El viento de los vivos

A 80 años del 17 de Octubre de 1945

 

Nos separan 80 años de octubre de 1945. En términos históricos, es poco tiempo. El lapso de una vida humana: todavía existe alguien que ya estaba de pie y tenía conciencia de lo que ocurría. (La escritora y doctora en filosofía Esther Díaz, que nació en el '39, conserva recuerdos de esas jornadas.) Pero hoy en día los tiempos históricos no son lo que eran. El desarrollo tecnológico opera como acelerante, aumentando la velocidad de los procesos. En menos de un siglo, el mundo cambió por completo. Hace 80 años no había un televisor en cada casa y los teléfonos estaban atados a las paredes por un cable enrulado. En 1945, la ENIAC —una de las pocas computadoras que existían— pesaba 30 toneladas y tenía una memoria de 80 bytes. (A pesar de lo cual ya podía resolver cálculos mejor que Milei.)

1945 fue el año en que concluyó la Segunda Guerra. Occidente se sumió entonces en profunda introspección, a la luz de las atrocidades cometidas por los regímenes nazi-fascistas. Algunas de las consecuencias del conflicto fueron de una ambivalencia cuyo precio aún pagamos. Se revalorizaron la democracia como sistema de gobierno y la diplomacia internacional como válvula regulatoria de potenciales conflictos. Pero a la vez que se juzgaban y condenaban los desmanes del Tercer Reich, se hizo la vista gorda ante las barbaridades que los Aliados, y en particular los Estados Unidos, cometieron para imponerse: desde el bombardeo de Dresde hasta la pulverización atómica de Hiroshima y Nagasaki.

 

Si lo hicieron "los buenos", es bueno.

 

Si bien el maniqueísmo no es un invento moderno —se lo atribuye a un persa del siglo III llamado Manes, que como era sabio no militaba en la UCR—, a partir del '45 se instaló en el escenario mundial un relato que oponía un bando de luz a otro de sombras. A consecuencia del cual, todo lo que hacían los etiquetados de buenos era bueno, aunque en realidad fuese atroz; y todo lo que hacían los tildados de malos —los rusos, los chinos, los coreanos— era malo, aunque mereciese otra consideración. El presente del Estado de Israel ha exacerbado ese maniqueísmo hasta convertirlo en metástasis. Allí creen todavía que la chapa de buenos que obtuvieron al fin de la Segunda Guerra lava las inmundicias que hacen en Gaza. Pero una parte sustancial del mundo está despertando del hechizo que impusieron Washington y sus aliados a partir del '45. Gaza ya no es un problema de los palestinos, es una causa de la humanidad. Está teniendo un efecto galvanizador, es una bandera que hermana a masas de todos los continentes. Hoy Israel es más impopular de lo que eran los Estados Unidos que sostenían la guerra de Vietnam, lo cual ya es mucho decir. (Algo que repercutirá sobre los aliados de Israel, entre los cuales se encuentra la Argentina de Milei, el Topo que Destruye por Dentro Todo Lo Que Toca — incluyendo a Trump y al FMI, si se descuidan.)

Mientras Gran Bretaña y Estados Unidos se enfrascaban en la guerra, la Argentina sacó partido de las ventajas relativas que ofrecía esa distracción. Al mismo tiempo se agotaba el período político inaugurado en el '30 por el golpe militar de José von Pepe Uriburu, a causa de sus propias proclividades: a la persecución política, la represión y el fraude electoral. La Décama Infame concluyó con otro movimiento sísmico propio de la interna militar: el golpe que dieron los generales Rawson y Ramírez, que en noviembre del '43 puso a Perón al mando del aún insignificante Departamento de Trabajo, pronto reconvertido en Secretaría.

 

Perón, Secretario de Trabajo.

