El poder de la hipocresía

Las prebendas que los grandes medios periodísticos obtuvieron del Estado son escandalosas

 

Mi educación secundaria transcurrió entre democracias débiles y dictaduras. En ese marco, como un acto de rebeldía, siempre había algún profesor/a que nos invitaba a hacer un periódico escolar. A la luz del tiempo transcurrido, supongo que lo que intentaban aquellos profesores era darnos pequeñas lecciones de democracia al tiempo que cultivaban el espíritu crítico en sus alumnos; acuñar en nuestros corazones la importancia de la libertad de expresar libremente nuestras ideas por la prensa, sin censura previa. Casi todos aquellos periódicos tenían en su nombre algo relacionado con la Gaceta, en honor, obviamente, a Mariano Moreno.

Hacer el periódico era una odisea. No había fotocopiadoras, la “tecnología de avanzada” a la que en ocasiones lográbamos tener acceso era un mimeógrafo que tenía la librería más importante del pueblo, y que al ser la única gozaba de un exceso de demanda que requería esperar pacientemente el turno cruzando los dedos para que no sufriera algún desperfecto en el mientras tanto. Había que escribir sobre unas hojas de esténcil, con una máquina de escribir sin cinta para que recortara la letra, eso se ponía en el mimeógrafo y, dando vuelta a una manija, iba entrando hoja por hoja. La tarea no estaba exenta de problemas, el esténcil se doblaba o se cortaba y había que hacer otro nuevo. Pero la alegría de lograr distribuir esa preciosa pieza periodística permitía sobreponerse a todos los padecimientos en la edición. Algunos ejemplares eran verdaderamente pintorescos, ciertas compañeras les hacían algún dibujito o un subrayado a color. Cuando lográbamos terminar uno era una fiesta, nos felicitábamos y nos abrazábamos orgullosos.

El periódico no tenía nada relacionado con la política, de eso no se podía escribir, y si bien algunos de nosotros siempre explorábamos alguna idea, el profesor o profesora que nos guiaba hacia las veces de asesor/a en censura, y con paciencia infinita nos indicaba lo que era inconveniente publicar para “evitar problemas”. Era la época de la censura explicita, en los medios se exaltaba la importancia de que todo pasara por la censura, los libros, los programas de televisión, el cine, el teatro, la música y claro, los periódicos escolares también. El largo brazo de la censura llegaba a todos lados. Onganía era un devoto de la censura, y pretendía enseñarnos cómo debía ser la vida a partir de marcar qué era lo bueno y qué era lo malo. Su delirio por “enseñar” al pueblo llegaba a tal límite que, en el caso de los hombres tener el pelo largo, y en las mujeres el pelo corto, era un acto apátrida que debía ser combatido. Recuerdo una vez que un oficial de la policía recorrió el patio de la escuela “recomendándonos” que nos cortemos el pelo, ya que si no lo hacíamos por propia voluntad, nos lo cortarían en la comisaría.

A medida que fuimos creciendo, fuimos valorando aquel resuello de democracia que nos daba algún profesor/a amante de su profesión, de la libertad y de la democracia, marcándonos que  tarde o temprano llegaría y había que estar preparado. Cada vez que la hora de cerrar una edición se acercaba, nos reuníamos en derredor de nuestro/a guía y elegíamos qué íbamos a publicar en esa edición, teníamos largas charlas enriquecedoras que, en ocasiones, abarcaban temas mucho más escabrosos que lo que publicábamos. En general, los que participábamos en el periódico éramos alumnos a los que nos había picado el bichito de la política y la participación, por ello las reuniones eran tierra fértil para ahondar en algunos temas que de otra forma era difícil hacerlo.

En aquellos tiempos de inocencia creíamos que la democracia se circunscribía a la libertad de prensa, a poder decir y reclamar lo que quisiéramos. La realidad fue muy cruel, unos años después descubrimos que la prensa podía ser cómplice de la más brutal dictadura. Que la prensa también podía servir para silenciar el reclamo popular, que lo más importante a veces pasa justamente por lo que no se dice. Aquel sueño de estudiantes fue víctima de la realidad, la cual le propinó una muerte rotunda.

