El país de la libertad

Recuperar la libertad requiere de la política

 

“Yo que crecí con Videla, yo que nací sin poder, yo que luché por la libertad y nunca la pude tener”, sentenciaba Charly allá por 1984 en Piano Bar, uno de sus mejores trabajos. Esa declaración inicial se posó en la boca de miles que nos empezábamos a sacar la piel muerta de la dictadura. Una piel adherida a la cédula de identidad, un elemento plástico inseparable para cualquiera de nosotros, durante los años de plomo. Los años del "¿usted sabe dónde está su hijo en este momento?" Los años bravos en los que transcurríamos la adolescencia en secundarias mortuorias después de venir de primarias bellas, libres. Años en los que el "por algo será" se instalaba y era popular. Años donde pasaban cosas tremendas, mientras un mendigo mostraba joyas a unos ciegos de la esquina, como cantaba el bicolor, ante la ceguera generalizada. Años en los que nuestras canciones estaban prohibidas, y no hablo del nuevo cancionero del folklore solamente o de aquellos cantores de protesta: hablo del rock, de Pappo, que nos hacía preguntar "¿Adónde está la libertad?"

En esas épocas, El oso de los años '70 encontró otra dimensión en una nueva generación que volvió a elegirlo como alegoría sobre la libertad. Aquella canción escrita para una maestra jardinera se convertía en las ansias más fuertes de muchas y muchos púberes. Así, el rock argentino se consolidaba como referencia ineludible; en un espacio de oxigenación dentro de esa asfixia en la que se había convertido la dictadura para nuestra juventud. Un espacio libre que nos daba posibilidades de encuentro, de tejer nuevas redes, de asociarnos, de compartir revistas subterráneas; una inocentada, mirada desde la actualidad, pero lo suficientemente poderosa para que nos convocara un alto funcionario del Ministerio de Cultura y sugiriera que habláramos de lo que quisiéramos, pero que no nos metiéramos en política. Nuestra respuesta fue sacar una contratapa en cada una de nuestras revistas, con la foto de Chaplin en El gran dictador. Llovieron las intimaciones judiciales: algo no andaba bien. Ese era el discurso que bajaba desde el poder, de los que nos levantaban mientras hacíamos la cola para entrar a un recital porque terminaría tarde y nos llevaban a un calabozo sin avisar a nuestros padres. Pero nuestra desinformación, sumada al entrenamiento cotidiano de mostrar los documentos, no nos hacía temer. Eso nos daba chapa de rebeldes e inconscientes. Después de todo, las heridas eran del oficial. Los argumentos de aquellas detenciones, tan arbitrarios y absurdos, antes de subir a un bondi fuera de línea, eran de este tenor: "Usted es menor y este concierto termina después de las 22". Así buscábamos en nuestros héroes del rock nacional, la libertad; así la tratábamos de alcanzar, pero aun así no la podíamos tener. Le costaba a muchas y muchos entender las metáforas de la poesía libre del Flaco Spinetta, que desde el pleno realismo cantaba en la descriptiva Resumen porteño: “Pero la verdad que da impresión / Ver los blancos peces en un nylon / Cuando es tan temprano / Usualmente, sólo flotan cuerpos / A esta hora”, en referencia a una mañana junto al río, en la costanera norte, de su Bajo Belgrano. Así íbamos entendiendo el horror y complejizando las ideas de la libertad.

 

Charly, en tiempos de Serú Girán.

 

Con su polisemia, la libertad se entiende de manera diferente según la perspectiva. La libertad de la Junta de Mayo fue rechazada por las provincias ricas del norte argentino. La libertad de San Martín se refería a la del continente, y la de los negros que obtenían la suya además de la de todos. La libertad del doctor Manuel Belgrano se basaba en la idea de una monarquía Inca que unificara a todos los que habitaban este suelo, un denominador común, pero fue criticado por ser considerado alguien sin principios republicanos.

