Es el mercado, estúpido

El embargo tecnológico norteamericano del G5 a los chinos y el desarrollo argentino

 

Si el gatomacrismo termina derrotado en las urnas presidenciales de octubre, deja de ser abstracto considerar el escenario global con respecto a las posibilidades de los senderos a tomar en la salida de la crisis argentina, en vista de que su continuidad implica la profundización del marasmo. Vale, entonces, palpar el impacto que tendrían entre nosotros los episodios que se vienen sucediendo en la llamada Guerra Comercial entre Trump y el Imperio Medio. Más específicamente, los relacionados con la prohibición de venderle tecnología 5G norteamericana al gigante chino de las telecomunicaciones Huawei. Esto, por un lado, teniendo en cuenta la necesaria reversión de la nada feliz performance del oficialismo también en la política de ciencia y tecnología y por el otro, a cierta tendencia que se observa de disociar la tecnología de su incubadora en la lucha de clases.

En el itinerario del análisis, se entretejen la supuesta independencia tecnológica con el papel que juega en la división internacional del trabajo cuando es objeto de venta y las enseñanzas que se pueden extraer de la experiencia histórica argentina. Asimismo, de cómo se inscribe en este contexto, lo que Cristina observa en un pasaje de su ensayo Sinceramente, sobre la decisión de Australia de cerrar las terminales automotrices para especializarse en las autopartes e importar el vehículo terminado.

En el punto de partida se verifica que no es la producción de la herramienta sino su uso en la producción lo que genera la abundancia de bienes. Para dejar las cosas más en claro: en términos del desarrollo económico, la máquina no es un fin en sí misma sino un medio. Su aporte al desarrollo no depende de la complacencia de haberla concebido y producido, sino de lo que se puede obtener de su uso. Si, a pesar de eso, en determinadas aristas de la discusión política actual –incentivadas por el entrevero 5G— al haberla concebido y producido se le da una importancia primordial, eso solo puede basarse en consideraciones ajenas al debate sobre el desarrollo. O, quizás, con las mejores intenciones ofertistas, intentar el desarrollo sin incentivar la demanda: el mercado interno. En ese caso no serían ajenas, sino simplemente extraviadas. Si no hay demanda no se invierte.

 

La desembocadura

Se puede discutir y especular mucho sobre la motivación última que llevó a Trump a cortarle el rostro 5G a Huawei. Pero objetivamente hay que inscribirla en la disputa que Trump sostiene con las corporaciones norteamericanas para revertir la recaída imperialista a invertir en el exterior. Esa tendencia, abandonada por los países del centro hace más de un siglo, volvió al redil cuando a partir de Ronald Reagan se estropeó el mercado interno norteamericano. Hacer hincapié, como se hace, en la cuestión geopolítica del desafío chino, parece no contabilizar hasta dónde se pretende ir con la prohibición en sí misma.

Al fin y al cabo, los intercambios tecnológicos son cuantitativamente marginales con relación al comercio internacional total. Considerando cálculos de diversos autores sobre gastos mundiales en investigación y desarrollo, no más del 2 al 5% se comercia internacionalmente como tecnología. Visto del lado interno de la frontera, la tecnología es un bien que se consume entre el 95 y el 98% en el lugar que se genera. Esta apocada significación cuantitativa deviene de la interacción cualitativa en el orden práctico en el que las instancias de creación se confunden con aquellas de la aplicación en este único campo de estímulos y vínculos con el aparato productivo. De hecho, no se puede aplicar correctamente una tecnología, con las adaptaciones y mejoras que esta noción implica, sin terminar afectando más o menos al área de creación propiamente dicha. La innovación técnica está vinculada o bien al lanzamiento de un nuevo producto; o bien como este caso de la 5G de la comunicación entre celulares, a la mejora de una existente. El nervio creativo no es una función de la cantidad y calidad de los investigadores y laboratorios en la fuente, sino del tamaño del mercado en la desembocadura.

Blandiendo la técnica 5G se pueden contar mil y una historias sobre disputas de poder, posicionamientos estratégicos y demás sagas que prometen un final desagradable. La realidad es más prosaica. Las multinacionales norteamericanas quieren fabricar en China barato para vender 5G caro en el mercado solvente de los Estados Unidos. Trump da la impresión de que descubrió el color blanco del caballo blanco de San Martín; esto es que determinado el nivel de empleo, el desempeño económico de su país –en rigor, de cualquier país— se expresa por el nivel general de sus salarios y por la estructura de las calificaciones de su mano de obra. Está dispuesto a montar el potro y cabalgar hasta que el 5G, más temprano que tarde, se disemine. Destino natural de toda tecnología cuya razón de ser es el consumo masivo. Podrá esgrimirse la cuestión militar, pero cabe recordar que la Argentina sin mayores problemas, salvo los que por estos días y para variar origina el gatomacrismo, tiene una institución llamada CONEA.

