El que cantaba las consonantes

Porteño, flaco y rubio, le decían El Polaco y cantaba con todo el cuerpo hasta los puntos y las comas

 

¡Qué cante el rubillo! ¡Qué cante el rubillo!

El tablao es el de la Venta de Vargas, restaurante flamenco de San Fernando, Cádiz. En una de sus mesas la figura de Manolo Caracol, uno de los más altos artistas del cante jondo; y a su alrededor, un gitanillo rubio revolotea.

–¡Caracol, tienes que escuchar al gitanillo! ¡Qué cante el rubillo! –dicen unos y otros.

El gitanillo tiene apenas doce años y se llama José Monje Cruz, por el blanco de su piel y el rubio de su pelo lo apodaron “Camarón”. Caracol asiente con la cabeza. El gitanillo se anima con un fandango.

–No está mal –dice Caracol– pero un gitano rubio no va a llegar a mucho en el cante.

Traje esta anécdota para pensar juntxs la figura de otro rubio, el “rubio nuestro”, ese diferente que a priori no encajaba en el estereotipo del cantor de tangos. ¿Acaso no nos hicieron creer que el tango es morocho? ¿Cuánto de mugre, de barro de arrabal puede haber en un joven veinteañero apodado “El Polaco”? Hasta el mismísimo Troilo tambaleó ante el asombro: “La verdad es que no logro hacerme a la idea de ver en mi orquesta a un cantor que parece un cowboy. Ahora, cantando, es de lo más grande que haya escuchado”.

El resto ya es historia. Estos dos rubiones, estos dos hijos bastardos del canto de raíz de popular (uno desde la bahía de Cádiz; otro desde su país llamado Saavedra) hicieron la herejía.

 

Camarón y el Polaco de niños.

 

Los colores de una voz

Basta un bar con tres amigos (cuatro ya es cumpleaños), y un disco del Polaco para oír el “sermón de los estaños”.

–¡No me vengan con boludeces! El verdadero Polaco, el puro, el limpio, era el del ‘53 con la orquesta de Salgán –dice el primero.

–No entendiste nada, Beto –retruca el segundo– ¡Pichuco! ¿Entendés Beto? El inventor del Polaco fue PI-CHU-CO. ¿Sabés lo que le dijo? “Pibe, acá hay que contarle al público, no cantarle. Porque de cantar ya se encarga la orquesta”.

–Yo prefiero el último, el Polaco decidor, el de la voz asfixiada, ¡Hasta tosiendo te enamoraba! –dice el tercero.

Desde el fondo del bar, el mozo (que seguía la conversación) los acorrala con una pregunta a quemarropa:

–A ver esos tres sabiondos: ¿El Gordo de Navidad o que en este instante aparezca Goyeneche y les cante La última curda con la voz que no les gusta?

–¡¡Goyeneche!! –gritan al unísono.

–Entonces déjense de joder y éntrenle al diente que se enfrían los fideos.

Las etapas que señalan estos tres cosos:

 

Un momento (Stamponi-Expósito) Goyeneche/Salgán (1953).

 

A Homero (Troilo-Castillo) Goyeneche/Troilo (1961).

 

Viejo ciego (Piana-Castillo-Manzi) Goyeneche/Agri/Morgado (1994).

 

El fraseo

Revolviendo viejos papeles míos encontré una nota de Oscar Fiorentino Núñez titulada “Rodríguez Lesende: precursor del fraseo”; cantor prácticamente olvidado que, al parecer, desde su debut en Radio Splendid acompañado en piano por el José Tinelli (Tinelli el bueno, agrego yo) sembró escuela en los cantores de orquesta de los años ‘40. Rápidamente me zambullí en youtube para saber si lo podía cruzar con el fraseo de Goyeneche; no, el Polaco pertenece a la escuela del “Paya” Díaz, de Floreal (Gardel es una constelación aparte, los tocó a todos, por eso no juega en este asunto).