Han pasado muchos años y el sueño de la prensa romántica se fue diluyendo, hoy los grandes medios no publican ni divulgan ideas expresadas con libertad y sin censura previa. La censura la hacen esos mismos medios, desbordantes de ideología, transformados en grandes grupos económicos que anteponen sus intereses corporativos a cualquier derecho, idea o pensamiento.

Una vez, un amigo contador me dijo que las grandes corporaciones podrán ejercer atropellos a la moralidad, pero jamás a la legalidad y tenía razón. Las grandes corporaciones, con la complicidad de los grandes medios, ejercen todo tipo de presiones con el objeto de lograr privilegios, absolutamente desproporcionados en relación al resto de las empresas de menor capacidad económica. Esas mismas corporaciones son las dueñas de grandes empresas periodísticas que utilizan a sus medios para denigrar a unos o ensalzar a otros, siempre según su conveniencia y oportunidad. En sus páginas o en sus editoriales, se escandalizan por pequeñeces que comete el señalado/a como enemigo/a, mientras esconde atrocidades de sus amigos con absoluta impunidad. Pero lo más trascendente es que con sus presiones sobre los gobiernos de turno logran prebendas que el común de los ciudadanos no pueden lograr

Que el Estado promueva nuevas expresiones periodísticas y otorgue facilidades impositivas temporarias a los pequeños medios para impulsar su crecimiento e inserción, es una sana y maravillosa acción en defensa de la democracia y la libertad de expresión que siempre es bueno saludar. Pero cuando los beneficiarios son grandes corporaciones periodísticas que se favorecen indebidamente es, al menos para mí, una aberración ética que debemos repudiar.

En el 2019 mediante la ley 27467 de presupuesto, en los artículos 91 a 94 y en medio de un verdadero rompecabezas de derogaciones e incorporaciones, se aprobó una escandalosa exención del pago de contribuciones patronales para las empresas periodísticas y afines. Esa exención perjudica a los jubilados y pensionados y a las personas en estado de vulnerabilidad, habida cuenta que las contribuciones que hacen los empleadores es la principal fuente de financiamiento del sistema previsional.

En nuestro país existen, desde 1994, diversas disminuciones de las “cargas sociales” como son vulgarmente conocidas. Durante el gobierno de Macri volvieron a concederse nuevas reducciones generales, pero además, por la ley de presupuesto del año 2019, los grupos periodísticos fueron directa y vergonzosamente eximidos del pago de la totalidad de las cargas sociales de sus trabajadores, de una manera subrepticia y tramposa.

Imaginemos los dos grupos periodísticos más importantes de Argentina, Clarín y La Nación. Ambas empresas tienen miles de trabajadores, sólo el Holding Clarín tiene más de 7.000 empleados. La metodología es la siguiente:

  • Como cualquier empleador, declararan mediante una declaración jurada a sus empleados a través del formulario AFIP 932.
  • Ese formulario indica un valor total de aportes (del trabajador) y contribuciones (del empleador), es decir una deuda fiscal a pagar.
  • Eso que pagó en concepto de contribuciones se transforma, por imperio de la reforma, en un crédito a su favor.
  • Ese crédito lo utiliza para pagar el IVA que le generan sus actividades gravadas.

Es decir, el medio periodístico paga las contribuciones, pero las recupera descontando ese valor de lo que debería ingresar en concepto de IVA por sus actividades comerciales, es decir es un negocio redondo. Si alguien pregunta si declaran a sus trabajadores, la respuesta es sí; cuando otro pregunta si pagan las cargas patronales, la respuesta es también sí; lo que ocultan es que lo que pagaron por ese concepto lo recuperan por otra ventanilla.

