El mundo que conocimos

Una nueva derecha busca desplazar a socialistas y liberales del Parlamento europeo

 

Europa se aproxima a la cita electoral de junio con algunas novedades: la primera es la presencia de fuerzas políticas de derecha que no se sitúan en el área conservadora del Partido Popular; la segunda, que la nueva tendencia de la derecha autoritaria apunta a “cambiar Europa”.

En la reciente reunión que convocó Vox en España, uno de los invitados más pintorescos fue el Pol-Pot del mercado libre que se exhibió en una serie de insultos dirigidos al Presidente del gobierno español y su esposa. Pero, dejando de lado el toque folklórico, el aspecto importante del evento fue la idea de “cambiar Europa” en vez de abandonarla. La punta de lanza de esta tendencia es Giorgia Meloni, que se propone como guía para este proceso, y la herramienta para conseguirlo sería una alianza entre los partidos de esta nueva derecha que ya cuenta con la anuencia de Marine Le Pen. La idea es crear una alianza con el Partido Popular desplazando definitivamente a socialistas y liberales del control de la cámara. También la señora Von der Leyen se ha contagiado y busca para su reelección el apoyo de sectores de la nueva derecha.

 

¿Pero qué cosa es Europa?

En primer lugar Europa es una originalidad: no es un país y no es una confederación, pero quiere actuar como un Estado y por ejemplo convoca a elecciones para el Parlamento Europeo. La realidad es que no tiene existencia constitucional, es una ficción que se basa en un acuerdo suscripto por una serie de países cuya vigencia es sólo internacional: en cada país rige la Constitución propia. Europa, a la que llamamos CE (Comunidad Europea) o UE (Unión Europea) por comodidad, se basa en el tratado de Maastricht de 1993.

No faltaron intentos de crear una Constitución europea. El proyecto fue redactado sin ninguna participación popular en 2004 y fue rechazado por la ciudadanía en sendos referendos en Francia y Holanda en 2005.

Pero Europa sigue siendo una potencia económica. A nivel mundial la cuota de PIB más importante corresponde a Estados Unidos, con el 25 %, seguida por China con el 18%, que ha superado en tiempo reciente a Europa, tercera con el 16%.

En las relaciones comerciales, China es el principal socio de Europa: de allí llegan un quinto de las importaciones extra-Unión Europea, que a su vez le vende a China el 8,8% del total de sus exportaciones (Estados Unidos recibe el 19,7% y el Reino Unido el 13,1%).

El peso de la UE es menor en mercados financieros y monetarios. Los activos en dólares son mayoritarios, aunque en descenso: desde 1999 a junio 2023, la UE pasó del 71,2% al 58,9%. Como era previsible, el segundo lugar lo ocupa el euro, que antes de la crisis del 2008 se posicionaba en torno al 28% y actualmente está estabilizado en el 20%. Los activos en dólares que componen las reservas siguen bajando en modo constante (aunque no se podría hablar todavía de una des-dolarización), en beneficio de monedas menores como el yen japonés, la esterlina inglesa, el yuan chino o el dólar canadiense. En tanto el euro no ha conseguido imponerse sobre el dólar y no se sostiene tampoco como moneda de pago internacional, a diferencia del yuan chino, que ha duplicado su presencia en las transacciones mundiales.

Los bancos e institutos financieros europeos han tenido beneficios altísimos, ayudados por el alza del costo de la energía. Por ese lado, la UE puede respirar, pero nos encontramos con un gigante económico que se expresa geopolíticamente como un enano, prisionero del rol subalterno a Estados Unidos que una dirigencia mediocre y temerosa mantiene.

 

Europa, ascenso y ocaso

La idea de una Europa con participación ciudadana se abrió paso con fatiga pero al final consiguió imponerse con una perspectiva de grandes ilusiones, novedades y un aire de modernidad. En este proceso de adaptación participaron todas las fuerzas políticas, incluyendo los partidos comunistas que dirigían personas como Santiago Carrillo en España, George Marchais en Francia o Enrico Berlinguer en Italia. Esta tendencia se llamó eurocomunismo.

