Elogio del susurro

Corazones rotos, éxodos y almas que se juntan en pedacitos

Escena de My blueberry night. Foto: The Weinstein Company.

 

El lugar del amor no siempre coincide con el centro de la vida. El cuerpo de los amantes abandonados deambula en el errabundeo –una tierra destinada a los amantes que no pueden parar de errar amar errar– en palabras de Barthes. Sin gloria ni paz, los corazones rotos solo pueden susurrar. El susurro siempre arrastra una pregunta de un lado al otro: ¿él volvió a buscar las llaves?, ¿ella va a regresar? Toda la espesura del mundo se manifiesta en el inesperado espacio vacío que deja alguien cuando cierra la puerta de una relación y se va. ¿Quién puede soportar que algo termine mientras todo lo demás continúa? ¿Cómo explicar “por qué” a quien nos abandona y decir “no sé por qué” cuando abandonamos? Abandonar es otro tipo de amor, un amor sin cuerpo. Siempre es bueno celebrar el errabundeo de los corazones rotos porque permite recordar que la vida ha sido iluminada por la ternura. Ese es el espíritu de My Blueberry Night, la película del gran poeta del cine Wong Kar Wai, que la plataforma Lumiton permitió ver en forma gratuita la semana pasada.

¿Quién puede construir un poema visual con una suma de instantáneas, marquesinas de neón y un puñado de confundidos que buscan algo más que consuelo? ¿Quién puede poner a Norah Jones a cara lavada (en su mejor momento de candidez) a protagonizar una hora y media un film que es “casi” un road movie? En el mismo sentido, ¿quién puede bajar de los escenarios a Cat Power, la musa del rock alternativo y construirle una escena a su medida? Wong Kar Wai. El director chino que supo apropiarse de distintos géneros cinematográficos, pero es reconocido por las inolvidables películas Con ánimo de amar y 2046, exponentes perfectas de su poética y estética. Dirige en esta oportunidad a Norah Jones, Jude law, Rachel Weisz, David Strathairn, Natalie Portman y Cat Power en una película coral, por momentos una suma de instantáneas en donde los personajes se deslizan de sus propios territorios buscando algo más que consuelo por una ruptura amorosa, están al borde de cambiar la vida para siempre o por lo menos que algunas cosas acaben para comenzar otras en otra parte.

 

Wong Kar Wai.

 

 

El lirismo espléndido de la nostalgia.

Wong kar Wai no estudió cine sino diseño gráfico, eso explica acaso la importancia que tiene el color y la fotografía saturada de sus películas. La cámara de Wong Kar-wai busca, sigue y acompaña el movimiento de sus personajes a través del juego de colores cálidos y fríos. A veces usa la cámara lenta para perpetuar un instante y a veces usa la cámara en mano proporcionando movimiento a determinados gestos. El director manipula la técnica para lograr diferentes efectos y siempre nos hace sentir. Las sombras y contrastes acompañan o subrayan la épica de las emociones. Wai como poeta del cine es un maestro de la sinestesia, un color se puede oír, una nota musical puede sentirse como la caricia de una seda, su cine no se mira, se siente como un perfume. La sensación que nos deja es que sus personajes están contenidos, es el silencio el que habla por ellos, en esos instantes de una intimidad fugaz los rostros explican la película.

My Blueberry Night es su primera película rodada en Estados Unidos. Si bien no se corre de su estilo, por lo menos estético, recibió críticas por impregnar de un espíritu americano a su poética, un “ir por los sueños” que contrasta con las dos películas más sobresalientes de su cine, en las que las posibilidades nunca se materializan, cuando el deseo arde no hay decisión de consumirlo, entonces se mantiene fluctuando sin evaporarse. El director chino es un obsesivo de la iluminación y en My Blueberry Night usa el neón a tal punto que es un protagonista más. Hay bares de rutas y pueblos de los Estados Unidos blindados por marquesinas que abrazan el desánimo de los corazones solitarios. El bar pasa a ser el centro de vida adonde los personajes van a diluir un pasado de oportunidades perdidas. Es fácil ser fuerte durante el día, pero la noche es otra cosa. Es una película/poema de traslados. Los cuerpos se trasladan escapando de lo que sienten que no debería suceder. Si hay un desapego, no es a un otro, no es a la historia de amor, la intención es desapegarse directamente del cuerpo que arrastra un corazón roto. ¿Cómo es una ruptura de pareja? ¿Qué se rompe cuando rompemos una relación? ¿Adónde se aloja lo roto? ¿Podemos pegar de alguna manera las fracturas como se hace en la técnica del kintsugi?

El protagonista de Wong Kar Wai es un sufriente de su soledad, un estado al que llega por reprimir tensiones emocionales/sexuales en un cuerpo contenido. Calendarios, postales que se envían por correo, llamados telefónicos, llaves que nunca son retiradas, cuentas pagadas que colgarán para siempre, no solo marcan el paso de los días, sino que subrayan la imposibilidad de escapar del recuerdo. Sumidos en crisis internas, los personajes de Wong Kar Wai están atrapados entre lo que fue y lo que ya no será. La estética, la ética y la poética de Wai está en la sensualidad de las relaciones nunca demasiado explicitadas.

