El valor de tus afectos

En época de malaria vuelve la tentación de empeñarlo todo

 

“Poco a poco todo ha ido, de cabeza pa'el empeño”, cantaba Carlos Gardel en el tango Viejo smoking, que relata la angustia de un viejo calavera y galán nochero, que no quiere empeñar su pilcha. Es el momento cuando ya no hay monedas en el bolsillo y solo quedan algunos pocos recursos a los que recurrir; los humanos: amigos y familiares están tan secos como quien no tendrá otra salida que el empeño.

En estos días suena cariñoso y amigable un slogan publicitario que convoca, invocando el valor de tus afectos. Sería poco amable pedir: “Vendé las joyas de tu abuela”. Esta última frase siempre fue la representación del tocar fondo y entregar un bien preciado a cambio de la subsistencia.

Lo cierto es que, en estas épocas de “malaria”, vuelven estas tentaciones como forma desesperada de búsqueda de dinero.

Además también vuelven las apuestas y las drogas de esta etapa, manejadas desde el narcomenudeo. Cada oleada neoliberal tiene su droga para el pobrerío. Este proceder pareciera constitutivo del capitalismo más vil, no un daño colateral. Primero se roba y después se blanquea; mientras, la mayoría anda atrás de un mango que le salve un plato de comida.

La post-pandemia, nos devolvió como sujetos que aún no terminamos de reconocer, no es todo guita, sino nuevos horizontes, resentimientos, humillaciones y dolores variados atados a enfermedades físicas y mentales.

Atravesamos ese mal y no volvimos a ser los mismos. Tal vez los que mejor lo interpretaron son los transformados en parias del sistema, los que fueron arrojados la marginalidad productiva del dinero, lo que encaja perfectamente, con está ausencia de Estado. Ahí está el mercado crudo, el de la subsistencia, el precapitalista, el espíritu puro y bestial que viene a incentivar el anarco liberalismo.

La única política económica exitosa de este gobierno ha sido el blanqueo de capitales, que fue récord: ¡32.151 millones de dólares! Se los fumaron en lo que en estos tiempos se denomina carry trade, una suerte de timba sofisticada pero timba al fin.

Blanquearon la evasión, pero hay otra política informal que ejerce de faro, en ese mercado que el Presidente admira: la de Al Capone, el capomafia. Lo dijo clarito: el viejo Al era un héroe que luchaba contra el Estado y sus prohibiciones. Un paladín de la libertad.

La paradoja de estos gobiernos es la cualidad de generarnos deudas impagables, de tirarnos un ancla que nos acerca a convertirnos en factoría, un lugar de economía primaria. De ser posible, arrancar la soja con el terrón de tierra y mandarla para el exterior sin agregarle valor; extraer el litio secando ríos y matando pueblos. Todo complementado con emprendimientos nuevos, como las granjas informáticas que vienen a buscar grandes extensiones de tierras de clima fresco, libres, con ríos cerca y conexión a fibra óptica. Excelente: el anillo de fibra óptica se hizo en la “década ganada” y ahora viene el imperio a saquear y vender espejitos de colores, usando la infraestructura que creamos.

Pero, así como nos endeudamos arriba, también lo hacemos abajo, porque ese es el verdadero efecto cascada. Lo hacen los que no tienen nada, esos a los que les querían poner un casino en Puente La Noria, pero al que se les opuso alguien antes de ser Papa. Un casino para sacarle moneditas al pobrerío, endeudarlo en oficinas de préstamos y casas de empeño. Por suerte la idea no prosperó y ahí quedó, ese elefante de cemento vacío, contribuyendo al calentamiento climático, cerca del Riachuelo.

 

 

El diario Clarín del 23 de octubre de este año informa: “Las familias ya deben más del 130% de su salario mensual, a bancos y billeteras virtuales”. Son datos que surgen del Banco Central, hasta agosto pasado y es el número más alto desde la pandemia. También se suman 16% de los créditos no bancarios en situación de impago. El punto más crítico se da en los consumos y con tarjetas de crédito.

Gasto diferido volcado a la compra de alimentos. E inevitablemente, créditos con excesivas facilidades financieras, que terminan en usura explicita.

Deudas de expensas, garajes, cuotas del club de barrio, cocheras, gym, todo lo que desequilibra ciertos circuitos de la economía doméstica y de cercanía, que también toca a los sectores medios.