Años después, la idea de que ser argentino se definía por habitar este territorio volvería en el relato de Lucio V. Mansilla, Excursión a los indios ranqueles. En ese trabajo se vislumbra una hermandad social que no se concretó con Julio Argentino Roca. Sin embargo, previamente, el sable corvo de San Martín había llegado desde Europa como un mensaje claro para premiar el manejo de la soberanía de Don Juan Manuel de Rosas. Según los románticos exiliados en Montevideo, esta soberanía era impuesta por un tirano que obstaculizaba el libre comercio. Muchos se unieron a las fuerzas franco-británicas para bombardear su propio país en nombre de la libertad. Con el tiempo, esta dinámica se repetiría de diferentes maneras y siempre en nombre de la libertad.

Julio Argentino Roca impuso su idea de orden, paz y libertad.  Luego de someter a quienes se oponían a su visión de país. La larga, La paz y La Argentina fueron sus tres estancias, juntas eran la frase de su orgullo “la larga paz argentina”. Sin embargo, terminamos ese periodo en un gran endeudamiento, y en la crisis de 1890, con Juárez Celman a la cabeza. Ya en esa época la libertad de mercado demostraba que dependíamos solamente de nuestros productos agropecuarios y de la suba y baja de sus precios, a la vez que éramos capaces de crear burbujas especulativas en el mercado de valores. Así se fue estableciendo un patrón que se repetiría en el tiempo y tuvimos el primer gran default de deuda externa. Solo hubo cinco gobiernos que rompieron con esta dinámica de no contraer deuda: los de Yrigoyen, Perón, Illia, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. Sin embargo, los costos políticos de estas decisiones recayeron principalmente en los ciclos peronistas, que las pagaron y nos liberaron de ese yugo.

La crisis de 1890 marcó el inicio de diversas formas de hipocresía, ejemplificadas por la élite que quería libertad de enseñanza, laica y gratuita, junto al Registro Civil, todo en la misma bolsa. Entonces, el concepto civilizatorio y libre no era posible sin la matanza de nuestros compatriotas indios, modo de llamarlos que ya había utilizado ese tape* correntino llamado San Martín.

 

El Gieco de "El país de la libertad".

 

A fines del siglo XIX, esta tierra de esperanzas, la de hacerse la América, recibió una gran oleada inmigratoria. Con ella hubo novedades en religiones, costumbres, idiomas, nuevas formas y contenidos que iban a dar forma primero y a consolidar después al famoso crisol de razas. Pero también viajaron ideas de libertad sin gorro frigio, de la mano de los verdaderos y primeros libertarios, que fueron los anarquistas. Idealistas de la vida y de la violencia en algunos casos como también expropiadores. Ellos tejieron una forma de actuar, arisca y chúcara, que se uniría en matrimonio con el gauchaje; así empezó el derrotero de nuestra clase trabajadora. Que también peleó por su libertad, ya que no la podía tener. Se trabajaba todo el día los siete días de la semana, en condiciones de esclavitud y semi esclavitud: ¿cómo hacerlo? Recordemos el informe del catalán Bialet Massé, quien, convocado por el ministro del interior de Roca, Joaquín V. González, en 1904, recorrió el país. En su informe de las clases obreras en la argentina, denunció la precariedad laboral, la explotación y la falta de protección social. Vaya chasco se llevó la elite gobernante con el informe sobre la “cuestión social”. Otros tiempos que –sin embargo— hoy se convocan desde el poder.

Yrigoyen fue la libertad cuando el pueblo pudo ejercer libremente el voto. Algo intolerable que quedó larvado y olvidado por sucesivos golpes de Estado que fueron maniatando a la democracia. Ustedes podrán ir viendo dónde hurga este gobierno actual cuando mira para atrás selectivamente. Qué destaca cuando habla de libertad.

Fíjese que, durante la República conservadora, el interregno que va desde la caída de Yrigoyen a la asunción de Perón, un período de sustitución de importaciones, se sumaba a las mieles de las vaquitas y los cereales. La guerra daba oportunidad de industrializar y vender productos del campo. Pero hacia 1933, firmamos un antecesor del RIGI actual, el pacto Roca-Runciman, que garantizaba a cambio de la humillante entrega, nuestras cuotas de carne para Gran Bretaña. Es así como el concepto de Estado y los instrumentos para regular la economía fueron puestos en marcha para protegerse, y no para generar igualdad social. Esos conservadores añoraban la época de las vacas gordas. Aborrecían la imperfecta democracia argentina que les proponía la chusma y no querían su vuelta. Serán entonces los dueños y los autores de la creación de las juntas reguladoras de granos y carnes, entre los principales organismos de regulación del mercado. Eran los que incorporaban la mano del Estado para que se corriera la otra, la invisible del mercado que los estaba destruyendo, pues el mundo dejaba a un lado a la rubia Albión para que entrase la nueva e imperial bandera de los Estados Unidos, mientras se superaba la crisis del '30.

