¿Es posible la universidad feminista?

Pensar la universidad desde una epistemología feminista no es tarea exclusiva de las universitarias

 

“Tener una razón de ser es tener una destinación. …Preguntarse si la universidad tiene una razón ser, es preguntarse ¿la universidad con vistas a qué?”
“Para saber aprender y para aprender a saber, la vista, la inteligencia y la memoria no son suficientes; también hay que saber oír, poder escuchar lo que resuena. Diré que hay que saber cerrar los ojos para escuchar mejor”.
Jacques Derrida. Las pupilas de la universidad.

 

¿Cuál es la “razón de ser” de una universidad feminista?  ¿Admite más de una razón? ¿Será la razón de igualdad de derechos, oportunidades, responsabilidades la meta a conquistar? ¿Y esa será condición necesaria y suficiente, la determinante de otra “destinación”, la nueva vista para nuestras pupilas?

Aunque nos resulten un poco contradictorios los párrafos citados, nos interesan porque la Universidad (al menos las Públicas, que son la mayoría en nuestro país) está cambiando su ‘mirada’ sobre nuestra sociedad, especialmente sobre las demandas de los feminismos, y por ende su sentido, su destinación. Y para hacerlo está aprendiendo a escuchar mejor la resonante voz multitudinaria de las mujeres cantando “y ahora que sí nos ven”; a cerrar sus ojos para estar más atenta a sus reclamos, en particular el que hoy nos ocupa.

¿Cómo pensamos las mujeres que podría ser la Universidad feminista?

Pensar la universidad desde una epistemología feminista, es una obligación, pero no se trata de una tarea exclusiva de las universitarias.

Tenemos tendencia a dar ese debate intramuros, aunque la potencia transformadora del movimiento feminista y la creciente –pero todavía dificultosa— ‘escucha’ social de les universitaries está abonando un debate fructífero al respecto y acelerando transformaciones.

La trayectoria hacia ese objetivo hace tiempo que está iniciada, tiene historia, organización y teorización significativas. Pero la irrupción de masas, de las mujeres como actrices políticas centrales tiene en el #Ni una menos, vivas nos queremos, de junio de 2015, la apertura de una nueva y superior etapa en la lucha por la igualdad de derechos. La cantidad de mujeres de diferentes franjas etarias provenientes de la vida cultural en general y universitaria en particular, alcanzó proporciones inéditas en estas manifestaciones que se extendieron por toda la Argentina.

Como no podía ser de otra manera, dicho fenómeno potenció el proceso que se venía dando al interior de las universidades públicas, de creciente atención de las demandas feministas. Lo que se tradujo en muchas innovaciones –principalmente institucionales— que van en el sentido de la democratización y de la igualdad.

Separamos intencionalmente el concepto de democratización del de igualdad porque no necesariamente hay una relación biunívoca entre ellos. Muchas de las Universidades creadas durante los gobiernos kirchneristas cuentan con importantes espacios y políticas de Género y se produjeron reformas de los Estatutos de las Universidades preexistentes modificando con sentido democratizador ciertos funcionamientos o ampliando las representaciones estamentales. Pero todo ello en general no redundó en reconocimiento de igualdad de género, ni que reflejen la importante feminización de las plantas docentes, no docentes y de las matrículas estudiantiles

Aun así podemos enumerar algunos de los más importantes avances producidos mayoritariamente en los últimos años: pronunciamientos de los organismos de gobierno universitario a favor de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo; creación de Secretarias o Direcciones de Políticas de Genero a nivel de Presidencia de la Universidad y de Facultades, Establecimiento de Programas y Protocolos para Prevenir y Erradicar la Violencia de Genero, multiplicación de Áreas de Investigación sobre problemáticas de Genero (incluyendo estudios sobre las Masculinidades) en numerosas unidades académicas, cursos de Capacitación, de Posgrado y Maestrías sobre la temática, surgimiento de Cátedras afine, redes de Docentas, entre los cambios más significativos.

Con ser alentadores estos avances transformadores no alcanzan aun a producir los suficientes cambios culturales (ideológicos) que conlleven al apartamiento de prácticas patriarcales y machistas por parte de los integrantes de la comunidad universitaria. Y, en esta consideración, no excluimos a numerosas docentas, no docentas y estudiantas que naturalizan la supremacía varonil.

Por eso sostenemos que aún hay muchas ‘asignaturas pendientes’, tanto las que son de carácter institucional como aquellas que constituyen la ‘destinación’ de la Universidad.

