El país real

Los receptores del mensaje

 

Una vez más la Argentina le dio una lección a Sudamérica y al mundo. Así como en la gesta libertadora de San Martín, como en la reacción de los habitantes de Buenos Aires cuando las invasiones inglesas y como durante la lucha de las madres y abuelas de Plaza de Mayo, en estas PASO el pueblo puso en fila a Macri, Bolsonaro, Trump y los varios gobernantes sudamericanos que traicionan la voluntad de sus compatriotas y les dio una bofetada a repetición, con un chasquido que todavía retumba en los cuatro puntos cardinales de nuestro continente. Tal lección atronadora echa definitivamente por tierra la creencia de que mentira más dinero lo pueden todo, hasta ganar cabeza de los pueblos. Craso error, queda fuera de tal razonamiento un detalle: la educación política de ese pueblo.

No es casual que sea la Argentina quien levante, primera, su voz contra quienes creyeron que un empobrecimiento desmedido disimulado por la propaganda haría de los argentinos corderitos dominables. La asociación entre pobreza y estupidez –idea tan encarnada en la derecha vernácula– es uno de los rasgos más notorios de la imbecilidad de quienes piensan semejante cosa. Mi maestro de fotografía, Miguel Rodríguez, gran estudioso de la realidad, decía que no hay peor estúpido que quien cree que su enemigo es estúpido. A las pruebas me remito. El error del razonamiento cambiemista quedó a la vista el 11 de agosto pasado, en una de las derrotas electorales más humillantes de un gobierno que se recuerden en la Argentina.

Semejante equívoco del macrismo no responde sólo a un couchéo tan reiterado que terminó por hacer creer sus propias mentiras a quienes las esparcieron con desmedida soberbia. Nació, en cambio, del desconocimiento absoluto del pueblo que tienen los ejecutores del vaciamiento al que fue sometida la Argentina en estos casi cuatro últimos años. Sólo la visión con antiojeras de los integrantes del gobierno que ahora prepara apurado las valijas, moldeada en escuelas elitistas cuya educación ignora y desprecia a la Argentina real, pudo ser capaz de una tesis semejante.

 

 

En el mundo civilizado, afirmaciones antediluvianas como la de Prat Gay referida al espanto que nos depararía si nos gobernara un santiagueño, o las expresiones de González Fraga acerca de las mentiras que, decía, sembró el kirchnerismo en gente de sueldos medios haciéndolos creer que podían comprar celulares, plasmas o irse de vacaciones, hubieran merecido el escarnio definitivo de sus autores. Sólo una clase social que ha vivido una vida basada en la mentira, creyéndose superior simplemente por poseer fortunas forjadas por sus padres y abuelos –las más de las veces de un modo no del todo santo– podía ser capaz de creer que un tsunami organizado de embustes tan burdos obturaría una realidad tan evidente y acallaría por decenios la voz de los pobres.

Pero el problema no es que el pueblo no haya sido capaz de entender la idea evangélica de que hay que sufrir hoy para conseguir el bienestar del mañana. El problema es que los receptores de ese mensaje no se parecen en nada a sus emisores. Ese país que sufre conoce la realidad del día a día tanto como esa misma realidad le es ajena a quienes se formaron y viven sus vidas en un bienestar constante y límbico. La idea de que a los argentinos nos va mal porque somos vagos, indolentes y chorros, de que tenemos el país que nos merecemos y de que sólo esa clase social iluminada va a conseguir sanarnos de tales males y convertirnos un día en Europa, quedó ahora definitivamente sepultada por la realidad con que se topó el modelo macrista, aliada eterna del pueblo.

No habrá que olvidar la larga lista de afrentas lanzadas contra ese pueblo en estos años. Y no hablo sólo de las innumerables afrentas verbales sino de también de las acciones concretas. La prisión política de varios ex funcionarios y líderes populares como Milagro Sala sometidos al escarnio público por gobernantes acompañados de un coro de periodistas indignos de su profesión que hoy hacen loopings propios de una demostración de acrobacia aérea para pasarse al bando de quienes hace diez minutos insultaban, son sólo un ejemplo. Las mentiras lanzadas por la ministra Bullrich sobre víctimas como Santiago Maldonado o sus reiteradas justificaciones de las muertes producidas por fuerzas proclives al gatillo fácil, el caso de Rafael Nahuel ejecutado a la luz del día por el Estado, los miles de despidos, la desfinanciación de la educación, de la salud, de la ciencia y de la cultura, los muertos de fío que duermen en la calle, todos los días, a pesar de los esfuerzos de Larreta por esconderlos tras paredones o bicisendas. Las escuelas olvidadas, el hambre de la Argentina profunda y la entrega de nuestra soberanía a propios y extraños, son rastros aún peores del desguace sufrido por nuestro país en estos años. Habrá que mantener viva esa memoria para no olvidar que esas huestes ahora derrotadas nunca se portaron como adversarios políticos ante quienes intentaban defender la patria, sino como verdaderos enemigos gurkas capaces de las peores acciones. Desde ese punto de vista, me parece un muy buen augurio que la primera aparición de Alberto Fernández como posible futuro presidente haya estado acompañada por una representante de las madres y otra de las abuelas de Plaza de Mayo, ejemplos de la lucha democrática dentro de la ley, pero también símbolo inmenso de memoria inclaudicable.

En contraposición, el 11 de agosto el gobierno entró en un delirio de desesperación, paranoia y psicopatía. El cóctel es peligroso. Desactivar la granadas que se encarga de dejar Elisa Carrió cada noche en los programas de TV de sus amigos es nuestro deber como ciudadanos. El largo cortejo fúnebre propuesto por ella saliendo de Olivos en fila mientras los jueces de Comodoro Py les tiran flores y recitan letanías del Deuteronomio como final apoteótico de este gobierno vergonzoso, debe ser reemplazado por la responsabilidad que siempre demostró el pueblo argentino. Un pueblo que resistió todos estos años desprecio y afrentas pero que, cuando tuvo la oportunidad de la urnas, rugió, demostrando así a los poderosos que la idea de que su poder es invencible es una enorme mentira construida por ellos mismos y que hasta un país perdido en el fondo de Sudamérica, empobrecido pero digno, es capaz de vencerlos desde la política.

El 11 de agosto, las imágenes de los animales que aparecen en nuestros billetes fueron reemplazadas por un prócer que no se puede sustituir tan fácilmente como lo hizo el gobierno de Macri con los indefensos San Martín, Belgrano y Rosas que aparecían antes allí retratados. Ese prócer es la educación cívica del pueblo argentino. Es que, en estas PASO, los pobres de la Argentina le demostraron a la gobernadora Vidal –y en ella al gobierno y al continente todo– que hace rato llegaron a la universidad.

 

Foto abajo: Tareferos en Misiones, 2016-2017. Foto: Marcos Zimmermann

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí