El Papa del fin del mundo

La dimensión internacional de Francisco: perifericidad, renovada apreciación geopolítica y neoidealismo

El Papa en Papúa Nueva Guinea, en octubre último. Foto: AP.

 

Jorge Bergoglio fue elegido 266° Sumo Pontífice de la Iglesia Católica el 13 de marzo de 2013. Tras un cónclave que se extendió por más de 24 horas, y que requirió una ronda de cinco votaciones del Colegio Cardenalicio para su consagración, pronunció sus primeras palabras desde el balcón de la basílica de San Pedro. Su saludo fue revelador de lo que vendría: “Hermanos y hermanas, buenas tardes. Como saben, el deber de un cónclave es dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo”. En efecto, el marcado activismo internacional de Francisco pondría su foco, de manera permanente a lo largo de sus 12 años al frente de la Santa Sede, en la situación de una triple periferia: la geográfica, la religiosa y la social.

Un veloz repaso por los viajes realizados por Francisco fuera de Italia nos ofrece un dato que contrasta con la agenda internacional de sus antecesores: el peso abrumador de los países periféricos. Desde su elección, el Papa visitó 66 países, de los cuales 54 –es decir, un 80%– pertenecen a algún tipo de periferia o semiperiferia, según las clásicas conceptualizaciones de la economía política internacional o la sociología del desarrollo. Este heteróclito listado incluye a República Centroafricana, Congo, Egipto, Kenia, Madagascar, Marruecos, Mauricio, Mozambique, Sudán del Sur, Uganda, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, México, Panamá, Paraguay, Perú, Bahrein, Bangladesh, Corea del Sur, Emiratos Árabes Unidos, Filipinas, Indonesia, Irak, Jordania, Myanmar, Palestina, Kazajstán, Mongolia, Singapur, Sri Lanka, Tailandia, Timor Oriental, Albania, Armenia, Azerbaiyán, Bosnia y Herzegovina, Bulgaria, Chipre, Eslovaquia, Estonia, Georgia, Grecia, Hungría, Letonia, Lituania, Macedonia del Norte, Polonia, Rumania, Turquía y Papúa Nueva Guinea.

Según se aprecia, este medio centenar de países exhibe –como describe Javier Cercas en su reciente El loco de Dios en el fin del mundo (2025) [1]– la centralidad de la periferia en el pensamiento de Francisco. Según recuerda el novelista español, cuatro días antes de ser consagrado Sumo Pontífice, mientras se desarrollaba el precónclave de cardenales en Roma, Bergoglio afirmó: “La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas sino también las existenciales: las del pecado, las del dolor”. A esas dos periferias, precisa Cercas, el Papa Francisco añadiría una tercera: “la periferia social, el lugar de los desheredados de la tierra”. En palabras de Bergoglio: “Si la Iglesia se desentiende de los pobres (…) deja de ser la Iglesia de Jesús y revive las viejas tentaciones de convertirse en una élite intelectual o moral”. Y grafica este dilema con dos imágenes contrastantes y, según su mirada, mutuamente excluyentes: “La Iglesia evangelizadora que sale de sí, o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí” [2].

Desde la primera vez que Francisco salió de Roma hasta su última reunión oficial, el líder de la Iglesia Católica intervino activamente en la escena global con pronunciamientos que siempre fueron consecuentes con la priorización de las periferias.

Horas después de ser ungido Papa, Francisco leyó en un periódico que las playas de la isla de Lampedusa (en el canal de Sicilia) habían recibido gran parte de los 25.000 cadáveres de emigrantes africanos que durante una década habían intentado atravesar el Mediterráneo huyendo de la guerra y la miseria. Cuatro meses más tarde, celebraba una eucaristía multitudinaria en un estadio deportivo de esa isla, dirigiéndose a los fieles desde un altar erguido con madera de balsas naufragadas. Allí inquirió: “¿Quién es el responsable de esta sangre?”, habló de “la globalización de la indiferencia” y denunció “la crueldad de quienes, de manera anónima, toman decisiones que provocan dramas como éste” [3].

