La imagen acechante de los tres buques de guerra estacionados en el mar Caribe frente a las costas de Venezuela y el prepotente mensaje del Presidente Trump a través de la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, constituyen otro hecho injerencista que se suma a los que ya han tenido lugar en el continente entre Estados Unidos y Canadá, Panamá, Colombia, México y Brasil. El martes, consultada sobre la posibilidad de enviar militares a Venezuela, Leavitt dijo que Trump había sido claro y consistente al señalar que está preparado para usar todos los elementos del poder estadounidense para detener la inundación de drogas en nuestro país. Asimismo, señaló que “Maduro no es un Presidente legítimo, es un fugitivo, líder de un cártel narcoterrorista, y tenemos que traer a los responsables a la justicia” de Estados Unidos.
Después de esas declaraciones, la agencia de noticias Reuters informó que se habían enviado tres destructores estadounidenses con misiles guiados y 4.000 efectivos y marines cerca del límite marítimo de Venezuela. Un funcionario estadounidense, quien declaró bajo condición de anonimato, dijo que el proceso se extendería durante varios meses y que el plan era que operaran en el espacio aéreo y las aguas internacionales. Señaló también que los navíos pueden utilizarse no solo para realizar operaciones de inteligencia y vigilancia, sino también como plataforma de lanzamiento para ataques selectivos si se tomaba la decisión. Maduro, además de prohibir el vuelo y la comercialización de drones en Venezuela, señaló que no toleraría ninguna incursión extranjera dentro del territorio y convocó a una campaña de alistamiento del ejército en todo el país, además de la movilización de 4,5 millones de milicianos.
Reacciones
La Presidenta mexicana Claudia Sheinbaum calificó el despliegue naval estadounidense frente a la costa venezolana como “inaceptable” por violar los principios de no intervención y autodeterminación de los pueblos”. Sheinbaum siente en carne propia las presiones de la Casa Blanca por querer incursionar en territorio mexicano. De hecho, esta semana tuvo que desmentir que en la frontera norte del país estuviera en marcha un “operativo especial” de la Administración de Control de Drogas (DEA) de Estados Unidos, y reclamó para que la entidad dependiente de la Casa Blanca diera una explicación de por qué publicó un comunicado referente al denominado proyecto Portero, destinado a desmantelar a “los guardianes” de los cárteles del narcotráfico en la frontera, como si estuviera vigente.
El Presidente de Colombia, Gustavo Petro, dijo que “cualquier operación militar que no tenga aprobación de los países hermanos es una agresión contra Latinoamérica y el Caribe”. Recordó que Colombia y Venezuela “son el mismo pueblo, la misma bandera, la misma historia”, y advirtió que una intervención militar estadounidense en Venezuela sería “el peor error” y traería consecuencias negativas para la región. Asimismo, el asesor internacional del Presidente Lula, Celso Amorim, expresó su “preocupación” por el riesgo de una escalada y reiteró que “el principio de la no intervención es fundamental” en la política exterior brasileña.
Los gobiernos de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestramérica (ALBA) se manifestaron en contra de cualquier operativo militar estadounidense que suponga la violación de la soberanía de cualquier país latinoamericano o caribeño, con independencia del motivo esgrimido por la Casa Blanca. Otros gobiernos de la región como Ecuador y República Dominicana han respaldado la decisión de Estados Unidos de declarar a los cárteles latinoamericanos como organizaciones terroristas; Paraguay ha comprado por completo la posición de Trump y ha calificado al Cártel de los Soles como grupo terrorista.
En cuanto a países fuera de la región, la portavoz de la cancillería china dijo que su país se opone a la injerencia de fuerzas externas en los asuntos internos de Venezuela bajo cualquier pretexto. El canciller ruso, Serguéi Lavrov, expresó su solidaridad con el gobierno venezolano y respaldó sus esfuerzos para defender la soberanía nacional y garantizar la estabilidad institucional, en medio de las crecientes presiones externas sobre Caracas. El gobierno de Irán también lo ha respaldado y ha denunciado la intervención de Estados Unidos por la presencia de buques cerca de la costa del país.