La clave de la película estrenada en el año 2007 es el balbuceo que hace el destino. El destino en esta peli coral es inseguro, no es un destino que marca un rumbo, el destino es un pusilánime infeliz. La película hace circular por las rutas de la América profunda una pregunta sobre la intención de arriesgarlo todo: ¿se apuesta a ganar? o ¿se apuesta para que el azar decida? No existen corazones colmados que no rifen su seguridad todos los días, “el amor pertenece al orden dionisíaco del golpe de dados”, el mundo está repleto de corazones anodinos que no se rompen, que fichan a tiempo en el trabajo, sin embargo, los rotos tienen un perfume de ternura que los hace encantadores. A la hora de los tragos, el encuentro y las rupturas peregrinan por los bares y de las noches bebidas nacen los éxodos. Sin olvido no hay vida posible, sin desencuentro no hay éxodo.

 

 

 

La liga de la belleza juega a los corazones rotos

Jude Law es Jeremy, el dueño de un bar en New York, que podría ser el mismo que veinte años después regentea en Black Rabbit (Netflix). Lindero a la autopista, los exteriores del bar de la película se parecen mucho a los de la serie de Netflix. Norah Jones, Lizzie, entra al bar con esa magnífica cara y su voz angelada para dejar las llaves del que fue su hogar antes de romper con su pareja. Este encuentro entre Lizzie y Jeremy es la punta de un hilo rojo que Wong Kar Wai tira para mostrarnos cuán bellas son las almas que van juntándose en pedacitos por distintos pueblos y rutas de ese inmenso país, ajeno al director chino.

Rachel Weisz está más linda que nunca, esto parece una oda a la superficialidad estética pero la magnificencia de sus estilistas y la elección estética es parte de esa sinestesia del director, los estilos, los peinados pueden sentirse. Sue Lynne, además de bella es la mujer que ha dejado a David Strathairn, Arnie, un policía alcohólico, el más border de todos, el director decide afinar por este lado el hilo, hasta cortarlo, cuando el ex marido de Sue Lynne da por perdida la relación con su mujer.

Natalie Portman es Leslie, una jugadora de cartas, criatura de casino donde no hay diferencia entre día y noche, siempre es el tiempo del neón. El juego es el lado más oscuro del riesgo. Apostar para Leslie es perpetuar el suspenso y patear sus roturas para adelante. Es la más fresca, la menos melancólica. Apuesta todo, aun cuando ya venía perdiendo porque necesita el vértigo que produce tentar al azar.

Cat Power, Chan Marshal su verdadero nombre, aparece menos de cinco minutos en una escena con Jude Law. Su aparición parece del orden de onírico. Un encuentro de ex novios que lo sacralizan compartiendo un cigarrillo, encuadrados por la vidriera del bar. Son dos que parecen amarse, son dos que no están juntos porque bien sabe Wong Kar Wai que el amor es bendito cuando ya no hay pareja que sostener. En los escasos minutos que conversan se miran con la suavidad del amor que pasó de pasión a cariño. En el bar, Jeremy guarda todas las llaves de quienes las dejan cuando rompen una relación. Katia le pregunta por las suyas, las llaves se ponen a rodar como metáfora sobre el estatus de las rupturas, se puede seguir teniendo las llaves y volver a abrir, dice Jeremy, también se puede tener las llaves y que esa puerta ya no se abra, o incluso se puede entrar y la persona que buscas ya no está, o no es la misma. La chica se cruzó el país para comprobar si esa puerta se podía volver a abrir, entonces Jeremy hace le pregunta que nos hacemos todos cuando vuelve un ex: ¿por qué viniste?, ¿por qué dejamos por debajo de todas las pieles la posibilidad de volver?, ¿para reencontrarse con el otro?, ¿o para reencontrarnos con ese que fuimos? Anhelamos que un cordón nos siga uniendo a alguna placenta.

Chan Marshall o Cat Power es una cantante de rock alternativo que por sus problemas con la bebida pasó varias internaciones, crisis, cambios drásticos en su peso, etc. Si de por sí la vida es difícil de llevar, la fragilidad emocional explota viviendo en el mundo del rock, la noche, las giras y las horas sin dormir. Aun así, o precisamente gracias a esa sensibilidad, Cat Power perfora sus condiciones y hace surgir su talento en discos imperdibles como Jukebox o The Greatest. La chica grunge dulce y vulnerable que se sostiene en el espacio del indie americano desde hace casi treinta años le dio a My Blueberry Night uno de los mejores temas de la banda de sonido: el track que pertenece a The Greatest y es la declaración de una rocker que cuenta que alguna vez tocó el cielo de lo grande, pero una oleada y las estrellas de la noche la hicieron polvo. Hubo un tiempo en que quise ser la mejor… Recomiendo fuertemente escuchar ese disco o el soundtrack entero de la película que incluye a Ry Cooder, a la misma Norha Jones, a Cassandra Wilson y hasta a Gustavo Santaolalla.

Por encima del reto de vincularse, las criaturas descosidas de My Blueberry Night van cruzándose en las rutas combinando expectativas y despedidas, buscando un lenguaje para los finales, abriendo un paréntesis para que entre un punto de luz. Un destello que distraiga al destino para imponer nuestra voluntad. Entonces, siempre habrá corazones rotos protegidos por bares y una pregunta anclada en la puerta: ¿podemos escapar del dolor cuando el mundo se nos afina?

 

 

 

 

 

 

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