ELEFANTES, GATITOS, MASACRES

Las disidencias de ayer dentro de Montoneros, revisadas por la politóloga Daniela Slipak

 

Medio siglo atrás, en los años 1973 y 1974, se produjo en la Argentina la mayor incorporación de simpatizantes, adherentes y militantes del campo popular a la lucha política. En buena parte jóvenes, fueron atraídos por la efervescencia del triunfo peronista tras dieciocho años de proscripción, el regreso del General, la liberación de los presos políticos, las multitudinarias marchas en las calles, un socialismo nacional apenas detrás de la línea del horizonte. Al exitismo se sumó cierta épica en favor del accionar de las organizaciones que habían adoptado la herramienta política de la lucha armada. En tales corrillos a esa época se la denominó “el engorde”. No era para menos: las agrupaciones territoriales, sindicales, estudiantiles, de mujeres, villeros, inquilinos, artesanos, requerían participación en las discusiones, incorporación activa a las tareas militantes, en fin: ser parte de una movida visualizada como pura promesa hecha realidad, sin serlo. Las dirigencias resultaron desbordadas, los cuadros debieron se reubicados y otros, debutantes, preparados para las tareas por venir. Difícil, por cierto, imaginar en ese exultante momento que pronto la labor principal se convertiría en salvar el pellejo de los compañeros y el propio. Hacia comienzos de 1975, la aparición del terrorismo de Estado bajo la forma de bandas para-policiales, ya era un riesgo circulante y en aumento.

Por su parte, las organizaciones guerrilleras peronistas procuraban salvaguardar a sus miembros al mismo tiempo que ensayaban respuestas de distinta eficacia. Una de las medidas fue la fusión de diferentes orgas, bajo la hegemonía de Montoneros. Más próximo a la fábula que a la chanza, el esquema organizativo interno padecía desfasajes de toda índole: los más veteranos señalaban que, si apenas tres años atrás la orga funcionaba como un gatito que se movía como un elefante, en ese momento era un elefante comportándose como un gatito. Parte de tamaña caracterización se debía a la perspectiva adoptada en función del lugar en la estructura en que cada cual se hallaba. La compartimentación más o menos estanca a la que la clandestinidad obligaba, solía ofrecer apenas sesgos, al modo de aquél apólogo donde los ciegos intentaban describir –otra ve— un elefante utilizando exclusivamente el tacto. Quien tocaba una pata afirmaba que el paquidermo era como una columna; al que le correspondía el rabo, una serpiente; el de la trompa, una manguera, y así sucesivamente, groserías incluidas.

 

 

Superficiales, cínicas, sin alcanzar siquiera la descripción, más que chascarrillo o malentendido, las anteriores imágenes grafican con elocuencia la severa dificultad por lograr análisis compartidos y sus correspondientes pautas probables de acción. A tal punto que en más de una oportunidad dos distintas publicaciones de la misma orga exponían perspectivas diferentes, cuando no contradictorias. Desfasajes que, tras recorrer los recovecos de ámbitos de menor nivel, quedaban resueltos por la Conducción Nacional, muchas veces lejos de las consideraciones aportadas por sus bases. Como es lógico, fueron prácticas sordas, poco democráticas, capaces de quebrar diversos estamentos en distintos frentes. La discordancia podía abordar asuntos banales así como temas estratégicos. De un modo u otro, al final del sendero siempre emergía la dura roca de la función, medios, fines, propósitos y objetivos de suplir la acción política con la violencia armada.

Debate de fondo, descerrajó más escisiones, quiebres y diásporas que sumisión, opción preferida por las sucesivas conducciones mayores. Con los resultados conocidos. Derrota y desastre. Estas discusiones y los efectos correlativos son ahora recortados por la politóloga Daniela Slipak (CABA, 1979) en Discutir Montoneros desde adentro, donde se marca el campo semántico del objeto de estudio desde el subtítulo mismo: “Cómo se procesaron las críticas en una organización que exigía pasión y obediencia”, nada menos.

 

La autora, Daniela Slipak.

 

Entre todas las críticas orgánicas, la investigadora se centra en cuatro: la Columna José Sabino Navarro de 1972, generada por combatientes encarcelados, en su mayoría cordobeses y santafesinos; la Juventud Peronista Lealtad, heteróclita  y furtiva, surgida de redes dispersas e inorgánicas en 1974, cuando Perón brindó argumentos para alejar adeptos de los crecientes riesgos de la lucha armada; el Peronismo Montonero Auténtico de 1979, ya en el exilio, que recuperó los documentos de Rodolfo Walsh (y los últimos con la colaboración de Horacio Verbitsky, al que omite) de fines de 1976, principios de 1977; y la escisión folklórica Montoneros 17 de Octubre de 1980, asimismo fuera del país, con la organización en pleno desbande. Pese a las diferencias, la autora destaca representaciones comunes en las disidencias: “La dicotomía excluyente entre una violencia popular legítima y otra foquista ilegítima; la delimitación clara entre una actividad política y otra militar; la imagen de una organización partida entre la militancia de base y la cúpula dirigente autoritaria y aislada de la realidad; la postulación de un desvío militar o violento en relación con los orígenes políticos que se debían rescatar. Con estos esquemas, las disidencias simplificaron la densidad de los problemas de la experiencia insurgente”.

A Slipak no se le escapan las dificultades políticas, históricas y metodológicas de reunir un cuarteto para nada homogéneo ideológicamente y diverso en sus prácticas, además marcadas por diferentes momentos. Procura desmenuzar recorridos, acciones y postulados, con mayor buena voluntad que precisión. Aún advertida de la fragilidad de los enunciados promulgados en forma retrospectiva para una crítica contemporánea, procura zanjar los aspectos oscuros de los testimonios mediante la fuerza imbatible  de los documentos de época. No obstante, al recurrir a una evaluación realizada por un ex miembro de un sector, sobre otro apartado en el tiempo y en el espacio, las caracterizaciones obtenidas no logran disimular cierta ajenidad en su matriz. Con buen tino y honestidad intelectual, la autora se ocupa de especificar con nombre y apellido la fuente crítica, de manera que el lector pueda – si la memoria y la voluntad de investigar  colaboran— situar posiciones políticas específicas e intereses creados.

 

 

Resultan generosas las síntesis con las que la investigadora, sin temor a la vigencia que el presente impone, arriesga sucesivas nociones integradoras: “La disidencia surgió en un tiempo y en un espacio de frontera, entre el lenguaje revolucionario de los '70 y el liberal-democrático de los '80. Este gris tiñó cada una de las discusiones sobre la violencia, la democracia, el peronismo, y las vidas y las muertes de propios y ajenos”. En estos últimos grandes ejes reside el valor político y cultural de Discutir Montoneros desde adentro, por encima de que la historia se restrinja a esa organización y se extienda al presente. Deja en claro cómo los modos de lucha impactan en la vida misma. Por más que hoy por hoy tales pugnas dentro de la política burguesa aparenten apuntar a una vil repartija de cargos, subyacen necesarias discusiones donde la diversidad funciona como el motor privilegiado de la acumulación política. Sigue permaneciendo en juego la vida misma.

 

 

 

 

 

FICHA TÉCNICA

Discutir Montoneros desde adentro

Daniela Slipak

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2023

240 páginas

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