 

Durante ese año, el índice de producción industrial superó por primera vez al agropecuario. Ese desarrollo alimentó otras transformaciones. Entre 1941 y 1946, la clase obrera industrial creció un 38%. Y también se modificó la composición social de ese colectivo en alza. Entre 1896-1936 el promedio anual de provincianos que llegaban a Buenos Aires era de 8.000. Entre 1943 y 1947, esa cifra ascendió a 117.000.

Estamos hablando de un actor social tan nuevo como multitudinario, que entendió que las mejoras en su condición de vida se debían a las políticas que desarrolló Perón desde la Secretaría: creación de las indemnizaciones por despido y del aguinaldo, ampliación de las jubilaciones, establecimiento de una justicia laboral, sanción del Estatuto del Peón de Campo, apertura de escuelas técnicas, negociación de convenios colectivos y tantas otras. Con la inexorabilidad de una tragedia griega, la popularidad que obtuvo Perón en esa circunstancia —cuando el general Farrell ya había desplazado a Ramírez de la presidencia— suscitó la oposición del sector político y económico más conservador, aglutinado alrededor del entonces Embajador de los Estados Unidos, Spruille Braden.

La conspiración contra Perón, que había empezado a ser vitoreado en actos sindicales como candidato a la presidencia, no sorprendió a nadie. La presión interna y externa arreció, y Perón se vio compelido a renunciar a sus cargos el 8 de octubre. (Además de llevar adelante la cartera de Trabajo, fungía también como Vicepresidente y Secretario de Guerra.) Con Farrell consciente de estar en la cuerda floja —una de las opciones que barajaba el Círculo Rojo, favorecida por el socialista Alfredo Palacios, era la de entregar el gobierno a la Corte Suprema de Justicia—, los conspiradores exigieron que se encarcelara y procesara a Perón.

 

La fuente y los dueños de la patas.

 

Uno entiende que esa decisión —que Farrell concretó el 12 de octubre, subiendo a Perón a la cañonera que lo depositó en Martín García—, derivó de la necesidad de neutralizarlo como actor político. Si lo dejaban libre, corrían el riesgo de que encabezara su propio movimiento y llegase a la Rosada mediante el voto mayoritario. (Las minorías que quieren acabar con los líderes del campo popular no son cosa nueva, no. Cuando cayó preso, el diario Crítica tituló: "Perón ya no constituye un peligro para el país". Llevamos 80 años recordándole a esta clase "temperamentalmente inclinada al asesinato", como la llamaba Walsh, que su deseo de muerte no hace otra cosa que prolongar y fortalecer la vida de aquellos y aquellas a quienes odian.) Pero los laburantes encajaron la medida de condenar a Perón como una afrenta innecesaria. ¿Qué crimen había cometido el tipo, que no fuese escucharlos y mejorar sus vidas y las de sus familias?

Para colmo, el resentimiento social que caracteriza a la clase pudiente no se hizo esperar. Cuenta Félix Luna en El '45 que, cuando los laburantes fueron a cobrar su quincena, advirtieron que no les habían pagado el feriado trabajado del 12 de octubre que les correspondía, según un decreto reciente. Como si el descuento no fuese ya daño suficiente, los patrones se mofaron de los que protestaban, diciéndoles: "¡Vayan a reclamarle a Perón!"

Y aun así, estos cajetillas estaban tan convencidos de la solidez del statu quo que Braden venía a restablecer, que cuando estalló la reacción se sorprendieron como se sorprendería uno si Milei afinase. Se trató de una reacción más química que política, que fue de abajo hacia arriba, desbordándolo todo. (Incluyendo a las conducciones de varios sindicatos, y de la propia CGT.) Nadie condujo el 17 de octubre de manera centralizada, nada de lo que ocurrió se debió al diseño genial de un estratega. Fue la consecuencia de una serie de medidas tan espontáneas como dispersas —huelgas, movilizaciones—, que terminaron enhebrándose y confluyendo en una marcha hacia la Plaza de Mayo. Por supuesto que hubo dirigentes sindicales que agitaron, pero casi todos eran de medio pelo. Los laburantes llegaban a su trabajo, encontraban que todo el mundo se negaba a entrar, y se desplazaban a otras fábricas a invitar a sus laburantes a hacer lo mismo.

