El relato es nuestro

Cinco años de Imprenteros, un fenómeno que no para

 

La llamaron de muchas maneras: teatro documental, acontecimiento performático, autobiografía, escenario del yo, no ficción en primera persona, biodrama. Pero no es otra cosa que arte teatral elocuente y puro, de ese que después de verlo uno sale muy distinto a como entró. La obra en cuestión se llama Imprenteros y los que, a partir de un desdichado hecho familiar-personal la volvieron historia, y después, histórica, son los Vega, con Lorena (eximia actriz) a la cabeza, y sus hermanos Sergio y Federico. Esta semana Imprenteros cumplió cinco años desde su estreno en septiembre de 2018 en el Centro Cultural Rojas.

La historia de los Vega se vuelve entendible y universal para cualquiera que haya padecido alguna clase de despojo injusto, un duelo afectivo difícil de asimilar o una pérdida material considerable, de esas que te marcan para siempre. Alfredo Ernesto Vega fue el dueño de una imprenta en Lomas del Mirador. Hijo y hermano de gráficos, él mismo abrazó esa vocación: falleció en el 2014. Es el padre de Lorena, Federico y Sergio. Separado de Eugenia, armó otra pareja con la que tuvo otros tres hijos. Cuando él ya no estaba, los medio hermanos se quedaron por la fuerza con el lugar en donde los otros Vega habían pasado muchas de sus horas infantiles y en donde Sergio y Federico olieron tinta y kerosén, midieron la fuerza de una troqueladora o respetaron el filo de una guillotina. Desde hace 25 años, Sergio es personal calificado de la prestigiosa impresora Latingráfica. Federico merodeó el mundo de la impresión, hasta que se recibió de contador y anduvo de viajero por el mundo. Lorena es una de las grandes actrices argentinas de estos tiempos. Lo que hasta el momento no pudo hacer por ellos la Justicia, lo consiguió el teatro.

Haciendo de ellos mismos en Imprenteros pudieron regresar simbólicamente a ese lugar arbitrariamente arrebatado. En el 2006, sin sospechar el importante destino que tendrían con el tiempo, el fotógrafo César Capasso (a él pertenecen las ilustraciones de esta crónica, gracias) armó un detallado registro visual del lugar. Mucho más adelante, gracias a la magia del Photoshop, los Vega retornaron a la imprenta Ficcerd. Ahí están las fotos (que también son parte del espectáculo) para probar que no hay cadenas o candados capaces de impedir el justiciero paso de la imaginación.

 

Federico, Lorena, Sergio. Los Vega, imprenteros. Foto: César Capasso.

 

Al decir de Lorena, Ficcerd era “una imprenta antigua, artesanal, que se dedicaba al offset e imprimía catálogos, folletos y etiquetas”. Sergio se fue acomodando a la actuación, no sin dificultades. Y a tres años del estreno, luego de una función en España, le escribió a Lorena en Instagram: “Hermanita, gracias por enseñarme a tirar ese portón abajo de otra manera diferente a la mía”. En un principio Federico rehusó estar en un escenario, pero finalmente aceptó a cambio de que su hermana lo invitara a cenar en una parrilla de moda. Lorena todavía no honró el convite. En la obra, Federico aparece en una grabación, entrevistado por su hermana.

 

Se imprime

La que allá lejos y hace tiempo fuera la pyme paterna volvió a tener vida con Imprenteros a través de una nueva razón social: Lorena Vega y Hnos. Lorena es palabra mayor de la escena nacional, intérprete, directora y generadora de ideas tiempo completo. A la par de la obra que escribió y dirigió y que protagoniza, en las temporadas recientes trabajó en Yo, Encarnación Ezcurra, Todo tendría sentido si no existiera la muerte, La vida extraordinaria, Las cautivas, tuvo a su cargo la dirección de Precoz, tareas docentes y el cuidado de Dante, su hijo. Sergio y Federico probaron condiciones artísticas y pasaron por la inefable experiencia de ser mirados, aplaudidos y de firmar autógrafos. Y como si fuera poco, cobran su trabajo e integran el nomenclátor de la Asociación de Actores.

