Elecciones y algoritmos

Militancia cuerpo a cuerpo y tecnología para la liberación

Sin base material, no habrá algoritmo que funcione.

 

Ya estamos en los comienzos del tiempo electoral, porque habrá comicios provinciales y nacionales –en algunos lugares a un tiempo, en otros separados– para elegir legisladores. En rigor ya hubo una muestra en Santa Fe. El resultado allí y las discusiones preparatorias que se están dando en todo el resto del país son patéticos. De una superficialidad apabullante, no se oye en casi todos los casos ningún planteo que siquiera apunte hacia el fondo de los problemas, al tiempo que brilla por su presencia el fin de obtener un puesto en el esquema institucional vigente, campo de pequeñas maniobras insustanciales. Y de negocios. En el debate trasmitido por televisión el 28 de abril, entre los candidatos a legisladores para la ciudad de Buenos Aires, sólo aparecieron con vocación política pura, con el sentido de entrega generosa, estudiada e inteligente al bien de todos los ciudadanos, el candidato alfonso-kirchnerista Leandro Santoro y los de izquierda intensa –con la salvedad de que éstos carecen de chances de triunfo–. Entre los demás, se puede destacar a Horacio Rodríguez Larreta, ex jefe de gobierno, como ejemplo de probado fervoroso impulsor de obras, pero imbuido de una formación gerencial capitalista, privatista con inevitable fusión con las corporaciones de la construcción e inmobiliarias, sin rastros de partir desde una comprensión humanista de los millones de porteños pobres.

La sensación conjetural dominante es que la derecha sumará poder. No extrañó en Santa Fe –donde la elección ya se realizó–, provincia anodina en toda la historia y sojera hoy, donde se guarda en silobolsas tanto dinero como el que le hace falta a todo el resto de la economía real para arrancar, extorsionando al Estado –a todos nosotros– para lograr una prebenda especial en dólares, porque son –desde hace doscientos años–dueños de la tierra.

Por cierto no es la única en esas condiciones: toda la pampa húmeda tiene esa cualidad expoliadora sobre el resto de la patria, y se le suman ahora como socios el gran capital financiero y las corporaciones nacionales e internacionales.

Pero lo más desconcertante y peligroso, según aprecian los militantes “racionales” de las políticas populares, democráticas, antiimperialistas, es que millones de ciudadanos de clases medias y bajas apoyan sin dudar una política que se dice anarco-capitalista pero en los hechos muestra día a día que eso quiere significar híper-explotadora, destructora del Estado, del trabajo, de la industria nacional, de la educación, de la ciencia, de la economía toda –salvo la agraria– con sumisión absoluta y explícita a los modelos que halla en Estados Unidos e Israel.

¿Cómo es posible que esta execración a lo humano y popular sean justificadas, no solo por las elites empresariales sino también por importantes franjas de las clases medias y pobres?

La estupefacción ante la incomprensible irracionalidad ha llevado a poner en la mira a la catarata de mentirosos, injuriosos, calumniadores algoritmos que, sin pedirlos, les llegan a los ciudadanos por los cadenas de difusión masiva –prensa, televisión, pero en particular a través de los teléfonos celulares– con un relato que desde grandes plataformas tecnológicas ha juntado su ideología con la de gobiernos fascistoides, al tiempo que omite cualquier otra opinión que se le oponga o, peor aún, la denosta con rapidez con más mentiras bien armadas.

Álvaro García Linera, con su habitual lucidez, levanta una huella escondida: para que esos algoritmos sean eficaces “tiene que haber previamente una inclinación al odio vengativo de parte de una población que no consume boba y sumisamente lo que ve en la pantalla y que siempre tiene al alcance el ejercicio de su libertad electiva de levantar la cabeza por encima del celular y ver una realidad ampliada”. En el caso argentino, ejemplifica con el odio gorila contra el peronismo que reventó en 1955, y en el fenómeno mileísta, la frustración por la no redistribución por los progresistas de la democratización económica kirchnerista. La inanidad del gobierno de Alberto Fernández –esto es de mi cuenta– votado por el pueblo dejó a la mayoría de los electores (que, seamos sinceros, no pueden realizar sesudos análisis políticos con proyección de futuro medio) sin opciones imaginables. La derecha macrista era imposible de elegir; el progresismo kirchner/peronista acababa de mostrar su ineficacia para resolver los acuciantes problemas básicos. En ese escenario, el salvador se encarnó en la aparición de un sujeto sin antecedentes, insólito y disruptivo, que solo prometía machaconamente y a los gritos acabar con toda esa casta política y proporcionar, con el anarco capitalismo –que nadie conocía– la más amplia libertad con una magnitud tan desmesurada, aniquilando el Estado, con tan excesiva manifestación, que con razonabilidad pobre sólo se creía era una admisible y mentirosa exageración electoralista.

