Entre narcos y policías

Un libro que analiza las relaciones clandestinas entre Estado y narcocriminalidad

 

“Durante toda su vida, Carolina vivió en Arquitecto Tucci, un barrio pobre en los suburbios de la ciudad de Buenos Aires con una elevada tasa de homicidios. A los 37 años compartía una casa de dos pisos, cerca de una escuela primaria, con su esposo Raúl y sus tres hijos varones. Como suele suceder en Arquitecto Tucci, la modesta vivienda de Carolina era de ladrillo a la vista con techo de tejas y pisos de concreto sin terminar. Por las noches, dos faroles solitarios proveían escasa visibilidad en la calle sin asfaltar, que se inundaba cuando llovía.

Además de ocuparse de la casa y de criar a sus hijos, tres veces por semana Carolina tomaba dos colectivos para ir a la ciudad de Buenos Aires, donde trabajaba como empleada doméstica. El viaje demoraba casi dos horas de ida y otras dos de vuelta.

Cuando nos acercamos por primera vez a Carolina para conocer los problemas más apremiantes de su barrio, aprovechó la oportunidad para hablar de lo que más le importaba: la estremecedora historia de su hijo mayor con las adicciones. ‘Mi hijo Damián empezó a fumar porro hace unos años y después se pasó al paco’, explicó. ‘Lo vi totalmente dado vuelta muchas veces, y sé que no es bueno para él. Cuando está muy drogado, es como que está en otra parte, sus ojos están en otra parte. No te entiende lo que le decís, no te escucha’.

Así empieza Entre narcos y policías, el nuevo libro del sociólogo Javier Auyero en colaboración con la también socióloga Katherine Sobering, editado por Siglo XXI Editores. Todos los nombres de personas y lugares fueron cambiados para proteger su anonimato. El subtítulo reza: “Las relaciones clandestinas entre el Estado y el delito, y su impacto violento en la vida de las personas”. En esas aguas turbias entre lo legal y lo ilegal, los autores sumaron a su trabajo etnográfico una fuente inusual en este tipo de investigación académica: cientos de escuchas telefónicas entre narcotraficantes y agentes de la Policía, la Prefectura y la Gendarmería registradas en varias causas judiciales.

Lejos de las miradas –un tanto sesgadas y prejuiciosas, según los autores– que catalogan a un “Estado ausente” o, en el otro extremo, a un “Estado punitivo y de mano dura”, el libro comprende los problemas estructurales de barrios de clase baja de la Argentina a partir de una novedosa hipótesis: la existencia de un Estado dual, ambivalente. Ese Estado que, a la vez que reprime, se hace presente con sus instituciones y nunca deja de atender. Allí, en tales intersticios, se tejen las redes de producción, distribución y consumo de drogas ilegales –-y la violencia que engendran en un universo de dones y contradones, de rangos y prestigios, de poderes y supervivencias–.

 

El sociólogo Javier Auyero.

 

Justamente con la violencia a ras del suelo, en una suerte de ley del más fuerte, Auyero y Sobering indagan la compleja trama de la colaboración entre policías y narcotraficantes donde circula el dinero a cambio de drogas, armas, información, protección, zonas liberadas y ataques a bandas rivales. Transas y policías, punteros y jueces, políticos y líderes barriales entran y salen en un enjambre de vínculos –de lealtades y traiciones– cuya estructura piramidal y notablemente jerárquica revela una triste e histórica verdad: la escala más baja, siempre, es la frágil, la que más sufre.

“El libro nació de una serie de entrevistas y de trabajo de campo en un barrio bonaerense –explica Auyero, en diálogo con este medio–. A ello le agregamos las escuchas telefónicas y una investigación de archivo sobre procesos judiciales en torno a cuatro organizaciones narcocriminales, dos del Conurbano, una de Rosario y otra de Corrientes.”

—Belporto: ¿Gordo?

—Gordo: Ahí ya averigüé, cuatro piernas eran.

—Belporto: ¿Dos motos?

—Gordo: Sí. Camisa, Roberto y Besito y otro más que no sé quién es.

—Belporto: Bueno, hasta ahora, loco, no aparece nadie. Fijate, loco... Vas a tener que solucionar, amigo. ¿Qué querés que te diga? Una rata, esos guachos.

