Energía: el equilibrio necesario

El desafío de la actual política energética

 

A falta de un programa energético, el sector evoluciona siguiendo las dos tendencias que impone la realidad. Por una parte, una fuerte inclinación a las renovables, muy incipiente todavía, aunque incrementando su aporte a la matriz. Por la otra, la necesidad de garantizar el suministro con lo que existe en abundancia: los hidrocarburos, especialmente el gas.

En el medio existe una importante inestabilidad en el equilibrio que debería primar en la evolución de ambas dinámicas. A falta de plan, las fuerzas empresariales involucradas en ambos caminos pujan por acrecentar su protagonismo. Un ejemplo es la normativa sobre biodiésel. Sin desconocer como efecto positivo que otorga cierta seguridad el que expresan las hidroeléctricas y las nucleares.

No hay duda alguna sobre la creciente necesidad de evolucionar hacia una matriz energética con fuerte presencia de renovables. Lo impone, en primer lugar, la dinámica innovadora de las tecnologías en las diferentes fuentes de renovables y la consiguiente ventaja de menores costos, aunque sea en el mediano plazo. También la vocación del gobierno en cumplir con los compromisos ambientales del país, un imperativo ético con la humanidad toda. Pero no deja de forzar su avance la cantidad de grupos ambientalistas, asociaciones no gubernamentales, entidades académicas y empresas del área de renovables que manifiestan una potencia y entusiasmo importantes, que influyen en la comunidad y en la toma de decisiones. En ese sentido es una expresión local de un fenómeno mundial.

¿Es ese avance inevitable? Sí. ¿Es deseable? También. ¿A cualquier costo? Obviamente, no. El desordenado crecimiento de los últimos años no es conveniente para el equilibrio que postulamos y para el objetivo planificado de una transición ordenada en las fuentes de energía. La ausencia de transporte para la evacuación de esa oferta; la falta de un plan de localización territorial de los parques generadores –armónico, racional, equilibrado y con participación de las provincias–; la carencia de límites en los costos de estas fuentes, congruente con la necesidad de un precio sustentable en el mercado eléctrico;  son sólo algunos de los reparos para un apoyo incondicional en la promoción entusiasta de esta alternativa.

Pero lo que cuesta más aceptar, en el extremo, lo que rompe el equilibrio necesario en las vías de evolución de la matriz, es alentar sin condiciones un camino de crecimiento de la oferta en el cual la industria y la tecnología nacional están prácticamente ausentes. Esto se explica por el escaso protagonismo estatal ordenador que tuvo, en el inicio, esta tendencia a las renovables. Pareciera que sólo el mercado, el empuje macrista y los intereses empresariales le dan sustento real a su desarrollo anárquico y costoso. Costos en divisas y en desarrollo independiente de industria nacional.

La transición energética, muy bien explicada y desarrollada a nivel global, tiene también su importancia y trascendencia local a partir de su participación en los nichos de tecnología nueva en los que el país puede aportar novedad e independencia. Porque así podrá desprenderse de ser sustento de las corporaciones trasnacionales que colonizan con sus importaciones. Sin embargo, no puede obviarse que esa transición no es todavía una realidad desafiante para el sector energético, enfrentado hoy, en cambio, a decisiones cruciales respecto a las dos tendencias expresadas. Ambas compiten desde la fundamentación que las sustenta: una desde lo inevitable y necesario –que es todavía futuro–, y la otra desde la realidad presente que pretende mantenerse a toda costa, más por los negocios y promesas de ventura económica, siendo –empero– consciente de su final, aunque ese plazo sea incierto.

Esta segunda tendencia, con encarnadura fuerte en la economía y la vigencia avasallante de los fósiles en la oferta energética, retrasa por un tiempo el avance confiable de las renovables, hasta que su suministro sea suficiente y sustentable.

A partir de la disposición de hidrocarburos que permitía la sobrevivencia pacífica, aunque frágil, de la oferta nacional, junto con las hidroeléctricas y nucleares, la aparición de Vaca Muerta –con su potencial enorme e inversiones importantes para su desarrollo, técnicamente complejo y trabajoso– despertó en el país la fiebre del oro negro, la soja negra. Esta nueva piedra de salvación que desaloja el trabajo sostenido, creativo, sobre los yacimientos tradicionales, y la industrialización con tecnologías creativas, dio lugar a la fantasía de riquezas crecientes. Su novedad tentó a los decisores energéticos, principalmente, a los grandes grupos económicos. Todavía debe demostrar su capacidad de producción abundante y confiable de gas, con costos adecuados a la realidad del país.

Más allá de las críticas a sus procedimientos tecnológicos, la ventana de una producción de crudo y de gas en grandes magnitudes por varios años todavía estará vigente para garantizar el suministro actual. Es una realidad que no puede descartarse solamente con las promesas de un futuro ideal vinculado a las renovables, que deberá confirmarse con el tiempo.

Por lo tanto, debemos aceptar y enfrentar que el suministro de energía seguirá teniendo una cuota importante de hidrocarburos en su oferta. Esto no implica negar su afectación ambiental como sector productivo, simplemente se trata de la necesidad de garantizar energía suficiente y a un costo razonable hasta que las variantes de renovables puedan suplirla con eficacia. A su vez, hay que considerar que siempre deberán complementarse en la matriz con las hidroeléctricas y las nucleares.

En esta vía, se debe diferenciar la producción de crudo respecto del gas. El primero, actualmente el preferido de las petroleras, no representa un problema mayor, una vez satisfecha la demanda local. En cambio el gas, que sustenta la mayor proporción de energía del país, merece la mayor atención. La ventana de gas, hasta que crezcan las renovables, es la solución a una oferta equilibrada de energía en la actualidad y por varios años, cuyo límite lo pondrá el tiempo.

El problema de un extremo que rompe el equilibrio necesario es la vocación por hacer de esa solución una fuente de negocios de las multinacionales petroleras, de extractivismo exportador, de requerimiento de infraestructuras fabulosas y endeudamientos estatales, todo con el fin de justificar las inversiones para el gas que requieren las necesidades nacionales.

En la actualidad, ese límite lo representan los planes Gas, con su dolarización de la energía por años, o una YPF que no termina de encontrar su destino como empresa nacional. La consecuencia de esta vía extrema es, entre otras varias, la carga demasiado pesada en el presupuesto nacional que exigen aquellas ambiciones de las corporaciones petroleras.

 

El Plan Gas se puso en marcha en noviembre de 2020.

 

El gas es complemento de las renovables sólo en tanto sirva para atender toda la demanda nacional, incrementar el valor agregado en la industria nacional de fertilizantes, petroquímica, y otras, desarrollar pymes locales y tecnología nacional y de exportación eventual, como objetivo secundario, a países hermanos de América Latina.

El equilibrio necesario entre las dos tendencias, que se complementan en un círculo virtuoso, pero que se rompe en los dos extremos de cada una de ellas –lo que debiera evitarse–, es el objetivo a conseguir si pretendemos que la energía contribuya al desarrollo productivo, a la industria nacional y al avance de nuestras tecnologías, con un alivio en el presupuesto nacional y costos razonables para el consumo, sustancialmente menores a los actuales.

Este es el desafío actual de la política energética.

 

 

 

 

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