 

 

El problema fue que no mentía. Con el apoyo de todas las grandes corporaciones nacionales e internacionales aquí radicadas, el odio restaurador de las altas capas sociales molestadas por el avance democrático igualitario, más Estados Unidos desde el exterior, comenzó y sigue sin tregua destrozando el Estado, la escuela pública, la ciencia argentina, la cultura, con acciones crueles contra los trabajadores, los pobres, los jubilados, los discapacitados y una embestida procaz contra “los zurdos”, que incluye a los kirchneristas, peronistas y miembros de cualquier partido que no apoyen en todo sus medidas políticas o económicas.

Entre nosotros quedó muy claro que las ideologías que se sucedieron tuvieron una base material que las sustentó. El neoliberalismo antidemocrático, antipopular y cipayo macrista creó los cimientos de un triunfo de sus adversarios antagónicos, los proclamados progresistas. Estos, más allá de las dificultades objetivas que el gobierno anterior le había creado al país, y las imprevisibles de una sequía sin precedentes y una pandemia mundial insólita, consiguió construir una imagen de carencia de objetivos, timorata. Asumió en silencio, como natural, la catástrofe financiera en la que nos hallábamos por culpa exclusiva de las corruptas maniobras del gobierno antipopular precedente, no explicó nunca la incidencia destructiva que tuvo una sequía propia de la naturaleza, ni mostró nunca su muy buena gestión de las enormes dificultades generadas por la pandemia y la lucha contra ella. A eso sumó la permanente búsqueda –y logro– de acuerdos con los poderosos de todas las áreas cuando los pequeños productores y trabajadores pugnaban por su buen mantenimiento o mejoras para crecer. Terminó consiguiendo una potente sensación social masiva de fastidio, cuando no de traición. Y entonces apareció Milei.

Yendo más allá de donde bien llegó García Linera, entiendo que, de todos modos, debemos abordar el tema de qué hacemos con los algoritmos. Porque sin base material donde actuar, no debería haber algoritmo que funcione: si el ciudadano mira por encima o los costados de la pantalla vería la realidad ampliada que no se acomoda a las notas, cálculos, imágenes, conclusiones y subrepticias sugerencias que hacen las pantallas, basadas en la información que nosotros mismos proporcionamos con nuestras búsquedas.

Pero por estos días la realidad es horrible para el pueblo y la Patria, y la mayoría de los ciudadanos no miran más que la pantalla que los atrapa y maneja para la esclavización y final destrucción. ¿Cómo hacer que miren por arriba, por abajo, por los costados, que la apaguen por mentirosa cruel?

A mi modo de ver, es esencial la militancia cuerpo a cuerpo, con un programa sintético, claro, pero por sobre todo audaz en los objetivos básicos a lograr sin concesiones.

Cuerpo a cuerpo. No hay ejemplo más rotundo de la energía inigualable de la compañía de voluntad y fuerzas luchando por igual, junto a cada cual, que las manifestaciones que somos capaces de hacer los argentinos tras una reivindicación o por la defensa de un derecho. Y que hacemos una y otra vez. Con desbordante alegría, que obvio no viene del mal que nos movió, sino de estar juntos peleando contra él. Y la respuesta valiente, prudente y hábil cuando fuerzas represivas desordenan la fiesta con violencia.

Debe obtenerse la introyección en los militantes de que la cercanía palpitante de energía transformadora también se da entre dos, o cinco, o diez. La militancia en las organizaciones de base de los partidos, con el ejemplo de las unidades básicas y los comités del pasado (no se me diga que eso es “viejo”: repasen las banderas de Belgrano, Moreno; la gestión de San Martín gobernando Mendoza y díganme que es viejo). La militancia de los movimientos populares debe jugar un papel básico, ante un modelo institucional renovado, más útil que nunca a un capitalismo podrido, financiarizado, con un poder de destrucción inmenso y transido de miedo.

Desde aquí, desde el fondo de Latinoamérica, un programa sintético, claro, audaz sin concesiones. El Estado con participación decisiva en las actividades en todos los órdenes, desalojando el lucro privado individual como motor social. Que asegure la salud para todos los habitantes. Igual con la educación. Igual con la ciencia. Que promueva la industria nacional, con paritarias y empleo en blanco. Que maneje y dirija el sistema financiero. Que modifique la propiedad y controle la explotación agraria. Que nacionalice todos los recursos naturales. Que tenga una política exterior independiente que se encamine a recuperar las Islas Malvinas. Una normativa de entidad constitucional contra todo tipo de corrupción, en todos los ámbitos públicos, tratada como lo que es, de traición a la patria (informo que ya está escrita). “Nada más. Por ahora”.

Son todos puntos que, de a uno, pueden encararse de encararse de manera simple, respetuosa, para la discusión esclarecedora, fuera del celular. No se trata, claro está, de tirarle con todo el paquete al conciudadano algoritmizado. Buscar un solo tema, el que puede ser de mayor interés individual. Tal vez pasar a dos, muy posiblemente caer en el principal, el de la conducción de un Estado democrático, participativo, popular, patriota.

Develar el discurso esclavizante.

Y sumar humanidad, usando la tecnología, no sirviéndola sino usándola para la liberación. Sobre la base material que nos regala –porque no puede hacer otra cosa– este régimen maligno.

 

 

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