EL REGRESO DE LA INFLACIÓN GLOBAL

El movimiento nacional debe superar el sesgo cadornista

 

Revisando las exploraciones de una masa de analistas sobre el porvenir de esta desgracia de la pandemia Covid-19, atenuada por la buena noticia de la vacuna Oxford, se percibe que va ganando consenso la idea de lo pasado pisado. Asentado el polvo y observado de cerca el discurso de demostración acerca de lo que va quedando atrás, la lógica que lo articula sugiere que lo que se alterará es la forma pero no el fondo del orden establecido mundial. De resultas, tal como están las cosas hoy, los conflictos que sobrevendrán –si no es que ya comenzaron a acontecer— en la superestructura global provendrán de la necesidad de regenerar el espacio carcomido por la infección a una estructura productiva con fuertes y marcadas inadecuaciones, para que siga siendo tan socialmente indigerible como siempre y sin la menor voluntad política de perjudicadores y perjudicados para buscarle alternativa.

De los primeros se entiende perfectamente, en tanto son beneficiarios del status quo. De los segundos no tanto, si no se toma debida nota de que los que baten el parche de la integración a la economía mundial, en el caso de Asia montados en el elefante indio y jugueteando con el panda chino, parecen dejar a un lado que antes, ahora y por lo que se está viendo después, se trata de perfeccionar la dualidad en esas sociedades en las que un porcentaje mínimo de sus habitantes vive en el siglo XXI mientras la abrumadora mayoría permanece aterida, con la ñata contra el vidrio. Los alardes al multilateralismo y la globalización son una primera prueba de que si de hay algo de que carece la acumulación a escala mundial es de esa capacidad. Sus clases dirigentes, por cuestiones de propia supervivencia y reproducción, optaron por comunidades nacionales que hacen su vida a dos velocidades, aún en aquellos pocos países en que el desarrollo es posible.

El desarrollo y la integración de un país es una decisión política enteramente nacional en la que no se trata de ignorar lo que pasa en las corrientes tecnológicas encarnadas en el flujo de capitales, sino de utilizar esa pleamar para la consolidación del mercado interno y no para su dilución.

Lo que está ocurriendo con las inversiones externas chinas en función de los ataques de Trump, la opción de Wall Street por Joe Biden y la de la maquinaria demócrata por la morocha Kamala Harris para acompañarlo en la fórmula, la editorial más reciente de la revista Foreign Affairs, las declaraciones públicas del referente de contrainteligencia norteamericano William Evanina, junto al precio del oro y la cotización del dólar, son eventos que se combinan no sólo para sugerir que el regreso de la inflación en el centro de acá a un tiempo parece inevitable (aunque por razones que no tienen nada que ver con la vulgaridad monetarista), sino que ese retorno es parte del dispositivo para arraigar la dualidad en la periferia con la esperanza de que no se vaya a la banquina en el centro.

 

 

Echar a Trump

Narayanan Somasundaram, el jefe de corresponsales de banca y finanzas de la Nikkei Asian Review, informa en ese medio (10/08/2020) que “las empresas chinas están avanzando con planes para recaudar más de 5.000 millones de dólares en ofertas públicas iniciales en Nueva York, antes de que las nuevas reglas de los Estados Unidos cierren efectivamente este canal de financiación”. La excusa es que los chinos no quieren saber nada con las auditorias de las empresas que ya están cotizando en la bolsa de Nueva York. En realidad son sus dueños norteamericanos los que no quieren ser deschavados. Somasundaram cita un informe del Citigroup según el cual unas 354 empresas de origen chino han cotizado en Estados Unidos desde 1993, recaudando un total de 88.500 millones de dólares. A lo largo de los años, 107 de ellos han sido eliminados de la lista y el valor de mercado actual de los restantes se sitúa en 1,5 billones de dólares. La alternativa a salir de Nueva York es cotizar en Hong Kong, de ahí que Trump cerró esa canilla también con la pantomima de lamentarse porque la isla cayó definitivamente en manos de los chinos.

La consultora de las grandes corporaciones McKinsey difundió los resultados de un estudio sobre los sectores con mejor rendimiento pecuniario global (07/08/2020). Afirma el estudio que la pandemia de Covid-19 está ampliando la brecha entre los sectores de punta y los tradicionales. Los seis sectores con mejor desempeño, incluidos los de semiconductores, productos farmacéuticos y software, han agregado 275.000 millones de dólares anuales al conjunto de ganancias económicas esperadas, mientras que los seis menos rentables, entre los que se cuentan  seguros, servicios públicos y energía, han perdido 373.000 millones de dólares. Los primeros consolidan sus balances con los bajos costos chinos y los segundos están ligados al estado de la demanda y a la suerte del mercado interno. Por ejemplo, más del 90% de los antibióticos que se consumen en los Estados Unidos los manufacturan laboratorios norteamericanos cuyas plantas están localizadas en China.

