El turno de Brasil

Una creciente protesta social acelera el declive de Bolsonaro

 

Una ola políticamente revitalizadora y al mismo tiempo reluctante respecto del modelo de desarrollo –presunto– neoliberal se ha ido instalando en América del Sur. Combina en diversos grados y/o se vale para avanzar de la protesta social y de un renovado ejercicio de la política.

Bolivia reparó el golpe de Estado que mediante la aviesa presión internacional y de los partidos de centro y de derecha vernáculos, a lo que se sumó el intervencionismo de los militares bolivianos, le birló a Evo Morales el triunfo electoral del 24 de octubre de 2019. La rotunda victoria de Luis Arce Catacora en los comicios del 14 de octubre de 2020 puso las cosas en su lugar. La Argentina se recompuso del inesperado traspié de 2015, cuando el incalificable Mauricio Macri arribó a la presidencia, con el triunfo de Alberto Fernández en las elecciones del 28 de octubre de 2019.

El conglomerado andino sudamericano se puso en marcha también en 2019, año que marcó una remontada de la protesta social con intensidad diversa según los casos, en Chile, Colombia, Ecuador y Perú, que menguó al año siguiente a raíz de la pandemia. En 2021, Ecuador, Chile y Perú han tenido elecciones generales significativas. En los dos últimos países se han impuesto, en sus respectivas y recientes elecciones, sendas corriente novedosas y atípicas, opositoras al modelo neoliberal que imperó en ellas. En Ecuador ganó en primera vuelta el correista Andrés Arauz, pero fue derrotado en la segunda por el banquero Guillermo Lasso, quien consiguió recoger el voto del centro y de la derecha que se había esparcido entre diversos partidos.

Colombia, por su parte, es el país en el que la protesta social ha alcanzado mayor intensidad y continuidad. Se inició en 2019, menguó pero no desapareció en 2020 y se retomó con renovada potencia en 2021, tendencia que es paralela a la intolerancia reaccionaria del uribista Presidente Iván Duque. Tendrá elecciones generales el año que viene. Como se sabe, es siempre inconveniente pronosticar el porvenir. En este caso, sin embargo, puede conjeturarse que esos comicios podrían dar lugar a una renovación del sistema político colombiano.

Por fuera de este proceso han quedado Uruguay y Paraguay, en los que perviven sendos oficialismos afines al fundamentalismo de mercado. Venezuela, que navega un rumbo diferente. Y Brasil, al que parece haberle llegado el turno de lidiar también con el derretimiento tanto de las presuntas bondades del antedicho fundamentalismo cuanto de Jair Bolsonaro como primer mandatario.

 

 

Bolsonaro en descenso

Jair Bolsonaro mantuvo su apogeo hasta aproximadamente seis meses después de su toma de posesión, en enero de 2019. A partir de entonces comenzó un paulatino declive. Su alianza con los partidos que lo acompañaron, entre otros, el Partido de la Social Democracia Brasileña y el Movimiento Democrático Brasileño, se fue deshaciendo. Algunos de los medios que lo habían apalancado comenzaron a abandonarlo, como ocurrió con la Folha de Sao Paulo. Y casi en simultáneo varios gobernadores estaduales fueron soltándole la mano. Nada de esto fue el resultado del pertinaz maridaje del Presidente con el neoliberalismo –sorprendente en un hombre de extrema derecha– sino debido a sus preferencias ideológicas y políticas racistas, misóginas, intolerantes, provocadoras e, incluso, patoteras.

 

Jair Bolsonaro, en caída libre.

 

En 2020 se instaló el Covid-19 y todo empeoró para un Bolsonaro que mantuvo su deriva declinante. Bien se sabe que menoscabó la pandemia, indicó terapias desopilantes y hasta se mofó de los cuidados y precauciones. Sucedió también que crecieron las demandas por corrupción de algunos de sus hijos que, en alguna medida, también lo salpicaban a él.

