En el limbo electoral

Reflexiones sobre el aumento del ausentismo y del voto en blanco en los comicios provinciales

 

Con los comicios realizados en 16 provincias que decidieron despegarse de las elecciones presidenciales, la búsqueda de tendencias para aventurar proyecciones está al orden del día. Entre ellas, hay dos variables que se destacan, no tanto por su magnitud como por el hecho de que manifiestan una inconformidad que pone en jaque al mismo sistema que las convoca a expresarse. Con diferencias nada despreciables en cada distrito, la concurrencia a las urnas ha mermado en su poder de convocatoria respecto a anteriores sufragios. Además, el promedio de los votos válidos emitidos en lo que va de 2023 da cuenta de un crecimiento en la cantidad personas que ingresan al cuarto oscuro e impugnan todas las opciones disponibles.

Los guarismos de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) del pasado domingo en Santa Fe ratificaron el cuadro del malestar general. La participación electoral fue de un 63%, el porcentaje de votantes más bajo en la provincia desde el retorno de la democracia. En la ciudad de Rosario, la asistencia fue aún menor: votó un 57% del padrón. En paralelo, el voto en blanco se consolidó como tercera fuerza provincial con 7,8%, superando cómodamente al candidato a gobernador libertario, Edelvino Bodoira, que reunió un lacónico 3% de los sufragios. Si se agrega en la cuenta el 4,87% de votos anulados, la participación positiva –es decir, la efectiva elección de un candidato entre los ofertados– desciende a la mitad de los electores habilitados para votar.

Fue la primera cita en la que estuvieron habilitados para elegir cargos provinciales los jóvenes santafesinos de 16 y 17 años. El Tribunal Electoral del distrito resolvió su participación a menos de una semana de los comicios, luego de un recurso de inconstitucionalidad que aún puede ser elevado a la Corte Suprema provincial. Por ende, todavía no está firme la posibilidad de que puedan emitir sus votos en las generales. Este es sólo un capítulo más de la incertidumbre electoral que se ha vivido en los escenarios subnacionales, que tuvo su punto más álgido a mediados de mayo cuando la Corte Suprema de Justicia de la Nación suspendió las elecciones en Tucumán y San Juan cinco días antes de la fecha en la que estaban programadas.

¿Estamos frente a un aumento del “voto bronca” y del “no voto desinterés”? El fantasma de la crisis representacional del 2001, parafraseando a Karl Marx, oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Para evaluar el asunto, hay que poner como parámetro el proceso electoral que más se asemeje, es decir, aquel inmediatamente anterior en el que se haya disputado la renovación de cargos ejecutivos provinciales. El Centro de Investigación para la Calidad Democrática (CICaD) se puso al hombro la tarea de analizar la variación de la participación positiva (la cantidad de electores que sufragaron, restando el ausentismo y los votos blancos y nulos) entre 2023 y 2019 y obtuvo los siguientes datos:

 

 

La lectura de la media interprovincial arroja una caída en la participación electoral del 4,67% y un aumento de los sufragios blancos y nulos del orden del 2,24%. En consecuencia, si sumamos los dos factores, se puede observar un descenso de los votos positivos de casi siete puntos respecto de los comicios celebrados hace cuatro años. Para Facundo Cruz, doctor en Ciencia Política y uno de los autores del informe del CICaD, “desde el ‘83 hasta la fecha hay una caída progresiva de la participación electoral, pero si hacemos el corte desde 2003, esta caída no es tan pronunciada”. El investigador distinguió dos ciclos de participación electoral desde la transición democrática y reflexionó que, si tomamos los últimos 20 años, la baja no es tan significativa como para hablar de una “desafección generalizada”.

 

Contextos

La abstención al momento de emitir el sufragio ya había sido protagonista en las elecciones legislativas de 2021, en las que –contexto pandémico mediante– participó sólo el 68% del padrón.

 

Fuente: Observatorio Político Electoral del Ministerio del Interior.