Las cosas comenzaron a cambiar en los años ’90: llegaron las medidas de austeridad preconizadas por el Banco Central Europeo y su gemelo, el Banco Central de Alemania; los ciudadanos descubrieron que el destino de sus vidas era gestionado por una dirigencia que nadie había votado, personas desconocidas, técnicos. Los objetivos de estas políticas fueron y son el control de la tasa de inflación, que según el artículo 105 de Maastricht (que determina el euro como moneda única europea) no puede superar el 2% anual. En realidad, el verdadero objetivo era sostener un nivel de ganancia estable y aceptable para las empresas pero a costa de comprimir los salarios, difundir condiciones de precariedad laboral y desmantelar el Estado social. Los resultados colaterales (aunque por su peso deberían ser centrales) fueron el debilitamiento de la cohesión política y social en Europa.

Poco a poco desapareció el mundo conocido y los nuevos modelos económicos, como por ejemplo UBER, hicieron su aparición en sociedad de la mano del paradigma neoliberal.

La conversión de los partidos de izquierda a la economía de mercado creó un ciclo político perverso: las clases subalternas votaban a los partidos de izquierda para contrarrestar la embestida de los conservadores, los partidos de izquierda llegaban al gobierno y dejaban de lado las reivindicaciones de su electorado (el gobierno del socialista Hollande es un ejemplo perfecto) y el electorado desilusionado renunciaba a ejercitar su derecho al voto o comenzaba a votar partidos de derecha que alzaban banderas contra la UE. Paralelamente comenzó el ataque a la inmigración y los cimientos de la convivencia democrática comenzaron a debilitarse.

Hoy la tierra europea se parece más a un campo de batalla donde participan potencias extranjeras, para decirlo con palabras de otros tiempos; una de las razones de esta dispersión es la guerra en Ucrania. Es llamativo que hasta el momento ninguno de los países miembros haya propuesto un plan de paz creíble para la guerra en el flanco oriental de Europa. Al contrario, se han alimentado las tendencias belicistas que difícilmente sacarán a Europa del callejón sin salida donde se ha metido impulsada por el aliado Estados Unidos, el señor Jens Stoltenberg, secretario de la OTAN, y una serie de gobernantes que recuerdan los personajes suicidas de Los cañones de agosto, el ensayo histórico de Bárbara Tuchman.

 

La guerra y cómo lograrla

La guerra en el flanco oriental se desarrolla convencionalmente, con dos ejércitos que atacan y contraatacan, pero en Europa misma se despliega otra guerra, económica, aquella que con un optimismo exaltado se tradujo en sanciones contra la Federación Rusa, que no funcionaron y por el contrario se tradujeron en perjuicios notables para las economías europeas a partir del costo de la energía y su apresurada sustitución por fuentes alternativas a las rusas. Las consecuencias fueron desastrosas para los sectores menos favorecidos de la sociedad: inflación, pérdida del poder adquisitivo y disminución de la calidad de los servicios.

La respuesta fue el aumento de las tasas de interés con el pretexto de enfriar la inflación y no es una casualidad que dicha decisión trilateral (Federal Reserve, Bank of England y Banca Central Europea) se haya confirmado en agosto 2023, contemporáneamente al encuentro de los BRICS en Sudáfrica.

Se trataba de sostener la primacía del dólar en los mercados crediticios y financieros, pero además del mensaje simbólico la decisión de mantener alto el valor del dólar era más para sostener el endeudamiento interno y externo de Estados Unidos que para contener una inflación en fase declinante.

La guerra en Gaza ha dado ocasión a algunos Estados de Europa occidental para dar un pequeño paso en relación a su autonomía: España, Noruega e Irlanda han reconocido el Estado de Palestina el 28 de mayo; en Gaza es tan estrepitosa la matanza que practica Israel contra poblaciones indefensas y hambrientas que un paso soberano es más fácil de realizar y justificar.

