Enfrentar las tiranías

La experiencia de la Iglesia Confesante frente al nazismo

 

“Si te embarcas en el tren equivocado, de nada sirve correr por el corredor en dirección opuesta”.

Dietrich Bonhoeffer

 

Algunas veces, no sabemos por qué nos pasa lo que nos pasa. Buscamos mil excusas, escuchamos versiones que nos acarician pues nos exoneran y hacemos foco inculpando a otras y otros, como el perro que siempre se rasca para afuera.

Quisiera contarles una historia de la que se cumplen 90 años. Un hecho y una declaración singular, que creo nos puede ayudar a despejar la bruma de estos días aciagos en los que se mezclan broncas, odios, esperanzas, miedos y fracasos.

Decía el gran Leopoldo Marechal: “De los laberintos se sale solo por arriba”. Te invito a subir al avión que nos devuelva rápidamente a la estación de partida, para poder encaminarnos por la ruta de la paz.

 

Historicidad

El tratado de Versalles, que puso fin a la Primera Guerra Mundial (1914-1918), sumió a Alemania en una crisis económica que arrastró a su pueblo al dolor y la pobreza extrema. En ese clima fue creciendo la popularidad de Adolfo Hitler, designado canciller el 30 de enero de 1933.

Tras incendiarse el Reichstag (congreso alemán) en el primer mes de mandato del Führer, el Presidente Paul von Hindenburg firmó bajo presión el estado de excepción, suprimiendo libertades y garantías. Comenzó entonces la persecución de opositores.

En agosto de 1934, tras la muerte del mandatario a sus 85 años, Hitler se autoproclamó líder y canciller imperial. Nacía una cruel dictadura en el seno de la humeante República Democrática de Alemania. El sueño de la República de Weimar, parido al finalizar la guerra en 1918, se convirtió en una trágica pesadilla con una endeble cáscara democrática.

Hitler enamoró al sufrido pueblo alemán con su proyecto del nuevo orden, el cual bregaba por la hegemonía continental de Alemania en Europa, estableciendo como prioridad el Lebensraum (“espacio vital”) para los pueblos germanos: un principio imperial que permite invadir y poseer todo lo considerado necesario.

Siempre debe haber un enemigo antagonista que genere el temor necesario para insuflar los ánimos nazionalistas. En este caso, el elegido fue el comunismo ruso. Como de costumbre, cuando estas operaciones de manipulación logran su objetivo, las agresiones cesan. Hitler y Stalin firmaron un acuerdo de no agresión, que obviamente también fue falso.

 

La Liga de Emergencia

El nazismo unificó 28 iglesias regionales para dar nacimiento a la Iglesia Evangélica Alemana, colocando como “Obispo del Reich” a Ludwig Müller, miembro de la organización de los Cristianos Alemanes, vertiente nazi a ultranza nacida en 1932. Müller, un déspota absoluto, ocupó el cargo hasta su muerte en 1945, cuando se suicidó en Berlín ante la inminencia de la derrota.

El sínodo de la Iglesia Evangélica Alemana de 1933 se tiñó de marrón, color de la indumentaria nazi, proclamando el predominio de los “cristianos alemanes” con su teología xenófoba y antisemita. Sin rubor alguno, lograron germanizar a Jesús para justificar sus objetivos, haciendo del Señor un líder ario. Nacía la teología nazi.

Sin embargo, impregnados del Evangelio de Jesucristo, los pastores luteranos Martin Niemöller y Dietrich Bonhoeffer redactaron un documento de cuatro puntos en los que reafirmaban los fundamentos de la fe cristiana, oponiéndose a la dirección proto-nazi del cónclave. Así, nacía la “Liga de Emergencia” que, para octubre de ese año, sumaba las voluntades de más de 6.000 pastores.

Hermann Göring expresó que todo lo alemán debía seguir los lineamientos nazis. Esto incluía a la literatura; la quema de libros no se hizo esperar. Al ver las hogueras, un agudo poeta anticipó el futuro cercano cuando dijo: “Donde se queman libros terminan quemando gente”.

Las prohibiciones y normas intolerantes no se hicieron esperar y, para enero de 1934, los pastores de la Liga de Emergencia tomaron dos decisiones claves:

  1. Romper con la Iglesia Evangélica Alemana.
  2. Convocar a un Sínodo como Iglesia Libre separada del Estado.

Cinco meses después, la Liga de Emergencia se reunía en Barmen congregando a obispos, pastores, seminaristas y laicos de 18 iglesias regionales, dando origen a la “Iglesia Confesante”, identificada con las palabras de Jesús en Mateo 10.32, que nos instan a confesar nuestra fidelidad a Cristo por sobre toda otra autoridad.

La “Iglesia Confesante” fue aquella que con valor se opuso a la tiranía hasta entregar su propia vida. Muchos de sus integrantes fueron enviados como castigo a las primeras líneas de batalla, otros fueron asesinados en los campos de exterminio o ejecutados, como Dietrich Bonhoeffer, ahorcado el 9 de abril de 1945, 28 días antes de que Alemania firmara la capitulación.

 

Dietrich Bonhoeffer y sus estudiantes de teología en Finkenwalde.

 

Como ayer, hoy se vuelve imprescindible una Liga de Emergencia que engendre a una Iglesia Confesante para albergar a todas y todos los discípulos de Jesús, quienes entienden el verdadero significado de la cruz y disciernen entre lo que es Cristo y lo que es Anticristo, tal como Mateo lo expone en el capítulo 25, versos 31 al 46 de su evangelio, una síntesis pragmática del amor al prójimo.

