El nuevo paradigma bélico

El tránsito supersónico de la pandemia sanitaria hacia la pandemia militarista

 

En pocos días, el escenario y la agenda mundial cambiaron radicalmente. 

En la penumbra de la crisis Rusia-Ucrania (o Ucrania-Rusia, como prefiera el lector) empiezan a perfilarse señales del nuevo marco internacional. Son los primeros efectos colaterales de un conflicto de duración imprevisible y de costos incalculables.

Los que se sumarán al impacto bélico directo, es decir a los miles de víctimas humanas (muertas/os, heridas/os, inválidas/os, huérfanas/os) y a los daños estructurales en las economías, presentes y futuras, de ambas naciones confrontadas. Con las consiguientes repercusiones mundiales, por ejemplo, en el aumento en flecha de los precios de los combustibles como el posible desabastecimiento de granos básicos y fertilizantes.

 

 

 

Nuevo paradigma militar    

Cuando el 28 de febrero Alemania anunció que destinará un fondo especial de 100.000 millones de euros (110.000 millones de dólares) para renovar sus fuerzas armadas, anticipaba así el tono de la nueva época.

 

 

 

 

Con su decisión de duplicar el presupuesto militar y llegar al 2% del Producto Interno Bruto (PIB) para gastos militares definido por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), estaba aceptando un nuevo concepto presupuestario y de sociedad. El cual, paradójicamente, se parecerá mucho al de Alemania durante la Guerra Fría, cuando destinaba el 2.4% de su PIB a sus fuerzas armadas.

Apenas horas más tarde de la decisión de Berlín, partidos políticos de derecha y de extrema derecha de Suiza solicitaron al gobierno helvético invertir a corto plazo 2.000 millones de francos suizos adicionales (2.016 millones de dólares) para gastos de defensa. Así mismo, VOX, partido español de ultraderecha, exigía al gobierno ibérico un rápido aumento de sus gastos militares. Iniciativas en esta nueva etapa internacional que, seguramente, se seguirán repitiendo en los próximos días en uno y otro país europeo. Y que imponen una gran presión a los diversos países del continente que destinan en la actualidad presupuestos militares inferiores a lo definido por la OTAN. Como es el caso, entre otros, de España (1.4%), Italia (1.57%), Austria (0.9%), Dinamarca (1.4%) (https://datos.bancomundial.org/indicador/MS.MIL.XPND.GD.ZS).

A partir del conflicto Rusia-Ucrania (o Ucrania-Rusia) el tema bélico-militar vuelve a ocupar el centro de la escena europea. Lo que presupondrá reducciones presupuestarias significativas en otras áreas, penalizando en particular el entramado social de cada país, con repercusiones significativas, además, en la salud y la educación públicas. Los sectores más vulnerables —que no han logrado superar el impacto de la crisis pandémica— aparecen ya como las principales víctimas de esta nueva realidad. Entre otros: las/os trabajadoras/es desempleadas/os; los que debieron recurrir a las ayudas estatales; las pequeñas empresas y negocios que cerraron sus puertas en los últimos dos años; ciertos sectores independientes duramente penalizados por la crisis.

 

 

 

El clima y la cooperación: relegados

Otra víctima “secundaria” en este nuevo panorama de militarización creciente será la lucha contra el cambio climático, a pesar del agravamiento imparable del calentamiento global. El 28 de febrero el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) reiteraba las perspectivas ya catastróficas. En su último informe sobre la situación climática mundial, dicho grupo de las Naciones Unidas certifica que “los líderes mundiales han fracasado en su batalla contra el cambio climático” (https://news.un.org/es/story/2022/02/1504702). Y reitera la tendencia sin retorno de este drama.

Durante los últimos años y en especial en los meses anteriores al inicio de la pandemia (2018-2019), la juventud ganó las calles europeas y de muy diversas regiones del mundo para exigir el derecho a una sociedad de futuro compatible con el medio ambiente.