—Gordo: Sí, no importa. Dejalos que ya les vamos a dar el vuelto. Ahora hay que dejar que se enfríe un par de días, boludo.

—Belporto: Sí, boludo, si esos siempre fueron una mugre, boludo, no sirven para nada esos pibes. Ese Roberto siempre fue una caquita, boludo.

—Gordo: Bueno, Belporto, Mañana nos hablamos, y si te llegás a enterar que cae en un hospital, avisame.

—Belporto: Sí. Yo, ni bien... si cayó en algún lado, te aviso al toque. Pero a esos guachos no los parás con nada, ¿sabés, vos?

—Gordo: Sí, dale. Quedate tranquilo.

 (Fragmento de una escucha telefónica entre un narco y un policía.)

—Resulta paradójico que un Estado que se basa en lo clandestino para consolidar redes de narcotráfico permita, a la vez, ser descubierto a partir de esas escuchas…

—Tal cual, es la ventana para entrar a los secretos del poder que abre el propio Estado. Por otro lado, esas escuchas parten de su seno. Lo curioso es que empezamos preguntándonos por los orígenes que adquiere la violencia en los márgenes y su relación con la violencia sistémica del narcotráfico, y eso nos llevó a interrogarnos sobre el Estado, porque todos nos hablaban de cosas como la protección policial. No hicimos sociología del Estado, sino que intentamos entender la violencia en el peldaño más bajo de la escala social, algo que nos condujo a comprobar la figura de un Estado ambivalente. Es decir: el Estado está muy presente, con programas de asistencia social, en los centros comunitarios, en las escuelas, en las salitas de primeros auxilios. Pero también se presentifica en lo ilegal con sus propias fuerzas de seguridad –que a la vez se amparan en lo legal para ejercer su brazo represivo–, en este caso con el narcomenudeo.

Con la colaboración de dos periodistas, Silvina Tamous y Florencia Alcaraz, el proceso de investigación tomó dos años. Pero el libro recoge trabajo de entrevistas y observaciones que comenzaron en 2010, algunas de las cuales aparecían ya en el libro La violencia en los márgenes, escrito por Auyero junto a María Fernanda Berti. En efecto, parte de la contribución original del libro es que combina material etnográfico con material de causas judiciales y escuchas telefónicas –acompañados de herramientas conceptuales sobre violencia interpersonal y violencia urbana, teorías del Estado y pensamiento criminal– para reconstruir el funcionamiento granular de las relaciones clandestinas entre Estado y criminalidad, uno de los flagelos más acuciantes de los gobiernos latinoamericanos contemporáneos.

En los últimos tiempos es común la demanda de un Estado más presente ante hechos de inseguridad, exigiendo medidas punitivas y mayor poder a las fuerzas de seguridad. Sin embargo, ustedes desplazan el foco. ¿Qué significa la existencia de un Estado ambivalente?

—Hablamos de un Estado ambivalente, que por un lado criminaliza y por el otro participa en lo que él mismo define como ilegal. Ese es uno de los aportes del libro y algo a ser examinado en más profundidad en futuros trabajos. Lo que no pudimos explicar, dadas las limitaciones de los datos, son las causas de la variación en las formas en que estas relaciones clandestinas impactan en la mayor o menor intensidad de la violencia urbana. Creo que el trabajo de Hernán Flom es un gran aporte en ese sentido.

Otro tema fuerte es la violencia, y se mencionan diferentes formas en el libro (violencia sistémica, violencia cotidiana, violencia en contexto). ¿Cómo circula y qué tipo de sujeto se construye a partir de esa relación con lo clandestino?

