ENTRE JAPÓN Y LA PAMPA BÁRBARA

Debut en la novela de la poeta Nurit Kasztelan, un mestizaje literario en pleno campo argentino.

 

“En primavera, el amanecer. Cuando al insinuarse la luz sobre las colinas, los contornos se tiñen de un pálido rojo y purpúreos jirones de nubes flotan sobre las cimas. (…) En invierno, las mañanas. Por cierto bellas cuando ha caído nieve durante la noche, pero espléndidas también cuando el suelo está blanco por la escarcha; y, cuando no hay nieve ni escarcha y sólo hace mucho frío y las criadas corren de una habitación a otra atizando el fuego y cargando carbón, ¡qué bien se corresponde la escena con la índole de la estación!”

Hace más de mil años los anteriores párrafos fueron escritos por quien hoy se conoce como Sei Shónagon, dama de la corte de la Emperatriz Saddako, que reinó en Japón entre los años 976 y 1001. Texto perteneciente a El libro de la Almohada, monumento literario nipón, llegado a nuestros días merced a la espléndida traducción de Amalia Sato. Muestra representativa de una escritura realizada primordialmente por mujeres, ya que los varones se dedicaban a otras tareas. De corte intimista, bajo la forma de diario o memorias, las damas letradas desarrollaron un género propio que se extiende hasta la actualidad, el Zuhitsu (literalmente “al correr del pincel”, el instrumento de escritura privilegiado), suerte de ensayo evocativo de emociones y observaciones cotidianas.

De alguna manera que los eruditos procurarán explicar, esa potente tradición empapa a través de los siglos y cobra asombrosa fuerza en la narrativa femenina. En especial, mucho de aquel espíritu interpelante, de frases cortas y escenas fortuitas, se hace presente en las letras hispanoamericanas actuales que la crítica anti-académica engloba como literatura de mestizaje. Con notoria mayoría femenina, se caracteriza por incluir referencias a las culturas ancestrales de donde provinieron las corrientes inmigratorias de los siglos XIX y XX. En estas mismas páginas se han consignado brillantes obras dotadas de alusiones alemanas, guaraníes, judías, brasileñas, también japonesas.

 

La autora, Nurit Kasztelan.

 

Sin embargo, la modalidad mestiza de modo alguno se recluye en las descendientes de aquellos migrantes. Cierta globalización –bien entendida como dispersión de los intercambios en la diversidad— ha alcanzado a autores de ajenas prosapias. Tal vez este curioso fenómeno se deba a la potencia misma de algunas tradiciones estilísticas, como la japonesa que hoy nos ocupa, serpenteante en la primera novela de la poeta, editora y librera Nurit Kasztelan (Buenos Aires, 1982).

Tanto cuenta la historia de Helena, una bióloga joven que viaja al campo con idea de instalarse una temporada. Sin pretensiones metafísicas ni ecológicas, nada de eso de encontrarse consigo misma, el contacto con la naturaleza, retiro espiritual, experiencia sensorial o simple huida del mundanal ruido. En absoluto. Menos, de explicar su decisión más allá del condicional, que poco importa. Por el contrario, suceden situaciones, dentro de las cuales van introduciéndose elementos japoneses en la infinitud de la pampa argentina. También, en menor volumen, rasgos provenientes de otras formaciones sociales, como los de pueblos originarios o el folclore jasídico. En este bricolage, el mestizaje adquiere diversos colores, permitiéndole a la autora dialogar fugazmente con tradiciones disímiles.

Efecto de ello es un relato cuyo especial encanto se sume en el carácter fragmentario de los sucesos, narrados en tercera persona, por cierto lenguaje de príncipes, dioses y héroes creacionistas, principios del orden mítico. No obstante, Tanto se desempeña dentro de un dispositivo cotidiano, lejos de toda idolatría, así como de la mínima autorreferencia narcisista. Hace honor a la brevedad, remite apenas a las pequeñas voluntades, diciéndolo todo: “Estaba acostumbrada a aprender leyendo y ahora quiere probar qué pasa si aprende por observación”. Condicional inferido, ha de escoltar el conjunto del relato.

 

La llanura japonesa.

 

El japonismo emerge en párrafos que pueden parecer hasta cursis, si no contuvieran destreza: “Las gotas caen sobre el verde, limpian y hacen que todo brille. El reflejo las vuelve plateadas. Mira llover y en el mismo momento las lágrimas le caen por la cara, como si necesitaran el afuera para expresarse. Toca una hoja y siente la inmensidad acuática de la textura”. Sei Shónagon no podría haberlo dicho mejor. Como no todo es japonés, requiere el auxilio de otros sentidos: “La mayoría de sus recuerdos llegan en forma de olores. La cebolla frita le trae toda su tradición encima; una tradición de la que reniega, pero está en su formación: varenikes, kreplaj, knishes, farfalaj. Por las tardes escucha esa canción en la que un violín suena de tal modo que su infancia se le aparece toda de golpe y se le queda fijada en el presente”.

Estadía que intercala la calma y la agitación llegando de improviso, enreda las frases sin alterar gramáticas y cacofonías: “En este rincón del mapa al sur donde existe lo llano, tanto da lo mismo de un color verde pastizal que deja ver un horizonte que no termina, ¿qué tipo de descubrimiento se podría hacer con la pampa ancha que acecha?” Lujuria del lenguaje sin arrogancia ni exceso, en tanto novela, Tanto cumple con su cometido de contar una historia atrapante, al tiempo que explora latitudes lejanas que tal vez la misma Nurit Kasztelan desconozca, sin ignorarlas. De alguna manera han llegado a ella y la habitan para transformarse en pura literatura cuya modalidad mestiza refulge al pasar, si se quiere, desapercibida.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

Tanto

Nurit Kasztelan

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2023

160 páginas

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