Elección o plebiscito

Dilemas éticos electorales

 

En mis muchos años de vida no he experimentado jamás elecciones presidenciales tan cargadas del tenor de un plebiscito implícito. Y creo que lo es. Pero a diferencia de uno explícito, el presente contiene una serie de dilemas éticos y morales que reflejan un estado de deterioro en el campo de las ideas, de la información veraz y de los valores, pero también una enorme ignorancia y mala fe. Está claro que no se trata solo de recetas económicas, pues creo que, desde los bancos, las empresas y economistas de las más diversas corrientes, todos afirman que 2024 no será un año fácil ni aquí ni en el mundo. A su vez, pocos desean recordar que esta situación deviene tanto del innecesario e inmoral endeudamiento tomado entre 2016 y 2019, pero también de la pandemia 2020-2021 y de una sequía sin precedentes durante 2023. Me gustaría saber cómo lo hubiera resuelto cualquier otro Presidente o ministro de Economía al margen de las críticas que puedan caberles.

En el terreno económico, por caso, la reciente nota publicada en un medio local tiene como subtítulo una vergonzosa declaración del diputado José Luis Espert, que integra la coalición de Juntos por el Cambio, quien entendió que el FMI le “pidió hasta la virginidad” a la Argentina. Luego agrega dicha nota: “A través de su cuenta de la red social X, el diputado nacional replicó una noticia donde Sergio Massa acusaba a Mauricio Macri de endeudarse para garantizar la fuga de capitales y sumó su opinión: ‘Obvio que se usó para financiar la fuga de capitales. Siempre es así cuando el FMI te da un crédito stand-by en el medio de una crisis”. No llama la atención que la aceptación de tal hecho sea afirmada por una persona de ideas extremas, de quien el diario La Nación publicó el siguiente titular el 27 de abril de 2021: “El vínculo de José Luis Espert con un presunto narco frena el armado electoral de los liberales. Republicanos Unidos, un espacio que integran López Murphy y Yamil Santoro, paraliza negociaciones para armar un frente electoral hasta que el economista aclare su relación con “Fred” Machado, un empresario acusado de tráfico y lavado que le facilitó un avión y cayó preso en Neuquén”.

Pero para buena parte de los que como él incitan a votar por Javier Milei, el vínculo con los narcos no es cosa de esta gente. ¡Imposible!, pues ello desestructura un combo de ideas en las que Milei o Bullrich suelen apuntar a “la casta”, a la izquierda, al populismo, a los políticos —como si ellos mismos no lo fuesen— de tener este tipo de vínculos criminales.