 

A la Plaza, por cualquier medio posible.

 

La presión popular fue tanta, y tan inocultable, que al gobierno no le quedó otra que ir al pie de Perón, a esa altura internado en el Hospital Militar. Le pidieron que pusiese coto a la manifestación, a cambio de la renuncia de todo el gabinete. Terminó saliendo al balcón a las 23,10 —un horario inusual en materia de actos públicos, debido a que la gente permanecía en la Plaza—, y dando un discurso en el cual se desprendió de su piel de hombre del Ejército para calzarse por primera vez la de estadista y ubicar al pueblo como columna vertebral del sistema de poder en la Argentina.

"Este es el pueblo sufriente que representa el dolor de la tierra madre. Es el pueblo de la patria", dijo. "El mismo pueblo que en esta histórica plaza pidió que se respetará su voluntad y su derecho... Recuerden, trabajadores, que es necesario más que nunca que se unan como hermanos y busquen con esa unidad la unidad de todos los argentinos".

Ese 17 de Octubre del '45 nació el país donde aún vivimos.

 

 

 

 

Los mareados

Pero, como decía al principio, este mundo está lejos de ser aquel mundo. El capitalismo industrial cedió lugar al capitalismo financiero. Cambió el trabajo y con él la organización de los trabajadores. El desarrollo de la tecnología digital colaboró a que se disparasen la informalidad, el cuentapropismo. Esto trastocó las economías nacionales y al hacerlo desordenó las relaciones de clase. La competencia salvaje hace que las personas se auto-exploten para no quedarse afuera del mercado, como explicó Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio. En consecuencia, conducir a la masa laburante se convirtió en un afán quimérico. Si no se tienen demasiadas pretensiones, todavía se puede ordenar a los trabajadores formales (la figura del sindicalista devenido empresario no colabora, por cierto), del mismo modo en que todavía se puede militar políticamente a la vieja usanza. Pero, ¿qué hacer con la enorme cantidad de gente que hoy circula por la libre y no tiene ni quiere organización sindical, no milita como se militaba antes y rechaza hasta hablar de política?

Otro fenómeno mundial que incide sobre nuestra realidad es la precaria situación, tanto física como mental, de nuestros hombres jóvenes. Scott Galloway, un especialista en el tema que es docente de la Universidad de New York, le dijo a la BBC que esa gente tiene cuatro veces más posibilidades de suicidarse que antes, tres veces más posibilidades de caer en una adicción, doce veces más posibilidades de terminar presa y observa niveles récord de depresión. Ganan menos que sus coetáneas mujeres y padecen su soledad, porque ellas canalizan su libido en la realización profesional que hasta no hace tanto les era esquiva, mientras que ellos experimentan un retroceso en relación a los logros de sus padres varones.

 

"La generación [de hombres] más obesa, ansiosa y deprimida de la historia".

"Estamos criando a la generación [de hombres] más obesa, ansiosa y deprimida de la historia", dice Galloway. Suena a epígrafe de cualquier foto que muestre al Gordo Dan, Agustín Romo y sus Fuerzas del Cielo. El modelo del varón protector y proveedor está en crisis y todavía no surgió otro superador. Las reacciones que están a la vista tienden al franco retroceso. Los jóvenes neo-fascistas o al menos de derecha expresan el deseo de una restauración, un retorno inviable a los tiempos donde la autoridad masculina era excluyente e indiscutida. Eso los movió a inclinar la balanza en favor de figuras más mediáticas que políticas, que impulsan una transformación socio-cultural hacia nuevas formas del autoritarismo. Proyectos que tienen un talón de Aquiles económico. Los Trump y los Milei están encareciendo el costo de la vida de los ciudadanos, en este último caso hasta niveles intolerables. Y la malaria no hace distinciones ideológicas: jode por igual a todos los pibes, que encima no están en condiciones emocionales de metabolizar la presión.

