EL MOMENTO CRÍTICO

La crisis social, económica y política que hoy padecemos tendrá sus días críticos en la contienda de las próximas elecciones

 

A medida que el tiempo avanza hacia las elecciones nacionales, algunos temas pasan a ser los más repetidos en los medios, las redes sociales y las charlas cotidianas. Con el foco puesto en el campo diverso de la oposición, en algunos de esos temas se indica que hay que pasar de los diagnósticos a los programas de acción de un nuevo gobierno; hay que dejar de hablar del pasado y empezar a hablar del futuro; los dirigentes políticos de la oposición tienen que abandonar su pasividad y tener mayor presencia, protagonismo y compromiso; es urgente apurar los tiempos de la unidad; y varios otros. La idea dominante en todos ellos es la de la crisis que la sociedad atraviesa y el momento crítico de las próximas elecciones en las que el juicio de los votantes decidirá un camino para su resolución o para profundizar la gravedad de los daños del camino elegido por el gobierno de Cambiemos. Y aunque en principio se trata de afirmaciones razonables que pueden ser aceptadas en modo amplio, su importancia convoca a detenerse en ellas.

 

Significar la crisis

Es interesante observar que uno de los significados de la palabra “crisis” (separación) se relacionaba con “elección”, como lo usa Plutarco en Vidas Paralelas al tratar de Licurgo: “Hacíase la elección de esta manera: reunido el pueblo, elegía ciertos hombres de probidad…”. Y con “contienda”, como lo hace Herodoto en Los nueve libros de la Historia: “Cuando muere un marido, sus mujeres, que son muchas para cada uno, entran en una gran contienda.” Y también con “juicio”, como lo usa Sófocles en Edipo Rey: “Que un adivino entre los hombres obtenga mayor éxito que yo, no es un juicio verdadero”. Y en esa nube de significados relacionados, crisis se asocia a distinguir, cortar, decidir. Y de allí derivarán los términos “crítica” y “criterio” como juicios que distinguen lo verdadero de lo falso.

Pero la palabra crisis, ya en los primeros registros de la misma que se observan en los tratados del médico Hipócrates, conjugaba todos esos significados para indicar el momento de extrema relevancia –los “días críticos”— en los que una enfermedad (como la neumonía) seguía uno u otro camino —la curación o la muerte—: “Las fiebres tienen sus crisis en los mismos días en cuanto a su número, tanto las que permiten recobrarse a los pacientes, como las que son mortales”, se lee en El pronóstico y se describe en el opúsculo Sobre los días críticos. Y aunque este antiguo significado médico del concepto de crisis ha sido criticado en su aplicación a la noción de “punto crucial”, que hace unas décadas utilizara Robert North para el estudio de las crisis internacionales, se mantiene sin embargo su noción de crisis como el final de un proceso en un sentido o en otro.

En esta perspectiva, los términos que hoy más utilizamos y los conceptos que comienzan a afirmarse como ideas dominantes en el debate público guardan una estrecha coherencia con el significado histórico de los mismos. Por eso es que hay buena parte de razón en las ideas dominantes que se confrontan en el debate político y que acaso puedan resumirse diciendo: la crisis social, económica y política que hoy padecemos tendrá sus días críticos en la contienda de las próximas elecciones en las que el juicio (criterio y crítica) de los votantes decidirá el camino y con ello el sentido del proceso que vivimos. Pero diciendo esto, poco profundizamos en la cuestión.

 

 

 

Diagnóstico y tratamiento

Una crisis instaura, más que una grieta entre partes, un abismo entre tiempos —pasado y futuro— en los que se abren un tiempo terminal y un tiempo-por-venir. En ese abismo hay desorientación y desconfianza con un futuro que todavía no tiene forma. Y hay sensación de peligro, urgencia e impaciencia. Pero, por sobre todo, si algo caracteriza a los distintos tipos posibles de crisis, es la diversidad de grados de conciencia sobre la misma que tienen diferentes personas. Esto puede verse en modo transversal en todos los temas que hemos mencionado al inicio como dominantes en el debate público, porque en todos ellos se apela a la conciencia de los otros, a los que se supone con menor conciencia de la crisis que quienes les hablan. Pero si esto es así, hay una contradicción, o al menos un cierto conflicto, con el reclamo de dejar atrás los diagnósticos, porque no se podrá indicar un buen tratamiento con un mal o deficiente diagnóstico. A menos que entendamos que quien tiene que indicar el tratamiento es la clase política, en particular la oposición, y que esta ya tiene sobrados diagnósticos de la crisis.