 

 

 

En su última reunión oficial el domingo de Pascua, horas antes de su muerte, el Papa recibió al Vicepresidente estadounidense, James David Vance, en un contexto de relaciones deterioradas entre el gobierno de Donald Trump y la Santa Sede. Francisco fue explícito en su rechazo a la decisión de la Casa Blanca de acelerar la expulsión de inmigrantes ilegales y de suprimir fondos que contribuían a su regularización. Debe recordarse que Trump canceló la ayuda económica que la Conferencia Episcopal de ese país recibía a través de la USAID y que destinaba a la normalización de la situación de los migrantes irregulares. En este contexto, el pasado 11 de febrero, en una misiva dirigida a los obispos de los Estados Unidos, Bergoglio sostuvo que “el acto de deportar personas que en muchos casos han dejado su propia tierra por motivos de pobreza extrema, de inseguridad, de explotación, de persecución o por el grave deterioro del medio ambiente, lastima la dignidad de muchos hombres y mujeres, de familias enteras, y los coloca en un estado de especial vulnerabilidad e indefensión”.

También su último llamado internacional tuvo la impronta periférica reseñada en el párrafo previo: horas antes de su último Ángelus en la plaza de San Pedro, Francisco se comunicó –como lo hacía cada día a las 8 de la noche desde que estalló la guerra en Gaza– con la parroquia católica de esa ciudad para informarse y manifestar su apoyo, luego de haber denunciado sistemáticamente los bombardeos israelíes contra el pueblo palestino (incluso, en noviembre del año pasado, Bergoglio había pedido que se investigaran las denuncias de genocidio por parte de Israel en la Franja de Gaza).

 

La perifericidad y el café de los lunes

A principios de 2024 falleció José “Pepe” Paradiso, destacado sociólogo, amigo de Francisco y forjador del campo disciplinar de las Relaciones Internacionales. Paradiso solía encontrarse con el entonces cardenal Bergoglio en las oficinas del Arzobispado de Buenos Aires en donde compartían el “café de los lunes”. Con certeza, la dimensión internacional del Papado de Francisco hunde sus raíces en esas charlas con “Pepe”, fenomenal polemista y agudo internacionalista. En particular, la triple periferia (geográfica, religiosa y social) que Francisco procuró priorizar a través de su activismo internacional encuentra sustento teórico en el polisémico concepto de “perifericidad” de Paradiso.

Al respecto, conviene recuperar las palabras del propio Paradiso en un conversatorio con Giorgio Alberti y Arturo O’Connell en la Universidad de Bologna en 2008: “Cada vez me atrae más pensar en la perifericidad como un concepto que abarca mucho más que la dimensión económica: el mismo evoca una compleja trama de relaciones de poder, construcciones culturales, ideas y sistemas de creencias, de asimilaciones, adaptaciones, rechazos o resistencias. Los intercambios entre el centro y la periferia incluyen todos estos aspectos”.

Por su parte, Francisco –en un homenaje a Paradiso realizado en diciembre del año pasado– evocaba así el aporte del sociólogo: “En nuestros encuentros de los lunes, café de por medio, nunca nos cansamos de pensar y soñar juntos caminos concretos hacia la fraternidad universal y la paz social por medio de la buena política, de la cual sin dudas Pepe fue un precursor. Por eso, como le dije a él en uno de los últimos mensajes que le envié, siempre le estaré agradecido por todo lo que me enseñó”.

 

La agenda periférica de Francisco y su mirada geopolítica

Es imposible comprender la agenda reformista del “Pontífice periférico” y su mirada geopolítica del mundo desanclada de la influencia que ha tenido en él la Doctrina Social de la Iglesia. Como precisó Horacio Verbitsky en su nota del domingo pasado, una serie de Encíclicas (De Rerum Novarum de 1891, Quadragesimo Anno de 1931, Mater et Magistra de 1961, Populorum Progressio de 1967 y Laborem exercens de 1981) constituyen el sustrato básico de las posiciones críticas de Francisco respecto del tipo de capitalismo vigente. En esas cartas papales dirigidas a obispos y fieles del orbe católico se abordan cuestiones que van desde la justicia social y la intervención del Estado hasta la prioridad del trabajo sobre el capital, la participación de los obreros en las ganancias y la democratización de los lugares de trabajo.

Ya con el solideo papal calzado, Bergoglio produjo tres documentos que exhiben de manera metódica su conceptualización de la periferia. Se trata de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2014) y las encíclicas Laudato Si (2015) y Fratelli Tutti (2021). Tomás Múgica Díaz identifica, apoyándose en citas textuales de dichos documentos, cinco ejes estructurantes de la mirada periférica de Francisco:

  1. la persistencia de la desigualdad económica y política entre Norte y Sur;
  2. la deuda ecológica del Norte con el Sur;
  3. la defensa de la identidad cultural de los pueblos frente a una globalización uniformizante;
  4. la migración como presencia de la periferia en el centro; y
  5. las “guerras olvidadas” en las periferias.