Con la paciencia del buscador del metal sagrado, cierta noche Roberto Goyeneche ¿en el escenario, en un ensayo, frente al espejo? halló en los vaivenes de su voz la pepita de oro. Me lo imagino enredado en un soliloquio con interrogaciones de tipo: ¿Y si en vez de ir a tiempo me largo a flotar sobre la rítmica de la orquesta? ¿Qué pasa si ralentizo la frase? ¿Y si me adelanto como si quisiera escaparme de los bandoneones y luego sí, entro a tierra? Quizá, en estos juegos asomó por primera vez el misterio del “silencio” (ese otro lado de la voz); ¿o estoy errado si digo que al Polaco se le oye “cantar los silencios”. Párrafo aparte el manejo de sus gestualidades, a veces histriónicas, otras dramáticas, siempre desgarradoras. Si no me lo creés ponele mute a uno de sus videos y vas ver el sonido de sus movimientos.

 

Cantar con todo el cuerpo.

 

También las consonantes se cantan

Si vas al mataburros y buscás el significado del término consonante, leerás que proviene del latín y originalmente refería a “sonar junto con” o “sonar con” siendo la idea de que las consonantes no tenían sonido en sí mismas sino junto a una vocal. ¡No es cierto! Las consonantes sí tienen sonido, por tanto no me creas un loco si te digo ¡¡El Polaco cantaba las consonantes!!

Para sentirlo todo, la propuesta es zambullirnos en la versión en vivo del tango Garúa (Troilo-Cadícamo) interpretado en el programa del Gordo Porcel. Hagámole la autopsia a este asunto de “cantar las consonantes”. Poné play, y anda relojeando el minutero.

 

El Polaco consonatiando (1988)

 

0:55 = arrastra la letra ese de la palabra sintiendo: “sssintiendo tu hielo” como si en el chillar de esa consonante enfatizará el frío del abandono de aquella que con su olvido hoy le ha abierto una gotera. A los 2:16 repite el yeite quedándose a vivir una temporada.

1:25 = al estirar la efe nos regala la sensación en el cuerpo de la palabra frío: “que noche llena de hastío y de fffrío” ¿O acaso no te pasó que una noche esperaste ese bondi que nunca llegó y te agarró la ventolera y te encontraste repitiendo cada tres segundos ¡qué fffffffrío!?

1:42 = más arriba te decía que al Polaco se le oyen los silencios. Escuchá lo que hace acá. La frase es la siguiente: “y yo voy como un descarte/ siempre solo/ siempre aparte,/ recordándote”. ¿Oíste como entre la palabra siempre y la palabra aparte metió un cráter de silencio? Decime si no lo hizo a propósito, es decir, lo hizo para darnos a entender que justamente la palabra “aparte” nunca puede estar junto a otra (¡¡¡me vuelvo looocooo!!!).

1:55 = acá el sumun de todo esto que te chamuyo. Oídlo:

 

Y humillando este tormento

todavía pasa el viento

empujjjjjjjjjándome…

 

Al quedarse en la jota emula el sonido de algo que tiene peso y es empujado. Hacé la prueba vos, arrastrá un mueble, mové una mesa (guarda el perro), empujá una silla. ¿escuchás la jota? Y es que los objetos también hablan, y lo hacen a pura consonante dándonos –como dijo Alfonso Reyes– signos orales que no llegan a ser palabra. Yo, a veces suelo detenerme a oír el ffffffff que produce el latigazo del fósforo al ser raspado, otras me pregunto ¿por qué para pedir silencio emitimos un shhhhhhhh? Y cuando dudamos de algo o alguien o celebramos un goce ¿por qué soltamos en distintas alturas según el caso un mmmmm? ¡Ay las consonantes, las hermosas consonantes! Y ya que estamos en el empujjjjjjjándome, fijate que también la canta con el cuerpo en un gesto de manos que imita el movimiento de su significado.