Para que nada de esto cambie en la dirección que trazó la coalición que expresa Trump, el New York Times (09/08/2020) verifica que “las billeteras y hasta los corazones de Wall Street están con Joe Biden”. También (10/08/2020) que las “Big Tech hacen avances en la campaña de Biden”, aclarando que “si bien (Biden) ha criticado a las más grandes empresas de tecnología, su campaña y sus equipos de transición han dado la bienvenida a aliados de Facebook, Google, Amazon y Apple en su personal y en grupos para formular propuestas políticas”. Lo cierto es que los millones de dólares de los financistas de la Gran Manzana donados a la campaña del candidato demócrata a la presidencia que estaba en la lona, fueron los que le permitieron retomar el impulso que había perdido, sortear las primarias y luego liderar las encuestas nacionales. Una moderación en subir los impuestos, regulaciones más estrictas, la buena onda con la morocha Kamala Harris, son precios ciertamente bajos a pagar si a cambio se pueden continuar utilizando los paupérrimos salarios de la periferia para rehacer la rentabilidad estropeada por el nadir del ciclo, situación que esos aguafiestas de la coalición que expresa Trump vinieron a socavar.

Llevado por esta correntada, Gideon Rose, editor de Foreign Affairs, comienza la nota introductoria del número correspondiente a septiembre/octubre preguntándose: “¿Cómo juzgarán los historiadores el manejo de la política exterior estadounidense del Presidente Donald Trump?”. Entiende que “después de casi cuatro años de turbulencias, los enemigos del país son más fuertes, sus amigos más débiles y el propio Estados Unidos está cada vez más aislado y postrado”. Richard Haass señala en su artículo que “Trump heredó un sistema imperfecto pero valioso y trató de derogarlo sin ofrecer un sustituto […] Esta interrupción dejará una marca duradera. Y si dicha interrupción continúa o se acelera, lo cual hay muchas razones para creer que sucederá si Donald Trump es elegido para un segundo mandato, entonces 'destrucción' podría convertirse en un término más apropiado para describir este período de la política exterior estadounidense". Por su parte Ben Rhodes, ex asesor adjunto de seguridad nacional, escribe que una victoria de Biden en noviembre "ofrecería la tentación de tratar de restaurar la imagen de sí mismo de los Estados Unidos después de la Guerra Fría como un hegemón virtuoso […] Pero eso subestimaría enormemente la situación actual del país […] Es esencial que el Presidente Biden encuentre oportunidades no en el pasado sino en el presente, a raíz de las recientes crisis que han trastornado la vida estadounidense y en los brotes verdes del notable levantamiento popular que siguió al asesinato policial de George Floyd en Minneapolis en mayo". Votar a Biden resume el contenido de este número de Foreign Affairs.

Estos afamados expertos dan la impresión de no entender bien de qué están hablando, pues el orden establecido optó por Biden porque es la garantía de no afectar sus intereses que son justamente los que generaron y profundizaron las contradicciones internas e internacionales que nos trajeron hasta acá; a las que presentan disfrazadas de epitomes de la racionalidad. Y no es que Trump sea la alternativa de resolución de esas contradicciones, sino que manifiesta la oposición a la subjetividad de resolver el ciclo volcando capital excedentario al exterior cuando objetivamente no hay necesidad.

Una de las respuestas a tan desalentador prospecto de los opositores a Trump, que objetivamente lleva agua al molino de la reelección, la proporcionó William Evanina, director del Centro Nacional de Contrainteligencia y Seguridad. El espía manifestó que “el 24 de julio de 2020 emití una declaración al público estadounidense en la que brindaba una descripción general desclasificada de las amenazas extranjeras a las elecciones de 2020 y ofrecía pasos básicos para mitigar algunas de estas amenazas. En ese momento, prometí que la Comunidad de Inteligencia de los Estados Unidos (IC) continuaría la actualización […] sobre el panorama de amenazas electorales en evolución, al mismo tiempo que salvaguarda nuestras fuentes y métodos de inteligencia”.

La promesa se cumplió el 7 de agosto de 2020, cuando se dio a conocer la "Actualización de la amenaza electoral para el público estadounidense". Según Evanina, "China prefiere que el Presidente Trump, a quien Beijing considera impredecible, no gane la reelección. China ha estado ampliando sus esfuerzos de influencia antes de noviembre de 2020 para dar forma al entorno político en los Estados Unidos". En cambio, "Rusia está utilizando una serie de medidas para denigrar principalmente al ex Vicepresidente Biden y lo que ve como un establishment anti-Rusia. Esto es consistente con las críticas públicas de Moscú hacia él cuando era Vicepresidente por su papel en las políticas de la administración Obama sobre Ucrania, y su apoyo a la oposición anti-Putin dentro de Rusia”.