—En el libro identificamos tres caminos a través de los cuales la actividad del narcotráfico dispara la violencia dentro de los hogares. En el primero de estos caminos, que llamamos “invasión”, el locus de los reclamos de quienes participan en el narcotráfico se desplaza del espacio público al privado cuando los traficantes armados entran en las casas para exigir pagos o drogas faltantes. En el segundo, llamado “protección”, los narcos no entran físicamente en las casas de otros involucrados, pero sus demandas sí. Esto comienza cuando los individuos toman los escasos recursos de sus familiares para comprar drogas o pagar deudas relacionadas con el consumo. En el tercer camino, llamado “prevención”, padres y madres recurren a la violencia para prevenir que sus hijos sean víctimas de formas todavía más graves. Temerosos de las consecuencias letales que conlleva participar en el mercado de la droga (como vendedores callejeros, consumidores o, como suele ocurrir en el barrio, ambas cosas a la vez), los padres aplican castigos físicos a sus hijos para prevenir una trayectoria que puede terminar en la muerte. Estos tres caminos, que a menudo coexisten en la práctica, apuntan a la distinción artificial entre las esferas “pública” y “privada” de la vida, un argumento que las académicas feministas vienen postulando desde hace mucho para teorizar la familia, el trabajo y la economía.

Uno de los tópicos recurrentes en la actual agenda política es la llamada lucha contra el narcotráfico, pero pareciera que la Argentina no puede enfrentar el crimen organizado. ¿A qué conclusiones llegaron ustedes?

—En la Argentina contemporánea el involucramiento de miembros de las fuerzas de seguridad provinciales o federales en el negocio de la droga es un secreto a voces. Los diarios más importantes la llaman “narcopolicía” e informan con regularidad sobre el arresto y procesamiento de efectivos policiales federales o provinciales por su participación en la distribución de drogas ilícitas. Un ejemplo es el detallado informe del CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) de 2016, en el que se llega a la conclusión de que “la cantidad de casos de efectivos policiales involucrados en estas redes de narcocriminalidad (…) y el alto grado de responsabilidad institucional de muchos de ellos confirman que se trata de un asunto estructural grave”.

Este mismo informe alertaba contra una idea equivocada sobre la dinámica del narcotráfico, bastante común por cierto, y a menudo fomentada por los medios dominantes y los políticos, en particular durante las campañas electorales, cuando el populismo punitivo es rampante. Las organizaciones de narcotráfico que operan en la Argentina no son similares a los grandes carteles internacionales, sino que constituyen “microrredes predadoras”.

De hecho, la mayoría son grupos relativamente pequeños, en muchos casos compuestos por familias extendidas con base en áreas urbanas específicas y limitadas. María de los Ángeles Lasa describe dos rutas principales de narcotráfico en la Argentina, ambas vinculadas a diferentes grupos y episodios violentos. Llama a la primera “ruta de macrotráfico” y nota que está manejada por organizaciones criminales que cuentan con una sofisticada logística. Destaca la existencia de una “ruta de microtráfico” que surgió después de la crisis económica de 2001 para contrabandear drogas para consumo doméstico.

El surgimiento de esta ruta de microtráfico ha sido central para el desarrollo de los tipos de organizaciones y de violencia que estudiamos en nuestro libro. Por otra parte, es importante destacar que la mayoría de los expertos locales concuerdan en que el crecimiento sostenido del consumo de drogas ilegales en las grandes ciudades argentinas favoreció la formación gradual de un mercado minorista altamente rentable. Si bien la producción, el almacenamiento y la distribución de drogas ilícitas se extiende por todo el territorio nacional, las redes y los grupos criminales emergentes tienden a localizarse en barrios extremadamente pobres y muy marginalizados dentro y alrededor de las grandes ciudades. Los grupos que manejan el mercado de drogas que analizamos son diferentes de los grupos armados que han sido atentamente estudiados y observados por académicos y periodistas en Latinoamérica. Divergen de manera significativa de los grupos que operan en Brasil, Colombia, Jamaica y México en lo atinente a su complejidad organizacional, la extensión de su control territorial y sus capacidades económicas, políticas y armadas. El caso de Argentina brinda la oportunidad de examinar las conexiones clandestinas entre agentes estatales y organizaciones ilícitas por lo general más jóvenes, más localizadas y menos profesionalizadas y que no obstante dependen inequívocamente de estas relaciones colusivas para su supervivencia y expansión.

Un concepto fuerte en su libro es el de colusión, una palabra ciertamente rara. ¿Por qué tiene tanta importancia?