Sin costumbrismos, con humor, grandeza, profundidad y poesía hicieron de Imprenteros un atractivo ensayo acerca de vínculos difíciles e incluso imposibles de restaurar y que tiene la enorme virtud de que cualquier espectador pueda acompañar y entender el dolor de semejante defraudación. En esa construcción, levantada con ladrillos emocionales, uno se vuelve un Vega más. Sorpresa tras sorpresa, la obra atrapa legítimamente incluso a quienes –como este cronista– la vieron ya en cuatro ocasiones.

En un momento, Lorena, adolescente, le pide a su papá que le imprima la tarjeta de sus 15 años y el padre le responde que él no hace impresiones sociales. Con decisión ella lo borra de la lista de invitados. Un viejo casete VHS transcribe momentos de ese festejo de quinceañera del que al final se hace cargo económicamente una tía. Las escenas en la que la madre de Lorena organiza el carnet de baile de la nena y decide quién debe bailar el vals con su hija podrían ser envidiadas por más de un director profesional. También es impecable la coreografía del grupo que reproduce los movimientos y resoplidos de la impresora Harris modelo 1942, que en la imprenta del padre no paraba nunca. De esos retazos únicos de vida está colmada Imprenteros.

 

En Ficcerd se hacían etiquetas como estas. Foto: César Capasso.

 

Lorena contó en varias ocasiones que antes de estrenar se preguntaban para qué hacerla, a quién podría interesarle. Pero desde las funciones iniciales empezaron a advertir una notable comunión con el público. Así dice Lorena de su papá: “Ya lo había odiado. Lo había perdonado. El conflicto con mis medio hermanos estaba encaminado con los abogados. Y mi padre estaba muerto”. Cinco años atrás se comentaban en voz baja que llegar a hacer cuatro o cinco funciones sería una pegada. Ya superaron las 250 y van por más. La respuesta más contundente y feliz la ofreció la enorme cantidad de veces que tuvieron que poner el cartel de “no hay más localidades”.

 

Las reinvenciones

Todo empezó en el Rojas, cuna de este género, el biodrama, que tan bien desarrollan Vivi Tellas y Maruja Bustamante. El viernes (día en el que Lorena cumplió años) preparaban una doble función para el día siguiente, vespertina en el Centro Cultural Kirchner y nocturna en el teatro Roma, de Avellaneda. También pasaron por Timbre 4 y actuaron en Madrid. Hicieron temporada en el Picadero y un encuentro inolvidable en la Federación Gráfica Bonaerense. Estuvieron en la UNSAM y en el teatro Metropolitan, dejaron su sello en el Haroldo Conti de la ex ESMA, en Paraíso Club y en Montevideo, entre muchos otros espacios. Los reclaman de más cantidad de lugares de los que pueden ir.

Pero no se quedan quietos. En 2022 apareció (por Ediciones DocumentA/Escénicas) el libro (bellísimo) que entre detalles sutiles y materiales escritos y fotográficos incluye el guión completo de la obra. En el colofón que firma la escritora Camila Sosa Villada se lee: “Todo libro feliz no se termina. Continúa en el mar que llevamos en los ojos”.

 

 

En este 2023 Imprenteros alcanzó otro registro, con la intervención presentada en la Casa Nacional del Bicentenario. Y está en montaje final el documental dirigido por Gonzalo Zapico, compañero de vida de Lorena y con quien la actriz ya hizo en 2019 el largometraje El bosque de los perros.

En la retiración de contratapa del libro, al lado de la fecha de impresión y la mención agradecida a la imprenta, se incluye algo que puede sonar a fórmula pero que es una verdadera, conmovedora, declaración de principios. Dice: “El taller sigue cerrado. El viaje sigue abierto. El relato es nuestro”.

 

Los compañeros

En estos cinco años, una cantidad de artistas contribuyeron al mejor movimiento escénico de Lorena, Sergio y Federico: las actrices María Inés Sancerni, Julieta Brito, Vanesa Maja, María de los Ángeles Bonello, Marigelia Ginard, María Ucedo y Viviana Vázquez, y los actores Juan Pablo Garaventa, Christian García, Lucas Crespi, Mariano Sayavedra, Leo Murúa y Federico Liss. Y Santiago Martín Kuster en producción.

 

Un equipazo detrás del éxito. Foto: César Capasso.

 

 

 

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