El ser y la nada

China crece en todos los órdenes, pese a las iniciativas norteamericanas para impedirlo

 

Dos eventos internacionales, uno impulsado por China y otro por Estados Unidos –con la intención de menguar el protagonismo del país asiático– han tenido lugar recientemente en las capitales de ambos países. El primero, realizado en Beijing del 17 al 18 de octubre, celebró el décimo aniversario de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), conocida también como Nueva Ruta de la Seda, con la presencia de delegaciones de alto nivel de más de 140 países asociados a ella.

En Washington, el 3 de noviembre, se realizó la primera cumbre de la Alianza para la Prosperidad Económica en las Américas (APEP), de la que participan apenas 12 de los 35 países del continente y menos que los 23 gobiernos latinoamericanos asociados al BRI. La mayoría de los miembros de la APEP tiene Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos.

 

La nada

La APEP, en la que además de Estados Unidos participan Barbados, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, Perú, Uruguay, Panamá y México, fue lanzada por el Presidente Biden durante la deslucida Cumbre de las Américas de Los Ángeles en 2022, a la cual solo asistieron 23 Presidentes del continente americano. Además, varios de los asistentes, entre ellos Alberto Fernández, criticaron la institucionalidad de la OEA y cuestionaron que el gobierno estadounidense se arrogara el derecho de excluir como participantes a Cuba, Venezuela y Nicaragua, sin consultar a los otros miembros.

La propuesta de Biden no es novedosa. Donald Trump lanzó en diciembre de 2019 la Iniciativa América Crece, que ofrecía más o menos lo mismo que la APEP de Biden: el BID y la Corporación Internacional Financiera de Desarrollo de Estados Unidos pondrían a disposición millones de dólares para la construcción de infraestructura sostenible, tecnología y redes digitales, así como la conformación de cadenas productivas en el continente (nearshoring).El objetivo fundamental de ambas es frenar la influencia china en la región.

Como antecedentes, cabe señalar que la estrategia de seguridad nacional de 2017, bajo el gobierno de Trump, ya expresaba preocupación por “los esfuerzos chinos para poner la región en su órbita a través de inversiones y préstamos estatales”. En el discurso sobre el Estado de la Unión de enero 2018, Trump definió abiertamente a Beijing como un rival que pone en peligro los intereses, la economía y los valores de Estados Unidos. Dos meses después, inició la guerra comercial con ese país.

En agosto de 2020 el asesor del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Robert O'Brien, anunció un plan estratégico para América Latina y el Caribe donde se detallaban los objetivos y acciones para “asegurar la democracia, la seguridad y la prosperidad en la región”. En plena campaña electoral presidencial presentó en Florida el denominado Nuevo Marco Estratégico para el Hemisferio Occidental, en el que señala a China como el principal enemigo extra regional debido a su influencia maligna.

Uno de los objetivos de ese marco estratégico consistía en construir una “comunidad regional de socios con ideas afines”, lo que obviamente implicaría que Estados Unidos apoyaría sólo a los países que comparten su ideología y que participan de la construcción de una alianza contra China que permita frenar la cooperación entre ese país y América Latina.

Biden no se ha alejado de la lógica de relacionamiento con China impresa por Trump. A pesar de ser más diplomático que su antecesor, Biden les dijo a los once socios del nuevo club que, gracias a la iniciativa APEP, nuestros vecinos más próximos podrían elegir entre la diplomacia de la trampa de la deuda china y un enfoque transparente de alta calidad para el financiamiento de las infraestructuras y el desarrollo ofrecido por entidades financieras estadounidenses o multileterales como el BID.

En la declaración final de la cumbre de la APEP, los objetivos para frenar la presencia china en la región son más sutiles, pero no por ello menos contundentes. Entre otros, los firmantes se proponen “establecer las Américas como sede de las cadenas regionales de valor y suministro más competitivas, inclusivas, sostenibles y resilientes del mundo”. Un anhelo a todas luces difícil de alcanzar. Si bien Estados Unidos sigue siendo el primer socio comercial del continente, básicamente por el enorme comercio que tiene con México, China es el primer socio comercial de América del Sur.

 

El ser

La tercera Cumbre del BRI, proyecto del gobierno chino para desarrollar infraestructura, telecomunicaciones y tecnología digital, inicialmente pensado para unir a Asia con Europa y África, y luego extendido a América Latina y el Caribe al considerarse como un “apéndice natural”, contó con la participación de delegaciones de más de 140 países, pero un número reducido de Presidentes, entre ellos los de Chile y la Argentina.