 

Para evitar las miradas catastróficas, Cruz sugirió que no hay que medir la participación “con el prisma de la crisis de 2001”. Para ello es necesario profundizar las indagaciones sobre las causas y las particularidades provinciales. Por caso, el salto en el voto nulo en Mendoza se explica por un cambio en el instrumento de votación, ya que este año se implementó la boleta única de papel. Para el politólogo Mario Riorda, presidente de la Asociación Latinoamericana de Investigadores en Campañas Electorales, las modificaciones de las reglas electorales en algunos sistemas provinciales “producen confusión o desconocimiento y, ante la ausencia de pedagogía electoral, terminan favoreciendo este tipo de votos que no son necesariamente de bronca”.

No obstante, en la porción del electorado que no fue a votar, Riorda percibió “algún nivel de insatisfacción, frustración o decepción que le ha generado el oficialismo”, que aun así no resulta suficiente para “cambiarse electoralmente hacia una opción opositora”. En este punto, no hay una hipótesis certera sobre cuál es la fuerza política que se ve más perjudicada con el aumento del ausentismo. El voto en blanco, por otra parte, asoma como un posible competidor para canalizar el enojo que pretende capitalizar Javier Milei.

 

El clima

“La crisis de representación parece tener varios indicadores: la falta de entusiasmo, la fragmentación de la representación política, la pobreza de los mandatos que se contratan en las elecciones”, enumeró el sociólogo y antropólogo Pablo Semán. Estas conductas son independientes de los valores políticos o las posiciones programáticas de las personas y se explican porque “los electores se sienten apabullados por la cantidad de decepciones que han recibido y reciben cotidianamente”, ya que en un tiempo corto se han alternado “fuerzas políticas con muy distintas propuestas, y ambas fracasaron”.

Para el investigador, especializado en el estudio de culturas populares, hay una sensación de divorcio muy grande entre representados y representantes: “Les parece tan poco efectivo lo que vaya a hacer alguien desde el gobierno ganando las elecciones que la elección no entra en su régimen de preocupaciones”. Semán identificó que esta distancia se ha expandido a los sectores juveniles –que antes tenían mayor participación en los procesos electorales– y también en sectores de empleados informales de ingresos medios o bajos que consideran que los resultados no tendrán influencia sobre ellos: “Hay una especie de ‘yo prescindo de votar porque la política prescinde de mí’”.

Esta “desesperanza instalada” se traduce en la creencia de que “las cosas van a mejorar o empeorar casi independientemente de su vínculo con la política y de lo que hagan los políticos”, estimó Semán. A su entender, estos “no votantes” perciben que el contexto político es inmodificable: “Se relacionan con la política como quien se relaciona con el clima, como un conjunto hiperdeterminado de condiciones sobre las cuales ellos no tienen la más mínima incidencia”, ya que “uno puede saber el pronóstico meteorológico, pero no puede manejar el clima”.

 

Abstención abandónica

En las elecciones legislativas de octubre de 2001, cuatro millones de argentinos dejaron su sobre vacío o insertaron en las urnas figuritas de Clemente o de Mafalda. En la provincia de Santa Fe, por caso, los votos nulos y los blancos superaron el 40%. Para el historiador y politólogo Hernán Brienza no se puede equiparar la coyuntura actual con el voto castigo de principios de siglo, donde se utilizó el sufragio para generar un mensaje contracultural: “Hoy hay un voto desencanto, un voto que está vinculado a la tristeza, a la displicencia del método eleccionario como resolución de los problemas de las mayorías”.

 

 

La lógica del actual ausentismo está más cerca del abandono que de ser una “abstención revolucionaria”. La base de sustentación de este fenómeno es la frustración de los dos grandes sectores políticos: el votante PRO desencantado con lo que hizo Mauricio Macri y el votante peronista desencantado con lo que hizo Alberto Fernández. Consultado sobre qué partido se ve más afectado, Brienza meditó que no se puede hacer un corte ideológico: “De hecho, hay provincias donde ganó el oficialismo con altos niveles de ausentismo. Y ganó el peronismo”. El mejor ejemplo es Tierra del Fuego, donde el actual gobernador Gustavo Melella superó por más de 40 puntos al candidato del PRO y el voto en blanco se subió al segundo lugar en el podio con 21%.

