EMÉRITO DE LA VIDA

Cordobés. Musiquero, cantor, bailarín excelso, peñero. Bebedor fiel entre amigxs. Hospitalario sin mesura

 

Julio Maier, Maestro de maestros... para muchxs tal vez el último... nos honró a lxs que tuvimos la suerte de estar cerca, con su enorme, desbordante afecto y su generosidad infinita, humilde de toda humildad y de una sabiduría más allá de la Academia, propia de unos pocos elegidos.  Cordobés. Musiquero, cantor, bailarín excelso, peñero. Bebedor fiel entre amigxs. Hospitalario siempre sin mesura, con la complicidad de María Inés, su amadísima compañera.

Pesimista de la razón, crítico furioso del sistema de justicia y de la impudicia de los dueños de todas las cosas. De esos de los que juegan siempre de este lado. Gallina fanático, que por ser él se le perdona. Hoy sólo nos queda hacer el duelo imprescindible, llorar su partida y seguir caminando.

El martes, tras la noticia de tu muerte, me aferré a estas pocas palabras para evocarte.

Hoy las retomo y sumo otras, con las que sin pretensión alguna de originalidad, quisiera pintarte desde otro lugar, ese que armamos en estos últimos espinosos años, movidos por el dolor, la impotencia y cierta repugnancia provocada por una realidad que veías se llevaba puesta muchas esperanzas compartidas. Es que nos habías dicho alguna vez que, cuando creías que tu vida cobraba sentido porque veías que nuestros países comenzaban a edificar un rumbo político común, soberano, democrático y solidario —más allá de gustos y preferencias políticas—, habían irrumpido en ella personajes que ni conocías, defensores sin límites del individualismo, de la inequidad, del dios de la propiedad privada. Sin embargo,  no había resignación en vos. Y eso era alentador para nosotrxs.

Más de una vez dijiste algo así como que todos tus empeños por hacer más humano el Derecho y la Justicia, en lo que sentías te tocaba, habían sido vanos. Los destinatarios de esas expresiones te contradecíamos todo el tiempo, porque sabíamos que no era cierto.

Hay tanto bueno para contar de un tipo como vos. Muchos otros y otras, que tan bien te quisieron, lo están haciendo por estos días, tal vez a modo, como en mi caso, de despedirte y a la vez de mitigar la tristeza por el silencio con el que nos quedamos.

Yo voy a memorar algunas pocas de las muchas cosas que me conmovieron de vos, en definitiva de la vida tuya, más allá de los claustros y la judicatura. Y para eso recurrí a los correos electrónicos, que advertí fueron infinitos en estos años entre nosotros. Me sirvió recorrerlos para poder dar cuenta de esto que sigue.

En febrero de 2015 te llamé, queríamos asegurarnos de tenerte en el cierre de las IIIª Jornadas de Lesa Humanidad que íbamos a hacer en Buenos Aires, en el Centro Cultural Haroldo Conti. Creo que siempre tuviste el sí fácil, lo que habla de tu enorme generosidad. No viniste al cierre, arrancaste directamente con nosotros y nosotras las Jornadas y te quedaste hasta el final. Ni qué hablar de la peña que armamos en FOETRA. Pero más aún, escribiste un mes antes tu exposición y tuviste la grandeza de hacernos llegar esos escritos, para que opináramos sobre su contenido y extensión. Eso era también lo que te hacía único.

De tu mano y de la de María Inés, mi compañera y yo vivimos los carnavales más sorprendentes, mágicos y bellos que jamás hubiéramos imaginado, fue en Tilcara. Esa tierra que tanto te cautivaba, igual que toda la Quebrada, y cómo no entenderlo, si te convertías, ni bien pisabas, en uno más de los del lugar. A pura chicha, baile, guitarra y canto, la cultura de ese Pueblo, la Madre Tierra, la Pacha, te podían y eras entonces simplemente Julio, el hermano.

Quizás todo eso y tu enorme ternura, esa que intentabas disimular sin conseguirlo, te llevó a interesarte en la situación de Milagro Sala y en su causa. Así, casi sin escalas, terminaste un día estrechándote en un abrazo interminable con ella en el Penal del Alto Comedero, que luego siguió en una ranchada con el resto de sus compañeras presas. Después salimos a recorrer la obra monumental de la Túpac en San Salvador, y se te llenaron los ojos de lágrimas cuando viste el abandono y el arrasamiento al que la había llevado Morales, su verdugo. Me consta que esa causa te dolía y la seguiste, no podías entender tanta maldad acumulada, tanto odio y ensañamiento.

El 17 de diciembre de 2016 decidiste motu proprio, ser parte de un acotado contingente, que esperó horas en un bar del Aeroparque Jorge Newbery, sin éxito que lo embarcaran en un vuelo que debía llevarlos a Jujuy. Habían organizado una patriada, acompañar a Milagro en la lectura del fallo de la causa armada e impulsada por el gobernador Gerardo Morales, que finalmente terminaría en una bochornosa condena.

Otra vez, allá por septiembre de 2017 nos dijiste a Gonzalo Fernández y a mí, en un correo electrónico —que está visto solía ser un buen modo de comunicarnos—, que sabías que te extrañábamos y que éramos de aquellos que íbamos a llorar en serio tu partida (cuando eso sucediera), aunque claro estaba, no los únicos. De inmediato nos pediste que no nos entristeciéramos, pero que necesitabas decir todo eso y más, como entonces lo hiciste.

En estos años hablamos mucho, aunque no lo suficiente. Muchas veces comimos y tomamos más de la cuenta, y hasta en una de esas me animé a preparar para vos y María Inés “humita al plato”. Que la comieras fue un halago inconmensurable, y ni que hablar  que te animaras a repetir.

En febrero de 2018 recibimos en casa tu último libro Mientras estés conmigo, un gesto amoroso para con María Inés y tus seres queridos. Despuntabas así el vicio de otra pasión. Nos conmovió mucho su lectura. Aunque hablamos de él, me quedé con ganas de más, como casi siempre me pasa.

Hablamos el sábado, otra vez te trajo Milagro, querías saber cómo tenías que hacer para ver la película. Te lo dije y por las dudas, el domingo, te llamé a media mañana porque quería asegurarme que se hubiese entendido y que efectivamente ibas a poder verla.

Acá me planto amigo, una ínfima parte de lo que puedo contar, quedará para recuerdo nuestra incursión en la Peña de la Ribera en donde jugabas de local siempre; un memorable viaje a Mar del Plata y el conmovedor homenaje allí a los compañeros asesinados y desaparecidos en “La Noche de las Corbatas”; tus aportes al Foro por la Libertad y la Democracia. En fin, todo eso que habla de vos, de ese ser algo cabrón, pero siempre entrañable, que amaba a los suyos y a quien todo lo humano lo conmovía.

Me queda la tranquilidad de haberte podido expresar muchas de las cosas que quería y que sentía, y de haberte escuchado.

Si tuviera que elegir un tema para escuchar mientras esto escribo, elegiría Guanuqueando, de Ricardo Vilca, que a vos tanto te gustaba, pero muy a tu pesar, lo haría en la versión de Divididos.

Espero que llegue el día en que, como te gustaba tanto, nos juntes, esta vez para evocarte.

 

 

La deidad  principal  de  la cultura indígena  es  la  madre tierra, la  naturaleza,  y  en

ella  se  centra el  culto  religioso. La  Pacha  rige el  tiempo de  la  vida.

La deidad  principal  de  la cultura indígena  es  la  madre tierra, la  naturaleza,  y  en

ella  se  centra el  culto  religioso. La  Pacha  rige el  tiempo de  la  vida.

 

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