No en vano Homero Expósito dijo una vez: “Goyeneche canta los puntos y las comas”, o aquello de: “Polaco no me cantes más un tango, porque si lo hacés vos, después no me lo quiere cantar nadie”. Seguramente, el don le nació de la intuición, pero (dicho por él) alimentado por su conocimiento de gramática, su saber oír las capas sonoras que produce una palabra, su meticuloso estudio del sentido que ofrece una letra de canción. “Hay que leer cultura”, “hay que sacarse el apéndice de burro y ponerse membrana auditiva”, repetía una y otra vez.

 

Puente generacional

La generación del tango de estas dos últimas décadas, quienes siguen abonando al fenómeno del resurgimiento del género, tuvo (tiene) sus dos gurúes. Por un lado, Osvaldo Pugliese, ya sea por su perfil político –la coherencia a lo largo de su vida trabajada desde una concepción cooperativa–, ya sea por su dimensión artística: su sonoridad densa, fabril, proletaria. El otro artista que oficia como símbolo de contracultura, –quizá por estar en sintonía con el ideal rockero de donde proviene buena parte de esta generación– es Roberto Goyeneche.

Si a finales del siglo XX le preguntabas a un pibe qué sentía al oír un disco del Polaco, la respuesta era: “es el punk de los tangueros” o “es más rockero que nosotros”; ¿Qué fue o qué sigue siendo aquello que determinó estas convicciones? ¿Lo roto de su voz? ¿La sensación de sentir que el Polaco es algo así como un tío bueno que canta tangos? A Edmundo Rivero, por tomar un ejemplo, se lo ve, se lo piensa más como un cantor de escenario, con la seriedad del artista impoluto, hay cierta distancia entre actor (cantor) y actores (público), Rivero es un cantor vertical. El Polaco es curvo, huidizo, es otra cosa (ni mejor ni peor), un cantor de cercanía, hay en él olor a sobremesa de boliche, a timba de viernes a las cinco.

Pero sin duda, la empatía para con la generación de jóvenes vino de la mano de sus declaraciones a favor de “mis muchachos del rock”, nombrando en reiteradas entrevistas a Nebbia, Baglietto, Fito Páez, Charly García. Con ese gesto se los metió a todxs en el bolsillo rompiendo el esquematismo ramplón del “tango vs. rock”. Claro que los muchachos tenían sus pruritos respecto de lo más encorsetado del tango llorón, pero no hay que olvidar la frase de Spinetta “Sí, teníamos un rival en la mira. Lo nuestro era contra El Club del Clan, no contra el Tango”.

Lo que terminó de sepultar esa falsa disputa sucedió en la película Sur de Pino Solanas. La escena es más o menos así: sobre el escenario de un salón de barrio Fito Páez y su banda interpretan Dando vueltas en el aire. Goyeneche, sentado al costado del escenario, observa. Al terminar la canción se pone de pie y le grita a Fito: ¡Grande macho querido! y cierran la escena abrazándose. El tango y el rock más hermanados que nunca.

 

El Polaco y Fito en Sur (1988).

 

Elogio del cantor

En una entrevista de 1992 (Goyeneche se cayó del alma en 1994), nos dice que grabó 102 long play, a razón de 2.800 temas. En ese barrio de canciones hay para todos los gustos y matices. Lo podés rastrear junto a Salgán, Troilo, Pansera, Baffa-Berlingeri, Pontier, Piazzolla, la Típica Porteña, Stampone, Garello, y más… sin olvidarlo junto a Juanjo Domínguez, Aníbal Arias, Agri…

Me escapo con estas ocho líneas de Horacio Ferrer, que lo pintan de cuerpo y alma.

 

Porteño, flaco y rubio, te dicen El Polaco,

tal vez fuiste morocho y el alba te peinó,

con lágrimas de luna, muy niño, en aquel patio,

dolor que en una orquesta de mirlos debutó.

 

Del sótano del alma te sobreviene el canto

el ángel del asfalto florece en tu temblor,

y cuando el fueye arrea su vendaval de infarto

el tango es una curda poética en tu voz.

 

¡Hasta la Victrola, Siempre!

 

 

 

 

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