Todo esto genera una tensión irresuelta entre dos Argentinas. Por un lado, la democrática que se abocó a mejorar la vida del pueblo (de manera objetiva, entre el '45 y el '55 y entre 2003 y 2015), habituada a expresarse en las calles, tanto para celebrar conquistas como para reclamar, cada vez que entiende que hay derechos en peligro. Durante 80 años, esa dinámica tuvo el apoyo de los partidos políticos, de los sindicatos, de las organizaciones de derechos humanos. Ese ejercicio generó una tradición que sigue siendo parte de la identidad de millones de argentinos.

Por el otro lado está la Argentina en estado ígneo, magmática, de la población joven y ante todo masculina que hoy malvive y no avizora ningún futuro. Durante 80 años, las fuerzas conservadoras se articularon en torno a su anti-peronismo visceral. Hoy ese gorilismo puro y duro expresa ante todo a las generaciones mayores. Lo de los pibes es otra cosa, al menos todavía. Un rechazo generalizado al sistema político en general y a las complejidades de la vida democrática en particular. Las instituciones y los trámites que requieren los desconciertan, asocian sus procedimientos a la lentitud anacrónica y la ineficacia a la hora de resolver problemas concretos. Por eso prefieren las ideas simples que amortizó la disciplina histórica: el poder concentrado en manos de un único hombre —heredero de los reyes, de los emperadores—, que toma las decisiones y las implementa, prescindiendo de los controles legislativo y judicial.

 

 

Esto significa que ignoran, o al menos pasan por alto, la otra mitad del relato histórico: el que documenta los abusos que ese sistema produjo en el mundo entero y describe el surgimiento de la democracia electoral como instancia superadora. De momento al menos, no prima la sensatez sino la curiosidad por lo desconocido, tan propia de la juventud. Antes que lo malo conocido (la república construida sobre el equilibrio entre tres poderes), se plantean la posibilidad de probar suerte con lo desconocido: el poder omnímodo en manos de una figura masculina carismática, que hasta hoy tuvieron la suerte de no experimentar en carne propia.

Sobre esta circunstancia pesan diferencias sustanciales respecto del mundo de hace 80 años. En aquel entonces, con la Segunda Guerra entrando en el pasado como la mujer a quien se dirige el tango Los mareados, el mundo aparecía como un lugar auspicioso donde la justicia, aunque con cierto delay, tenía lugar. Se podía vivir al amparo de la ley y prosperar. Los jóvenes disponían de variadas fuentes de autoridad y decidían a cuáles atender y cuáles rechazar: los padres, los profesores, los intelectuales, los artistas, los líderes religiosos y los políticos.

En estos días, no reconocen formalmente a ninguna autoridad. Sólo prestan atención a las figuras mediáticas que se ganaron un sitial prominente en el ágora pública. ¿Y qué les dice esa gente? Que no pierdan tiempo en la construcción a futuro, que hagan lo que se les cante hoy, ya, le pese a quien le pese. Que todo vale en la persecución del provecho personal y que no existe placeres más grandes que los que derivan del dinero y la notoriedad.

Es un mensaje tentador. O por lo menos lo era cuando uno atravesaba la adolescencia y soñaba con liberarse de toda tutela. El problema es que el discurso de estos líderes modernos embriaga con la idea de una libertad que no es tal. Porque antes existían autoridades pero uno no estaba expuesto a ellas las 24 horas del día: operaban discrecionalmente y uno tenía margen, espacio para procesar su influencia. Hoy, en cambio, los pibes están sometidos a una voz inagotable que les trabaja el balero durante el día entero. No conciben a las redes y a los mensajes que les llegan como una autoridad, sino embargo están conectados a ellos como a una vía endovenosa, los ven y escuchan constantemente. Para los jóvenes de hoy, los celulares son versiones electrónicas del Pepe Grillo de Pinocho: cargan con ellos están donde estén y vayan donde vayan. Sólo que en este caso no representan la conciencia tradicional en términos religiosos — funcionan como una mala conciencia, que sólo aconseja lo peor.

 

 

Esa es una de las razones que explican parte de lo que pasa. Porque en la Argentina actual existe una circunstancia con muchos puntos en común con el octubre de hace 80 años. Contamos con una líder popular a la que intentaron matar, como lo intentaron con Perón cuando bombardearon la Plaza de Mayo. (Un crimen real que continúa impune, dicho sea de paso.) Y ante el fracaso de la iniciativa violenta, han confinado a esa mujer en su propia isla —sita en San José 1111, en este caso— por el discutible crimen de mejorar la vida de las mayorías mientras fue Presidenta.

Han habido manifestaciones en favor de Cristina, pero nada parecido a un nuevo 17 de Octubre. ¿Y por qué? Porque en 1945 existía una clase obrera compuesta en su mayoría por hombres jóvenes que identificaban al benefactor que les abrió las puertas de la sociedad y, en muestra de su gratitud, estaban dispuestos a defenderlo. Sin embargo hoy existen muchos hombres jóvenes que no constituyen una clase per se. Están convencidos de no formar parte de esta sociedad: no se reconocen beneficiados por nada ni por nadie, y por eso sienten que no deben gratitud alguna. Les han metido en la cabeza que son ellos mismos quienes, en pleno uso de su libertad, han decidido marginarse de este colectivo que los asquea, cuando quien los relega es el mercado. Y por eso no intervienen en la vida pública, más que a través de su desdén y de votos que terminan estallándoles en las manos.

 

 

 

No sé lo que quiero pero lo quiero ya

Está claro que la historia nunca se repite tal cual. En el '45 había guita para repartir y Perón la puso en el bolsillo de los laburantes. En el 2025 hace más de diez años que los salarios empezaron a desangrarse. (Y en la existencia de un pibe, diez años son una eternidad. Lo que ocurrió antes no es sino un recuerdo difuso. Y cuanto más tiempo pasa, peor es.)

La combinación entre la degradación del nivel de vida y el veneno que los celulares vierten sobre las mentes jóvenes es de una toxicidad nunca vista. Nos encaminamos a que Occidente quede en manos de la generación peor preparada —intelectualmente, emocionalmente— de la historia.

Porque en el '45 los laburantes eran gente simple, pero tenían claro quién los había ayudado. En el 2025 hay muchos pibes que ni siquiera están en condiciones de vincular causa con efecto, un acto con su consecuencia. Si les pedís que mencionen dos o tres medidas de Milei que hayan mejorado su vida objetivamente, de forma contante y sonante, no sabrían que decir. Pero sí tienen claro que Milei representa su estado de ánimo.

 

 

A diferencia del mundo adulto, que vio el show del Movistar Arena como un bochorno y una tortura al oído, existen no pocos jóvenes que lo experimentaron como una proyección de sus deseos: el tipo cualunque —desharrapado como ellos, espástico como ellos, incoherente como ellos— que aprovechó la oportunidad y se subió a un escenario a jugar a la estrella de rock. Para los adultos, la diferencia entre una estrella de verdad y lo que hizo Milei fue pura disonancia, un ruido intolerable. Para muchos jóvenes, esa torpeza, ese acting, fue exactamente el mensaje que querían oír: No entiendo nada pero hago lo que quiero, soy libre. ¿Qué está pasando, qué puede pasar mañana? No lo sé ni me importa.

El 26 de octubre habrá más de un millón de adolescentes de entre 16 y 17 que estarán en condiciones de votar por primera vez.