 

La declaración de Barmen

Hace 90 años, entre el 29 y 31 de mayo, a orillas del río Wupper, los asistentes al sínodo de la Iglesia Libre proclamaron la Declaración de Barmen, bautizada así por el nombre de la ciudad que les dio cobijo.

Esta proclama se dio a conocer en forma masiva por la intermediación del obispo Bell, quien logró que el diario The Times, en Londres, la publicara en forma completa, hecho que produjo un cimbronazo dentro de las fronteras germanas.

El prólogo de la declaración identifica a quienes integran la Federación de Iglesias Confesantes: iglesias luteranas, reformadas y unidas, sínodos libres, de “jornadas de la iglesia” y de “círculos parroquiales”, y advierte del gravísimo peligro producido por los errores de los Cristianos Alemanes y el gobierno del Reich, los cuales producen estragos y despedazan la unidad.

El cuerpo central de seis puntos afirma la centralidad de Jesucristo y la diferencia con los ladrones bandidos que no entran por la puerta del redil. Rechaza toda fuente de palabra o autoridad externa al Evangelio. Afirma la libertad plena que tenemos por Jesús y no reconoce amos ni gobernantes por sobre su señorío. La comunidad de pecadores redimidos, rechaza toda forma que se aparte de las enseñanzas de Jesús por conveniencia política o ideológica. Reafirma que la Iglesia nació para servir y, por ende, repele toda doctrina que la impulse a conquistar el poder temporal. Respeta a las autoridades –quienes deben ocuparse del bienestar del pueblo–, pero repudia toda injerencia del Estado en la Iglesia o de la Iglesia en el Estado; funda la misión en la libertad, rehusando toda forma que ciña su mensaje u obra a deseos, objetivos o planes arbitrariamente elegidos.

Asimismo, convoca a todos los cristianos para regresar a la unidad de la fe, el amor y la esperanza y a considerar estas verdades en sus decisiones político-eclesiásticas. Afirma que en medio del caos, el Señor Jesús está con su pueblo y su mensaje no está encadenado.

 

 

 

Hoy como ayer

Las democracias del mundo se encuentran jaqueadas, cooptadas por el poderío económico, siendo usadas como el mascaron de proa de la desigualdad creciente. El pueblo, al no encontrar respuesta a sus reclamos, cae seducido por cualquier promesa de cambio. Prédicas que buscan la consagración del pueblo al omnipotente dios mercado, aquel que se “auto-regula”, prometen sanidad por medio de la ingesta absoluta de medidas que son probados venenos económicos y sociales impuestos por la fuerza de la “legalidad” o de la represión.

Para dar un ejemplo, basta leer la nota de portada del 18 de mayo pasado en The Economist, en la que Eduardo Carr, director adjunto del semanario, se pregunta: “¿Es Estados Unidos de Norteamérica a prueba de tiranos?”

Al grito de “a los botes”, los que nos consideramos discípulos de Jesús, en un lacaniano esfuerzo, debemos salir y arrebatar a cuantos podamos de detrás de las pantallas, enseñándoles a esquivar troles, fake news y “desinformativos”, para que finalmente puedan ver a la gente real.

Descubrir a nuestros prójimos es enfrentar nuestra realidad. Exorcizarnos del “enano fascista”, que según Oriana Fallaci se nos coló en el alma, nos permite identificar nuestra verdadera imagen que es la de nuestra gente: solo así podemos determinar dónde estamos y hacia dónde vamos.

Nos hará muy bien meditar en las palabras del pastor Martín Niemöller, quien tras vivir siete años en las cárceles nazis, describió la peligrosa actitud del “no te metás”, que nos sume en un riesgo letal:

 

Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,

guardé silencio, porque no soy comunista.

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,

me callé, pues no soy socialdemócrata.

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,

no protesté, porque no soy sindicalista.

Cuando vinieron a llevarse a los gitanos,

no dije nada, pues no soy gitano.

Cuando vinieron a llevarse a los judíos,

no hice nada, pues no soy judío.

Hoy vienen por mí,

y no hay nadie que me defienda.

 

Las tiranías pueden ser ilegales o legales, populares, elitistas, dictatoriales o democráticas. Coquetear con ellas minimizando sus delitos o ponderando algún logro, es un suicidio para los pueblos. Reivindicar a asesinos, apropiadores, ladrones que secuestraron, torturaron e hicieron desaparecer vidas en guerras, cámaras de gas o arrojándolas al mar, es firmar una sentencia de muerte asegurada.

Cuando la Iglesia se confunde en abrazos y sonrisas con los tiranos, alejándose del pueblo que sufre las consecuencias del despojo, la violencia y la crueldad que avasalla, ingresa en un estado de peligro, pues se desfigura su identidad dejando desierta su misión de amar al prójimo.

Acomodarse política y económicamente, mutando para tal fin la teología, aprovechándose de la necesidad de legitimación de los tiranos, es sencillamente pecado.

Hoy como ayer, debemos honrar a quien seguimos, levantarnos bajo su bandera de amor y luchar por guarecer a todas y todos en la verdadera libertad, que trae con ella la justicia social, económica y legal, para así poder vivir en y con paz.

Ante tiranías de cualquier índole debemos levantar la voz y salvar a nuestras hermanas y hermanos.

 

 

 

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