—Ese término hace referencia a las relaciones clandestinas entre “fuerzas del orden” y quienes participan en actividades ilícitas. El “arreglo,” siempre precario, siempre negociable, siempre en tensión, entre “narcos” y actores estatales. Lo que más nos sorprendió al analizar atentamente las escuchas es que, contra la que se presenta en los medios y los que creen muchos, sectores de las fuerzas represivas no solo proveen protección, o “hacen la vista gorda,” sino que están muy involucrados en el día-a-día del comercio y distribución de sustancias ilegalizadas. Conocen mucho y muy bien los detalles del negocio: las ganancias, los participantes, las rutas.

 

Un trabajo etnográfico que rebate el sentido común respecto a las causas de delito en la Argentina.

 

Da la sensación que lo ilegal no puede vivir sin lo legal, y viceversa. ¿Cómo operan esas redes de protección, donde aparecen viejos protagonistas como los punteros políticos, pero donde también asoman nuevos actores?

—Hemos comprobado que algunos punteros políticos participan activamente de estas redes de clandestinidad, pero no es algo maniqueo. Hay que reconocer mucha diversidad en el accionar de las fuerzas de seguridad como también una enorme heterogeneidad de líderes barriales. Es decir: existen punteros que se preocupan por denunciar la represión policial, o de organizar actividades con los jóvenes para alejarlos del consumo problemático de sustancias. No es que participan o no participan simplemente del negocio de las drogas. Por otro lado, las redes que describimos están estructuradas por relaciones jerárquicamente superiores y las mismas se establecen entre altos mandos de las fuerzas, jueces y políticos de forma piramidal. Sabemos que el dinero de estas redes financia campañas políticas, pero lo que nos interesó fue ver cómo el estamento más bajo se relaciona con sectores de mucho más poder en el campo judicial y político. Es el escalón más expuesto y más visible.

Un caso resonante de estos últimos tiempos es el de la banda del fiscal Claudio Scapolán, donde existe una relación fluida entre lo policial, lo territorial, lo judicial y lo narco. ¿Por qué sigue sucediendo esa connivencia y de qué forma combatirla?

—Si bien el libro no explora las estructuras de poder que permiten que estas relaciones clandestinas se reproduzcan, me permito aventurar que los actores políticos establecidos toleran (y en más de un caso se benefician) de las relaciones colusivas que examinamos.  Nuestro libro no ofrece recomendaciones específicas en cuanto a políticas públicas pero el trabajo de investigación nos convenció de que dar “más poder a la policía” –es decir, a las fuerzas de seguridad en las que importantes grupos rutinariamente participan en conductas ilegales– no pondrá freno a las conexiones clandestinas entre policías y delincuentes. En este sentido, estudiar a fondo la colusión y visibilizar las relaciones ocultas entre fuerzas policiales y narcotraficantes, para que la opinión pública las conozca y las discuta, es nuestra manera de contribuir a la tarea política de larga data de combatir este sentido común cada vez más dominante acerca de los orígenes y las soluciones del crimen y la violencia en la Argentina. Aquel que dice que las causas del delito son las sentencias laxas y una fuerza policial débil y que, por ende, la manera “obvia” de taclear el crimen es contar con una fuerza policial musculosa.

Nuestro libro concluye parafraseando a la antropóloga Katherine Verdery, quien, en un trabajo fascinante, reflexionó sobre su incursión en los archivos que la policía de seguridad rumana había recolectado sobre su propia persona mientras realizaba trabajo de campo etnográfico. Pese a haber accedido a archivos clasificados, Verdery observó que “apenas había comenzado a comprender lo que subyace en las sombras (del Estado). Esas sombras son, por antonomasia, la materia prima de la construcción del Estado”. Después de leer y releer nuestros archivos judiciales, de cruzar y verificar nuestra información con las noticias publicadas en los diarios, y volver una y otra vez sobre nuestro material de trabajo de campo, ambos tuvimos una sensación bastante parecida: en lo que atañe a comprender cómo funciona realmente el Estado, todavía hay muchas cosas en la oscuridad. Nuestro libro es apenas un primer paso. Pero esperamos que nuestro examen minucioso de las conexiones clandestinas entre agentes de la fuerza policial y narcotraficantes haya arrojado una muy necesaria luz, no sólo sobre las maneras de operar del Estado argentino, sino también sobre una forma generalizada de sistema de gobierno en el mundo contemporáneo.

 

 

 

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