 

El problema es Ucrania

Últimamente se multiplican los discursos belicosos contra Rusia, pero la UE no tiene un objetivo estratégico. No se sabe si la conducción de la guerra la realizaría la OTAN o un mando unificado. ¿Y quién nombraría este mando unificado? ¿Correspondería a Francia el mando estratégico, dado que ha ofrecido su arsenal atómico para enfrentar a Rusia? Y en ese caso, ¿cuáles serían los protocolos para el uso de armas nucleares: los del mando unificado o los del Estado Mayor de Francia? ¿Cuántas unidades debería aportar cada país? Existe una división entre los países que aportan armas y los que no lo hacen, los ciudadanos europeos son mayoritariamente contrarios a esta guerra y más aún a intervenir directamente con tropas.

El problema fundamental es la dispersión de voluntades contrapuestas de las 32 naciones que componen la OTAN, mientras del lado ruso hay una sola potencia y unidad de acción.

 

Propuesta de paz

Si bien los Estados mantienen la boca cerrada para no ser acusados de “putinismo”, desde el frente opositor ha aparecido una novedad: la propuesta del partido Bundnis Sahra Wagenknecht (BSW) de Alemania, que ha encontrado un importante apoyo en el profesor Wolfgang Streeck, ex director del Max Plank Institut für Gesellschasftsforschung, quien ha salido a defender la iniciativa de Sahra en su artículo Nibelungentreue und ihre Gefahren, publicado el 2 de febrero de este año en el Frankfurter Rundschau.

El profesor Streeck sigue a Sahra en su demanda al gobierno de cesar con el abastecimiento de armas a Ucrania y terminar con el embargo petrolero y de gas a Rusia, porque la propuesta de Wagenknecht no es improvisada, sobre todo después de tres decenios desde el final de la Guerra Fría en los cuales no ha pasado un solo día sin que Estados Unidos estuviera combatiendo en algún lugar del mundo. La lista de desastres en la estrategia global de Estados Unidos –Irak, Afganistán, Siria, Libia, Palestina– legitima el intento de desmarcarse de semejante aliado, dice Streeck. En la misma Alemania residen unos 200.000 ucranianos escapados en condiciones de prestar servicio activo que no tienen ninguna intención de ir a morir por Crimea.

Streeck piensa que Estados Unidos está preparando ya su retirada “dejando a sus espaldas un campo de ruinas que alguien deberá limpiar”. El candidato a reemplazar a Estados Unidos sería para Biden la misma Alemania y esto arrastraría el país hacia el desastre económico y político, por eso la propuesta de Wagenknecht es apropiada: serviría para marcar el rechazo neto de asumir ese rol. Sahra además propone regresar a las fuentes energéticas rusas, reparando el gasoducto destruido, para restablecer un abastecimiento que pueda garantizar y mantener intacta la capacidad industrial alemana.

Pero no sólo se trata de cuestiones prácticas y urgentes: la propuesta incluye la creación de un espacio común, una comunidad euroasiática de Estados y economías, un proceso largo y difícil pero al mismo tiempo una alternativa a la división hostil del continente.

 

La novedad francesa

La novedad es la cabeza de lista del partido socialista (PS) Raphaël Glucksmann, que ostenta un 14% de intención de voto en las encuestas. Hijo del filósofo André Glucksmann, Raphaël expresa una posición diametralmente opuesta a la del BSW, sostiene que se debe apoyar a Ucrania hasta las últimas consecuencias y confiscar 206.000 millones de euros de bienes públicos rusos congelados para utilizarlos en la resistencia ucraniana.

Glucksmann es el típico personaje de la izquierda neoliberal. Lo confirma el reciente ataque “al populismo de izquierda de La France Insoumise y no podía ser de otra manera dado que Manon Aubry, cabeza de lista de LFI, ha solicitado abrir una negociación con Rusia y el despliegue de tropas de Naciones Unidas para proteger las centrales nucleares de Ucrania.

 

 

 

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