Pero eso no es todo. Imaginemos cualquier negocio, un almacén, un kiosco, una pyme cualquiera: ¿cómo liquida el IVA? Primero suma todas las facturas que emitió con IVA del período (un mes), eso le da una deuda. Por otro lado, suma todos los créditos que acumuló en el período por haber efectuado compras gravadas por el IVA. Al IVA facturado (venta) le resta el IVA adelantado (por sus compras gravadas). Esa cuenta arroja un resultado que puede dar un saldo a favor de la empresa –por ejemplo, si hizo una inversión importante y compró materiales gravados con IVA–, el cual puede usarlo los meses subsiguientes; pero también puede ocurrir le dé saldo negativo, por lo que la empresa tiene que pagar ese saldo, y si no lo hace AFIP le impone una multa automática y le cobra la mora hasta el efectivo pago.

Este mecanismo es el que funciona para todos, excepto para los grupos de medios, porque si no pagan el IVA no les ponen multa, ni intereses, ya que simplemente, cuando declare el personal dependiente cancelará la deuda con ese crédito. Como si todo esto no fuese suficiente, esos insignificantes tres artículos de la ley les permiten, además, recuperar el crédito fiscal que le hubiesen facturado sus proveedores con anterioridad a la entrada en vigencia del “regalo”, e imputarlo contra deudas impositivas pasadas o futuras. En pocas palabras, se quedan con miles de millones de pesos que son de los jubilados y pensionados, de los discapacitados y de las personas en situación de vulnerabilidad.

Pero estas mismas empresas son las que, en el marco de la pandemia y siguiendo normalmente con su actividad económica atenta a ser considerada parte de las “actividades esenciales”, le piden al Estado ser incluidas en el pago de sueldos con el programa ATP, y de esta manera también se apropian del dinero destinado a los mas afectados por la cuarentena. Pero eso sí, no se privan de dar cátedra de moralidad en sus pantallas y medios gráficos, destacando en títulos catástrofe cuando otros empresarios no pagan algún impuesto o se desvían de lo que ellos consideran “el deber ser”. Platón decía que “la obra maestra de la injusticia es parecer justo sin serlo”. Son unos auténticos sátrapas que, sin ningún tipo de piedad por los más débiles, esconden sus inmundicias y exaltan las pequeñeces de otros. No puedo creer que utilicen el símbolo de la libertad con que soñábamos de jóvenes para extorsionar gobiernos y lograr prebendas inmorales.

Hemos oído hasta el hartazgo que el sistema previsional es insustentable. ¿Pero cómo se pretende que sea sustentable, si le quitan recursos de manera sistemática? Si todos los empleadores tienen descuentos en las contribuciones patronales que equivalen al 2,99% del PBI; si lo que se paga por bienes personales es irrisorio; si los que pagan ganancias tienen deducciones que alcanzan la friolera de casi un 3% del PBI; si los ricos se niegan a pagar el impuesto a la riqueza; y finalmente ahora, desde 2019, las corporaciones periodísticas se quedan con miles de millones de pesos de los fondos para pagarle a los jubilados, sería un milagro que fuera sustentable. Si simplemente termináramos con estas rapiñas de los poderosos, la recaudación sería suficiente para que el sistema previsional no tuviera el déficit de 2,7% del PBI, para que las pensiones a los discapacitados se equiparen con la jubilación mínima, para que la PUAM se equipare a la jubilación mínima, para que se implemente un plan de inclusión jubilatorio con un 1,5% del PBI, y aún sobraría dinero para implementar un IBU que represente un 2,7% del PBI.

Pero lo que me mantiene en estado de estupor es que, después de quedarse descaradamente con dinero que no correspondería, hablan sobre la necesidad de reformar el sistema jubilatorio, buscando chivos expiatorios como los docentes o los científicos o los discapacitados, o el plan de inclusión jubilatorio. Clarín y La Nación: ¿hasta dónde piensan llegar? ¿Cuánto necesitan para satisfacer sus necesidades de poder? ¿Cuál es el límite de su sed de dinero? ¿Qué espacio queda para la solidaridad, la ética, la justicia y el amor al prójimo? Es obligación de un Estado justo no permitir este atropello.

Martin Luther King decía que “la injusticia en cualquier lugar es una amenaza para la justicia en todas partes”. Yo agregaría que no hay mayor injusticia que permitir el sufrimiento de un compatriota.

 

 

 

 

 

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