El tsunami

Cuándo y cómo volver a las escuelas

 

A veces con más razón que otras, se dice que a la Escuela no se le cuela la realidad. Que lo que sucede no está tan vinculado con el acontecer cotidiano. Quienes vivimos la cotidianidad del aula desde hace tiempo, sabemos que algo de razón hay en esa sesuda sentencia de ex estudiantes de otras décadas, en las que el libro tenía casi el monopolio del saber. Maestras y maestros hemos pasado por las aulas tratando de vincular el afuera con lo que sucede dentro, con más aceptación de parte de lxs chicxs de lo que podría suponerse. Entre los arribos más raudos de esa cotidianidad se encuentran los desastres naturales. Como por ejemplo los tsunamis, que nos instalan en lejanas tierras por un momento, los estudiamos y pasan. Este año no fue un tsunami en el lejano Océano Índico. Este año la ola no se detuvo en una ciudad de las costas de Indonesia o Sri Lanka. Este año el desastre se esparció y llegó a la escuela. Casi ni llegamos a colgar carteles de Bienvenida y con nosotrxs estaba el Covid-19. Y a contramano de nuestra historia escolar, en la que a través de los docentes llegaba información de la catástrofe, en este caso, la información y la necesidad de preservarse —evitando lugares concurridos y de cuidar cuidándonos—, la tomó la comunidad educativa. Antes de cualquier decisión institucional, las familias decidieron dejar de enviar a lxs niñxs a la escuela.

Fue el lunes 9 de marzo, a una semana del inicio formal de las clases. El presentismo decayó notablemente. Algo había sucedido: el domingo 8 amanecimos con la noticia de que hubo un primer fallecido, no sólo de la Argentina, sino de América Latina. Arduos debates entre fatalistas y escépticos poblaron las redes. Estábamos en presencia de lo desconocido y el interés nos desbordó. Nada era soslayable, y al tiempo de escuchar, queríamos saber. ¿Qué saber?, portaba quien era la voz informante.

Mientras sucedía ese espacio de torbellino argumentativo inicial, las familias decidieron en la urgencia.

–Mañana, no vas.

Como si en algún lugar resonara este diálogo:

—¡Esperen –dijeron las instituciones—, no se apresuren, tenemos que investigar, vamos a hacer una estadística!

–Dale, háganla –dijeron las familias—. Buenísimo, mientras tanto la/el niña/o se queda en casa.

–¡Pero es un muerto, y vino de Francia!

–Por las dudas no va a ir.

El lunes 16, una semana después, los datos les dieron la razón. Y nos llenaron de evidencias que hicieron razonable el criterio atávico de preservar a las crías de los peligros. Han pasado algo más de cinco meses. Ya no carecemos de información sobre cómo cuidarnos y cuidar. Asistimos diariamente al debate ininterrumpido en estos cinco increíbles meses sobre qué habría que hacer.

Párrafo aparte me merecen los fundamentalistas del número. Un incansable posicionamiento como maestro, sosteniendo con cada estudiante la importancia de la matemática y distinguiéndola como una tremenda fuente informativa pero no decisoria. Ahora, cuando un número indica que la curva se aplana y los casos se reducen y se ensayan aperturas que tienen en cuenta desde la economía hasta la salud mental, pasando por varios aspectos más, estamos ante una encrucijada: agregar a estas aperturas la habilitación de espacios en la escuela.

Y me pregunto y pregunto a las autoridades que tienen la decisión en sus manos: ¿vamos a pedirles a las familias que ensayen con sus crías?

La respuesta institucional de la Ciudad de Buenos Aires se explicitó el viernes 14 de agosto. El jefe de Gobierno de la Ciudad dijo: vamos a ir buscar casa por casa a las y los niñxs que no se comunicaron con sus docentes de manera virtual. Son unos cinco mil y la mayoría del nivel medio. Una semana después y luego de ajustar ese número de estudiantes a seis mil, las autoridades del Ministerio de Educación de la Ciudad convocaron a los gremios para notificarlos del protocolo que entregaron a Nación. Sintéticamente, dicho protocolo define lo siguiente:

  • Se dispondrá la apertura de edificios escolares para el uso de espacios digitales (cinco espacios por escuela como máximo).
  • La semana del 31 de agosto se abrirán 8 escuelas técnicas.
  • El resto de las escuelas secundarias a partir del 7 de septiembre.
  • Las primarias, desde la semana del 14 del mismo mes.
  • También, entre otros aspectos, se plantea la presencia de personal de conducción, un docente por espacio habilitado, más un docente facilitador de INTEC (Innovación Tecnológica).

Entre el anuncio del día 14 y hoy, hemos recibido muchísimas preguntas de familias sobre esta apertura con estos supuestos espacios digitales. Una terminología que suena mejor que aula con una computadora y señal de internet.

También ha sucedido en estos días que tantísimos niñxs que se han comunicado muy esporádicamente con sus docentes, se han puesto en contacto. ¿Alguien podrá asegurar que ninguno lo ha hecho ante el temor a que sino vamos a ir a buscarlos para acompañarlos al edificio escolar? ¿Cuánta será la exposición medida por las familias que sienten que el gobierno evalúa vincular a sus hijas e hijos con varios adultos en un edificio, para volver a sus casas donde tal vez conviven con personas que pertenecen a algún grupo de riesgo? En momentos en los que la Argentina sobrepasó ampliamente las 6.000 muertes, ¿podríamos imaginar una sola cría de la familia, fallecida luego de contagiarse Covid-19 mientras concurría a un espacio digital? Además de atender las estadísticas, ¿se ponderarán los riesgos innecesarios?

Un niño me dijo: “Extraño casi todo de la escuela, porque estar aquí encerrado te hace extrañar. Todo, todo extraño, hasta a algunos compañeros que no me caían tan bien”. A la Escuela todas y todos queremos volver. Es una falacia decir que no queremos hacerlo. Cómo y cuándo merecen avances certeros. Ningún docente quiere siquiera imaginar que un solo estudiante se vea afectado por una decisión de trasladar personas a los lugares tecnológicos en lugar de llevar la tecnología a esas personas.

 

 

  • Quien escribe es maestro de grado.

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