El problema con ese enfoque es explicar por qué es la conciencia y acción de la clase política (los representantes), y no de la ciudadanía (los representados), la que debemos elegir como foco mayor de nuestra crítica, idealizando a veces al votante como si la libre voluntad de quien vota le otorgara una inmunidad que exime de toda responsabilidad. Una idealización que por cierto lo desplaza de su lugar soberano en el diagnóstico y tratamiento de la vida política. Y es que aunque admitamos que, desde el siglo XIX, en una democracia representativa liberal como la nuestra en la que “el pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades” (CN, art.22), esto no puede suprimir la aspiración de antigua data de una ciudadanía activa sujeta a la virtud cívica de subordinar la vida privada a los asuntos públicos y el bien común.

 

Amenaza y reversibilidad

Las metáforas médicas son de mucho uso en los discursos políticos. Y quizá resulte apropiado el utilizar la figura del enfermo crítico para representar por semejanza la catastrófica realidad política, económica y social que hoy vivimos en la Argentina. Una realidad colectiva en la que la dificultad para representar los daños tan serios que el gobierno ha causado sobre la población y las instituciones de la democracia, acaso pueda abrirse a una comprensión más amplia al relacionarla con otra realidad que aunque distinta por afectar a alguien en particular, precisamente por esto pueda estar más cerca de la sensibilidad y comprensión de cada uno de nosotros.

Las metáforas se definen por las semejanzas y no por las diferencias. Pero la semejanza entre dos realidades puede marcar las diferencias que las dos mantienen con otras realidades posibles. En medicina, un enfermo crítico se define como aquel que tiene una amenaza de muerte próxima, con probabilidad razonable de reversibilidad. Pero esos enfermos críticos, que se tratan en las unidades de terapia intensiva, se han vuelto extremadamente complejos en su diagnóstico y tratamiento. El desarrollo científico y tecnológico en el marco de sociedades de mercado, ha atomizado cada parte del cuerpo humano y sus circuitos funcionales hasta límites tan extremos que toda combinatoria en procura de una unidad de verdad y una unidad de acción ha ido difuminando sus límites hasta el borroso margen de una incertidumbre paralizante. El momento crítico –entre la vida y la muerte— no tiene hoy un día marcado para su resolución.

 

El relojero de la crisis

 

Harold Lloyd: "El hombre mosca", 1923.

 

Del mismo modo, pese a todos los signos negativos de la crisis política en la Argentina, nadie puede aventurar si el cuerpo social enfermo iniciará su restablecimiento o se agravará aún más a partir de las elecciones. Ese cuerpo social, como materia política, en modo semejante al cuerpo del enfermo crítico, también se ha complejizado en las últimas décadas de un modo tal que nos resulta difícil desagregar sus signos y unificar su terapia. Pero cuando profundizamos nuestro análisis podemos observar que la metáfora médica queda desbordada porque su figura retórica se convierte en realidad objetiva.

Un ejemplo de ello es la introducción de nuevos medicamentos en terapia intensiva. En la actualidad, esos nuevos medicamentos surgen de ensayos clínicos (investigaciones) multinacionales, patrocinados por la industria farmacéutica, con criterios de mercado tan radicales como para ir reemplazando la autoridad de los médicos en cuanto a su criterio de verdad diagnóstica y de eficacia terapéutica. Las corporaciones trabajan para relativizar los estándares médicos e imponer sus estándares de orientación mercantil. Pero en el momento de indicar un tratamiento en terapia intensiva hoy, esta presión confunde, relativiza, individualiza, manipula y mercantiliza las acciones médicas. Y la clase política está sujeta a los mismos condicionamientos y presiones (no a semejanzas metafóricas).

Por eso es que la ideología individualista que proclama la relatividad subjetiva de todo conocimiento y el imperio de la multiplicidad de circuitos de opinión posibles por la renuncia a datos que la sustenten, cerrada en los límites del interés propio, es una atomización en diversos campos sociales que hace difícil la unidad combinatoria. Pero la tarea de la crítica ha sido siempre esa disputa con las diversas formas de la mera opinión, la falsedad y las injusticias. Y es esa crítica el mejor relojero de las crisis.

 

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