 

 

 

 

Exigían acciones de emergencia, así como planes y cambios inmediatos de rumbo productivo para asegurar una transición ecológica y social justas. Uno de los principales argumentos esgrimidos por los poderes políticos y económicos para oponerse a estas demandas era la imposibilidad de financiar las transformaciones de fondo para impedir el aumento del calentamiento planetario (por ejemplo, los recursos para modificar la matriz energética).

Sorprende ahora que, en cuestión de horas, aparezcan para el presupuesto militar sumas inmensamente mayores que las que se requerían para combatir la crisis climática. Fondos que irán a recalentar los motores de la vieja maquinaria mundial de guerra y, sobre todo, robustecer a los monopolios bélicos que la sostienen.

Esta nueva carrera armamentística presionará también, hacia abajo, los fondos que se destinan para la cooperación internacional. Aunque ya débil e insuficiente, esta ayuda tenía como marco de referencia los Objetivos del Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas para erradicar la pobreza hasta el fin de la presente década.

Los 8 Objetivos (salud para todos, educación gratuita, promoción de la igualdad de género, lucha contra el hambre, etc.) van a sufrir postergaciones obvias, ya que una parte del paquete presupuestario para la cooperación será orientada al acompañamiento y la integración de los nuevos refugiados, como ya se hace en Suiza y en otros países del continente.

Los programas y proyectos de cooperación destinados a los países más empobrecidos y a las poblaciones más vulnerables – especialmente de África, Asia y América Latina— se sumarán así, a los efectos colaterales de este nuevo paradigma belicista que se impone rápidamente en Europa y que se extenderá, casi con seguridad, a todo el Norte enriquecido.

 

 

 

Los “viejos” refugiados pasarán al olvido

En solo siete días, desde que comenzaron las acciones bélicas el 24 de febrero hasta el 3 de marzo, se contabilizaron más de 1.000.000 de refugiados que huyeron de Ucrania.

Filippo Grandi, responsable de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) indicó a inicios de la primera semana de marzo que esa cifra está creciendo exponencialmente con el transcurso de las horas. “Llevo casi 40 años trabajando en crisis de refugiados y pocas veces he visto un éxodo de personas tan increíblemente rápido. El mayor en Europa desde las guerras de los Balcanes”, reconoció.

Según ACNUR ( https://data2.unhcr.org/en/situations/ukraine), en esta primera semana del conflicto, 500.000 personas huyeron a Polonia, más de 130.000 fueron a Hungría, cerca de 100.000 se dirigieron a Moldavia, 70.000 a Eslovaquia, 50.000 a Rumania y casi 100.000 a otros países europeos. La organización de la ONU contabiliza, también, al menos 47.000 refugiados que huyeron de Ucrania con destino a la Federación Rusa. 

Naciones Unidas calcula que, dependiendo del desarrollo del conflicto, se podría llegar hasta 5 millones de refugiados en los próximos días o semanas.

 

 

Entrada de refugiados de Ucrania a Polonia por el puesto fronterizo de Medyka. Foto Chris Melzer, ACNUR.

 

 

Diferentes naciones europeas responden con los brazos abiertos hacia los exiliados ucranios. Actitud totalmente diferente a la política inmigratoria restrictiva —incluso represiva— que esos mismos países, desde años, vienen impulsando hacia los refugiados de Afganistán, Kurdistán iraquí, Siria, Líbano, así como con los emigrantes africanos. Grupos que en el futuro serán aún más marginados, rechazados y despreciados, a partir de la prioridad que Europa occidental le seguirá asignando, por razones políticas, a las personas que salgan de Ucrania.

Salud, educación, programas sociales, migración, refugiados, lucha contra el calentamiento global, cooperación al desarrollo… y la lista de sectores afectados por la nueva realidad bélica seguirá aumentando.

Detrás de esa nueva reorganización de las prioridades —y de sus correspondientes presupuestos— están millones de seres humanos afectados por los efectos “colaterales” de esta nueva crisis bélica, pandemia bélico-ideológica de impactos tan devastadores como imprevisibles.

 

 

 

 

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