Un hecho relevante fue la liberación de Luiz Inácio da Silva –Lula– ocurrida en noviembre de 2019, quien inmediatamente retomó la práctica política y su condición de referente máximo del Partido de los Trabajadores (PT), lo que redundó –ya en 2020– en el comienzo de la recuperación del partido y en un nuevo crecimiento de su figura política. En las elecciones municipales de noviembre de ese año, el PT tuvo un desempeño regular. Pero el de los seguidores de Bolsonaro fue muy magro, lo que patentizó nuevamente su declinación.

En abril de 2021 se puso en marcha la Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI), un órgano senatorial que debía avocarse a investigar el comportamiento de Bolsonaro en el manejo de la pandemia. Está sospechado de no haber sido eficaz ni transparente en materia de combate al megavirus, de respeto al aislamiento social, de recomendación de medicinas y de uso inadecuado de recursos financieros, entre otros asuntos. Más recientemente, su situación se agravó por la aparición de trapisondas acompañadas de retornos en metálico, en la selección y compra de vacunas. Por decisión de la magistrada Rosa Weber, integrante del Supremo Tribunal Federal –equivalente a nuestra Corte Suprema de Justicia– la Procuraduría General de la República deberá indagar si el Presidente cometió delito de malversación en la compra de la vacuna hindú Covaxin: una nueva mancha judicial para Bolsonaro.

 

 

Protestas y mediciones

La protesta social bajo la forma de amplias manifestaciones públicas comenzó el 15 de enero de 2020. Las hubo en las ciudades de San Pablo, Río de Janeiro, Belo Horizonte y Salvador, entre otras. Uno de los lemas que predominó en ellas fue “Sin oxígeno, sin vacuna, sin gobierno”. El 29 de mayo ocurrió en 24 Estados y en Brasilia. Sus consignas reclamaban acelerar la vacunación, mejorar la ayuda ante la emergencia e, incluso, pedir el juicio político del Presidente. El 19 de junio ocurrió algo parecido en Brasilia y en 20 capitales estatales, entre ellas, San Pablo, Río de Janeiro y Recife. Y el 3 de julio hubo una amplia manifestación bajo la consigna predominante “Fuera Bolsonaro” en 315 ciudades, según France 24.

Este es apenas un somero cuadro de un proceso movilizatorio y de protesta bastante intenso, que ha comenzado prácticamente en el año que corre y que no ha sido cubierto suficientemente por una buena porción de los medios argentinos.

Por otra parte, un último sondeo electoral realizado por IPSOS/Revista Veja muestra una alta preferencia por Lula entre los consultados: alcanza un 58% y Bolsonaro sólo un 25%. Ante estos números, el actual Presidente ha respondido en el estilo Trump: ha amenazado con desconocer el resultado de las elecciones de 2022.

 

 

Lula lidera la intención de voto para las elecciones de 2022.

 

 

 

Final

La recuperación tardía del fundamentalismo de mercado iniciada por Michel Temer, antecesor de Bolsonaro, el trágico Covid-19 y la burda incapacidad del Presidente han producido su propia e incesante declinación y un profundo deterioro social. Una vez más, la promesa neoliberal de que habría un derrame hacia los menos pudientes no se cumplió, lo que terminó dando como resultado la aparición de la protesta social en Brasil, del mismo modo que ha ocurrido en Colombia, Chile y en Perú. La mentira pudo resistir un poco más o un poco menos, según los casos, pero sucumbió.

Da la impresión de que en Brasil la política revitalizadora y reluctante al neoliberalismo, que se ha mencionado al comienzo de esta nota, ha antecedido a la protesta social a diferencia de lo que ha ocurrido en Chile y Perú, y de lo que está sucediendo en Colombia. Tanto da: el orden de los factores no altera mayormente el producto, en estos casos.

Conviene destacar que nada de lo que se acaba de exponer es definitivo. Al contrario, parece ser apenas un comienzo ante el cual conviene permanecer tanto atentos como vigilantes, como solía recomendar un viejo león herbívoro. Sí puede, sin embargo, indicarse que ha comenzado a soplar un nuevo viento en la región. Y que esto no es poco.

 

 

 

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