No es tampoco de extrañar que promuevan el libre mercado de órganos, de adopción de bebés y cuanta cosa pueda tener un valor mercantil, pues para ellos los demás valores no existen. Ahora bien, buena parte del electorado a favor de Milei suele culpar a los demás políticos de la crisis de valores que enfrenta nuestra sociedad y ese es el peligro, pues parecen no verlo. Es decir, que gane o no las elecciones, su prédica (supuestamente liberal) ya ha corrido la línea hacia una animalización del ser humano que conduce a profundizar una deshumanización creciente propia de un tiempo oscuro. Tiempo oscuro en el mundo debido a las guerras entre Ucrania y Rusia y entre Israel y palestinos, ambas con vocación de exterminio racial-étnico, en una era donde los discursos de extinción se propagan de un modo que espanta y las represalias se parecen o superan a las que tanto Hitler como Stalin ejercieron de manera usual. Donde la tortura se legaliza aún con el beneplácito de quien fuera líder del mundo libre tras el 11-S, quien ya no teme ocultarlo como ocurrió en América Latina en otros tiempos apoyando dictaduras, pues todavía pretende defender “la democracia”. Esta locura y cinismos sin límites lastiman el alma. No importa ya que mueran miles de niñas y niños; son números sin nombres que, según la ideología profesada hará de unos “los nadies” y de los otros, “las víctimas”. Pero la Argentina logró, al menos en estos temas, un grado de conciencia bastante avanzado. No es necesariamente que “donde hay una necesidad nace un derecho”, sea un problema, como lo enfatiza Milei —dado que no todo derecho es financiado—, sino que sin derechos no hay sociedad. Y los derechos de los que más sufren han sido en todos los tiempos el clamor del sufrimiento humano que Dios escucha y atiende, y los seres humanos solemos preocuparnos por esos derechos en atención a un elemental sentido de justicia, a menos que estemos muy enfermos mentalmente. Que el odio, en la ceguera que engendra, nos conduzca a no reconocer humanidad alguna en ese otro distinto, sabemos los argentinos, que tenemos la memoria de bombardeos a civiles inocentes, torturas, desapariciones, persecuciones y asesinatos. Es claro que los 40 años de democracia no han dado todos los frutos ni resuelto muchos problemas. Pero la pregunta correcta es por qué ha sucedido eso. ¿Fue a causa del exceso de derechos o a causa del exceso de ejercicio de poder económico que personas como Milei y Espert —entre otros— desean aumentar y hasta justificar en su absoluta inmoralidad y obscenidad? Seguramente hallaremos un punto intermedio en esa tensión. Lo importante es que ese debate se dé y sea serio. Tal vez sea demasiado pedir.

Quizá habría que preguntarle también a Milei si piensa desregular el tráfico de personas, algo que él, que en su ignorancia supina suele comparar a la Argentina con países avanzados a partir de una o dos variables, bien debiera saber que al igual que el lavado de activos, en estos países se combate con todas las medidas posibles, a pesar de que los Estados de esas naciones fallen en lograr su erradicación. Tal vez, hasta algún día, entonces: ¿reclamarán al sistema esclavista por ser más eficiente? Después de todo ese también fue un mercado, ¿o no?

Otra característica del enojo auto-destructivo que nos amenaza es que todo lo anterior no pareciera importar. Pues si hablo como lo hago o escribo este tipo de cosas, o soy comunista, o partidario del Papa Francisco, o un ideólogo izquierdista, o un humanista pasado de moda, etc. Esta categorización a priori ha permeado la sociedad y nos ha enfermado. Recuerdo, como si fuera hoy, una noche de 1975, cuando unos desconocidos vestidos de civil me apuntaron a la cabeza y arrebataron de mis manos un libro del economista Branko Horvat que se titula Socialismo y economía en Yugoeslavia y se decían entre ellos: “Mirá lo que lee este hijo de puta”. En su ignorancia siquiera sabían que el libro era una crítica a ese modelo. Y eso que me costó media hora de un atroz susto podría haber terminado mal. Porque hicieron como Milei al denominar marxista la postura de distintos sectores que se preocupan por el impacto de la actividad humana sobre el fenómeno del calentamiento global, ni más ni menos que en el debate presidencial.

Lo más preocupante no es que Milei sea un ignorante de temas económicos complejos, insulte, degrade, hable con enojo y a los gritos, prefiera a sus perros clonados a haber tenido hijos, sino que a sus potenciales votantes todo ello siquiera les permita cuestionar esos valores negativos o directamente no-valores o anti-valores. Que después quizás se den cuenta, veinte años más tarde, como ocurrió con aquellos que en su momento no quisieron siquiera admitir los horrores que cometió la última dictadura militar y que hoy están a punto de reivindicarlos como salvadores de la patria (“del peligro comunista”) cuando en paralelo nuestras riquezas eran entregadas, junto a nuestra soberanía, al punto de que cualquier fondo buitre inmoral nos lleva de rodillas a los tribunales ordinarios de Nueva York. Que una persona así no dudará en vender más tierras o hasta disgregar el territorio, olvidándose de personajes como uno que en los Estados Unidos ha pagado 300 millones de dólares para su fianza, acusado de fraudes en la bolsa. Quizás hasta crea que Jeffrey Epstein y Ghislaine Maxwell promovían el ascenso social de las adolescentes que reclutaban por unos míseros dólares para que sus amigos multimillonarios pudieran gozar libremente del placer sexual que la vida les negó por las buenas o porque siempre despreciaron el amor. Y encima Milei se pone moralista con un tema sensible como el aborto, como si estas gentes no hubieran nunca mandado a abortar a sus chicas. Si eso no es populismo barato, ¿qué cosa es?

