El tiempo no para

Trece intelectuales emprendieron la tarea de darle espesor histórico a ideas y prácticas libertarias

 

Gane quien gane el balotaje, a partir de mañana la sociedad argentina se enfrentará al desafío de reconstruir los pactos democráticos. Si hay algo que este proceso electoral puso de manifiesto es que en política no hay consensos que se establezcan de una vez y para siempre. Poner en conflicto el sentido del orden es la esencia de lo político. Esto es así incluso cuando dicho ordenamiento sea el resultado —precario e inestable— de conquistas populares arrancadas al poder concentrado. Pero, además, rehuir del conflicto no conviene al campo popular, que aún está en desventaja en un mundo en el que el 1% de la población acumula el 82% de la riqueza global.

Cuando lo que se creía indecible es vociferado, cuando lo evidente es negado y cuando se desplazan de forma tan grotesca los marcos conceptuales que definen la vida común, es lógico que el discurso político atraviese un estado de shock. La cantidad de frentes abiertos tuvo por objetivo aportar a la dispersión: hubo que volver a explicar que la última dictadura cívico-militar perpetró un genocidio, que la educación pública iguala oportunidades, que la vida y la dignidad humana no son artículos intercambiables en un mercado, etcétera. Pero hay que reponerse y volver a tejer el hilo argumentativo que sobredetermina toda la cadena.

Si al menos un tercio de la ciudadanía argentina se ilusiona con la idea de que la mano invisible del mercado los acaricie, hay que volver a contar los resultados concretos del neoliberalismo en la historia. Si tres de cada diez compatriotas adhieren a la percepción de Javier Milei de que el Estado es un estorbo, hay que volver a evidenciar —y hacer efectivas— sus funciones redistributivas en favor de quienes no tienen herencias para salvarse solos. Si una gran parte de las y los jóvenes de entre 16 y 25 años —que representan el 25% del padrón nacional de electores— sienten que el terrorismo de Estado de hace cuatro décadas es algo arcaico, hay que volver a poner bajo la lupa los intereses latentes de aquellos a quienes representa Victoria Villarruel. Hay que volver a escuchar. Hay que volver a dar respuesta. Esa es una tarea indeclinable e insustituible del discurso político.

En paralelo, hay que mostrar las continuidades históricas de las ideas de La Libertad Avanza, porque no nacieron ni de un repollo ni en TikTok.

 

Un museo de grandes novedades

Historizar a Milei, entre la motosierra y la picana es el nombre del libro editado por la Escuela Justicialista Néstor Kirchner (EJNK) y compilado por Artemio López (disponible para su descarga gratuita acá). La tarea que se proponen sus autores es dar espesor ideológico a un modelo que, paradójicamente, se presenta como “lo nuevo” pero propone en su plataforma electoral “volver a ser el país pujante que éramos al comienzo del año 1900”. Es decir, retroceder más de un siglo, en donde lo que seguro no “pujaba” eran los intereses de los sectores populares, que no votaron hasta 1912, ni de las mujeres, que recién pudieron expresar su voluntad política en 1951.

La Libertad Avanza proyecta volver al pasado 139 años en materia de educación y 77 en materia de salud, cuando no se consideraban servicios públicos esenciales. Milei y Villarruel se dedicaron gran parte de la campaña a resignificar la historia reciente, reinstalando la “teoría de los excesos” y de la “guerra” que Jorge Rafael Videla maquinó hace 46 años para referirse a los crímenes de la dictadura. Construyen su perfil electoral a partir de la figura de “lo distinto” y, sin embargo, reactivan soportes jurídicos, políticos y militares que han sobrevivido en las tinieblas por más de 40 años, como elementos residuales de nuestra cultura democrática.

En sus diversos artículos, el libro de la EJNK desmantela la compleja matriz que sostiene al proyecto de orden neoliberal: su faceta económica, filosófica, comunicacional, geopolítica, judicial y psico-social. Es un material que demanda una lectura a contrapelo del uso de la temporalidad dominante, ya que desafía a profundizar en toda la información que se pierde con las nuevas tecnologías de la deshistorización, que presuponen una tolerancia en la atención de los usuarios de alrededor de 15 segundos.

 

 

Artemio López consideró que las ideas de Javier Milei son propias de un “museo de novedades”. Para el analista, el libertario es un emergente tardío del discurso y la práctica del neoliberalismo tradicional pero que, esta vez, plantea una reivindicación explícita del componente represivo, lo que sugiere que preparan niveles de ajuste y de concentración del ingreso inéditos. Sin embargo, su originalidad como un personaje mediático “cuya historia era difusa” se debilitó cuando empezó a reponer acontecimientos históricos y a referenciarse con exponentes neoliberales de los últimos años. La potencia de la novedad se terminó de resquebrajar cuando comete la “traición narrativa”, en palabras de López, de aliarse con parte de lo que denominaba “casta”.