 

 

 

Inflación Cadorna

La columna Free Exchange de The Economist (08/08/2020) puntualiza que “el dólar cayó más del 4% frente a una canasta de otras monedas importantes en julio, la mayor caída mensual en una década, ya que el valor del euro, el oro e incluso el bitcoin se disparó. En un año lleno de movimientos extremos del mercado, la fluctuación del dólar puede parecer poco impresionante. Sin embargo, como se desenvuelven en un contexto de agitación estadounidense, han alimentado los temores de que se avecina un ajuste de cuentas para el núcleo hegemónico de la económica mundial”. El que salga airoso de la compulsa presidencial deberá acelerar la puesta en marcha de la economía. Las idas y vueltas geopolíticas sugieren que no hay otra. Asimismo, en lo interno, no parece que haya espacio para la lentitud sin pagar un oneroso costo político.

Eso supone que el nivel de precios va a procesar al alza la estrategia que se emprenda. El diagnóstico sensato es que cuando se gana plata en serio esta proviene de los precios. El diagnóstico atávico y necio es el del ramplón monetarismo, temeroso de las consecuencias de la enorme emisión hecha. Los dos se combinan para llevar el precio del oro a 2000 dólares la onza. Un aumento del 17% en la primera mitad del año. La subida en el precio del oro es el indicador tradicional con el que los mercados descuentan que se viene la inflación. La tradición también es que suba el precio de los bonos, pero estos tiempos son anormales entre otras cosas porque esos precios han bajado.

El economista Mohamed El-Erian, presidente del Queens’ College de la Universidad de Cambridge y referente de las finanzas globales, escribe en el Financial Times (12/08/2020) que la evolución del oro hacia un activo imprescindible está acumulando los problemas típicos generados por la sobrevaluación. El-Erian alerta que “los inversores están tratando a un número cada vez mayor de activos tradicionalmente riesgosos como de bajo riesgo, o incluso como coberturas contra el riesgo. A corto plazo, esto empuja los precios al alza, reforzando el cambio de actitud y adormeciendo a políticos y banqueros centrales, haciéndoles creer que el ciclo del mercado ha sido conquistado. Pero es probable que resulten tan equivocados como aquellos que, antes de la crisis financiera de 2008, creían erróneamente que habían vencido el ciclo económico”.

En el mismo diario, dos días antes, Michael Strobaek —jefe de inversiones globales del Credit Suisse— manifestaba que “los temores de los inversores sobre la inminente inflación son exagerados”. El ortodoxo Strobaek sospecha que “un Donald Trump reelegido podría intentar socavar la independencia de la Reserva Federal, o un Congreso de izquierda elegido por haber ganado Joe Biden podría presionar al Banco Central para que financie programas sociales descomunales […] Sin embargo, ambos escenarios encontrarían una resistencia considerable, y el centro político buscaría garantizar que la Fed cumpla con su mandato de baja inflación y se mantenga independiente. No es de descartar el retorno del consenso de financiar programas fiscales con ingresos fiscales en lugar de deuda comprada por la Fed”. La nada realista visión de Strobaek no luce tener mayor respaldo que la fe monetarista que lo empecina.

Si efectivamente la inflación global regresa, eso se traducirá en una presión muy grande para manejar el dólar y la inflación en la Argentina, a causa del aumento en el precio de las importaciones. Cubrir esa fulera eventualidad es otra razón práctica para —en medio de la pandemia— tener muy presente lo que cabe decir de “la política durante las grandes crisis económicas; ni las tropas de asalto se organizan raudas en el tiempo y en el espacio por efecto de la crisis ni adquieren un espíritu agresivo; y a la inversa: los defensores no se desmoralizan ni abandonan las defensas […] ni pierden la confianza en sus propias fuerzas y en su propio futuro. Es cierto que las cosas no permanecen como antes, pero también es cierto que falta […] la marcha progresiva definitiva, como esperarían los estrategas del cadornismo político”. La observación de Antonio Gramsci refiere a un general italiano (Luigi Cadorna) que hizo del autoritarismo y el desapego por la persuasión de las tropas bajo su mando la causa de una enorme derrota militar. El trabajo político de crear poder a través del consenso de la conciencia nacional es insustituible, si no recuérdese en la nada reaccionaria en que devino la experiencia más reciente y acabada del cadornismo intransigente que fue el Fresapo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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