En relación con el último punto, Francisco ha señalado en Fratelli Tutti que “el mundo vive una guerra mundial a pedazos”. Si guerras como la ruso-ucraniana concitan la atención del mundo occidental, las periferias del sistema internacional –como es el caso del África Subsahariana– se sumergen en “guerras olvidadas” que no son captadas por el radar de los grandes medios de comunicación global. Estas conflagraciones, que se producen “en medio de la indiferencia general”, han contribuido a forjar una particular apreciación geopolítica que el último Papa ha materializado en los cambios introducidos en el Colegio Cardenalicio [4] y en el mensaje asiático de su último viaje internacional fuera de Europa.

En este sentido, no quedan dudas respecto de la identificación por parte de Francisco de un cambio en el eje del poder mundial que se desplaza, irremediablemente, de Occidente hacia Oriente. Como puntualiza Rosendo Fraga, “de los dieciséis cardenales electores designados en 2022 –que elegirán al sucesor de Bergoglio–, los no europeos son once –entre ellos tres latinoamericanos– y los europeos nada más que cinco (no llegan a un tercio). Es decir que de ellos cinco son europeos, otros tantos de Asia, cuatro del continente americano y dos de África”. A su vez, esta visualización de Oriente como nuevo eje hacia el que se desplaza el centro del poder mundial ha quedado ratificado en la última visita extraeuropea de Francisco de septiembre de 2024. Según Fraga: “En Europa –el continente donde más avanza la secularización– están disminuyendo [los fieles y los sacerdotes], mientras en las Américas el catolicismo se encuentra estancado. En cambio, el 80% de la población mundial que no es occidental (Asia, África y Oceanía) está aumentando en fieles y sacerdotes y no es una tendencia de corto plazo (…) Ello podría ser decisivo para el futuro de la Iglesia Católica”.

 

Neoidealismo periférico

La anécdota ha sido repetida innumerable cantidad de veces pero no deja de ser ilustrativa: “¿Cuántas divisiones tiene el Papa?”, preguntó Joseph Stalin cuando, en la conferencia de Yalta (1945), Winston Churchill propuso invitar a Pío XII a las negociaciones de paz. El líder soviético ilustraba una mirada exclusivamente centrada en el “poder duro” de los Estados o lo que, en la jerga de las Relaciones Internacionales, se conoce como realpolitik. Churchill, fiel a su socarronería británica, manifestó: “las divisiones las tiene allá arriba”, señalando hacia el cielo. Se refería a lo que muchos años después Joseph Nye Jr. definiría como “poder suave” [5], es decir la capacidad de un actor político para incidir en las acciones o intereses de otros actores por medios culturales o ideacionales, con el complemento de medios diplomáticos. Desde luego, en esta última acepción del poder juega un rol muy relevante la idealpolitik (política de los ideales) como contracara de la realpolitik.

El Vaticano es una entidad soberana no territorial que mantiene vínculos diplomáticos con algo más de 180 Estados y funge como observador permanente en la ONU. Como ha demostrado Francisco en su Pontificado, dispone de dos clásicas herramientas de soft power: su liderazgo moral y una cancillería profesional que instrumenta los lineamientos del Papa. Bajo este esquema, el Pontificado de Jorge Bergoglio se ha encuadrado –sorprendentemente, ya que la categoría fue pensada para otro tipo de contexto y con el foco en otro tipo de actores políticos– en lo que Roberto Russell denominó “neo-idealismo periférico” [6].

Russell acuñó su término en el marco de una discusión intelectual con Carlos Escudé, con el propósito de fijar un esquema para orientar la política exterior de los países del Cono Sur en la posguerra fría. Su planteo era el resultado de una crítica a la resignificación que Escudé había dado al término “realismo periférico”, partiendo de la consideración de que el realismo y las políticas de poder han sido siempre –aunque no exclusivamente– la teoría y la práctica de los poderosos, por lo que podría cuestionarse la pertinencia de emplear el realismo como marco conceptual para construir una teoría normativa desde la periferia.