Lo trágico es que la decisión de dar la espalda a la realidad y limitarse a expresar el descontento de la manera más fácil —desafinar, votar— tiene lugar en un momento en que pasan muchas cosas, y muy graves. Precisamente aquellas que remiten al octubre de hace 80 años. La prisión e inhabilitación de la figura política más popular. La insoportable intromisión de una potencia extranjera en la política argentina. Si algo logró el Secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Scott Bessent, es opacar la figura de Spruille Braden en términos históricos. Porque Braden hizo pesar su poder, dentro de ciertos límites: se jugó a organizar a la oposición a Perón a través de ese engendro llamado Unión Democrática —un mash-up de radicales, comunistas, socialistas y demoprogresistas—, con la esperanza de imponerse el '46 en las urnas. (Uno experimenta un escalofrío cuando recuerda que un empresario de la época, Raúl Lamuraglia, financió la Unión Democrática con cheques del mismo Bank of New York que usó el narco Machado para financiar a Espert y otros.)

Pero Bessent se mandó a secuestrar la economía argentina de una, con el alocado consentimiento de los teenagers Javito y Toto, los Reyes del Ma'sí. Quien informa sobre lo que nos espera es ya, sin intermediario local alguno, un funcionario de los Estados Unidos. Hemos vuelto a ser el Virreinato del Río de la Plata, sólo que respondiendo a otro monarca, todavía más feo y panzón que Fernando VII.

 

 

Pero la situación estructural sigue siendo igual de grave, o peor. Lo único que está en duda es qué detonará primero, iniciando la cadena de conflagraciones. Es difícil saber si será la representatividad de Milei a través de la derrota en las urnas o la crisis social. En cualquiera de los casos, para conducir con posibilidades de éxito la avalancha que se pondrá en movimiento hará falta algo más que un político convencional.

Entiendo que los adultos, con los nervios deshechos a causa del tembladeral, nos convenzamos de que todo lo que se necesita es un tipo normal, de que la oferta de tranquilidad garpa por sí sola. Pero en este momento hace falta alguien que también esté en condiciones de conducir a las nuevas generaciones, que antes que calma reclaman contención, la certeza de que quien los interpela entiende lo que les pasa. Esa persona deberá ayudarlos a sobreponerse a la decepción que significará Milei, el descubrimiento de que aquello que consideraban la garantía de su libertad —o sea, el mercado— no es otra cosa que el amo que los esclaviza. Y para eso deberá persuadirlos de que son más que individuos, de que ellos también constituyen un colectivo, una clase nueva con derechos en común.

Las personas que aspiren a representarlos deberán tener, además de racionalidad, excepcionales condiciones de liderazgo. La capacidad de conducir tanto política como emocionalmente, de conectar con su soledad y bailar con sus penas. Porque Milei se consumirá de un modo u otro, pero lo que no desaparecerá será la necesidad de las nuevas generaciones de ser conducidas por alguien con manejo de la comunicación, tanto real como digital. Los pibes quieren ser contenidos, sí, y ayudados, también — pero ante todo, reclaman y reclamarán que se los entretenga y seduzca, porque así han sido educados. En estos tiempos, para imponerse en la realidad, hay que estar en condiciones de ganar primero el reality show.

Si hay una lección que deriva del 17 de Octubre y sigue siendo válida es que, como ya dijo el Indio, este asunto está en nuestras manos. Porque hoy vivamos Perón, Perón, pero en aquellos días Perón se había resignado a retirarse, a emprender una vida doméstica con Eva mientras escribía un libro con su versión de los hechos. No negaré que, cuando cambió el viento, el tipo estuvo a la altura de la historia. Pero el que marcó la diferencia, el que tomó el timón y enderezó el curso, fue el pueblo.

Esta verdad no envejeció nada. Lo que resolverá la tensión entre las dos Argentinas y determinará la dirección en que el país se mueva será lo que nosotros hagamos en las calles — o lo que nos rehusemos a hacer.

 

 

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