El discurso inaugural de Xi Jinping hizo hincapié en los principios de cooperación y dijo que el espíritu de la Ruta de la Seda es de paz y cooperación, apertura e inclusión, aprendizaje recíproco y beneficio mutuo. Dijo también que la economía mundial estaba experimentando una creciente presión bajista y que el desarrollo global afronta múltiples desafíos. Pese a todo ello, señaló, “nos asiste la firme convicción de lo imparables que son la corriente histórica de la paz, el desarrollo, la cooperación y las ganancias compartidas, la aspiración de todos los pueblos a una vida mejor, y el deseo de los países por el desarrollo y la prosperidad comunes”.

La iniciativa BRI nació el mismo año (2013) en que Barack Obama propuso la creación del Acuerdo de Cooperación Transpacífico (TPP), proyecto que buscaba contrarrestar la influencia china, mediante el dominio del dólar y una mayor presencia comercial en Asia. El TPP fue concebido como una suerte de Tratado de Libre Comercio entre 12 países, incluidos tres latinoamericanos (Chile, México y Perú), el mismo que fue suscrito en 2015, dos años después de su lanzamiento. Solo faltaba la ratificación por los respectivos Congresos.

Sin embargo, abandonarlo fue lo primero que hizo Donald Trump cuando asumió el gobierno en enero de 2017. Trump optó por una política guerrerista con China al considerar que los problemas de empleo en su país serían resueltos mediante la reversión del déficit comercial que mantenía con ese país y el otorgamiento de incentivos a las empresas norteamericanas para que retornaran a casa e incrementaran los empleos. Ninguno de los objetivos se ha logrado.

Entre tanto, la presencia china se hacía cada vez más activa en América Latina, en detrimento de la presencia norteamericana. Esta no se limitaba al ámbito económico. Su presencia diplomática expresada en la participación en diversos organismos multilaterales de la región así lo demuestra. 23 países de la región han suscrito memorándums de entendimiento con China en el marco de esta iniciativa. Es así que empresas chinas han ganado licitaciones importantes en proyectos de minería, energía y transporte.

Precisamente después de la celebración de la Cumbre del BRI, la general Laura Richardson, jefa del Comando Sur, resaltó en un conversatorio sobre los desafíos de seguridad que enfrentan América Latina y el Caribe, en la Universidad Internacional de Florida (FIU), en Miami, la importancia global que tiene América Latina por la abundancia de recursos naturales, y advirtió sobre el peligroso interés de las empresas estatales chinas en infraestructura crítica y extracción de recursos en la región. Dijo que “China reúne sus instrumentos de poder en una bonita caja llamada Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI)… Pero existen muchos ejemplos de la iniciativa en todo el mundo que son casos de extracción, algo distinto a la inversión”.

Dijo también que cinco países en la región tienen 5G mientras que 24 tienen 3G o 4G de China y advirtió que esas redes son vulnerables al robo de datos y al espionaje global a un nivel que no se ha visto antes, que su gobierno tiene conversaciones muy francas con los gobiernos y, con una actitud audazmente infantil, recomendó “una solución occidental como Nokia, Samsung o Ericsson, proveedores de confianza”. Y finalizó diciendo que China y Rusia están intentando, por todos los medios, reemplazar a Estados Unidos como socio preferente en el continente. Excluyendo a México, el comercio de China con nuestra región pasó de 12.000 billones de dólares en 2000 a 430.000 billones en 2021.

La general Richardson tiene razón al estar sorprendida por el crecimiento de la presencia china en el mundo, en particular en la región, durante las dos últimas décadas. Ella debe saber que la recientemente creada APEP no tiene condiciones para prosperar. El enorme déficit fiscal y la emisión monetaria en Estados Unidos para financiar guerras –que el mundo sostiene al comprar sus bonos del Tesoro– encuentran límites con el creciente uso de monedas locales en el comercio bilateral entre algunos países. Las propuestas que se barajan en el BRICS y un eventual embargo petrolero de la OPEP como respuesta a la masacre del gobierno israelí en la Franja de Gaza podrían acelerar la vulnerabilidad de la primera potencia mundial.

A ello se añade la visión estratégica de las autoridades chinas que han impulsado el BRI durante diez años de forma ininterrumpida. Mientras tanto, Estados Unidos no pudo sostener el proyecto del TPP lanzado por Obama el mismo año. Trump se retiró de él y con ello marcó un punto de inflexión en la práctica económica liberal de ese país y dio inicio a una fase con elementos proteccionistas y mayor intervención del Estado en la economía. Mientras China celebra diez años del BRI con una presencia mundial, Estados Unidos inaugura una iniciativa, sin presupuesto claro, en la que solo participa un tercio de los países del continente.

 

 

 

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