 

Las acciones de esta farsa

En el prólogo de Historizar a Milei, Amado Boudou recupera cuáles han sido los ideólogos económicos detrás cada una de las sangrientas interrupciones que perpetraron las Fuerzas Armadas a la vida institucional de los argentinos. Evalúa que “el tema económico no fue (no es) instrumental, sino el fondo de la cuestión de la violencia. La violencia de arriba, aquella que incluso apeló al terrorismo de Estado con tal de sostener los privilegios de las clases dominantes”. En democracia, los economistas neoliberales lograron centrar la acción estatal en la “economía”, subordinando a los habitantes de nuestro país: “‘Ramal que para, ramal que se cierra’ fue el nombre de la motosierra” en la década de los ‘90. Para Boudou, “ahora asistimos a la última versión del Economista, su fase superior. La razón de mercado como única razón de ser de la humanidad. El mercado como altar donde sacrificar órganos humanos, vidas, educación, salud, sueños en virtud de un ser superior: LA ECONOMÍA”.

En el capítulo de su autoría, Artemio López indaga en los paralelismos estructurales que condicionan la emergencia y explican la extensión de los soportes sociales de Jair Bolsonaro en Brasil y de Javier Milei en la Argentina. Para el analista, la desindustrialización —y la crisis de ingresos que deriva de ella— y la defraudación de los gobiernos propios son claves para comprender el “giro al centro” de Lula da Silva y de Cristina Kirchner. La exhibición de Milei como un personaje “sin historia” invisibiliza estos dos factores, “clivados sobre retazos de discursos de ultraderecha, también racistas, potentes y persistentes”.

El filósofo Rocco Carbone busca una palabra que se ajuste de manera lógica e histórica a los sujetos que dicen reconocerse en la identidad de “libertarios” pero que “predican el recurso a la violencia —bajo el ropaje de la libertad— en contra del Estado y de la nación popular”. Y la encuentra: fascismo. En un contexto de incertidumbre, el ser humano “tiende a sentirse fuerte y seguro si entra a formar parte de un gran ejército, de las masas o de un movimiento mesiánico”. El fascismo, como “interpelación reaccionaria a las multitudes” que actúa con una “mecánica hipnótica”, pretende ser una fuerza de regeneración moral. En la Argentina actual, ese impulso se sintetizó en la definición de Milei de los libertarios como “estéticamente superiores”. A entender de Carbone, “el fascismo es el crimen que consiste en criminalizarlo todo, en función de su (supuesta) superioridad esencial. En este sentido, el discurso anti-casta es una hostilidad a todo lo que no está contenido dentro de los confines de la Libertad Avanza”.

Carla Pelliza analiza cómo Milei ha representado genuinamente la emoción de grupos sin representación a través del diseño de “una campaña sentimental” y sostiene que el libertario “puede decir lo que quiera porque convoca más por el carisma que por el contenido”. Como no responde al plano de la racionalidad sino al emotivo, sus enunciaciones pueden ser contradictorias, pero no puede perder “su tono”. La comunicadora advierte que, en el lenguaje que habilitan las redes sociales, es más importante mantener la atención que brindar información. A la vez, la fugacidad de los mensajes facilita que una campaña política se pueda armar en base a la repetición. Pero hay algo que no es nuevo en su discurso: el odio al kirchnerismo. “Tener a alguien a quien culpar” es un recurso vital para despertar emociones.

El director del Observatorio de Liderazgo Político en América Latina, Mariano Fraschini, realiza un detallado itinerario político de los nuevos liderazgos de ultraderecha en la región: Jair Bolsonaro en Brasil, José Kast en Chile y Rodolfo Hernández en Colombia. Luego, hace un análisis comparado de esas tres figuras con el caso de Javier Milei, enfatizando en la composición del sistema político que precede a su irrupción, en sus modos de construir poder político y en sus formas de comunicación. La construcción de poder en contra de la partidocracia tradicional, la utilización de las redes sociales como vehículo principal de difusión de sus figuras, el posicionamiento anti-derechos en general y el discurso neoliberal, son elementos transversales a las cuatro experiencias sudamericanas.

“Extravagancias, conductas atrabiliarias, gestos y actos iracundos se advierten en Trump o Bolsonaro, pero aquí le hemos incorporado delirios místicos, conexiones divinas y representaciones de actos violentos”, vislumbra el semiólogo Roberto Marafioti. El analista reconoce que Milei inaugura un ciclo político y un estilo (un ethos) que logró superar la dicotomía “grieta” por la de “casta”. A través de la intimidación, busca la “parálisis comunicativa por la conmoción de lo que se escucha” e “impide el desarrollo del diálogo”: “De allí el empleo de la injuria, la descalificación y la anatemización del adversario. No se trata de exponer diferencias, el asunto es la aniquilación del discurso del otro, de su sistema de pensamiento”. Marafioti desmenuza las narrativas del sentido común y las ficciones argumentativas del entramado neoliberal y destaca que “no hay proyecto colectivo en Milei, solo destrucción y medidas terminantes. El proyecto social está ausente en su discurso”.

