores Alberto Kornblihtt, por el gran área de Ciencias Biológicas y de la Salud, y Mario Pecheny, por el gran área de Ciencias Sociales y Humanidades. Ambos obtuvieron mayorías categóricas en las elecciones de sus respectivas áreas, y junto a Roberto Rivarola, representante de las ciencias Exactas y Naturales, han sabido consolidar mayorías en el Directorio que, oponiéndose a la política oficial, le han devuelto la dignidad al organismo.

El 2 de septiembre pasado Ceccatto presentó su renuncia al cargo de Presidente del CONICET, para acogerse al régimen jubilatorio. Si realmente el CONICET fuera un baluarte respetado por la administración macrista, aún en este interregno que nos separa del 10 de diciembre habrían designado a un funcionario del núcleo duro partidario, ya sea del PRO o del radicalismo no alfonsinista que conforman Cambiemos. Un político comprometido, aún en retirada, hubiera enviado allí a uno de sus referentes más cercanos.

Pero no.

Lo que está ocurriendo en el CONICET desde el 2 de septiembre está cargado de simbolismo. El organismo es conducido hoy por Miguel Laborde, quien llega a ser designado presidente no por formar parte de la administración macrista (aunque acompañó muchas de sus medidas), sino por ser el vicepresidente de mayor antigüedad y miembro del directorio electo por sus pares de la gran área de Ciencias Agrarias, Ingeniería y de los Materiales en el año 2016. En la misma elección fue ampliamente elegido Roberto Salvarezza, actual diputado por el FPV, nunca designado por Macri como miembro del directorio, en un caso flagrante de discriminación política.

Es lo más parecido a una fábrica que, quebrada y abandonada, es ahora atendida por sus propios trabajadores.

En estos raros meses de (bendita) ausencia de una dirección macrista capaz de lograr consensos en su directorio, el CONICET ha logrado explicitar ante la comunidad el grado de estropicio causado a través de declaraciones públicas oficiales; comienza a desmontar medidas estigmatizantes, como el control biométrico a empleados administrativos que cobran por debajo de la línea de pobreza; ha reclamado por una recomposición salarial indispensable y ha solicitado más cargos y mejores horizontes financieros en la discusión del Presupuesto 2020, entre otras medidas. Todas ellas con el objetivo de corregir el desmanejo neoliberal que sufrió el CONICET.

Este CONICET actual, con aires de fábrica recuperada, deja dos lecciones finales. Arrancando por la más evidente. El gobierno macrista no sólo no vio al sistema científico tecnológico argentino como un engranaje vital para el desarrollo nacional, sino que recurrió a los dispositivos de la pos-verdad que las derechas más obtusas emplean a escala global con la misma finalidad: tergiversar los datos duros para favorecer modelos de expoliación y retraso, por sobre modelos de inclusión y desarrollo. La segunda moraleja es que las personas raramente son garantes de las políticas de Estado. Esa garantía se basa pura y exclusivamente en los movimientos políticos, en especial en aquellos que se ofrecen a sí mismos debates profundos acerca de las políticas en cuestión.

Si tuviéramos que explicar el derrumbe neoliberal con un hecho político-administrativo concreto, la ausencia de dirigentes macristas en la conducción del CONICET es uno de los más tangibles y aleccionadores.

El 11 de diciembre es preciso el retorno de funcionarios y funcionarias portadores de ideología y vocación de servicio, pero también militantes de proyectos políticos que garanticen, más allá de las personas, la continuidad de una política de Estado basada en el conocimiento.

Director del Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas, miembro del grupo Ciencia y Técnica Argentina.

 

 

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