En la primera categoría aspiramos a derribar el “techo de cristal”, por el cual una ínfima minoría de mujeres ocupa cargos de conducción, Presidencia, Decanatos, jefaturas de Departamento y/o de Carreras. Nos encontramos con la típica pirámide, en cuya base hay altísima proporción de mujeres, pero cuyo vértice es hegemónicamente masculino. Ni que hablar de la situación de las disidencias sexuales, porque no conocemos estadísticas al respecto. Es perentorio, también, alcanzar la paridad de género en todos los órganos de conducción. La UBA acaba de sancionarla, pero es indispensable aclarar que, para que sea una conquista feminista y democratizante, se debe ampliar el ejercicio de la ciudadanía universitaria. Por cuanto solo pueden elegir y ser elegides aquelles profesores que han concursado su cargo; es decir que les docentes interines NO gozan de ese derecho. De esta forma existe el serio riesgo de hacer de esta conquista una formalidad solo creíble para legos, mientras el poder está en manos de minorías. Dado que los cuerpos de gobierno universitario tienen mayoritariamente representación por estamentos —profesores, docentes auxiliares, estudiantes, no docentes— cruzada frecuentemente por representación tipo federativa (facultades, departamentos, etc), esta democratización implica un importante grado de complejidad ; pero nada que la probada capacidad de nuestra comunidad no pueda solucionar si hay voluntad política para ello, derivada de la conciencia de su necesidad.

“Saber oír, poder escuchar”, dice el filósofo francés y eso también nos ayuda a proponer la implementación del uso del lenguaje inclusivo en las universidades públicas. Si hay un aporte revolucionario de nuestro movimiento es la modificación del lenguaje, en tanto pensemos la palabra como constructora de realidad.  “El lenguaje es la realidad del pensar” escribió Karl Marx.

Igualmente se impone la aplicación de la Ley Micaela en todos los ámbitos universitarios, lo cual no será ni contradictorio con avances que hemos mencionado arriba, ni menoscabará la autonomía universitaria, por cuanto ninguna universidad pública ‘goza’ – como institución del Estado— de derechos especiales.

Somos de la idea de que todas las carreras universitarias tienen que incorporar la mirada de género en su currículo. Todas, absolutamente todas, hasta la que nos parezca más increíble como puede ser Astronomía. Porque ahí hay un déficit histórico, una carencia esencial que permea hacia el campo de la investigación y de la extensión, que son sus otras dos funciones esenciales, formateándolas.

También tenemos una mirada sobre el sistema de producción científica, que incluye –además de los paradigmas vigentes— a los mecanismos de Evaluación. El mismo está estructurado para que les investigadores y les extensionistes no puedan dejar de producir ‘papers’, porque podrían quedar relegades en el sistema.

¿Qué pasa con una persona gestante que tiene un embarazo? ¿O debe hacerse cargo de las tareas de cuidado de les familiares?  No ‘produce’ al mismo ritmo que los varones. Las licencias parentales por nacimiento o adopción son valiosa conquista –aunque aún no son universales— estando incluidas persistentemente en los reclamos de los gremios docentes.

En la misma condición están los viajes al exterior para formación o perfeccionamiento. ¿Cuántas mujeres no van al extranjero porque no hay mecanismos de sustitución en las tareas de cuidado? Si se van es para hacer estadías cortas, de dos o tres meses.

Una persona gestante que tiene tres embarazos a lo largo de su carrera académica pierde un año de antigüedad en la universidad, porque como paga la ANSES la licencia por maternidad, no lo paga la patronal, no le computan antigüedad. Por lo cual deberá trabajar un año más para tener la antigüedad necesaria que permita jubilarse con los 30 años de servicio.

Esta afectación a su producción científica y a las actividades de Extensión y de gestión incide en la evaluación de los currículos en los concursos para aspirar a nuevos cargos; en tanto los varones están en una situación de superioridad.

Alcanzar la meta de la ‘universidad feminista es un desafío cuya concreción no depende del simple transcurrir evolutivo. Es una transformación perentoria; llevamos milenios de patriarcado. Si es que queremos estar –como universitaries— a la altura que alcanzó el movimiento feminista en la Argentina.

Hay una batalla cultural de por medio que es decisiva;  y que se está dando sin esperar que la ‘evolución social’ produzca la transformación. Esta es a grandes rasgos la contribución a una nueva ‘destinación’ que proponemos para la Universidad argentina; para aportar desde este campo a la posibilidad emancipatoria de toda nuestra sociedad.

 

 

 

 

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