Petróleo y otras riquezas
Durante su campaña electoral, Trump llegó a decir, en una velada crítica a su adversario Joseph Biden: “Cuando me fui, Venezuela estaba lista para colapsar. Si la hubiéramos tomado, tendríamos todo ese petróleo, pero ahora estamos comprando petróleo de Venezuela, así que hacemos a un dictador rico. ¿Pueden creerlo?”
Es así que, apenas asumió el gobierno el 20 de enero, Trump emitió una orden ejecutiva que estableció un proceso mediante el cual ciertos cárteles internacionales y otras organizaciones (como el Tren de Aragua y la Mara Salvatrucha) serían clasificados como “Organizaciones Terroristas Extranjeras”, toda vez que constituían una amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos.
Según la orden ejecutiva –sin ningún atisbo de crítica sobre la permisividad de la actuación de los narcotraficantes en el territorio de Estados Unidos, el mayor consumidor de drogas en el mundo–, “los cárteles han emprendido una campaña de violencia y terror en todo el hemisferio occidental que no sólo ha desestabilizado países de gran importancia para nuestros intereses nacionales, sino que también ha inundado a Estados Unidos con drogas mortales, criminales violentos y pandillas viciosas”. Como si el dramático tema de las drogas solo tuviera que abordarse desde el lado de la oferta –y no de su consumo–, la orden señala que, en ciertas zonas de México, los cárteles funcionan como entidades cuasi gubernamentales, controlando casi todos los aspectos de la sociedad y sus actividades. Por lo tanto, su proximidad e incursiones en el territorio físico de Estados Unidos representan un riesgo inaceptable para la seguridad nacional de este país.
Un mes después, el Departamento de Estado anunció la designación del cártel de Sinaloa, el cártel de Jalisco “nueva generación”, el cártel del Noreste, la nueva familia michoacana, el cártel del Golfo y “Cárteles Unidos” como organizaciones terroristas extranjeras; y Tren de Aragua, Mara Salvatrucha –la pandilla nacida en las calles de Los Ángeles en la década del ‘80 y que durante décadas causó estragos en El Salvador– como terroristas globales especialmente designados.
Muchos analistas consideran que la calificación de los cárteles de drogas como organizaciones terroristas “no garantiza una intervención militar, pero se acerca”, por lo que resulta polémica. “Todos queremos combatir a los cárteles de la droga”, había dicho ya la Presidenta de México, Claudia Sheinbaum, pero “ellos en su territorio, nosotros en nuestro territorio”, aclaró, y recordó que el nuevo secretario de Estado y asesor de Seguridad Nacional estadounidense, Marco Rubio, había apostado por privilegiar la cooperación. Los partidos políticos de oposición en México cerraron filas con el oficialismo y rechazaron cualquier posibilidad de intervencionismo extranjero. A pesar de ello, en abril, Trump insistió en que Sheinbaum permitiera al ejército estadounidense combatir a los cárteles de la droga en territorio de su país. Ella rechazó la idea.
A fines de julio, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos incorporó al cártel de los Soles como una organización terrorista internacional, por ser un grupo criminal que, según Washington, había corrompido las altas esferas políticas, militares y judiciales en Venezuela desde finales de los años ‘90 para enviar drogas a Estados Unidos. En su comunicado, el Departamento del Tesoro acusa directamente al Presidente Nicolás Maduro de liderar el grupo.
Días después, Marco Rubio emitió una declaración en la que acusaba a Maduro de haber robado las elecciones, afirmaba que no era el Presidente de Venezuela y que su “régimen no es el gobierno legítimo (…) Maduro es el líder de la organización narcoterrorista designada Cártel de los Soles, y es responsable del tráfico de drogas a Estados Unidos y Europa”. Añadió que “Maduro está actualmente imputado por nuestra nación, ha corrompido las instituciones de Venezuela para ayudar al plan criminal de narcotráfico del cártel hacia Estados Unidos”.