 

Fito, Spinetta y Alfonsín.

 

La libertad fue la Constitución de 1949, con la función social de la propiedad privada, a mi juicio lo más importante de aquella. Fue vista como un valor positivo, una oportunidad para que se trabajara eficientemente la tierra y para promover sus accesos y recursos a mayor cantidad de ciudadanos. Una forma inteligente de obtener libertad y justicia social que muchos países utilizan. Pero del lado de los otros defensores de la libertad, la propiedad es más importante que la justicia. El punto de apoyo de nuestra justicia es la propiedad, siendo el elemento de acumulación de nuestras oligarquías, quienes recibieron ese obsequio. Un ejemplo para saber por qué se radicaliza todo y se ponen a volar aviones que bombardeaban al pueblo indefenso en nombre de la libertad. Y en nombre de ese valor triunfó la Revolución Libertadora, que le puso Libertad a la novel fragata Eva Perón, que sería además su mascarón de proa. Obvio que a su nombre trastocado se sumó el mascarón por otro más romántico parecido a la libertad francesa que conducía a su pueblo, según el pintor francés Eugenio Delacroix.

“Libertad, libertad, libertad”, hemos cantado en infinidad de momentos, todos juntos al unísono y jurando con gloria morir. Pero la libertad de los años '60 era muy difícil de conquistar, y la juventud entendió que debía ir por ella. Así como aquellos dueños de la libertad económica formularon por primera vez en el país y bajo el gobierno del General Onganía el concepto de “retención”, que en tiempos más recientes y más cercanos tendría ribetes de expropiación y venezolanización. Adalbert Krieger Vasena, un hombre de apellido que luchó contra la libertad de los verdaderos libertarios, nos traería las retenciones a los productos del campo por primera vez.

Haciendo una pequeña aclaración, podemos inferir que la libertad es solo la que contemplaron los dueños de la tierra y los dictadores, como así nuestra oligarquía rural, que siempre utilizó el Estado para compensarse. Hasta 1973, lo era vinculada a lo económico, concepto defendido por personajes como Álvaro Alsogaray. Pero había otra libertad expuesta en las pintadas de calle de la época: “Libertad a los presos políticos”. También el rock tenía la suya, agredida, para cortarles el pelo y adecentarlos en cualquier seccional. La libertad de la primavera camporista fue para los presos políticos, para terminar con las restricciones en la universidad y para algunos momentos gratificantes, como el del levantamiento de la proscripción a Perón y así poder ser nuevamente elegido. El rock nacional puso toda la carne al asador en esa primavera. Fue en la cancha de Argentinos Juniors, donde se organizó un recital prácticamente con todas las bandas. Ya comenzado el recital, se suspendió por una tormenta. Ese año Spinetta nos traía Artaud, un disco que llegó hasta hoy y que muchísimos adolescentes escuchan, porque tenía un verso mágico: “Aunque me fuercen yo nunca voy a decir / Que todo tiempo por pasado fue mejor / Mañana es mejor”.

 

Spinetta: "Mañana es mejor".

 

Después de 1976, la libertad se transformó en un término vinculado a lo economicista, basado en la disponibilidad de la industria para importar más que para producir. Total, daba lo mismo generar acero que caramelos, según José Alfredo Martínez de Hoz, un apellido que nunca equivocó a lo largo de la historia argentina de qué lado le tocaba estar. Y así llegamos adónde empezó este cuento. Era claramente un país sin libertad, para nosotros que escuchábamos El país de la libertad, de León Gieco. La libertad era la ausencia de restricciones, y la liberación un proceso emancipatorio, de una situación de opresión, no era algo que congelaba a la libertad solo en lo económico y en la regla de conservación de un sistema.

