El Nunca Más depende de todos

Las vidas arruinadas por la dictadura y sus efectos

En 1973, cuando fue designado Juez en lo Correccional en el Juzgado letra O de la Capital, Juan de Dios Uncal me ofreció hacerme cargo de una de las Secretarías de dicho Juzgado y así comenzamos a trabajar juntos hasta el año 1975, cuando lo nombraron Juez Federal en la provincia de La Pampa. Yo permanecí como Secretaria Correccional hasta 1976, cuando se produce el golpe de Estado y a mí me echan del poder judicial, como también de la Facultad de Derecho, donde estaba en la carrera docente en Derecho Penal. No tuve más noticias de Juan de Dios.

Muchos años después me llama su hijo para comunicarme que había fallecido y quedamos en encontrarnos en algún momento, lo que no sucedió porque él vivía en Mercedes, como su padre. Yo sabía que Uncal había tenido algunas dificultades durante la dictadura, pero recién ahora, al leer la declaración de su hijo ante el Tribunal Oral Federal de La Pampa, tomo conciencia de los graves hechos de los que fue víctima en la dictadura y que demuestran que, más allá de las desapariciones, la crueldad y la gravedad de las violaciones a los derechos humanos arruinaron la vida de muchas personas y que, además, no podrían haber sucedido sin la colaboración –por acción o por omisión— de la sociedad civil, de los que dieron vuelta la cara o pensaron “algo habrá hecho” o “por algo será”, lo que también debe ser analizado para que “nunca más” vuelva a suceder.

Juan Manuel Uncal —el hijo— declaró durante la audiencia del 30 de mayo en el juicio de la subzona 14 en La Pampa. Recordó que tenía 13 años y llegó con su familia a Santa Rosa a mediados de 1975, para que su padre —que era juez en Capital Federal— se hiciera cargo del Juzgado Federal.

Juan de Dios Uncal estaba al frente del Juzgado Federal de Santa Rosa cuando se produjo el golpe de Estado en 1976 y fue destituido por los militares, quienes lo calificaban de “subversivo y garantista” porque no quería aplicar el criterio de “mano dura”. Así recordó que su padre fue detenido por el Ejército en su despacho del Juzgado Federal, el 29 de marzo por la noche. Entonces su madre no pudo saber dónde estaba detenido, ya que fue al Obispado a preguntar, pero un cura le dijo: ‘Váyase que me compromete’ y le cerraron las puertas. Recién a los cuatro días les permitieron verlo en la Seccional Primera. “Estaba demacrado, creo por la situación que vivía”, describió el hijo. Luego lo trasladaron a la Colonia Penal, junto a otros funcionarios, presos políticos, detenidos en forma ilegal. El abogado Ciro Ongaro se hizo cargo de su defensa porque “nadie nos abría un estudio”, contó el testigo, emocionado.

“Los conjueces se excusaban para resolver la situación hasta que se hizo cargo el doctor Fernández, que ordenó la libertad el 14 de junio del ’76 y nos fuimos a Mercedes”, continuó. En una causa inventada, lo acusaban de cohecho.

Dos años después de la liberación, el 19 de julio de 1978, en pleno Mundial, volvían de Buenos Aires en auto de ver el partido Argentina-Brasil en un cine cuando, en el cruce de Luján, los interceptó un amigo que le avisó que los militares lo habían ido a buscar a las oficinas del Colegio de Abogados de Mercedes y tenía que escapar.

“El amigo lo subió a su auto y se lo llevó, siguió manejando mi mamá. En Mercedes había un auto de la Policía Federal vigilando en mi casa. De julio del ’78 a octubre del ’79 estuvo escondido, pensando que lo iban a matar”.

Relató que en otra oportunidad pudo escapar de una patota que pretendía detenerlo, en la playa de estacionamiento de los tribunales de San Martín.

Esa persecución tuvo consecuencias en la vida de Juan de Dios. Su hijo dijo que a su padre “le tiraron una mochila de 20 años por la espalda”, en referencia a las consecuencias de la detención.

“La cana le significó un dolor muy grande, como la desconfianza de una sociedad pacata como la de Mercedes. El escarnio de estar preso o prófugo se nota con amistades y dichos y con un mote que era muy delicado, de subversivo. Había amigos míos que no los dejaban venir a mi casa”. Pasó mucho tiempo hasta que pudo salir del ‘algo habrá hecho’”.

Dijo que él no le perdona “a los que se encarnizaron con mi papá, que me hicieron crecer de golpe a los 13 años”. “Mi adolescencia fue entre recursos y abogados. Yo crecí viejo, adquirí una seriedad en el tratamiento de las cosas. Nos hicieron sufrir sin sentido. Eso nos marcó”

Su padre falleció el 18 de diciembre de 2010, a los 76 años, en Mercedes, sin poder declarar en el primer juicio a los represores pampeanos por su delicado estado de salud.

Y este es el caso por el cual todos tenemos que reflexionar acerca de hasta dónde podemos ayudar o contribuir a concretar conductas que signifiquen violación de derechos humanos, aun cuando nada hagamos, pero sólo omitiendo intervenir cuando algo podemos hacer o impedir o dificultar a que se haga algo y a tener presente que el Estado de Derecho y su vigencia De todos depende.

La foto del hijo de Uncal es gentileza de El Diario de La Pampa

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