Sobre esa base, el Papado de Francisco ha reflejado una parte importante de los principios del “neoidealismo periférico”:

  1. Ha enfatizado la historicidad de los asuntos internacionales y procurado construir esquemas válidos para determinados contextos históricos y geográficos [7].
  2. Ha concebido el interés definido en términos de desarrollo y de principios, en tanto categoría objetiva de validez para los países de la periferia, en democracia [8], y en el contexto histórico de la Posguerra Fría.
  3. Ha postulado una diferenciación entre lo deseable y lo posible, destacando la prudencia y desalentando el protagonismo desmedido. También ha reprobado la adopción de un alto perfil cuando se carece de autoridad moral.
  4. Ha destacado la importancia de los principios y los valores en las relaciones internacionales, tanto para ilustrar la práctica política como para proteger la seguridad nacional de los países débiles, en tanto malla protectora frente a las amenazas externas de los Estados más poderosos. O, dicho de otro modo, ha defendido las prácticas del idealpolitik. En este sentido, ha abogado por el compromiso y la negociación, la plena vigencia de los Derechos Humanos, la no intervención, la autodeterminación de los pueblos y la igualdad jurídica de los Estados, rechazando el éxito como único criterio para orientar la acción.
  5. Ha planteado la importancia de que la política se concentre, en lo atinente a la nueva agenda global, en cuestiones como asegurar el bienestar general, ampliar la capacidad de decisión autónoma, reducir las asimetrías de poder económico y en el impacto negativo en el orden interno de temas como el narcotráfico y la problemática ambiental.
  6. Ha ponderado especialmente los atributos intangibles de poder, tales como la cohesión nacional, el prestigio externo o una diplomacia sofisticada.

En resumidas cuentas, y poniendo al margen los claroscuros de la etapa previa a su Papado, la dimensión internacional de Francisco ha superado las expectativas de propios y ajenos, erigiéndose –por la trascendencia de su actuación global– en uno de los argentinos más importantes de todos los tiempos. Su adiós final lo encontró siendo dique de contención contra la Internacional Reaccionaria encabezada por los Trump de este mundo; siendo símbolo de humanidad en tiempos de crueldad infinita; y siendo la voz de los desprotegidos en las “guerras olvidadas” de las periferias del mundo.

 

* Luciano Anzelini es doctor en Ciencias Sociales (UBA) y profesor de Relaciones Internacionales (UBA-UNSAM-UNQ-UTDT).

 

[1] Cercas comienza su obra con esta frase: “Soy ateo. Soy anticlerical. Soy un laicista militante, un racionalista contumaz, un impío riguroso. Pero aquí me tienen, volando en dirección a Mongolia con el anciano vicario de Cristo en la Tierra, dispuesto a interrogarle sobre la resurrección de la carne y la vida eterna”. Ver Cercas, J. (2025). El loco de Dios en el fin del mundo. Buenos Aires: Random House, p. 13.
[2] Ibídem, p. 23.
[3] Ibídem.
[4] Según Verbitsky: “El 80% de los 135 cardenales con derecho a voto, aquellos que aún no han cumplido 80 años, fueron designados por Francisco, quien postergó a sedes tradicionales e incrementó la diversidad étnica y geográfica del cuerpo”.
[5] Nye, J. (2004), Soft Power: The Means to Success in World Politics. New York: Public Affairs.
[6] Russell, R. (1991). “El neoidealismo periférico: Un esquema para orientar la política exterior de los países del Cono Sur”. América Latina/Internacional, vol. 8, No. 29, julio-septiembre.
[7] Al respecto, resulta interesante el siguiente fragmento del libro de Cercas, en donde el autor entrevista al actual Subsecretario del Dicasterio para la Cultura y la Educación del Vaticano, el padre Antonio Spadaro, de gran cercanía a Francisco: “Eso es la visión sinodal, importantísima para entender a Francisco: él tiene una idea, provoca una discusión, escucha, ve cuál es la reacción de la gente (…) si la Iglesia está o no madura para determinadas cosas (…) Y decide. El papa es extremadamente dialogante con la Historia”. Ver Cercas, J. (2025). Op. cit., p. 105.
[8] Aquí, naturalmente, por más periférica que resulte la mirada papal, no puede perderse de vista que el Vaticano no es una democracia. En la entrevista de Cercas a Spadaro se aborda la discusión respecto de la sinodalidad como eventual proceso de democratización de la Iglesia. Ver Cercas, J. (2025). Op. cit., pp. 116-117.

 

 

 

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