En un complejo de Villa Martelli fue secuestrado Roberto Santucho, para nunca saber nada más de él, pero en su departamento había un disco de Pedro y Pablo, Conesa. Un acercamiento de dos culturas, los que se iban al Bolsón y los que se iban al monte tucumano. Una divergencia derivada de las distintas búsquedas de justicia, libertad y liberación.

Esos años de plomo, de torturas, de desapariciones, fueron perfilando cierta tendencia en la indiferencia hacia el otro, en el “en algo andará". Un perfil consumista de José Mercado copaba la clase media, que podía viajar, tenía libertad para salir del país, llevar sus dólares y comprar libertades de a dos.

También nos dimos cuenta de la hipocresía de la guerra en los postreros finales de la dictadura. La liviandad con que algunos tomaban el tema. De un gobierno que escondía a sus soldados que habían dejado el alma y su sangre en la aventura de Malvinas. Entonces, Charly avanzó en pleno auge del rock nacional, gracias al colateral beneficio de difusión de la música en castellano por la invasión a las islas y la prohibición de música foránea. Desde su arte pedía que no bombardearan Buenos Aires, porque no nos podíamos defender, y ni siquiera teníamos tiempo de comer un bife y sentirnos bien. Luego vendría la libertad de Alfonsín, asociada a los valores de la tan ansiada democracia, pero que se devaluó porque en su gestión costó mucho “comer, educar y curar”, como pregonaba su campaña presidencial; aunque se debe reconocer que se podía deambular las calles de la ciudad a toda hora sin sentirnos vigilados ni perseguidos.

Aquel hombre campechano de Chascomús fue la posibilidad de sostener la democracia en tiempos duros y que prefiguraron cierta decepción. Sentó a los milicos en el banquillo, pero también cedió, con las leyes de obediencia debida y Punto final.

Fue allí cuando Charly pegó el grito y entró en un estado de bronca, aburrimiento, frustración, vacío existencial y desorientación de sentidos y conexión con todo lo demás, para comenzar a demoler hoteles. Charly será la banda musical de la vida de varias generaciones argentinas, seguramente uno de los más grandes cronistas y relatores de alegrías e infortunios, con finas y punzantes definiciones sobre la sociedad. Charly nos sobrevivirá, eso hay que tenerlo claro; será como Enrique Santos Discépolo. Ahora, mientras está a punto de recibir el Honoris Causa de la UBA, un horrible monstruo con peluca es dueño de mucho más que esta ciudad de locos. Alguien que se autopercibe anarco-libertario, paladín de la libertad y que carajea a diestra y siniestra por una libertad que solo él ve que crece día a día, cuando se fagocita con fruición al Estado. Ese gran enemigo, abroqueló de un lado a los eternos defensores y admiradores de la única libertad que admiran, la del mercado. Tampoco ellos, a esa libertad la pudieron tener, ni mostrarnos sus beneficios. Nuestra ignorancia imposibilita entender la abstracción de una mano invisible.

Hay varios mecanismos para evadir la libertad y todos parecen apuntar a quienes propagan ideas inaplicables en el mundo real. Es así como ejercen un autoritarismo sobre nosotros, creyéndose seres superiores. Solo basta saber de las detenciones de mil ciudadanos que participaron de manifestaciones en lo que va de la era Milei. La destructividad para demoler lo que no pueden controlar. Queda claro con lo que están haciendo en el Garraham, en ACUMAR, en el INTI, en el INTA y en universidades, hospitales y en Vialidad, por citar los casos más expuestos. Todo eso apuntando a generar el acostumbramiento de la sociedad para que se cuadre sin chistar, como desgraciadamente se intenta poner de moda.

La solución está en un solo lugar: la política. Algo que los defensores de la libertad aceptan, salvo cuando toca practicarla y desarrollarla a nosotros. Estamos ante una película, más bien un remake que viene con todo el artificio de los nuevos tanques cinematográficos, impregnados de tecnología y sin poesía, a contarnos la historia de siempre. Mientras miramos las nuevas olas, reconozcamos que ya somos parte del mar. Es ahora cuando debemos pegar el grito, si es que la queremos tener.

 

 

 

*De esa manera se denomina en el litoral argentino a una persona del pueblo guaraní, también, es un insulto de uso corriente en el norte del país. Sería un equivalente a decir, mersa, grasa, ordinario.

 

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