Pero la bronca no es solo contra la política, es en la calle, en el trabajo, en el hogar, lo es cuando se observa que cada vez más las empresas transfieren riesgos, tiempo de trabajo gratis y responsabilidades a los individuos. Cuando el costo de la gestión se evita como costo empresario y se obliga a gestionar todo uno mismo, agobiando a la gente con obligaciones que no deberían ser suyas, sino responsabilidad del prestatario, sea en un supermercado atestado de colas, o de un banco, o de los que reponen cajeros automáticos, o deben llenar formularios, o estar alertas de estafas por G-mail o WhatsApp, solo porque no invierten más en ciberseguridad, ni desean gestionar reclamos porque les generaría costos. Lo curioso es que el decir que los impuestos son un robo no les impide a estos insensatos quejarse del estado de las rutas y caminos o calles, de las cuales debería ocuparse el Estado y los políticos, porque asumen que pagan mucho ya, a pesar de que facturan un precio si el dinero ingresa a una cuenta, y otro si el señor o la señora no necesita boleta, factura, lo que sea. Presumen así que, si quiere legalidad, pues que asuma el consumidor el pago del impuesto que al señor comerciante le generaría un costo fiscal evitable. Claro, es la inflación, no caben dudas. Pero hacían lo mismo durante la convertibilidad. Porque ellos trabajan para ganarse el pan y los señores que reparan caminos, llueva, nieve o haga 40 grados, no. Y ni que hablar del tema de elegir, eso sí es libertad. ¡Viva la libertad, carajo! Gritan como si vivieran en una dictadura. Mientras que siquiera se cuestionan qué libertad obró en el nacer pobre o rico. “Ah, no, eso es el destino. Y si no, ¿para qué tuvieron hijos, si no les pueden dar de comer?”. Como si todos los padres de otras clases sociales les dieran amor a sus críos.

Sí, tiempos oscuros, se ve en Netflix, en la política mundial, en las opiniones, en los noticieros, en que todo se ha convertido en lujuria, placer y dinero —contenidos que se promueven en series y premios—, en un supuesto “realismo” desbordante de una condición humana sin un gramo de bondad, que pocas veces construye valores humanos, amores posibles. Un insoportable cholulaje, donde conviven los exitosos, mientras que no se difunde esperanza ni se construyen futuros deseables. Como si las próximas generaciones no debiesen existir o, para hacerlo, debiesen triunfar, ser famosos o tener miles de seguidores en las redes como un único modo de logro posible. La confusión entre la evolución adaptativa con la del que sobrevive solo si se es el más fuerte. La negación de una involución donde la tecnología avanza a la velocidad de la luz y la conciencia humana se procura que quede inmersa en la maldad como intrínseca a nuestra naturaleza o en las sombras de un pasado que, por solo serlo, debe ser destruido, jamás recordado como deseable.

Por este y muchos motivos más, no dudo de que en la Argentina el próximo domingo 19 de noviembre no se vota solo a un Presidente, sino que es un plebiscito entre aquellos a los cuales aún le importa la gente y entre aquellos a los que en verdad no mucho a pesar de que tal vez ni sean conscientes de ello, porque sería como reconocer que en su interior algo está mal.

 

 

 

* Roberto Kozulj es economista, ex vicerrector de la Sede Andina de la UNRN y profesor titular adscripto a la Fundación Bariloche.

 

 

 

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