Se genera un mercado de finanzas y no de producción, en un país donde cada vez se consume y produce menos.

Hoy prospera el narcomenudeo, mafia menor de pequeños Jotas y distintas terminales, algunas vinculadas a políticos que pedían meter cárcel y bala.

Este capitalismo a ultranza es eso: el Lejano Oeste, un lugar sin reglas donde las habilidades del Smith & Wesson eran la razón justiciera del orden. Vivimos en un mundo y un país que debe recrear reglas, porque el algoritmo generó eso, un nuevo espacio virtual donde estás están ausentes.

Allí se juega una realidad paralela que tiende a desestimar lo real por la ilusión y la manipulación, de un mundo mejor que nunca llegará.

Por ahora vale todo; eso anima al desbande social y la legitimidad de la mentira. Aún no aparecieron los jueces que terminarán con las horcas y los duelos en la calle principal, ni la ruleta del burdel, ni los abusos de quien se queda con todas las tierras. Esto que nos toca es una nueva tierra de pistoleros, una hostil historia de cowboys, a la que juegan épicamente los libertarios, con sus soportes de algoritmos.

Pero volvamos al valor de los afectos y las joyas de la abuela. En los '90, esta última frase graficó la entrega del patrimonio del Estado en gran escala. Hoy se empieza a usar nuevamente, pero con la puesta en juego de nuestros recursos naturales.

Las micro redes sociales (no virtuales), en las que habitamos y donde nuestro vecino consume salteado sus medicamentos, come carne cada dos semanas y no llega a pagar el alquiler de su departamento o de su pensión, exponiéndose a quedar en la calle, conforman el panorama en el que se montan las posibilidades de la usura.

 

 

Lo notamos en los cartelitos pegados en las calles que ofrecen préstamos; compra de oro, en las neo financieras truchas, en los narcos pequeños que prestan sin intereses (¡sin intereses!) y en la cada vez mayor cantidad de publicidad televisiva operando para que te empeñes.

Es decir, para que vendas alguna prenda de valor, “el valor de tus afectos”.

Así se establece una estrategia con objetivo en las clases medias, pero con llegada clara hacia los sectores más desposeídos, que, por esas cosas de los trucos publicitarios, juegan con su aspiracional necesidad de ascenso y son involucrados indirectamente. Esa es una penosa salida posible, que se instala como una seductora escena de transacción comercial.

Hay programas televisivos orientados a facilitar desprenderse “del valor de tus afectos”, como los que muestran a una señorita elegante y sobria o a un hombre con las mismas cualidades, que te esperan con cara de amable seriedad, detrás de un escritorio digno de un escribano inglés.

Allí te reciben educadamente, para darle encuadre profesional a la operación, que empieza cuando por lo general el cliente expone sus pobrezas y aparecen un reloj, una tiara, unos anillos o unos gemelos gastados, medallitas de comunión y de quince años de quien fuera una piba feliz.

La operación es simple y consiste en hacer sentir que no es tan difícil desprenderse de algo afectivo y querido, más allá de su materialidad. Y por otro lado la aceptación de la transacción en un ambiente de buenos modales y seriedad, jerarquiza la acción.

De ese modo, las pantallas amplifican y facilitan, elegantes operaciones económicas para superar situaciones apremiantes.

El juego es otro complemento ideal del empeño. Está presente en los celulares y los pibes son sus víctimas principales, como las ancianas de los casinos. El juego como una búsqueda desesperada, como la de aquel joven, Alekséi Ivánovich que retrato Dostoiveski en El jugador. La ruleta es la obsesión que gobierna su vida y apuesta para demostrar su independencia y autosuficiencia, una forma de demostrar valía y desafiar la suerte, para olvidar sus problemas y ansiedades. Así, la adrenalina toma el mando y la vida entra en un sinfín interminable, que denominamos adicción. Esa novela describe como pocas la desesperación humana.

En el presente, algún que otro ídolo de la Selección nacional campeona del mundo promociona la timba virtual. Pero advierte que no hay que excederse, una bobada incumplible. Me recuerda a mi ingenua niñez cuando el relator de Titanes en el Ring, aquel éxito de la TV ideado por el Campeón del Mundo de lucha, Martín Karadagián, nos advertía seriamente: “Chicos, no practiquen en sus casas; los titanes son verdaderos atletas y saben cómo hacerlo”. Era obvio que no solo practicábamos en casa, sino en cualquier lugar que se pudiera.

