El viaje de la estrella

Esta vez hubo actitud, pero faltó fútbol y eso lo definió todo

“Pero el ídolo es ídolo por un rato nomás, humana eternidad, cosa de nada; y cuando al pie de oro le llega la hora de la mala pata, la estrella ha concluido su viaje desde el fulgor hasta el apagón”. Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra.

 

 

Argentina se despidió de la Copa del Mundo porque Francia tuvo mejores jugadores y un mejor plan de juego, y no hubo dioses —celestiales ni terrestres— que equilibraran la cancha. Lionel Messi jugó, quién sabe, su último partido en Mundiales, en una posición remendada. Fue falso 9, falso 10 y falso 5, pero nada verdadero: casi no pisó el área, debió bajar a buscar la pelota como en los malos viejos tiempos pero ahora tuvo delante cero delanteros dispuestos a tirar su pase a las nubes. Ni un conejo saltó de la galera del mago celeste y blanco. Sólo impotencia.

Angel Di María, en otra apuesta a revivir su fulgurante pasado, y Cristian Pavón, el dueño del puesto en el futuro, tenían un rol clave: encarar a los laterales franceses, desbordarlos, desordenarlos. El ex Central lastimó así un par de veces (una terminó en el tiro libre del tanto de Mercado) y fue autor de un gol digno de mejores épocas, pero ni él ni Kichán, de poca eficacia ofensiva, justificaron la elección de un sistema que les diera tanto protagonismo. El ingresante Kun Agüero, genuino 9, hizo un gol y por fin nos dio presencia en el área. Para peor, el gol de Pavard y el primero de Mbappé fueron generados en el espacio que quedaba a espaldas de los extremos y por delante de los laterales. Francia usó a su favor el plan argentino.

Nicolás Tagliafico fue el único que logró ganarle un mano a mano al fabuloso Mbappé pero casi siempre quedó pagando, y Gabriel Mercado hizo un gol de chiripa pero también sufrió con la velocidad de rayo de los delanteros rivales. Nicolás Otamendi resultó, otra vez, voz de mando en el fondo y conductor para ganar metros. También logró cortar algunas conexiones rivales. En el área fue impotente como Marcos Rojo —culpable del penal que metió Griezmann— pero mejor que el otro central titular y el suplente, Federico Fazio.

Franco Armani fue un arquero terrenal, del montón. Ever Banega empezó perdiendo la pelota que derivó en el penal a Mbappé y mantuvo la imprecisión todo el partido. Así, aquella actuación frente a Nigeria resultó un espejismo y la presencia inalterable de Giovani Lo Celso en el banco, un desperdicio. Enzo Pérez y Javier Mascherano fueron reducidos a una mínima expresión por el recuperador Kanté y —especialmente— Pogba, preciso arquero que, con pases de 30 metros, disparaba las flechas francesas. Pérez y Mascherano, eso sí, dejaron todo. El equipo entero dejó todo: esta vez no faltó actitud. Faltó fútbol. Y futbolistas. La brillante constelación argentina que rodeó a Messi durante una década dio sus últimos destellos una tarde en Kazán.

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