Natalia Salvo desmonta las relaciones judiciales de LLA y los resabios del partido militar presentes en esta expresión política a través de su candidata a Vicepresidenta, Victoria Villarruel. Esto ha significado que, por primera vez, se utilizan las reglas del juego democrático para reivindicar el terrorismo de Estado y el plan de miseria planificada que supuso la dictadura. La abogada laboralista expone qué es lo que implica, en materia de derecho laboral, la propuesta de LLA de suprimir el artículo 14 bis de la Constitución Nacional: la “mercantilización de las personas que trabajan” y la “libre contratación” hará imposible el cumplimiento de condiciones dignas y equitativas de labor, que hoy se fundan en un “contrato legalmente intervenido, donde sus condiciones no son ‘libremente’ disponibles para las partes sino normas imperativas”. Esa “libertad” supone que “la jornada se va a ‘consensuar’ del mismo modo que en el siglo XIX donde llegaban a las 16 ó 18 horas”.

El politólogo Nicolás Tereschuk y el comunicador Abelardo Vitale comparten los resultados de un estudio de grupos focales que realizaron, junto a Ezequiel Ipar y Lucía Wegelin, en el Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA) de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Detectaron que el clima general de los grupos era de un profundo estado de malestar, pero ninguno lo adjudicaba a cuestiones “macro” (la deuda, la pandemia, la guerra o la sequía) sino que atribuían responsabilidades de una forma más horizontal y cercana. Más allá del enojo con “los políticos”, se configuraba una “anti-política demandante” que requería “de los dirigentes políticos para estabilizar la economía”. Los simpatizantes de Milei no hablaban de eliminar ministerios sino de “vivir mejor” y “se parten” frente a las propuestas más extremistas o frente a aquellas que implican dilemas morales.

La abogada feminista Moira Goldenhörn percibe en las expresiones políticas de LLA una variante de “capitalismo gore”, como sistema económico que ha convertido a la violencia en un negocio rentable, y de “necropolítica”, como acción política en la que la soberanía consiste en ejercer un control sobre la mortalidad: “Hacer morir y dejar vivir”. Para la autora, lo más preocupante es “la normalización de una única forma de vivenciar la libertad como habilitación institucional para el ejercicio de la crueldad por parte de la ciudadanía de a pie, como reivindicación política de los postergados”. Lo que florece en una propuesta cercenadora de derechos es la crueldad con los más vulnerables, “mujeres, ancianos y niños, personas con discapacidad, migrantes: todos y todas ‘sobran’ si no pueden sobrevivir por sus propios medios”. Es, en otras palabras, “‘permitir el abandono’ de todo lo que implica responsabilidad colectiva: los cuidados, las responsabilidades civiles, los valores morales”.

Para la psicóloga Ana Monsell, hay que situar esta cultura del odio y de la destrucción en el episodio traumático colectivo que significó la pandemia del Covid-19. La interpretación de la “libertad individual” como opuesta a las restricciones gubernamentales y a la regulación estatal, no hubiera encontrado tanta resonancia en la sociedad si no fuera por esta crisis sanitaria, que disparó los casos de depresión, ansiedad y síntomas fóbicos, en particular en jóvenes y adolescentes.

En el último capítulo, los directores de Proyección, Manuel Zunino y Santiago Giorgetta, y Ana Monsell —quien es también analista cualitativa de dicha consultora—, explican a Milei a través de la lupa de la opinión pública. En sus estudios registraron que el libertario ocupó un espacio vacío y construyó un encuadre efectivo: “Así como en la campaña presidencial de 2015 se impuso el significante ‘cambiemos’, en 2019 ‘saquemos’ (a Mauricio Macri), este año (…) fue ‘probemos’”. Para los analistas, la derechización de la oferta electoral y de la campaña no define linealmente que el electorado se haya derechizado, “aunque sin dudas tiene efectos performativos sobre él”. En esa línea, notaron que “en los discursos que respaldan a Milei se puede identificar una fuerte necesidad de líderes con autoridad sin prestar tanta atención a sus propuestas políticas específicas”.

 

Así nos hacemos argentinos

En la experiencia colectiva se traman los legados que interpelan a cada generación a tomar la posta y se enlazan luchas que, de otro modo, permanecerían abstraídas una de la otra. Cuando desde La Libertad Avanza propugnan que “la justicia social es una aberración” no sólo atacan el núcleo identitario de su adversario político, sino que, además, pretenden desarmar su horizonte para la acción colectiva. Es por eso que las clases dominantes procuran que los trabajadores “no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires”, como alertaba Rodolfo Walsh. Des-historizar es aislar. Su reverso no sólo es la memoria, sino también la solidaridad.

 

 

 

 

 

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