El 8 de agosto una publicación del New York Times dio cuenta de un paso clave en la estrategia injerencista de Trump en México y Venezuela: la firma, en secreto, de una directiva dirigida al Pentágono para que comience a utilizar la fuerza militar contra los cárteles de la droga que el gobierno califica como organizaciones terroristas. Según el diario, la orden proporciona una base oficial para la posibilidad de operaciones militares directas en el mar y en territorio extranjero contra los cárteles. Cuatro días después, Marco Rubio confirmó el despliegue de fuerzas navales y aéreas al sur del mar Caribe para combatir el narcotráfico, aunque no ahondó en detalles que permitieran dar cuenta de la duración y alcances de la operación.
Paralelamente a este anuncio, los Presidentes de Colombia y Venezuela anunciaron la articulación de sus ejércitos para hacerle frente al tráfico internacional de drogas en la extensa frontera común. Maduro detalló que el objetivo terminal es garantizar que las zonas fronterizas estén libres de violencia, mientras que su par colombiano, Gustavo Petro, aseguró que la estrategia ha dado frutos, especialmente contra el Ejército de Liberación Nacional (ELN), que “ha sido golpeado en ambos lados de la frontera, militarmente”.
Apuntando al Presidente Maduro, la fiscal general de Estados Unidos, Pam Bondi, anunció un incremento de 25 a 50 millones de dólares por información conducente a su captura. Maduro es acusado por las autoridades estadounidenses desde hace años de encabezar un cártel de drogas, sin la presentación de pruebas. Además, la fiscal acusó a Venezuela de pagar sobornos a cambio de espacio aéreo e informó que el gobierno de Trump había confiscado más de 700 millones de dólares en activos a Maduro (que incluían dos aviones de uso oficial confiscados en la República Dominicana), mansiones en La Florida y República Dominicana, vehículos, granjas de caballos y millones de dólares en joyas, además de efectivo. Las autoridades venezolanas calificaron esos dichos de “circo mediático” y “brutal, criminal y feroz campaña”.
Entre la invasión y la amenaza
Es evidente que detrás de la campaña de intervención militar en Venezuela y el derrocamiento del gobierno presidido por Maduro está la facción liderada por María Corina Machado, quien coordina el lobby para supuestamente llevar la democracia de regreso a Venezuela, de forma similar al que realiza Eduardo Bolsonaro, hijo de Jair, quien gestiona todo tipo de sanciones para Brasil con el fin de impedir el juicio que tiene pendiente su padre por intentar dar un golpe de Estado el 8 de enero de 2023.
A pesar de la campaña mediática contra Maduro y su equipo al acusarlos de liderar un cártel del narcotráfico, no parece viable que una operación con intervención militar de Estados Unidos pudiera tener éxito. Este tipo de amenazas externas producen reacciones de unificación de las fuerzas políticas, como ha ocurrido en Brasil con el tema arancelario. Por otro lado, los propios informes de la DEA del año 2024 y 2025 no mencionan a Venezuela como un factor de importancia en el tráfico de drogas hacia Estados Unidos, con lo cual las acusaciones podrían no calzar con la realidad.
Estados Unidos evalúa los regímenes autoritarios con un doble rasero. Es simple: te sometes a mi esfera de influencia o el costo será muy alto. Así, poco se difunde que el Presidente Nayib Bukeke, de El Salvador, haya modificado la Constitución para poder ser reelecto indefinidamente, además de haber incurrido en múltiples casos de violación de derechos humanos.
En cualquier caso, es inadmisible que muchos países latinoamericanos respalden con su silencio estrategias que, aun cuando solo queden como amenazas, involucren la intervención militar de Estados Unidos, o de cualquier otro país en nuestra región, bajo acusaciones, en este caso de narcoterrorismo internacional, que nos acerquen a una guerra.
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