 

La historia

Uranio por acá, tecnología de la información por allá, lo lógico y consistente a efectos de consolidar el mercado interno es hacer funcionar las técnicas extranjeras para aprovechar al máximo el aumento de la productividad laboral, acrecentando así el ingreso nacional y, en consecuencia, solventar las necesidades de la población. La política científica y tecnológica como la desenvuelta entre 2003 y 2015 resulta clave para la retroalimentación que redunda en la formación de técnicos nacionales y la calificación que hace falta. Un día, recorriendo ese camino, aparecerán algunas técnicas nacionales.

Pero, con ciertas dosis de paranoia y razonamientos al solo efecto, no se alerta sobre la dependencia tecnológica. Mientras la interpretación amañada del embargo tecnológico 5G les da de comer, las paradojas no faltan. Se nos dice que no podemos ser un país de bienes primarios. Industria manufacturera, entonces. Pero no, la dependencia ahí viene dada por una industria atrofiada pendiente de las rentas de la protección del mercado interno. Si se la quiere dinamizar, inversión multinacional mediante, pero no. Vaya a saber por qué no. Ciencia y tecnología para hacer fuego con palitos cual boy scout de la independencia tecnológica, no parece un buen prospecto.

Entre otros, hay un episodio del ayer de experiencia comparada que resulta de utilidad hoy para desmalezar la cizaña del trigo. Se trata del pequeño tractor Swaraj de la India versus la implantación del tractor en la Argentina. A mediados de la década del '60, en medio de la llamada Revolución Verde, el 68% de las chacras del Punjab, la región agrícola por excelencia de la India que comprende alrededor de 260 mil km2, tenían menos de 9 hectáreas y albergaban al 20% del stock de tractores del país. En semejante territorio, estos 8.000 tractores eran lo mismo que decir que casi todo se movía por tracción animal, consistente con el bajo nivel de desarrollo de la India, la que recién había comenzado a mecanizar su agro a fines de la Segunda Guerra. El mayor rinde de los granos de la Revolución, particularmente en las tierras bajo irrigación, volvía las pasturas muy caras y con ello los animales de tiro, sobre todo en el crucial tiempo de la cosecha. Según los cálculos de los historiadores especializados en estos temas, antes del tractor más o menos un cuarto de la cosecha se destinaba a alimentar los animales de tiro. Después del tractor, no más de la dieciseisava parte y eso siempre y cuando se alimentara a las vacas, que por cuestiones religiosas no es el caso general de la India.

En consecuencia, el gobierno de la India se encontró ante el dilema: o tractores o el hambre de siempre. Por supuesto, había una única salida: tractores. Entonces las autoridades indias, apegadas a la idea de la burguesía nacional y la tecnología autóctona (posiblemente el país donde tal conjunto de postulados se manifestó con mayor contumacia), se decidieron a producir un tractor pequeño totalmente hecho en casa y deliberadamente inspirado por la filosofía de la inversión humana. En 1965 acudieron a la entonces URSS a solicitar apoyo para construir un pequeño tractor acorde tanto al precio que pudieran erogar los muy pobres campesinos indios como a las reducidas dimensiones de sus granjas. Los camaradas no vieron factible el negocio. El maridaje de la negativa soviética con la ideología gubernamental dio a luz en 1965 el proyecto del pequeño tractor Swaraj. En 1970 estuvo listo el prototipo.

En abril de 1974 se puso en marcha la terminal. En 1977 alcanzó su pico de producción de 5.000 unidades, aunque –por cuestiones de mercado— el grueso en el standard de 35 hp, casi el doble de la miniatura pensada originalmente, según cuenta el economista indio Vijat Bhatt. En 1983 fue comprada por la Mazda de Japón. Una década desde el primer boceto hasta la primera unidad salida de la línea de montaje. Una década donde se siguieron ensamblando tractores importados e importándolos en su totalidad. Y todo esto para concluir absorbido por una multinacional once años después de empezar a fabricarse y dieciocho años después de ensoñarse con la tecnología autóctona y cuando de cada 1.000 granjas dos tenían tractores. Pero esto no es todo. Hoy en día la India, y desde hace unos años, es el mayor productor mundial de tractores, más o menos un cuarto del mercado mundial, por efecto del incipiente arribo de las multinacionales en los '80 y de lleno a partir de principios de los '90, en rigor de verdad, una llegada con antecedentes a mediados de los '70, informa la ICRA.