Hoy el cuento chino, otra frase de cuño popular que advierte trapisonda, es desplumarnos como país y en la pequeña escala ir por tus objetos de valor, materiales y afectivos, para pagar los servicios básicos, en el mejor (o peor) de los casos. Enaltecer la usura hasta límites insostenibles, como ocurre con aquellos vecinos en situación de calle, que empeñan o toman préstamos a cambio de la entrega de sus documentos de identidad. Luego, cuando los recuperan, más de uno se lleva una sorpresa pues alguien, vaya uno a saber con qué fines, los utilizó y por ese motivo se les bloquean sus beneficios sociales, pensiones o subsidios miserables.

Lejos hemos quedado de las bendiciones apreciadas en junio del 2016 por el ministro de economía de Macri, Nicolás Dujovne, quien reconocía el endeudamiento bajísimo que les había dejado el kirchnerismo a nivel de gobierno, de las empresas y de las familias.

 

 

Dujovne mostraba cierto rapto de salud mental en sus dichos, al aunar contexto y realidad económica de empresas y familias. Una operación que se invierte cuando gana el neoliberalismo, que disocia el sufrimiento personal de las causas que lo engendran. Si no, cómo se explica que alguien diga que le va peor que nunca y vote violeta. La disociación es un mecanismo de autodefensa, suele explicar la psicología.

Con contexto en el teatro Colón, un escenario reservado a las grandes visitas, Martínez de Hoz recibió a Rockefeller en su época de esplendor. Durante el día previo a la última elección y burlando la veda electoral, se siguió haciendo campaña desde ese teatro. La plana mayor del poder financiero mundial, encabezada por el uno del JP Morgan, Jamie Dimon, y otros más que parece que nos extrañaban, como Tony Blair y Condoleezza Rice. Una jefatura de salvataje de campaña y gobierno dirigida por quien proclamó que Argentina estaba destruida y recibiría dólares, según su performance electoral.

Entre ese apoyo extorsivo y la danza sobre las tierras raras, agua potable, Vaca Muerta, litio y demás, sería interesante saber cómo jugó eso en muchas cabezas, que temían que sus economías empresariales y domésticas estallasen. También saber cuál fue su letra chica, ¿no? En los hogares endeudados se asume una disciplina. No se quiso un lunes negro. Una deuda en dólares, una deuda de usura, el empeño y el juego acentuarían las posibilidades de seguir en la rueda de la fortuna o en la ruta perdedora. Hay que votar resignadamente bien, de otro modo no llegará el imprevisible salvataje en dólares de la gloriosa JP Morgan. Disciplinamiento social es aquel que caracteriza por imposición las reglas que regulan nuestros comportamientos a través de las instituciones, diría Michel Foucault. En este caso la institución es el Tesoro de los Estados unidos.

Es duro empeñar. De niño acompañé a mi madre una tarde de primavera hacia una sucursal del Banco Ciudad en la avenida Cabildo con Iberá, donde se empeñaban bienes a cambio de dinero. Mamá, una obrera, llevaba un tapado de piel, su único objeto de valor, que le daba un rebusque más para parar la olla y retiraría antes del siguiente invierno. Muchas veces llegaba con lo justo a esa fecha angustiante, para rescatarlo. Este domingo negro no lo quiso nuestro pueblo, en su pronunciada ausencia electoral. Más dolor significaba el abismo y sus deudas materiales, las deudas de muchos. En un pueblo que está angustiado permanentemente, según informan las recetas ansiolíticas que reciben las farmacias. Y sobre eso cantó el réquiem, el coro que nos visitó en nuestro máximo coliseo lirico.  Se puede empeñar o vender todo, como en Viejo smoking, primer video clip que se hizo en el mundo. En esa filmación, la gallega de la pensión que habita Gardel es más implacable que el FMI para cobrar el alquiler y le exige: "¡O paja (paga, en la onomatopeya gallega) o se va!" Es allí cuando El Mudo elige cantar un metafísico tango a la prenda que le dio esplendor. Que decide no entregar y lo usará de almohada de ser necesario, para dejarse morir.

Hay cosas que no se empeñan ni se venden, son sagradas. A veces, en esos pequeños pliegues de la dignidad está la resistencia que no esperan encontrar los usureros.

 

 

 

 

 

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