Para Brienza, titular del Instituto Nacional de Capacitación Política (INCAP), la insatisfacción con la democracia no proviene de un pensamiento antidemocrático: “Esa desidia a la hora de votar no es un pensamiento estrictamente autoritario o fascista, incluso está presente en muchos votantes de centro izquierda”. Sin embargo, consideró que es posible que asistamos a un período de agotamiento para con las formas institucionales vigentes. La frustrada experiencia de la movilidad social puja sobre la legitimidad democrática, porque “con la democracia no se come, no se educa y no se cura” y tampoco “ha resuelto el gran problema en América Latina que es la pobreza y la desigualdad”.

 

Agobio

El historiador Claudio Panella juzgó que la coyuntura actual no es atribuible solamente a la cuestión económica y contrastó: “En el año 1989, cuando se adelantan las elecciones en plena hiperinflación de (Raúl) Alfonsín, la gente va y vota: votan por (Carlos) Menem y votan por (Eduardo) Angeloz”. Para el docente de Historia de los Procesos Políticos y Socioeconómicos de la Universidad Nacional de La Plata, quienes no asisten a sufragar están expresando una “disconformidad con cierta dirigencia política” a la que responsabilizan por la situación socioeconómica, o bien exponen que los candidatos no les resultan atractivos. Pero es incomparable con la crisis política de 2001: “Hoy la autoridad presidencial, aún mermada, sigue funcionando, y no hay cinco Presidentes en una semana”.

“No vivimos un momento de rechazo activo de la política, vivimos un momento de agobio y retraimiento” opinó por su parte el sociólogo Gabriel Vommaro, quien se ha especializado en el estudio de los activismos conservadores y del desarrollo organizativo del PRO en nuestro país. El cansancio y la desconexión entre la sociedad y la política se agudiza, según el investigador, en tanto “las dos coaliciones principales vienen hace meses con una interna fuerte a cielo abierto”, lo que genera una “sensación de que los políticos están en otra”.

Para Vommaro, quien publicó este año en coautoría Mariana Gené el libro El sueño intacto de la centroderecha y sus dilemas después de haber gobernado y fracasado, hay un corrimiento de la oferta electoral del centro para la derecha, una mayor audibilidad de la sociedad para ideas conservadoras y un mayor deseo de orden. Sin embargo, no resulta tan evidente el corrimiento de la propia sociedad hacia la derecha: “El orden es un concepto polisémico; Néstor Kirchner en 2003 se favoreció del deseo de orden y autoridad con un discurso completamente diferente”. En tal sentido, diferenció la situación de la Argentina actual de la que se vivió en Brasil con Jair Bolsonaro, quien fue el corolario de grandes movilizaciones sociales conservadoras.

 

En suspenso

La retracción del compromiso cívico no encuentra un valor unívoco entre los analistas: puede significar desinterés respecto a la política en sí, desconfianza para con el sistema político actual, o bien insatisfacción con las resoluciones que ha brindado hasta el momento la democracia. Lo que es indiscutible es que hay un sector de la ciudadanía que “está en el limbo”, abstraída del proceso electoral que se sucede a su alrededor.

El limbo metaforiza un espacio en el que las gentes están en suspenso, desconectadas de la realidad o indecisas respecto al rumbo a tomar a continuación. Una persona puede encontrarse en territorio nebuloso por estar distraída por pensamientos de otra índole que le resultan más urgentes. Aunque, también, puede que simplemente esté desesperanzada y apática respecto a las posibles orientaciones del porvenir. Si a simbologías nos remitimos, no hay que perder de vista que, en la teología católica, el limbo es una región fronteriza entre el cielo y el infierno.

 

 

 

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