La experiencia argentina, desde sus inicios, fue en sentido contrario a la india. La Argentina recién comenzó a fabricar tractores en 1952, el Pampa, pero con asistencia multinacional, a razón de 28 unidades por año hasta 1954. En 1953 el gobierno llamó a licitación a las multinacionales, y en 1955 ya se producían 4816, cantidad que se duplicó al año siguiente y se mantuvo así hasta que en 1960 se volvió a duplicar. Luego fueron en baja, promediando cantidades similares a las de fines del '50, por efecto de haber abastecido la demanda latente alcanzando el pico de 24.000 unidades producidas en 1974. En el '70 ya se exportaba un quantum significativo y fue también en 1974 donde la exportación tocó su máximo de 4233 unidades. Por cierto, de ocho empresas que se pusieron en marcha con la implantación, en 1970 quedaron cuatro. Fue José Alfredo Martínez de Hoz a partir del golpe del '76 el que arruinó el asunto que fue impulsado recurriendo a las multinacionales. Recién después de 2003 se comenzó a recuperar el sector.

Dos años contra nueve no daría para más en términos de comparaciones sino fuera que acá la integración nacional era casi completa, ya a mediados de la década del '60, o sea poco más de un lustro de ser implantada, y en la India brillaba por su ausencia. Incluso, cuando se consideran los subsidios erogados en una y otra experiencia, en una sirvió para un fuerte ahorro de divisas en tanto que en la otra no fue neutral en ese aspecto. Además está el bienestar ganado por una población y perdido por la otra. Toda esta trama, en medio de muy agudas dificultades políticas, fue puesta en marcha por las decisiones de Arturo Frondizi ideadas por Rogelio Frigerio (el abuelo) y en la medida que nos alejaba del subdesarrollo nos hizo menos dependientes; pero hoy es prolijamente obviada por una gran franja de la historiografía nacional, para la cual los cuatro años que van desde 1958 a 1962 es como si no hubieran existido.

 

Antes y ahora

Pero claro, el mundo cambió. Una de estas transformaciones es la señalada más arriba que constata Cristina en Sinceramente, sobre la especialización australiana en las valiosas autopartes y el cierre de las terminales automotrices para importar los coches. Exactamente, ¿qué fue lo que cambio? Desde el punto de vista del intercambio desigual, absolutamente nada. Business as usual. Refiere el economista greco-francés Arghiri Emmanuel que no es factible que un país con altos salarios esté en un callejón sin salida por no encontrar “una especialización que en la división internacional del trabajo de ese momento no esté exenta de competencia de parte de los países con bajos salarios”, razón por la cual “es imposible para los países pobres con bajos salarios anular esa ventaja de los países ricos, especializándose en los sectores favorecidos por el intercambio desigual. Desde el momento en que un sector semejante es acaparado por los países con bajos salarios, los países ricos lo abandonan y producen otra cosa. Ese fue el caso ayer de la industria textil implantada por los países subdesarrollados”. Ese parece ser hoy ser el caso de las terminales automotrices para determinada gama de vehículos. Si mañana los países de bajos salarios se especializan en autopartes, los australianos volverán a las terminales.

Mercado interno vía aumento del gasto y sustitución de importaciones es la alternativa para frenar y revertir el drenaje de plusvalía de los trabajadores argentinos al exterior. ¿Importa el tipo de producción? Sí, en función del acrecentamiento del salario. ¿Importa de dónde es el capital? Nada, pues hace falta capital para salir del subdesarrollo, origen de la dependencia. ¿Importa la política de ciencia y tecnología? En un contexto así mucho, porque hace a la calificación laboral y la adopción y adaptación de la tecnología realmente existente. Que sea el POTUS Trump, un conservador reaccionario, rocambolesco, el que por defecto le señale el camino al movimiento nacional, dice que algunos abordajes deben ser revisados y puestos al día sí se desea un destino diferente al de la bolsa de gatomacrismo.

 

 

 

 

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